Tuesday, August 31, 2021

LAS HORAS DE HEMINGWAY

 


Alguna vez me hablaron sobre la coquetería de Ernest ¿Por qué no?, tenía todo para seducir y de hecho, un buen cronómetro en su muñeca, impactaba. Hoy un reloj no encierra importancia alguna… ¿está chequeado? Con la llegada de los celulares, pasaron de moda, dicen algunos, pero no es verdad. Cierta estética, en determinados ámbitos, da un aire de poder y crédito impensado. Ernest fue  un hombre complejo y fascinante en partes iguales, y en lo segundo, tiene mucho que ver su capacidad para apreciar las cosas buenas y transmitirlo a través de su prosa. Cuando pedimos un Dry Martini hecho como dios manda en una buena barra, no podemos menos que acordarnos de Frederic Henry, el protagonista de Adiós a las armas, quien acudía a este cóctel para sacudirse la barbarie de la guerra: “No había probado algo tan fresco y limpio. Me hizo sentir civilizado de nuevo”.

 Y Hemingway, por supuesto, era aficionado a los buenos relojes. A lo largo de su vida llevó varios, pero se destacaba especialmente dos Rolex Oyster Perpetual y un Hamilton con una inscripción detrás, que le regaló Ava Gardner cuando ambos estaban en España.

 


Los Rolex de Hemingway eran tan significativos para él, que quiso dejar constancia de ellos en su obra. Concretamente, dice en Al otro lado del río y entre los árboles (1950):

“¿Crees que se puede romper? En ese caso, vendré para estar contigo y cuidar de ti". “Sólo es un músculo”, dijo el coronel. “Pero es el músculo principal. Funciona perfectamente, como un Rolex Oyster Perpetual. El problema es que no se lo puedes enviar a un representante de Rolex cuando deja de hacerlo. Cuando se para, no sólo tienes un problema para saber qué hora es. Simplemente estás muerto”.

En el cuento Los asesinos, la referencia al reloj está presente en este párrafo:

“George miró el reloj. Eran las seis y cuarto. La puerta de la calle se abrió. Entró un conductor de tranvía.

—Hola, George —dijo—. ¿Puedo cenar?

—Sam salió —dijo George—. Volverá en una media

hora.

—Entonces mejor voy calle arriba —dijo el conductor. George miró el reloj. Eran las seis y veinte.

—Esto estuvo bien, chico listo —dijo Max—. Eres

un verdadero caballerito.

—Sabía que le volaría los sesos —dijo Al desde la

cocina.

—No —dijo Max—, no se trata de eso. Chico listo

es amable. Es un chico amable. Me cae bien.

A las seis cincuenta y cinco George dijo: “No va a

venir”.

 Lamentablemente, buscar ayuda sobre los relojes Rolex propiedad de Hemingway en la Biblioteca Presidencial John F. Kennedy en Boston, no dio nueva información sobre estos relojes específicos. No encontraron ningún reloj Rolex en su Ernest Hemingway Archieve. Los únicos tres relojes enumerados por ellos, son los siguientes:

1. Joyas. Reloj de bolsillo. Oro, metal, vidrio. Reloj de bolsillo dorado con esfera de segundero. La placa frontal de vidrio está rota. MO 2002.29

2.Joyas. Reloj de bolsillo. Plata. Reloj de bolsillo plateado  en el reverso y "Willoughby A. Hemingway, 25 de diciembre de 02" inscrito en el reverso interior. Falta la placa frontal. MO 2002.29.3

 3. Joyas. Mirar. Metal, plástico. Reloj de pulsera suizo de 1 ½ pulg. Con tapa de plástico. Falta la muñequera. MO 2002.23.2

Otro reloj interesante, propiedad de Hemingway,  es el reloj de bolsillo Hamilton de 1906 que la actriz Ava Gardner le regaló a Hemingway por su 55 cumpleaños en 1954.

 


Pucci Papaleo es escritor, comisario de subastas y uno de los mayores eruditos en el proceloso mundo de los cronógrafos históricos de Rolex. Ha visto más Daytonas antiguos de Rolex de los que el resto veremos en nuestras vidas. Por eso le apodan Mr. Daytona. Este personaje dice ser el poseedor de uno de los Rolex de Hemingway. Lo compró en una subasta y nunca dijo en público cuanto pagó por el cronómetro. Solo se conoce como referencia que su cuarta esposa, Mary Welsh, lo donó con un fin benéfico.

Su empresa, Pucci Papaleo Editions, publica catálogos y libros como Daytona Perpetual Special 999, una edición limitada de 999 ejemplares numerados y firmados que contiene 541 imágenes originales, pesa 9,5 kilos y se vende por 4.300 euros.

Mentes creativas y relojes increíbles parecen ir de la mano. Ernest Hemingway era un hombre de Rolex hasta la médula. El premio Nobel poseía varios modelos, incluyendo un Bubbleback de los años 40 y un Oyster Perpetual de oro de 18 quilates con correa de cuero de los años 50. A pesar de su lealtad a la marca suiza, Hemingway no pudo rechazar el sorprendente reloj de bolsillo Hamilton de 1906 que recibió como regalo de la actriz Ava Gardner por su 55º cumpleaños en 1954.

En 1942, la firma estadounidense Hamilton, dejó de producir relojes para los consumidores y centró su tarea en abastecer a las Fuerzas Armadas americanas. Fabricaron más de un millón de unidades que fueron destinadas a los soldados, incluidos relojes de pulsera y cronómetros marinos. Además, recibieron el premio "E" de la Armada, por la excelencia en la producción. Uno de esos relojes ocupó la muñeca de Hemingway. Pero hay otra historia, Hadley Richardson, su primera esposa, que convivió con Ernest desde setiembre de1921 hasta marzo de 1927, le había regalado, para el casamiento, el reloj Hamilton de su padre. Cuando comienza el vínculo con Pauline Pfeiffer, su segunda mujer, ella le obsequia un Vacheron et Constantin. Un modo de marcar, además de la hora, el nuevo terreno amoroso.

El Rolex de Hemingway, el Oyster Perpetual sigue siendo uno de los estandartes de la manufactura hoy en día y símbolo de un estilo universal y clásico. Nacido en 1926, fue el primer reloj de pulsera hermético del mundo y la fundación sobre la cual Rolex ha basado su reputación. Puede adquirirse versión actual en acero y caja de 39 milímetros por 5.400 €. 

Cuando pensamos en el espíritu estadounidense, inmediatamente nos vienen a la mente dos nombres: Hamilton y Schott NYC. Ambas fueron elegidas por el ejército de Estados Unidos por su excelencia y fiabilidad, y proporcionaron los mejores relojes y cazadoras a los pilotos durante la Segunda Guerra Mundial, convirtiéndose así en símbolos del estilo militar de la década de 1940, representativos de la esencia del sueño americano.

Hamilton logró hacerse un nombre garantizando precisión durante los albores de los ferrocarriles estadounidenses gracias a su destreza y fiabilidad, y estas mismas cualidades permitieron a Schott NYC forjar su reputación y conquistar a sus fieles seguidores.




Las muñecas de los famosos siguen luciendo buenos relojes. El concepto de imagen y marca nunca se perdido. Hoy los embajadores famosos no reniegan de las joyas. Roger Federer, desde 2006, luce distintos modelos de Rolex. Paúl Newman era un fanático de la marca y especialmente del Daytona. En 2017 su propio Paúl Newman Daytona se vendió en una subasta de Phillips, por 17,8 millones de dólares. La estrella del pop Lady Gaga lleva un Tudor Royal de dos tonos con marcadores de diamantes y David Beckham un Tudor Royal Blue. El recordado Steve McQueen usaba un TAG Heuer Mónaco. James Bomd en la película de 1973 Vive y deja morir llevaba un Hamilton Pulsar P2 2900.  En la segunda mitad de la década de 1970 y en la de 1980 los relojes utilizados por el espía eran Seiko. En La espía que me amó de 1977, Bond lució un Seiko 0674 5009.26. En la nueva entrega de la saga cuyo estreno se aplaza por lo menos al otoño, cargará un Seamaster 300 M 007 Edition de Omega. Como sucede desde hace 25 años. Todos tendrán que esperar al estreno tantas veces pospuesto de esta película en que Daniel Craig se despide (para siempre) del agente, pero los locos de los relojes ya pueden lucir su exclusivo reloj en la muñeca.

Diego Maradona siempre llevó dos relojes. Uno en cada muñeca. Sabía que existen modelos que atendían diferentes husos horarios y podía permitírselos. Y eso, llevar dos relojes, en los últimos tiempos dos Hublot, siempre le caracterizó.

Entusiasta de la alta relojería, durante su etapa en el Nápoles solía llevar un Rolex en cada muñeca.  Se aseguraba así conocer la hora en el lugar donde estaba pero también en su tierra natal. En 2010, cuando fue nombrado seleccionador de Argentina, se pasó a Hublot. O, mejor dicho, la firma lo escogió como perfecto embajador a lo que él respondió agradecido. "Hublot es único, las otras firmas se han quedado en otro tiempo", repetía el futbolista recientemente fallecido.

 


Ante tanta banalidad y cierto crédito emocional, recapacitemos y digamos que el tiempo (del latín tempus) es una magnitud física con la que se mide la duración o separación de acontecimientos. ... El tiempo permite ordenar los sucesos en secuencias, estableciendo un pasado, un futuro y un tercer conjunto de eventos ni pasados ni futuros respecto a otro.

Mientras tanto, la vida pasa.

Tuesday, August 24, 2021

EL VINO DE HEMINGWAY

 


En la vida de un vino, nueve años no es nada. Nueve años después de aquella experiencia literaria que me tuvo como finalista, donde participaron más de 300 obras de todo el mundo. No era solo un concurso. Me entusiasmaba  la idea de conocer la bodega donde Hemingway había vivido buenos momentos  y documentar un poco más sobre la histórica visita. Eso fue en setiembre de 1956. Pasaron 65 años. Me hubiera encantado tener el privilegio de visitar los calados centenarios de la bodega “Conde de los Andes”, en Ollauri. El justificativo era un relato que participara del concurso y disfrutar las fotografías expuestas de la muestra “Tinta, Sangre y Vino”. Bien, manos a la obra. Así nació La leyenda del vino, un cuento corto que hoy vuelvo a reproducir en este espacio. Durante varios días de la cuarentena estuve tentado en descorchar la botella de vino de la bodega Paternina y beber ese licor riojano. Me dije: ¡Hasta cuándo esperar…¡ Así fue, en un arrebato tomé la decisión y llené la copa.

Brindo por el recuerdo, las emociones, la vida, y les dejó el cuento para que lo sueñen conmigo.¡Salud!.





LA LEYENDA DEL VINO

“El vino de Rioja, y en concreto el de Paternina, era el que más le gustaba del mundo” Valerie Danby-Smith

Todos lo sabían. Todos callaban. Todos fueros cómplices. La orden debía cumplirse sin ninguna protesta. René Villarreal estaba convencido de que Papa, una tarde calurosa lo sorprendería con la botella de vino en la mano y le ordenaría descorcharla para que ese huracán de sabor mágico lo desmayara

 Mary Welsh, por indicación del médico José Luis Herrera Sotolongo, había limitado el consumo de alcohol en Finca Vigía. El compañero español que Ernest conoció en Paracuellos de Jarama, no se cansaba de insistir: “Hemingway podía vivir 90 años a pesar de su colección de heridas en el cuerpo”. Sin embargo, a Mary no le resultaba fácil sostener su tarea. Ernest siempre se las ingeniaba para quebrar el pacto de disminuir la cuota etílica diaria y se embravecía cuando la voz tenue de su esposa le negaba la bebida.

 José Herrera, el “Pichilo”, quien cuidaba el jardín y preparaba celosamente los gallos de riña para el domingo, siempre tenía a mano una petaca que Ernest le había regalado. Cuando Papa hacía su recorrido y miraba los gallos, el “Pichilo” lo invitaba a calentar la garganta. Todo, claro está, quedaba en secreto, en una suerte de pacto, en un código de caballeros.

 El primer intento de descorchar la botella de vino de la bodega Paternina fue cuando Hemingway recibió la triste noticia sobre la muerte de Adrienne Monier, el 18 de junio de 1955. Ernest permaneció sentado en el sillón de la sala, en total silencio, y después de una hora de reflexión lo llamó a René Villarreal. Minutos más tarde, su fiel asistente regresaba con la botella de vino de La Rioja. En el camino se interpuso Mary, quien desbarató la intentona, mientras resonaba el insulto en todo el ámbito silente de la casa: “¡Zorra, se acaba de suicidar Adrienne y yo quiero brindar por ella!”.



 La segunda embestida sobrevino después de haber pasado por “El Floridita”. Hemingway había bebido demasiado junto a Spencer Tracy y un grupo de amigos. El actor, vestido de elegante traje oscuro, ya cansado, se disculpó ante la rubia que lucía en su cuello el collar de perlas de dos vueltas y se fue al hotel. El novelista, con su guayabera blanca manchada del Bloody Mary que su esposa volcó sobre la barra, sólo quería llegar a Finca Vigía para terminar la noche matando al vino sagrado. Parecía escrito que el norteamericano no podía encontrar el momento propicio para darse el placer de degustar el caldo español en su boca. Quince meses después, Papa salía con la suya y regresaba a España. A esa tierra donde se mezclaban afectos y desencuentros, donde había nacido un amor imposible que nunca terminaba de concretarse. Papa siempre decía que amaba España y de ello no cabía duda. Desde 1923 se alimentaba con esa pasión. Todo era un ida y vuelta.

 Ernest trotaría de forma interrumpida hasta 1931. Hecho un remolino, volvería durante el transcurso de la Guerra Civil, ganando prestigio como corresponsal bélico. Había entonces muchos sentimientos cruzados. Tío Ernesto tenía amigos en los dos bandos pero apoyó febrilmente a la República convencido de que el triunfo de los fascistas sería un peligro para toda Europa. Hemingway regresaría a su tierra adoptiva en 1953 y luego, casi como una obligación, retornaría en 1954, 1956, 1959 y 1960.

 Papa arribará a la península aquel setiembre de 1955 y conocerá a Antonio Ordóñez luciendo su aureola de Premio Nobel. Primero hará una parada en Logroño, justificando su presencia en las Fiestas de la Vendimia y luego se entusiasmará con el triunfo de su adorado diestro. Pero lo suyo era la comunión con el vino. En esa aventura que Mary Welsh la vivía como tragedia, el torero y el escritor cortaron la cinta de la felicidad sumergidos en los calados centenarios de la Bodega Fernando Paternina. Allí cataron los vinos envejecidos y volaron junto a los duendes que acompañaban la ceremonia. Fueron momentos fuertes, intensos, de mutua confiabilidad, donde el tiempo parecía un espacio vacío.



 Las horas vividas quedaron marcadas como tatuaje en la piel. Hemingway sólo debía cumplir con un viejo anhelo: encontrarse con Ted Allan, el escritor judío canadiense con quien había compartido los angustiantes días de la Guerra Civil. No se reunieron. De todos modos, Papa comprometió a su amigo para que visitara su residencia en Cuba y allí domaran la botella de vino riojano que Ava Gardner le había regalado. Pero esto tampoco sucedió.

 El último intento de vencer a la derrota fue en octubre de 1959, a su regreso de España. Hemingway había hecho una parada en Nueva York, antes de regresar a Finca Vigía, donde esperaba la llegada de Antonio Ordóñez y su mujer Carmen. Todos juntos viajarían hasta Ketchum, para visitar la casa que sería el lugar del triste final del escritor.

 A principios de enero de 1960, Mary y Ernest volverían a la vida tranquila de Finca Vigía. No sería por mucho tiempo. Todo indicaba que se iniciaba un período tormentoso. Antes de partir de la residencia donde Papa retuvo el baúl de sus sueños, habló un largo rato con su amigo más cercano, con su último confidente.

 Nunca Hemingway pensó en el adiós definitivo. Siempre creyó que regresaría. Su corazón continuaría latiendo en La Habana mientras los vientos alisios siguiesen acariciándole el rostro.

 Después de aquella reunión cumbre, la botella de vino Paternina quedó en manos de René Villarreal. Por años la guardó celosamente. Hoy la custodia en cofre de oro Raúl Villarreal, el hijo del mayordomo de Ernest Hemingway.

 El tiempo tiene la última palabra.

José María Gatti

* René Villarreal y Raúl Villarreal están hoy en el universo de los sueños, junto a Ernest Hemingway. La botella de vino espera. Así es el destino.