Monday, December 12, 2022

VOLVER CON LA PIPA ENCENDIDA

 


 

Después de un largo período de ausencia, retomo este encuentro con los amigos de La Pipa. Las razones son múltiples, todas buenas. Tuve que terminar mi primer libro de literatura juvenil, con cierto apuro. Mi editor quería lanzar Los gatos de Carolina este año y me exigía contar con los cuentos lo antes posible. Tarea cumplida. El otro proyecto fue la traducción de El muertito de Hemingway al idioma polaco. Días de mucho trabajo con el traductor y finalmente, para setiembre de 2023, el libro aparecerá en Polonia y en otros países aún no confirmados. Para cerrar, me comprometí con dos cuentos para antologías de género negro -Juramento Negro y Juramento Erótico-, publicadas en España.





Mientras tanto aproveché para volver a ver el video de cuatro horas, inspirado en El sol nace de nuevo, realizado para la televisión por la NBC, en colaboración con la 20th Century Fox, con Jane Seymour y Leonard Nimoy. La primera es conocida por su interpretación en Carrozas de fuego y el segundo es uno de los protagonistas de Viaje a las estrellas.

Seymour, que fuera  “chica Bond”, en 1973, tiene otros trabajos para televisión, como el papel de la doctora Michaela “Milke” Quinn, en la  serie La doctora Quinn (1993-97). La actriz de 73 años, a los 67, no tuvo problemas en posar para la revista PlayBoy.

Nimoy fue actor, poeta, director y fotógrafo,  muy conocido por su papel de Sr. Spock en Star Trek.

La novela de Hemingway, sobre la Generación Perdida de los años veinte, que sobrevivió a la Primera Guerra Mundial, fue escrita cuando Ernest tenía 27 años, en París. Tuvo un éxito inmediato y proyectó al norteamericano a los primeros lugares entre los escritores.



Los fans de Papa se han quejado bastante sobre este video. Yo fui uno de ellos, pero con el tiempo entendí que debía considerar el film como una versión libre. El guionista pecó de soberbio y metió mano a su imaginación con escenas innecesarias de la guerra.

La NBC y la Fox miraron para otro lado y corrieron los riesgos de caso. Dijo uno de los productores: “Esto es cine, no literatura”. La editorial Scribner, que publicó la novela en 1926, expresó que  “prefiere estas licencias a una versión idiota de la novela”.

El video forma parte de la filmografía de Ernest y suma poco al valor literario de Hemingway. Siempre el cine se toma atribuciones y convence a los guionistas para que sumen sangre y violencia. Han pasado muchos años del fracasado intento y, a pesar de todo, uno sigue apostando a la recreación de la obra de Hemingway.

 

Entre tantas novedades, me llega la promoción del libro de Marco Mastrorilli titulado El sentido de la naturaleza por Hemingway, editado por Noctua Book y disponible en Amazon Prime. Se presentó en el Hemingway and Great War Museum de Bassano del Grappa, el sábado 26 de noviembre. Es un breve texto de 88 páginas, fácil de leer al precio de 12 euros.

Mastrorilli, nacido en Milán, ahora radicado en Roma, es un especialista en el estudio de la ecología. El libro guía al lector a explorar la estrecha relación del novelista con el mundo verde. La obra rastrea el gran amor por la naturaleza, que une a Ernest a los bosques y su capacidad regeneradora, pero también su gran pasión por los gatos y perros.



La escritora Darla Worden dice en el prefacio del libro que “Mastrorilli subraya el contexto histórico del período en que vivió Hemingway; muchos científicos naturales de la época eran cazadores. En ese momento, la caza y la valoración de la naturaleza no se consideraban elementos contradictorios.”

Robert Fleming, en su ensayo Hemingway and the Natural Wold afirma que: “Hay pocos escritores que tengan una relación más estrecha con la naturaleza que Hemingway.”

Resulta interesante reflexionar a partir de este libro, sobre algunos comentarios no felices que carga Ernest. Con solo recordar la mansión de Finca Vigía y su entorno, queda claro el espíritu del novelista sobre la naturaleza.

Mastrorilli es autor de 22 libros. Recomiendo acercarse a su obra.

Monday, August 29, 2022

FUERA HEMINGWAY


¿Qué magia se apodera de miles de personas quienes aún hoy siguen admirando a Ernest Hemingway? En tiempos donde todo es efímero e inmediato, en tiempos donde toda pasa y nada queda, en tiempos donde las noticias no son primicia, en tiempos donde nadie sabe escribir y cualquiera es escritor; hablar de Hemingway es una antigüedad. Digo Hemingway para dar un ejemplo, porque yo soy parte de esa patología no resuelta, de esa enfermedad que se une a la pasión y al amor por la lectura.

Descubrí a Ernest siendo casi un niño, cuando un primo mayor me dijo que leyera El viejo y el mar. Mi pariente me preguntó si me había gustado y no supe qué decirle. Con el tiempo aprendí a “leer”, tarea que no cumplen muchos de los que escriben. Volví a las páginas de esa novela corta y recién entonces comencé a conocer a un escritor maravilloso. El Santiago de ese cuento largo era Hemingway, con toda su vanidad y sus temores, con el deseo triunfalista y su desilusión, con la muerte al límite jugando en una barca a la deriva.

“Temía a la oscuridad, hasta que vi la belleza de la luz en una estrella”, dijo mirando desde Cayo Hueso hacia Cuba. Noventa millas separaban el continente de La Habana y esas estrellas iluminaban su camino.

“Temía al pasado, hasta que comprendí que es solo mi proyección mental y ya no puedo herirme más”, caviló poco antes de dejar Finca Vigía sabiendo que no volvería más.



Hemingway no fue un autor cualquiera, para escribir caminó mucho, se detuvo, observó el paisaje, se enamoró de las pequeñas cosas y decidió vivir. No fue un académico, no sumó títulos para las solapas de los libros, fue un perdedor de batallas y ganador de guerras. Todo eso está en su literatura.

“Hay que vivir ligero -dijo- porque el tiempo de vivir está fijado” y así fue, en medio de la locura y la embriaguez se despidió en el silencio de una madrugada.

Todo es una línea de tiempo que no responde a la realidad actual. Una parte de la biblioteca dice que Hemingway hoy no puede ser leído porque su literatura machista pesa una tonelada. La otra parte del librero se mantiene segura, atada a la pared, resistiendo la humedad, los alacranes y el viento marino. Los críticos literarios que antes cortaban las hojas de sus libros ya no están, los colegas que por la espalda le clavaban los alfileres envenenados, menos aún, vagan lejos de la fiesta del mal. Hasta William Faulkner espetó indignado: “no me gusta un tipo que toma el camino más corto para volver a casa”. El miedo y la ignorancia jugando su partida con naipes marcados.

La literatura hoy está en crisis, los editores no buscan al autor revelación, las librerías dejaron de ser un lugar de encuentro, el oficio se quedó sin artesanos, sin los obreros de cuadernos manuscritos. La tecnología partió la mesa en dos y que cada uno se arregle como pueda. No está mal, renegar atado a un tiempo pretérito no es sano. El Hemingway tóxico forma parte de una época única e irrepetible. El público que hoy se disponga a leer los cuentos de Ernest es tan escaso como las monedas de oro. Los pasionarios tenemos memoria selectiva. Qué nadie se equivoque, la enfermedad es crónica y el tratamiento conocido.  

Thursday, May 26, 2022

EL PAÍS DE HEMINGWAY

 


El clan Hemingway tiene un baúl lleno de cajas chinas. Son una familia donde nada sorprende y todo es parte de una aventura que nunca termina. Ya no hablo de Ernest, sino de esas figuras secundarias que en una película de extras pasan a ser protagonistas. Entro en detalle. Leicester, el hermano pequeño del novelista, el 4 de julio de 1964, tres años después de la muerte de Ernest, aseguró una balsa al chasis de su auto y luego de recorrer los caminos de Jamaica declaró ser el fundador de una nación llamada Nueva Atlántida.



 El fundador instaló la barcaza a 15 km del centro de Jamaica, cerca de Bluefields y allí pisó fuerte. A Leicester le gustaba la aventura, la pesca, la caza, la naturaleza y, además, escribir como a Ernest. Publicó muchos artículos sobre pesca y dos libros semiautobiográficos: My Brother, Ernest Hemingway y The Sound of The Trupet. Ahora bien, el conquistador, aprovechando una ley vigente en Estados Unidos, se aferró al  texto promulgado en 1856, conocido como Ley de las Islas Guano,  donde todo ciudadano norteamericano tenía derecho a reclamar y explotar cualquier isla con un depósito importante de guano, o sencillamente gran cantidad de excrementos de aves marinas o murciélagos, que servían para fertilizar el suelo. La salvedad era que ese terreno no hubiera sido reclamado por otro gobierno, ni perteneciera a aguas territoriales, las llamadas plataformas marítimas. Si cumplía con este requisito, el ciudadano se convertía en propietario sin más trámites. Leicester tenía la idea de desarrollar un centro de investigación marina o algo parecido. New Atlantis tuvo seis habitantes: Él y su esposa Doris, sus hijas Annie y Hilary, Edward K. Moss un agente de la CIA y su asistente Julia Cellini, hermana de un jefe de la mafia. Conviene recordar que Leicester supo ser uno de los primeros miembros de la Oficina de Investigaciones Especiales, precursora de la CIA y que estuvo involucrado como espía durante la guerra, en 1940.




Hoy esta absurda ley dejó de tener vigencia, aunque de modo más sutil se la aplica con la construcción de terrenos artificiales que benefician el proyecto regional, obras que logran una renta impensada que nada tiene que ver con la locura de Leicester.

La historia es que el visionario hermano de Ernest, con una balsa de bambú atada a un auto viejo, clavó el ancla en las aguas de Jamaica y declaró que la mitad de su embarcación pertenecía a Estados Unidos y la otra mitad a  la nueva micronación llamada New Atlantis. El naciente país no era otra cosa que la mitad de una endeble balsa de bambú, una tubería de hierro, cables de acero y piedras de sobrepeso, clasificadas en las coordenadas exactas de latitud 18 grados, 1 minuto norte y longitud 78 grados.

La barcaza tenía 30 metros cuadrados. Lo interesante es no había caca de murciélago ni nada que se le parezca en los alrededores. Leicester avanzó por más, creó una constitución que es la copia de la carta magna del Imperio, diseñó una bandera y convalidó una moneda. A tal punto generó expectativas, que aparecieron vecinos y residentes con título de propiedad y esos títulos, además, se vendían en los bares de Miami a cambio de una inversión generosa. Llegó a otorgarse la Orden de la Arena Dorada, un galardón que permitía ser ciudadano ilustre.



En 1966, un viento huracanado soltó la amarra de la balsa y el pequeño país de Nueva Atlantis se hundió en las aguas. Así se cerró la historia como un maravilloso cuento que todavía se puede escribir en un mundo lleno de fantasías, especuladores, farsantes y vividores.




Tuesday, April 12, 2022

EL VIEJO HEM SIN CERVEZA




Todos me dicen que hay derrotas más duras e importantes. Los sabedores tratan de darle poca importancia a las pérdidas materiales y hablan de las humanas. Es cierto, la vida es lo más preciado, pero también lo es aquello que rodea a esas vidas.

El Viejo Hem, llamado así en honor al escritor norteamericano, era un bar que estaba en la ciudad de Járkov, la segunda más grande del país, al este de Ucrania. Los ataques rusos terminaron destruyendo el lugar, dejando dos víctimas que vivían en el piso de arriba del bar.

De acuerdo con la BBC, el dueño de la taberna, Kostiantyn Kuts, comentó que no había nadie trabajando a la hora del ataque. Kuts, afirmó que el bar se había convertido en un refugio por los bombardeos, desde que se inició la invasión rusa, el 24 de febrero. “No creíamos lo que estaba pasando, cuando vimos todo destruido caímos en llanto. Los ataques a edificios residenciales fueron un horror”, completó Kuts.



A la entrada de El Viejo Hem, en los posavasos y encima de un pez espada de luces de neón, residía el mantra del lugar: “Tu nunca beberás solo”.

El bar era popular entre los jóvenes e incluso recibía representantes de la literatura ucraniana. Todo parecía seguir igual en la taberna de bebedores de cerveza, hasta que los espías se mezclaron con los parroquianos y la magia cambió. En la calle, a pocos metros del bar, un grupo de personas aprendía a manejar un hacha y a esquivar un ataque de arma blanca. Eran hombres comunes, podía ser una formación de reservistas que se movilizaron, jóvenes casi niños que intentaban fabricar bombas molotov. Había algunos más preparados, con experiencia en tácticas de guerrilla callejera. Tenían espíritu combativo, resabio de aquellas protestas de finales de 2013 y 2014 que fueron el preámbulo de un conflicto que arrancó con la invasión rusa a Crimea y el apoyo del Kremlin, a los rebeldes de las autoproclamadas repúblicas de Donetsk y Luhansk, cuya independencia reconoció Putin.



Adentro del local, todo era distinto, la guerra dolía y un buen trago calmaba las emociones. Entonces las botellas de cerveza se chocaban para brindar y en ese circular de voces alguien repetía Putín huylo, que traducido del ruso al español vendría a significar Putín cabeza de pene. Pero esa expresión era un slogan pegado en la parte frontal de las botellas en la que aparecía Putin sentado desnudo en un trono. Alrededor suyo, soldados, armas y vehículos militares. El suelo rojo intenso representaba la sangre derramada. Los envases vacíos serían las bombas molotov que la resistencia utilizaría para la defensa precaria pero ambiciosa.



Los cócteles molotov se resguardaban celosamente, eran las armas caseras creadas con las botellas de una famosa cerveza. La cervecería Pravda fundada en 2014, emplazada en Lviv, fue la que tomó la decisión de hacer la maniobra destinada a la defensa territorial ucraniana.

El Viejo Hem terminó en escombros. Era un centro de defensa según los servicios rusos. Con la destrucción se perdieron un centenar de objetos, algunos más valiosos que otros, donados por turistas y amantes del escritor norteamericano. Nada se salvó. Kuts, llorando miró las ruinas y apretó en sus manos la botella de cerveza vacía que pronto transformaría en molotov. Alguien comenta que se le escuchó decir Putín huylo.




La relación de Hemingway con Rusia no deja de ser interesante. Lo más emocionante de su vida como espía ruso,  fue el sistema que tenía para que le contactaran. El escritor le facilitó a la inteligencia, una plancha de sellos muy particular. Cualquier agente ruso que quisiera contactar con él, debía devolverle una de esas estampillas.

Hemingway hizo de esta experiencia un juego, nunca dio ningún tipo de información a Rusia, así que pasó sin pena ni gloria por la inteligencia rusa. Este juego del norteamericano tenía un nombre de combate: Argo (En la mitología griega, Argos era el nombre del gigante de los 100 ojos). El registro de archivo, establecía que Argo era Ernest Hemingway, 1898. Ciudad Duke Park, Illinois / USA. Ciudadano americano, educación secundaria, escritor.



Los hechos demuestran que un agente de la KGB y periodista - como el caso de Argo- no hubiera tenido la oportunidad de entrar a los archivos del Servicio de Inteligencia Extranjero Ruso (que es el nombre con el que se prolongó la vida de la desaparecida KGB), para copiar documentos, sino hubiera otra cuestión, quedando demostrado que el hecho no se debió a una operación de espionaje. La realidad es otra. Tiene que ver con una negociación audaz entre la editorial británica Crown y el Servicio de Inteligencia, por medio del cual la primera entregaría una suma millonaria destinada a crear pensiones para los oficiales retirados del servicio ruso, a cambio de la publicación de una serie de libros sobre las servicios de inteligencia que los editores de Crown ya tenían pensados.

Todo fue una gran mentira y un juego al que Hemingway nos tenía acostumbrado.

El Viejo Hem tal vez regrese y otra vez la cerveza será la ganadora.

Friday, March 18, 2022

HEMINGWAY Y LA GUERRA

 


Otra vez la venenosa palabra guerra serpentea sobre la humanidad dejando la muerte tendida en las calles, a los ancianos sin aliento, a las mujeres desgarradas al ver a sus hijos temblando de miedo, a los jóvenes poniéndole el pecho a las metrallas. Todo terror, desolación, pánico.

Ernest Hemingway, como ningún otro escritor norteamericano, estuvo más asociado a la guerra. Fue protagonista a los 18 años cuando se ofreció voluntariamente para servir en Italia como conductor de la ambulancia de la Cruz Roja americana. Era el mes de junio de 1918, mientras conducía un vehículo transformado en cantina móvil distribuyendo chocolates y cigarrillos para los soldados, fue herido por el fuego de un mortero en las trincheras de la orilla del río Piave. Ernest imposibilitado, hubiera muerto sino fuera socorrido por un soldado italiano que se interpuso entre él y los proyectiles. Ese hombre se llamaba Fedele Temperini, tenía 26 años y era de Montalcino, un pequeño pueblo de la región de Toscana. El giovane americano salvó su vida gracias a Temperini que se había acercado a la cantina por un paquete de cigarrillos.

Hemingway, mal herido, nunca reparó en quién lo había ayudado. Aquel debut en el combate lo obligó a estar en el hospital de Milán donde conoció y se enamoró de Agnes von Kurowsky, la enfermera que lo  atendió. Al final, después de seis meses, Agnes se despidió del joven con una carta. Fue tal la desazón de Ernest que la utilizó como inspiración para el personaje de Catherine Barkley en Adiós a las armas (1929).

“Cuando la vi, me enamoré de ella. Todo se dio vuelta dentro de mí. Ella miró hacia la puerta, vio que no había nadie, entonces se sentó a un lado de la cama, se inclinó y me besó”. A Catherine la enfermera de Adiós a las armas. Hemingway la modeló con la imagen de Agnes y, sin duda, con la figura de Hadley, su primera esposa.




Escribe el novelista en una carta que le manda a sus padres: “Entonces hubo un destello, como cuando se abre la puerta de un alto horno, y un rugido que comenzó blanco y se hizo rojo”.

Sigue con la angustia y reflexiona: “Cuando vas a la guerra como un joven, tienes una gran ilusión de inmortalidad, otras personas mueren, tu no…Entonces, cuando estás gravemente herido por primera vez, pierdes esa ilusión y entiendes que puede sucederte a ti también. Después de haber sido gravemente herido dos semanas antes de mi decimonoveno cumpleaños, tuve un mal momento hasta que me di cuenta de que  nada podía pasarme que no les había sucedido a todos los hombres antes de mí. Tenía que hacer lo que los hombres siempre habían hecho, y si ellos lo habían hecho, yo también podría hacerlo y lo mejor sería no preocuparme por ello”.

Tobías Wolff, el escritor norteamericano de ficción y memorias, especialista en relatos breves y cercano a la corriente del realismo sucio, expresa que “El gran trabajo de guerra de Hemingway se refiere a las secuelas que le quedaron. Ernest trata sobre lo que le sucede al alma en la guerra y cómo las personas lidian con esas consecuencias. El problema que Hemingway se propuso a enfrentar en historias como Soldier’s Home, era la dificultad de decir la verdad sobre lo que había pasado. El conocía su propia dificultad en hacer eso”

El escritor nunca superó el trauma del combate ni el desamor de la enfermera. Pasaron los años, ese juego macabro entre la vida y muerte lo volvió a encontrar en el campo de batalla.

Como corresponsal de guerra Hemingway cubrió el conflicto de guerra de Macedonia y la propagación del fascismo por toda Europa.

Hemingway se metió, en 1922, en la guerra entre Grecia y Turquía, en los bombardeos de Madrid. Ernest puso en letras las miserias  de la contienda, el sufrimiento del pueblo y la diáspora de esas naciones.



El gran desafío periodístico de Ernest fue salvar la credibilidad. Ese concepto entre lo verdadero y falso significaba un concreto problema para en autor, Hemingway partía de una premisa: La información más útil no siempre es la que más vende. Con cierto rigor, muchos académicos denostaron al norteamericano y hasta lo tildaron de amarillista. Sin embargo, el Departamento de Periodismo de la Universidad de Nueva York, eligió sus informes sobre la Guerra Civil Española (1937-38), entre las 100 mejores coberturas periodísticas del siglo XX y la agencia AFP, sumándose al elogio, expresó que nadie antes, había de imponer un leguaje periodístico que descarta la grandilocuencia y cualquier exceso, valorando como ninguno la palabra.

No hay que llamarse a engaño, el periodismo carga con la consecuencia de un mundo deteriorado por la fantasía de la globalización. La comunicación ecuménica, a simple vista, ya no es confiable ni reservada. Todos sabemos más del otro aunque este no lo imagine ni decida. El camino tiene muchos atajos. Resulta entonces que las razones del cambio pulverizan a las normas del pasado. Según sus enemigos, Hemingway era un mentiroso, un farsante  que se burlaba de todos. ¿Qué hubieran dicho hoy esos mismo pontífices cuando el Pentágono ha decidido que es válido mentir?

El 25 de agosto de 1944 Hemingway, acompañado por seis empleados del Hotel Ritz y un grupo de soldados americanos, ingresan por la terraza y dominan el bar histórico. Durante 4 años había sido territorio de los nazis. El 7 de octubre desde ese mismo lugar, ve reconquistar París a la columna del general Jacques Leclerc. En la crónica para Collier’s, titulada Así entramos a París, Hemingway describe con lujo de detalles su experiencia y emoción por la liberación de la ciudad Luz.

“Once de los nuestros fueron torturados y fusilados por esos alemanes,  a mí me apalearon y me trataron a puntapiés, y me hubieran fusilado si llegaban a saber quién era yo”.

 

-¿Quién carajo es usted y que hace en nuestra columna?

-Soy corresponsal de guerra.

-Ningún corresponsal de guerra puede adelantarse a la columna y usted menos que ninguno.

-Que nadie se mueva mientras no haya pasado la columna.

 

Los corresponsales de guerra no están autorizados para mandar tropas, por lo tanto, acompañé la guerrilla al puesto de mando del regimiento con el único fin de poder brindar más información a la superioridad.

 


Hoy la guerra entre Rusia y Ucrania sacude al planeta. Los líderes mundiales hacen su negocio mientras en las calles miles de muertos son una postal patética de la locura mesiánica. Otra vez las escenas que nunca deseábamos volver a ver están presentes. En medio de ese pantano la información basura llena las redes sociales y las pantallas de lo celulares se calientan en el infierno de un mundo quebrado por el egoísmo.

Tres millones de desclasados miran las ruinas de sus hogares.

Hemingway supo de esto y de la muerte. Alguna vez - que sea pronto- volveremos a decir adiós a las armas.


 



 

Friday, January 14, 2022

LA FIESTA DEL 2022


El 2022 llegó con una novedad importante para la obra de Ernest. Desde el 1 de enero, la restricción a los derechos intelectuales sobre las obras creadas en 1926, se levantaron en los Estados Unidos, luego del final de un período de 95 años en el país, para la protección de los derechos de autor, según informó el Centro de Investigación de Dominio de la Universidad de Duke. Esta noticia confirma que “cuando una obra ingresa al dominio público, cualquiera podrá rescatarla de la oscuridad y ponerla a disposición, donde todos podamos descubrirla, disfrutarla y darle nueva vida”, sostiene la universidad.  Este acontecimiento recae sobre  The Sun Also Rises, traducida como Fiesta al español. La buena nueva permite que la novela se pueda compartir, reutilizar y mostrar de forma legal, sin permiso ni costo. El cambio tiene otra consecuencia que beneficia directamente a la obra: facilita su preservación.


Dice Juan Villoro en el prólogo de Fiesta: “Hemingway crea el ícono del escritor simpático y juerguista, accesible a los temas comunes pero dispuesto a la reflexión intelectual”.  Por entonces, cuando Ernest galopaba por las calles de París, había un escritor dispuesto a llevarse todo por delante, capaz de desafiar cualquier crítica y seguro de sí mismo. El impacto que causó la novela y las críticas de todo orden, era lo que le gustaba a Hemingway. Despertar la polémica y decir que había llegado a la literatura un nuevo genio.

Los propios padres de Ernest lo criticaban. Grace, su madre, en una carta definió el libro como “uno de los más sucios del año”. En cambio, el famoso crítico Edmund Wilson, calificó la novela como la mejor de la generación Hemingway.

En toda esta marea de opiniones, aparece la crítica de Virginia Wolf, en el New York Time. El gigante tiembla porque la escritora reconoce el valor de la novela pero advierte que la  “autovirilidad demasiado complaciente limite la calidad de la misma”.

La novela arranca con una advertencia: “Ningún personaje en este libro es el retrato de persona real alguna”. Ernest se ataja de cualquier demanda y no es casual, porque en “Aquellos días sucedieron cosas que sólo podían haber pasado durante una fiesta”.



Hemingway quiere salir de esa formación victoriana y orina en cualquier parte. Sobrevalora a los toreros, protege a las prostitutas, no quiere pagar lo que consume, se toma a las trompadas a cada rato y se ríe del amor y las mujeres. Un modelo de masculinidad que hoy lo condenaría a la hoguera.

¿Cómo redondear esto cuando estamos golpeados por el Coronavirus y tapados con el barbijo?

Tal vez midiendo que Fiesta es parte de un tiempo de abusos y contradicciones, que Ernest quería encender la mecha y alterar a la sociedad, derramar vino y sangre, Mostar sin anestesia la angustia de una generación -perdida-, la vida de un grupo de americanos e ingleses exiliados en París, quienes huían de sus miserables destinos.

Con el tiempo, Fiesta sigue siendo una gran novela.