Hemingway,
Córdoba y Unamuno
Conocí
y hablé con Hemingway dos veces. La primera fue en noviembre de 1956
en Córdoba, concretamente en el bar que regentaba Doña María,
justo enfrente de la Mezquita y cuando yo estudiaba 3º de Magisterio
en la Escuela Normal. Me había ido aquella mañana, como otras
muchas, a pasear y leer al Patio de los Naranjos y estaba en ese
momento enfrascado con la novela Fiesta, aunque ya había leído El
viejo y el mar. A eso de la una salí por la Puerta del Perdón y al
pasar por delante del bar de enfrente vi que entraba, ¡Dios!, el
mismísimo Ernest Hemingway y ni corto ni perezoso lo abordé para
pedirle que me dedicase su novela. --Bueno, muchacho, espera, primero
vamos a saludar a Doña María y a sentarnos-- me dijo cariñoso
--¿Sabes tú que Doña María hace los mejores boquerones en vinagre
del mundo? Anda, ven, que mientras te firmo vas a probarlos tú
también.
Y
así sucedió. Porque a Doña María le faltó tiempo para ponerle
sobre la mesa varias raciones de sus boquerones en vinagre y una copa
de aquel vino, mezcla de Pedro Ximenez y un fino de Montilla, que era
la tentación y el mejor anzuelo de la casa. O sea, que gracias al
escritor americano descubrí yo la «obra maestra» de Doña María
(andando el tiempo llegué a ser amigo de aquella gran mujer y un
forofo divulgador de sus boquerones por toda España).
La
segunda vez que le vi fue ya en Madrid, en noviembre de 1960. Andaba
yo ya tratando de vivir del periodismo, aunque todavía no era
periodista (obtendría el titulo 4 años más tarde) cuando un día
leí en las páginas de Pueblo que Hemingway estaba en Madrid y se
hospedaba en el hotel Palace... Y allí me fui sin pensarlo dos
veces. ¡Una entrevista con Hemingway la publicaría cualquier
periódico al que la llevase!
Y
nada más entrar, en una mesa de la gran Rotonda le vi, estaba solo y
con un whisky entre las manos. Me acerqué a él y curiosamente nada
mas verme dijo:
--¡Anda,
mira quién está aquí! ¿No eres tu aquel joven que comió conmigo
boquerones en vinagre en casa de Doña María?
--Pues,
sí, Señor Hemingway.
--Déjate
de tonterías muchacho, quien haya comido conmigo los boquerones de
Doña María ya es amigo mío. Llámame Ernesto a secas.
Y
yo le expliqué mi pretensión de hacerle una entrevista, aunque
primero fue él quien me interrogó sobre mi vida y mi presencia en
Madrid. Sólo entonces, y tras un sorbo de whisky, dijo:
--¿Y
qué quieres saber de mí?
--Todo,
Don Ernesto, su vida y su obra son apasionantes.
Y
aquel hombre fuerte, robusto, más alto que la media de los hombres
españoles, aunque ya se le notaba algo cascado (tenía ya 57 años y
fama de estar alcoholizado) me abrió su vida y me contó sus
múltiples aventuras periodísticas, desde la Primera Guerra Mundial
hasta la Segunda, sin olvidar la Guerra Civil de España y su novela
¿Por quién doblan las campanas? En un momento dado le pregunté:
--¿Y
para usted, D. Ernesto, cuál es la novela más importante que se ha
escrito?
--¡Ah,
amigo Julio, eso depende de donde estés! --y al ver la cara de
sorpresa que yo ponía se echó a reír--. Sí, hombre, no te
alarmes, verás: si estoy en París diría que la Madame Bovary de
Flaubert; si estoy en Londres, diría que el Ulises de Joyce; si
estoy en Moscú diría que Crimen y castigo de Dostoievski; si estoy
en mi país diría que Las uvas de la ira, de Steinbeck... pero como
estoy en Madrid te diré que la mejor novela que se ha escrito es El
Quijote de Cervantes... Ojo, pero hay algo que no hay en ninguna de
esas novelas ni en ninguna otra que yo haya leído
--¿Y
eso, don Ernesto, qué es? -- dije yo bastante sorprendido
Entonces
aquel «grandullón» se levantó, cogió una carpeta de cuero grande
que tenía en otra silla de la mesa, la abrió y de ella extrajo un
ejemplar de la Niebla de Unamuno y dijo:
--Ten,
muchacho, busca el capítulo XXXI y lee esas páginas... Y entonces
sabrás lo que es escribir. ¡Porque yo no he leído en mi vida nada
parecido!
Yo
tomé el ejemplar que me alargaba y con cierto nerviosismo busqué el
capítulo que me indicaba y leí varias páginas con verdadera
fruición mientras él encendía un puro y pedía al camarero otro
whisky. (Se adjunta el texto íntegro del capítulo XXXI en la web
www.diariocordoba.com).
Sin
embargo, lo más gracioso de aquella entrevista fue que cuando
terminamos y ya me iba a marchar me sorprendió.
--Oiga,
Señor Merino, no me voy de España sin comer otra vez los boquerones
de Doña María. Pienso ir hasta Córdoba mañana o pasado. No se
puede uno ir de España sin visitar la Mezquita ni hartarse de «los
boquerones en vinagre» de Doña María. Así que si quieres te
vienes conmigo.
Y
aunque parezca mentira hasta Córdoba me vine con Hemingway el 10 de
noviembre de aquel año de 1960... Sólo para comer los boquerones en
vinagre de Doña María. Poco después se suicidó en Idaho (EEUU,
1961) de un tiro en la boca.
Julio Merino / para el diario Córdoba de Andalucía / www.diariocordoba.com / Periodista y miembro de la Real Academia de Córdoba.