Sunday, December 12, 2021

LA LEYENDA DEL VINO

 

 



LA LEYENDA DEL VINO

 

“El vino de Rioja, y en concreto el de Paternina, era el que más le gustaba del mundo” Valerie Danby-Smith

 

 

Todos lo sabían. Todos callaban. Todos fueros cómplices. La orden debía cumplirse sin ninguna protesta. René Villarreal estaba convencido de que Papa, una tarde calurosa lo sorprendería con la botella de vino en la mano y le ordenaría descorcharla para que ese huracán de sabor mágico lo desmayara.

 

 Mary Welsh, por indicación del médico José Luis Herrera Sotolongo, había limitado el consumo de alcohol en Finca Vigía. El compañero español que Ernest conoció en Paracuellos de Jarama, no se cansaba de insistir: “Hemingway podía vivir 90 años a pesar de su colección de heridas en el cuerpo”. Sin embargo, a Mary no le resultaba fácil sostener su tarea. Ernest siempre se las ingeniaba para quebrar el pacto de disminuir la cuota etílica diaria y se embravecía cuando la voz tenue de su esposa le negaba la bebida.

 

José Herrera, el “Pichilo”, quien cuidaba el jardín y preparaba celosamente los gallos de riña para el domingo, siempre tenía a mano una petaca que Ernest le había regalado. Cuando Papa hacía su recorrido y miraba los gallos, el “Pichilo” lo invitaba a calentar la garganta. Todo, claro está, quedaba en secreto, en una suerte de pacto, en un código de caballeros.

 

El primer intento de descorchar la botella de vino de la bodega Paternina fue cuando Hemingway recibió la triste noticia sobre la muerte de Adrienne Monier, el 18 de junio de 1955. Ernest permaneció sentado en el sillón de la sala, en total silencio, y después de una hora de reflexión lo llamó a René Villarreal. Minutos más tarde, su fiel asistente regresaba con la botella de vino de La Rioja. En el camino se interpuso Mary, quien desbarató la intentona, mientras resonaba el insulto en todo el ámbito silente de la casa: “¡Zorra, se acaba de suicidar Adrienne y yo quiero brindar por ella!”.

 

 La segunda embestida sobrevino después de haber pasado por “El Floridita”. Hemingway había bebido demasiado junto a Spencer Tracy y un grupo de amigos. El actor, vestido de elegante traje oscuro, ya cansado, se disculpó ante la rubia que lucía en su cuello el collar de perlas de dos vueltas y se fue al hotel. El novelista, con su guayabera blanca manchada del Bloody Mary que su esposa volcó sobre la barra, sólo quería llegar a Finca Vigía para terminar la noche matando al vino sagrado. Parecía escrito que el norteamericano no podía encontrar el momento propicio para darse el placer de degustar el caldo español en su boca. Quince meses después, Papa salía con la suya y regresaba a España. A esa tierra donde se mezclaban afectos y desencuentros, donde había nacido un amor imposible que nunca terminaba de concretarse. Papa siempre decía que amaba España y de ello no cabía duda. Desde 1923 se alimentaba con esa pasión. Todo era un ida y vuelta.

 

Ernest trotaría de forma interrumpida hasta 1931. Hecho un remolino, volvería durante el transcurso de la Guerra Civil, ganando prestigio como corresponsal bélico. Había entonces muchos sentimientos cruzados. Tío Ernesto tenía amigos en los dos bandos pero apoyó febrilmente a la República convencido de que el triunfo de los fascistas sería un peligro para toda Europa. Hemingway regresaría a su tierra adoptiva en 1953 y luego, casi como una obligación, retornaría en 1954, 1956, 1959 y 1960.

 




Papa arribará a la península aquel setiembre de 1955 y conocerá a Antonio Ordóñez luciendo su aureola de Premio Nobel. Primero hará una parada en Logroño, justificando su presencia en las Fiestas de la Vendimia y luego se entusiasmará con el triunfo de su adorado diestro. Pero lo suyo era la comunión con el vino. En esa aventura que Mary Welsh la vivía como tragedia, el torero y el escritor cortaron la cinta de la felicidad sumergidos en los calados centenarios de la Bodega Fernando Paternina. Allí cataron los vinos envejecidos y volaron junto a los duendes que acompañaban la ceremonia. Fueron momentos fuertes, intensos, de mutua confiabilidad, donde el tiempo parecía un espacio vacío.

 

Las horas vividas quedaron marcadas como tatuaje en la piel. Hemingway sólo debía cumplir con un viejo anhelo: encontrarse con Ted Allan, el escritor judío canadiense con quien había compartido los angustiantes días de la Guerra Civil. No se reunieron. De todos modos, Papa comprometió a su amigo para que visitara su residencia en Cuba y allí domaran la botella de vino riojano que Ava Gardner le había regalado. Pero esto tampoco sucedió.

 

El último intento de vencer a la derrota fue en octubre de 1959, a su regreso de España. Hemingway había hecho una parada en Nueva York, antes de regresar a Finca Vigía, donde esperaba la llegada de Antonio Ordóñez y su mujer Carmen. Todos juntos viajarían hasta Ketchum, para visitar la casa que sería el lugar del triste final del escritor.

 

 

A principios de enero de 1960, Mary y Ernest volverían a la vida tranquila de Finca Vigía. No sería por mucho tiempo. Todo indicaba que se iniciaba un período tormentoso. Antes de partir de la residencia donde Papa retuvo el baúl de sus sueños, habló un largo rato con su amigo más cercano, con su último confidente.

 

Nunca Hemingway pensó en el adiós definitivo. Siempre creyó que regresaría. Su corazón continuaría latiendo en La Habana mientras los vientos alisios siguiesen acariciándole el rostro.

 

Después de aquella reunión cumbre, la botella de vino Paternina quedó en manos de René Villarreal. Por años la guardó celosamente. Hoy la custodia en cofre de oro Raúl Villarreal, el hijo del mayordomo de Ernest Hemingway.

 

El tiempo tiene la última palabra.





Ya pasaron unos cuantos años (2011), desde  que este cuento fuera finalista del Concurso de Relatos Cortos Paternina, organizado por la Bodega Paternina sobre El mundo del vino y el universo Hemingway. La bodega de Logroño convocaba, por entonces, a los escritores al certamen Tinta, Sangre y Vino. La leyenda del vino fue uno de los 10 finalistas. El próximo mes de febrero, en una edición limitada, los trabajos volverán a publicarse. Una vez más, Hemingway delira.

Wednesday, November 24, 2021

CUATRO ESCRITORES Y UNA ESCOPETA

 



Es muy difícil despegarse de la figura de Hemingway. Pasan las generaciones de escritores y siempre el duende dormido de Ernest reaparece. Alguien lo trae y distrae al resto. Ésa es la magia de haber terminado en leyenda, en ejemplo de una memoria frágil y saturada de emociones. 

No pasa lo mismo con otros escritores de su generación. El “sello Hemingway” sigue latiendo y marcando la hora de muchos armadores de historias.




Dice Vargas Llosa: “En verdad, fue siempre un hombre torturado, con manías curiosas, como guardar todas las entradas de las corridas a las que asistió y todos los pasajes - de avión, tren y autobús- de los viajes que hizo por el ancho mundo, con períodos de paralizante depresión que trataba de conjurar con borracheras”. Nada nuevo para un ser que se dio todos los gustos y cuando supo que su mano temblaba y el whisky se derramaba antes de llegar a su boca, tomó la decisión de no esperar a la puta muerte y salió a su encuentro.

Desde ese momento, el mito se abrió como flor en primavera y hasta hoy nadie quiere reconocer que Ernest se fue sin pasaporte. Pero también como cada primavera, florecen historias, cuentos y relatos que confirman la vigencia del norteamericano.



Acaba de aparecer en este aspecto, 
La escopeta de Hemingway, un libro de 88 páginas que reúne los relatos de cuatro españoles dispuestos a homenajear a Ernest.

Juanjo Braulio, Paco Gómez Escribano, Jordi Ledesma y Pablo Miravet, toman como punto de partida el suicidio y resuelven recrear historias que atan a lugares comunes que frecuentó el novelista en España.

Cada uno de los autores tiene una amplia trayectoria y esta idea de la editorial valenciana Calambur y su director Sebastiá Benassar, suma a la biblioteca Hemingway de un material que seguramente será reconocido por el público y los fanáticos de Papa.



No dejen pasar el tiempo y aseguren su compra, bien vale encontrarse con uno de mayores escritores del siglo XX.

 

Monday, October 04, 2021

LOS PREMIOS DE HEMINGWAY

 



Hélène Goffart se lleva el Premio Literario Hemingway


 

La  novela “Les liens du groupe sanguin” (Los vínculos del grupo sanguíneo), firmada por Hélène Goffart, ha sido galardonada con el Premio Literario Hemingway. La autora recogió el premio, dotado en 4000 euros, el pasado 17 de septiembre en el ruedo de la plaza de toros de Nîmes. Nacida en 1976 en Brusselas, Hélène Goffart es docente y trabaja para la Cruz Roja en Bélgica. Es autora del romance «”Entre deux temps” (Entre dos tiempos), publicado por la editorial Sarah Arcane, así como de otras novelas. Ya fue en dos ocasiones finalista del Premio Hemingway. Este premio recompensa cada año una novela de temática taurina. Este año fueron más de cien las novelas recibidas de Francia pero también de España, Bélgica, Inglaterra, Israel, Canadá, Argentina, Suiza, Gabón, Estados Unidos, Alemania, Senegal, Chile y Venezuela. La novela ha sido publicada por la editorial “Au diable vauvert” y recoge otros textos ganadores de este premio, a cargo de Mónica Bascón Gómez, Samuel Bobin, Luc Dayou, Constance De Saint Rémy, Alexander Fiske-Harrison, Michel Gardère, Fernando Martínez López, Pierre Pirotton, Jean Pouëssel, Miguel Sánchez Robles y Christophe Siébert.


Al  margen de la feria, la premiada conoció la noticia, la tarde del viernes 17 de septiembre, justo después de la corrida, en el centro de la pista. Hélène Goffart recibió el XVII Premio Hemingway, de manos de Élise Thiébaut, la primer mujer en obtener el  galardón.





 

 

Sunday, September 19, 2021

AUSTER, CRANE Y HEMINGWAY

 


 

Hace pocas semanas, Paúl Auster, presentó en sociedad, su nuevo trabajo literario. No es una novela, tampoco un ensayo y menos aún, una calculada biografía de uno de los rebeldes de la literatura norteamericana: Stephen Crane (1871-1900). Redescubrir a Crane tiene su mérito porque fue  un desclasado del  círculo privilegiado de autores que a la sociedad norteamericana no le atraía. En general, eso de ser rebelde y poco aferrado al sistema, molestaba al círculo académico de intelectuales de la época. Auster sentencia que Crane fue el “Mozart de la literatura americana” y, para demostrarlo, le dedica 1.033 páginas en su libro La llama inmortal de Stephen Crane. La vida de Crane es una novela de ficción: aventurero, periodista, seductor, enamoradizo, corresponsal de guerra, sobreviviente de un naufragio, amigo de Joseph Conrad, H.G. Wells, Henry James, casado con la dueña de un burdel y muchas cosas por la que atravesó en tan solo 28 años de vida. Pero este espacio, no es para hablar de Auster, si, en cambio, de una declaración picante suya: Sin Crane, posiblemente no habrían existido Ernest Hemingway o Francis Scott Fitzgerald. Cuando digo que el libro de Auster no es una biografía, me remito a la reseña escrita en 1923 por Thomas Beer, donde el autor fantasea más de la cuenta. Cuando Auster tira esta bomba de las comparaciones, lo que hace es ejercitar la polémica




Pongamos las cosas en su debido lugar, sin apasionamiento, con cautela. La única obsesión de Hemingway  fue moldear un estilo, hacer su propio mercado, conquistar al público y mantenerlo atrapado. Esta tarea sobrepasaba lo literario, lo intelectual. Necesariamente hacía falta tener  una comprensión del ser norteamericano, y Hemingway advirtió que era viable componer el personaje triunfante: traje de safari, piel curtida por el sol, cartucheras, fusiles, gorras de visera, tabaco, alcohol y mujeres por doquier. Una cuota de pedantería, una pizca de morbosidad, un toque de atrevimiento popular y marginal, un poco de violencia, más mentiras que verdades, un gesto solidario y todo puesto en bandeja con seducción y caradurismo. Claro, esto no era novedad, Crane se había adelantado y es tal el paralelismo entre las vidas de ambos que pecaríamos de inocentes si no lo advirtiéramos. Los dos se iniciaron  en las letras como periodistas, ambos fueron corresponsales de guerra y viajeros. Cayo Hueso y Cuba contra Europa y la guerra greco-turca. Los dos amantes del peligro, educados por  madres autoritarias y padres golpeadores. Inculcados con la religión metodista. Comenzaron a escribir a los 5 años. El crudo relato fue parte de su literatura, Renegados de las universidades, los dos con marcadas depresiones. Poseedores ambos de una prosa limpia, clara y objetiva. Pero como ya había dicho antes, en Hemingway las cosas no fueron tan simples como aparentan. En él había un ser dividido, a la vez agua y aceite. Todo junto y separado en un solo ser. Está aquel de su juventud, el sensible, generoso, valiente; el que se mezcla con la generación del 17, que deja todo y marcha a Europa para “hacer la guerra que termine con la guerra”, como bien marca el entonces presidente norteamericano, Thomas Woodrow Wilson. Ese Hemingway que  en los años 30 y 40 inspiró a los jóvenes escritores de todo el mundo, quienes lo imitaron hasta el hartazgo, copiaron sus cuentos y  deglutieron sus novelas. Pero también está el otro, el sobrador, el bravucón, el descalificador, el violento, el paranoico. Y aquí es donde se abren las distancias. Mientras que Whitman y Twain, a medida que pasan los años, crecen en popularidad y con ellos el modelo de prototipo americano, en Hemingway se advierte lo contrario. Los jóvenes que lo admiran comienzan a odiarlo, deplorando su vanidad y prepotencia, su conducta machista que impulsa al escritor Isaac Rosenfeld a relacionarlo con “el mito del macho americano (…), por su apoteosis de componente vigoroso, tenso e impulsivo de la virilidad”.




Crane no es el modelo de Hemingway, Crane fue un profeta con una literatura de emergencia. Decía: “Todo pecado es el resultado de una colaboración”. En su corta vida, la enfermedad lo dejó fuera de juego y fuego. Hemingway terminó sus días golpeado por la impotencia. Entre Crane y Hemingway hay un hilo. Auster  refresca una frase de Crane que bien vale repetirla: “El éxito me ha decepcionado”. Hoy, ante tanta literatura de pantalla fácil, no podemos descartarla.







Tuesday, August 31, 2021

LAS HORAS DE HEMINGWAY

 


Alguna vez me hablaron sobre la coquetería de Ernest ¿Por qué no?, tenía todo para seducir y de hecho, un buen cronómetro en su muñeca, impactaba. Hoy un reloj no encierra importancia alguna… ¿está chequeado? Con la llegada de los celulares, pasaron de moda, dicen algunos, pero no es verdad. Cierta estética, en determinados ámbitos, da un aire de poder y crédito impensado. Ernest fue  un hombre complejo y fascinante en partes iguales, y en lo segundo, tiene mucho que ver su capacidad para apreciar las cosas buenas y transmitirlo a través de su prosa. Cuando pedimos un Dry Martini hecho como dios manda en una buena barra, no podemos menos que acordarnos de Frederic Henry, el protagonista de Adiós a las armas, quien acudía a este cóctel para sacudirse la barbarie de la guerra: “No había probado algo tan fresco y limpio. Me hizo sentir civilizado de nuevo”.

 Y Hemingway, por supuesto, era aficionado a los buenos relojes. A lo largo de su vida llevó varios, pero se destacaba especialmente dos Rolex Oyster Perpetual y un Hamilton con una inscripción detrás, que le regaló Ava Gardner cuando ambos estaban en España.

 


Los Rolex de Hemingway eran tan significativos para él, que quiso dejar constancia de ellos en su obra. Concretamente, dice en Al otro lado del río y entre los árboles (1950):

“¿Crees que se puede romper? En ese caso, vendré para estar contigo y cuidar de ti". “Sólo es un músculo”, dijo el coronel. “Pero es el músculo principal. Funciona perfectamente, como un Rolex Oyster Perpetual. El problema es que no se lo puedes enviar a un representante de Rolex cuando deja de hacerlo. Cuando se para, no sólo tienes un problema para saber qué hora es. Simplemente estás muerto”.

En el cuento Los asesinos, la referencia al reloj está presente en este párrafo:

“George miró el reloj. Eran las seis y cuarto. La puerta de la calle se abrió. Entró un conductor de tranvía.

—Hola, George —dijo—. ¿Puedo cenar?

—Sam salió —dijo George—. Volverá en una media

hora.

—Entonces mejor voy calle arriba —dijo el conductor. George miró el reloj. Eran las seis y veinte.

—Esto estuvo bien, chico listo —dijo Max—. Eres

un verdadero caballerito.

—Sabía que le volaría los sesos —dijo Al desde la

cocina.

—No —dijo Max—, no se trata de eso. Chico listo

es amable. Es un chico amable. Me cae bien.

A las seis cincuenta y cinco George dijo: “No va a

venir”.

 Lamentablemente, buscar ayuda sobre los relojes Rolex propiedad de Hemingway en la Biblioteca Presidencial John F. Kennedy en Boston, no dio nueva información sobre estos relojes específicos. No encontraron ningún reloj Rolex en su Ernest Hemingway Archieve. Los únicos tres relojes enumerados por ellos, son los siguientes:

1. Joyas. Reloj de bolsillo. Oro, metal, vidrio. Reloj de bolsillo dorado con esfera de segundero. La placa frontal de vidrio está rota. MO 2002.29

2.Joyas. Reloj de bolsillo. Plata. Reloj de bolsillo plateado  en el reverso y "Willoughby A. Hemingway, 25 de diciembre de 02" inscrito en el reverso interior. Falta la placa frontal. MO 2002.29.3

 3. Joyas. Mirar. Metal, plástico. Reloj de pulsera suizo de 1 ½ pulg. Con tapa de plástico. Falta la muñequera. MO 2002.23.2

Otro reloj interesante, propiedad de Hemingway,  es el reloj de bolsillo Hamilton de 1906 que la actriz Ava Gardner le regaló a Hemingway por su 55 cumpleaños en 1954.

 


Pucci Papaleo es escritor, comisario de subastas y uno de los mayores eruditos en el proceloso mundo de los cronógrafos históricos de Rolex. Ha visto más Daytonas antiguos de Rolex de los que el resto veremos en nuestras vidas. Por eso le apodan Mr. Daytona. Este personaje dice ser el poseedor de uno de los Rolex de Hemingway. Lo compró en una subasta y nunca dijo en público cuanto pagó por el cronómetro. Solo se conoce como referencia que su cuarta esposa, Mary Welsh, lo donó con un fin benéfico.

Su empresa, Pucci Papaleo Editions, publica catálogos y libros como Daytona Perpetual Special 999, una edición limitada de 999 ejemplares numerados y firmados que contiene 541 imágenes originales, pesa 9,5 kilos y se vende por 4.300 euros.

Mentes creativas y relojes increíbles parecen ir de la mano. Ernest Hemingway era un hombre de Rolex hasta la médula. El premio Nobel poseía varios modelos, incluyendo un Bubbleback de los años 40 y un Oyster Perpetual de oro de 18 quilates con correa de cuero de los años 50. A pesar de su lealtad a la marca suiza, Hemingway no pudo rechazar el sorprendente reloj de bolsillo Hamilton de 1906 que recibió como regalo de la actriz Ava Gardner por su 55º cumpleaños en 1954.

En 1942, la firma estadounidense Hamilton, dejó de producir relojes para los consumidores y centró su tarea en abastecer a las Fuerzas Armadas americanas. Fabricaron más de un millón de unidades que fueron destinadas a los soldados, incluidos relojes de pulsera y cronómetros marinos. Además, recibieron el premio "E" de la Armada, por la excelencia en la producción. Uno de esos relojes ocupó la muñeca de Hemingway. Pero hay otra historia, Hadley Richardson, su primera esposa, que convivió con Ernest desde setiembre de1921 hasta marzo de 1927, le había regalado, para el casamiento, el reloj Hamilton de su padre. Cuando comienza el vínculo con Pauline Pfeiffer, su segunda mujer, ella le obsequia un Vacheron et Constantin. Un modo de marcar, además de la hora, el nuevo terreno amoroso.

El Rolex de Hemingway, el Oyster Perpetual sigue siendo uno de los estandartes de la manufactura hoy en día y símbolo de un estilo universal y clásico. Nacido en 1926, fue el primer reloj de pulsera hermético del mundo y la fundación sobre la cual Rolex ha basado su reputación. Puede adquirirse versión actual en acero y caja de 39 milímetros por 5.400 €. 

Cuando pensamos en el espíritu estadounidense, inmediatamente nos vienen a la mente dos nombres: Hamilton y Schott NYC. Ambas fueron elegidas por el ejército de Estados Unidos por su excelencia y fiabilidad, y proporcionaron los mejores relojes y cazadoras a los pilotos durante la Segunda Guerra Mundial, convirtiéndose así en símbolos del estilo militar de la década de 1940, representativos de la esencia del sueño americano.

Hamilton logró hacerse un nombre garantizando precisión durante los albores de los ferrocarriles estadounidenses gracias a su destreza y fiabilidad, y estas mismas cualidades permitieron a Schott NYC forjar su reputación y conquistar a sus fieles seguidores.




Las muñecas de los famosos siguen luciendo buenos relojes. El concepto de imagen y marca nunca se perdido. Hoy los embajadores famosos no reniegan de las joyas. Roger Federer, desde 2006, luce distintos modelos de Rolex. Paúl Newman era un fanático de la marca y especialmente del Daytona. En 2017 su propio Paúl Newman Daytona se vendió en una subasta de Phillips, por 17,8 millones de dólares. La estrella del pop Lady Gaga lleva un Tudor Royal de dos tonos con marcadores de diamantes y David Beckham un Tudor Royal Blue. El recordado Steve McQueen usaba un TAG Heuer Mónaco. James Bomd en la película de 1973 Vive y deja morir llevaba un Hamilton Pulsar P2 2900.  En la segunda mitad de la década de 1970 y en la de 1980 los relojes utilizados por el espía eran Seiko. En La espía que me amó de 1977, Bond lució un Seiko 0674 5009.26. En la nueva entrega de la saga cuyo estreno se aplaza por lo menos al otoño, cargará un Seamaster 300 M 007 Edition de Omega. Como sucede desde hace 25 años. Todos tendrán que esperar al estreno tantas veces pospuesto de esta película en que Daniel Craig se despide (para siempre) del agente, pero los locos de los relojes ya pueden lucir su exclusivo reloj en la muñeca.

Diego Maradona siempre llevó dos relojes. Uno en cada muñeca. Sabía que existen modelos que atendían diferentes husos horarios y podía permitírselos. Y eso, llevar dos relojes, en los últimos tiempos dos Hublot, siempre le caracterizó.

Entusiasta de la alta relojería, durante su etapa en el Nápoles solía llevar un Rolex en cada muñeca.  Se aseguraba así conocer la hora en el lugar donde estaba pero también en su tierra natal. En 2010, cuando fue nombrado seleccionador de Argentina, se pasó a Hublot. O, mejor dicho, la firma lo escogió como perfecto embajador a lo que él respondió agradecido. "Hublot es único, las otras firmas se han quedado en otro tiempo", repetía el futbolista recientemente fallecido.

 


Ante tanta banalidad y cierto crédito emocional, recapacitemos y digamos que el tiempo (del latín tempus) es una magnitud física con la que se mide la duración o separación de acontecimientos. ... El tiempo permite ordenar los sucesos en secuencias, estableciendo un pasado, un futuro y un tercer conjunto de eventos ni pasados ni futuros respecto a otro.

Mientras tanto, la vida pasa.

Tuesday, August 24, 2021

EL VINO DE HEMINGWAY

 


En la vida de un vino, nueve años no es nada. Nueve años después de aquella experiencia literaria que me tuvo como finalista, donde participaron más de 300 obras de todo el mundo. No era solo un concurso. Me entusiasmaba  la idea de conocer la bodega donde Hemingway había vivido buenos momentos  y documentar un poco más sobre la histórica visita. Eso fue en setiembre de 1956. Pasaron 65 años. Me hubiera encantado tener el privilegio de visitar los calados centenarios de la bodega “Conde de los Andes”, en Ollauri. El justificativo era un relato que participara del concurso y disfrutar las fotografías expuestas de la muestra “Tinta, Sangre y Vino”. Bien, manos a la obra. Así nació La leyenda del vino, un cuento corto que hoy vuelvo a reproducir en este espacio. Durante varios días de la cuarentena estuve tentado en descorchar la botella de vino de la bodega Paternina y beber ese licor riojano. Me dije: ¡Hasta cuándo esperar…¡ Así fue, en un arrebato tomé la decisión y llené la copa.

Brindo por el recuerdo, las emociones, la vida, y les dejó el cuento para que lo sueñen conmigo.¡Salud!.





LA LEYENDA DEL VINO

“El vino de Rioja, y en concreto el de Paternina, era el que más le gustaba del mundo” Valerie Danby-Smith

Todos lo sabían. Todos callaban. Todos fueros cómplices. La orden debía cumplirse sin ninguna protesta. René Villarreal estaba convencido de que Papa, una tarde calurosa lo sorprendería con la botella de vino en la mano y le ordenaría descorcharla para que ese huracán de sabor mágico lo desmayara

 Mary Welsh, por indicación del médico José Luis Herrera Sotolongo, había limitado el consumo de alcohol en Finca Vigía. El compañero español que Ernest conoció en Paracuellos de Jarama, no se cansaba de insistir: “Hemingway podía vivir 90 años a pesar de su colección de heridas en el cuerpo”. Sin embargo, a Mary no le resultaba fácil sostener su tarea. Ernest siempre se las ingeniaba para quebrar el pacto de disminuir la cuota etílica diaria y se embravecía cuando la voz tenue de su esposa le negaba la bebida.

 José Herrera, el “Pichilo”, quien cuidaba el jardín y preparaba celosamente los gallos de riña para el domingo, siempre tenía a mano una petaca que Ernest le había regalado. Cuando Papa hacía su recorrido y miraba los gallos, el “Pichilo” lo invitaba a calentar la garganta. Todo, claro está, quedaba en secreto, en una suerte de pacto, en un código de caballeros.

 El primer intento de descorchar la botella de vino de la bodega Paternina fue cuando Hemingway recibió la triste noticia sobre la muerte de Adrienne Monier, el 18 de junio de 1955. Ernest permaneció sentado en el sillón de la sala, en total silencio, y después de una hora de reflexión lo llamó a René Villarreal. Minutos más tarde, su fiel asistente regresaba con la botella de vino de La Rioja. En el camino se interpuso Mary, quien desbarató la intentona, mientras resonaba el insulto en todo el ámbito silente de la casa: “¡Zorra, se acaba de suicidar Adrienne y yo quiero brindar por ella!”.



 La segunda embestida sobrevino después de haber pasado por “El Floridita”. Hemingway había bebido demasiado junto a Spencer Tracy y un grupo de amigos. El actor, vestido de elegante traje oscuro, ya cansado, se disculpó ante la rubia que lucía en su cuello el collar de perlas de dos vueltas y se fue al hotel. El novelista, con su guayabera blanca manchada del Bloody Mary que su esposa volcó sobre la barra, sólo quería llegar a Finca Vigía para terminar la noche matando al vino sagrado. Parecía escrito que el norteamericano no podía encontrar el momento propicio para darse el placer de degustar el caldo español en su boca. Quince meses después, Papa salía con la suya y regresaba a España. A esa tierra donde se mezclaban afectos y desencuentros, donde había nacido un amor imposible que nunca terminaba de concretarse. Papa siempre decía que amaba España y de ello no cabía duda. Desde 1923 se alimentaba con esa pasión. Todo era un ida y vuelta.

 Ernest trotaría de forma interrumpida hasta 1931. Hecho un remolino, volvería durante el transcurso de la Guerra Civil, ganando prestigio como corresponsal bélico. Había entonces muchos sentimientos cruzados. Tío Ernesto tenía amigos en los dos bandos pero apoyó febrilmente a la República convencido de que el triunfo de los fascistas sería un peligro para toda Europa. Hemingway regresaría a su tierra adoptiva en 1953 y luego, casi como una obligación, retornaría en 1954, 1956, 1959 y 1960.

 Papa arribará a la península aquel setiembre de 1955 y conocerá a Antonio Ordóñez luciendo su aureola de Premio Nobel. Primero hará una parada en Logroño, justificando su presencia en las Fiestas de la Vendimia y luego se entusiasmará con el triunfo de su adorado diestro. Pero lo suyo era la comunión con el vino. En esa aventura que Mary Welsh la vivía como tragedia, el torero y el escritor cortaron la cinta de la felicidad sumergidos en los calados centenarios de la Bodega Fernando Paternina. Allí cataron los vinos envejecidos y volaron junto a los duendes que acompañaban la ceremonia. Fueron momentos fuertes, intensos, de mutua confiabilidad, donde el tiempo parecía un espacio vacío.



 Las horas vividas quedaron marcadas como tatuaje en la piel. Hemingway sólo debía cumplir con un viejo anhelo: encontrarse con Ted Allan, el escritor judío canadiense con quien había compartido los angustiantes días de la Guerra Civil. No se reunieron. De todos modos, Papa comprometió a su amigo para que visitara su residencia en Cuba y allí domaran la botella de vino riojano que Ava Gardner le había regalado. Pero esto tampoco sucedió.

 El último intento de vencer a la derrota fue en octubre de 1959, a su regreso de España. Hemingway había hecho una parada en Nueva York, antes de regresar a Finca Vigía, donde esperaba la llegada de Antonio Ordóñez y su mujer Carmen. Todos juntos viajarían hasta Ketchum, para visitar la casa que sería el lugar del triste final del escritor.

 A principios de enero de 1960, Mary y Ernest volverían a la vida tranquila de Finca Vigía. No sería por mucho tiempo. Todo indicaba que se iniciaba un período tormentoso. Antes de partir de la residencia donde Papa retuvo el baúl de sus sueños, habló un largo rato con su amigo más cercano, con su último confidente.

 Nunca Hemingway pensó en el adiós definitivo. Siempre creyó que regresaría. Su corazón continuaría latiendo en La Habana mientras los vientos alisios siguiesen acariciándole el rostro.

 Después de aquella reunión cumbre, la botella de vino Paternina quedó en manos de René Villarreal. Por años la guardó celosamente. Hoy la custodia en cofre de oro Raúl Villarreal, el hijo del mayordomo de Ernest Hemingway.

 El tiempo tiene la última palabra.

José María Gatti

* René Villarreal y Raúl Villarreal están hoy en el universo de los sueños, junto a Ernest Hemingway. La botella de vino espera. Así es el destino.

Friday, July 23, 2021

HEMINGWAY SIN ANESTESIA

 



Ken Burns, el afamado documentalista americano, se metió en la vida de Hemingway y logró un extraordinario documental de seis horas que ya ganó la pantalla de la TV pública de Estados Unidos. Todavía no estrenado en Argentina, el trabajo producido por Ken Burns y Lynn Novick, es un revelador film que en seis horas sacude al espectador con un Hemingway que se escapa de la biografía.

Dice en la entrevista que le realizara The Guardian al artífice del documental: “Sentí que la súper vida de Hemingway era una máscara".

La miniserie transmitida por la señal pública norteamericana PBS, en abril pasado, apunta a la deconstrucción del mito Hemingway. Dividida en tres partes sobre un total de seis horas, Hemingway es una obra que deja un aporte significativo para el inquieto lector, sobre uno de los mayores escritores del siglo XX.

A continuación la entrevista.






18 de julio de 2021

K en Burns , de 67 años, es un veterano y célebre cineasta estadounidense que ha realizado más de 30 documentales en una carrera de más de 40 años. Entre ellos se encuentra una historia muy alabada de la guerra civil estadounidense y una historia de la guerra de Vietnam igualmente recibida con entusiasmo . Su documental de seis partes sobre Ernest Hemingway se encuentra actualmente en BBC Four e iPlayer y hay una próxima serie sobre Muhammad Ali .

¿Qué le atrajo de Ernest Hemingway como sujeto?


Habíamos estado pensando en hacer Hemingway durante mucho tiempo: Geoffrey C Ward , Lynn Novick [escritor y codirector, respectivamente] y yo, literalmente durante décadas, desde la década de 1980. Necesitábamos todo ese tiempo para rumiar. Sabíamos que había muchos estudios nuevos que ayudarían a complicar el panorama, que no se trataba solo de este tipo masculino tóxico con un montón de esposas y un legado literario, sino de dimensiones aún más interesantes que nos permitirían explorar las cosas a un ritmo determinado. Profundidad mayor. Existe una tendencia, particularmente en nuestro mundo de los medios, a que todo sea binario: bueno, malo, sí, no, arriba, abajo. Y encontramos a Hemingway tentadoramente complicado, que es lo que nos gusta, porque es fiel a los seres humanos.

¿Crees que el mito de Hemingway ha eclipsado sus virtudes como escritor?


Quizás, pero una vez que te sumerges en Hemingway, te sorprende lo espectacularmente genial que es y lo difícil que es encontrar excusas, por simplistas que sean, para cancelarlo. Los cuentos son un arte perfecto; las novelas, en particular Adiós a las armas y El sol también sale, son grandes obras literarias. La escritura modernista era extraordinariamente complicada, pero como dice uno de nuestros críticos literarios, Stephen Cushman, se atrevió a personificar la sencillez. Entonces es como Miles Davis al lado de Charlie Parker.

Hay imágenes en su película de Hemingway siendo entrevistado y se siente profundamente incómodo al leer las tarjetas de referencia. ¿Te sorprendió esto?


"Sorprendido" no es suficiente. Fue asombroso, fue vergonzoso, fue insoportable de ver. Era imposible explicarlo, pero aparentemente tenía una preocupación terrible por sí mismo frente a la cámara. Esto fue más tarde en su vida, en la época del premio Nobel. Estamos comenzando a ver los muchos demonios que contribuyen a su fin convirtiéndose en una fuerza mucho mayor en su vida. Había antecedentes de enfermedad mental familiar, su ideación suicida, el trauma de la primera guerra mundial, el trauma del suicidio de su padre, el alcoholismo y la automedicación que lo acompañaban, y luego las lesiones cerebrales importantes: al menos nueve que podríamos contar que posiblemente habría creado la demencia.

¿Cambió su opinión sobre Hemingway como resultado de la realización de la película?


Mucho. Mi aprecio literario por él solo aumentó, en su capacidad para usar palabras, incluso cuando profundizamos en los fracasos espectaculares de su escritura, donde realmente lo perdió por un tiempo y escribió cosas espantosas como Tener y no tener y A través del Río y hacia los árboles. También aprendí una especie de simpatía. Sentí que la súper masculinidad era una máscara; aunque era un pescador de aguas profundas, un cazador de caza mayor, un amante de la naturaleza, un peleador, un amante de las mujeres, un bebedor, también tenía el deseo de hablar sobre la fluidez de género en sus escritos.



Ha realizado una gran cantidad de documentales sobre una amplia gama de temas que tienden a compartir fuertes temas estadounidenses. Pero, ¿cuáles son los factores decisivos para usted a la hora de elegir un tema?


Hay tres: historia, historia, historia. Admito que todas las películas que he hecho hasta ahora en 45 años han sido estadounidenses, pero ahora estamos trabajando en un proyecto sobre Leonardo da Vinci., que será el primer tema no estadounidense. Me atrae intelectualmente la historia y luego hay algo en la historia que se magnifica y cae de tu cabeza a tu corazón. Estoy a punto de cumplir 68 años y estoy trabajando en ocho películas. Es el proceso lo que es tan interesante para mí, en lugar de simplemente publicar la película. Es como si apreciara el nacimiento de cada hijo, pero es la paternidad lo que realmente amo. Es una forma de destilación. Recolectamos fácilmente 40 o 50 veces la cantidad de material que entra en una película larga. Soy más feliz cuando estoy editando y mejorando la película.

Entre sus colaboradores habituales se encuentra el actor Peter Coyote , que suele narrar sus películas. ¿Qué aporta a la mezcla?


Amo a Peter como a un hermano. Es un lector extraordinario. Y tiene un don increíble: nunca le enviamos nada por adelantado. Lo lee frío la primera vez. Y te lo juro, es tomar uno o dos que normalmente es lo que hay allí. Su voz es cercana a la mía, aunque claramente con el timbre y las cualidades que le aporta un actor profesional. Está inmensamente interesado en nuestros temas y tiene la capacidad de habitar la palabra.

Sus películas son especialmente celebradas por el uso de fotografías de archivo. ¿Qué tiene la imagen fija que se vuelve poderosa en imágenes en movimiento?


Mi padre era antropólogo y también fotógrafo aficionado. Quería convertirme en cineasta y terminé yendo a una universidad donde todos mis profesores eran fotógrafos de documentales sociales. Entonces, la fotografía fija es una especie de ADN de mi trabajo. Miro una fotografía como si fuera la captura de un momento vivo. Así que mientras lo filmo, quiero tomar la sensibilidad de ese cineasta de largometrajes y cada fotografía es una toma maestra que tiene una toma larga, una toma media, un primer plano, una inclinación, una panorámica, un detalle revelador. En el comienzo de La Guerra Civilte inclinas desde la cara de un niño inocente hacia abajo hasta su cintura rellena con dos revólveres. Eso dijo un millón de palabras.



En cierto sentido, este es un gran momento para los documentalistas debido a los servicios de transmisión, como Netflix y Amazon Prime, pero ¿cree que la calidad general de la realización de películas está mejorando?


Definitivamente estamos en una edad de oro creciente. Pensé que estábamos en uno en la década de 1980. Me he quedado en la transmisión pública todo el tiempo: ha hecho que la recaudación de fondos sea un infierno, no tenemos los fondos que tiene la BBC. La película de Vietnam cuesta 30 millones de dólares. Eso me tomó cada gramo de sangre, sudor y lágrimas para levantar. Podría ingresar con mi historial a un servicio de transmisión y obtener esos $ 30 millones probablemente en una conversación para lo que sea que sea la próxima gran cosa. Y, sin embargo, no me darían 10 años, que es lo que hice para hacer la serie de Vietnam. Pero diría que estamos abrumados con un espectro de documentales que se amplía continuamente y un trabajo realmente genial y talentoso.

¿Quiénes son los realizadores de documentales que más admira?


Volvería a Werner Herzog . No podríamos ser más estilísticamente opuestos el uno al otro. Dijo una vez, en un panel en el festival de cine de Telluride: “Ken está interesado en una verdad emocional. Estoy interesado en una verdad extática ". Me encanta el trabajo de Errol Morris desde la década de 1980 hasta el día de hoy. Lo encuentro tan convincente. Y creo que algunas de las cosas más nuevas que han surgido sobre Michael Jordan, sobre OJ, aumentan la sensación por parte del público de que los documentales, que tal vez fueron vistos como aceite de ricino, algo que fue bueno para ti, pero difícilmente bueno. degustación - ahora han tomado las riendas de la narración, porque las tramas de Hollywood, con obviamente maravillosas excepciones, se han vuelto tan predecibles.

¿Ha habido un proyecto que has querido hacer durante muchos años y se te ha escapado?


Alguien me preguntó eso en los 90 y dije: “El proyecto que me gustaría hacer, pero que no puedo hacer, es la historia de Martin Luther King. Y la razón por la que siento que no puedo hacerlo es porque la familia es muy controladora ". Y, de manera extraordinaria, coincidentemente, la familia se puso en contacto conmigo. Dijeron: "Creemos que serías la mejor persona para hacer la película sobre nuestro padre y nuestro marido". Y yo dije: "Tienes razón". Corrí a Atlanta y pasé un día con ellos, y luego les escribí y les dije que tenía que alejarme de eso. Este era un esposo y un padre que no podían controlar en la vida y por eso buscan controlar en la muerte.



Derechos reservados por The Guardian.

Wednesday, July 14, 2021

347 COMENTARIOS



Recibo el mail y lo leo dos veces. Me tomo un tiempo. Vuelvo a leerlo y debo reconocer que mi amigo tiene razón. Me pregunta por qué nunca publico los comentarios de mis posteos. Es verdad, voy al archivo y sumo 347 ingresos. ¿Son muchos?, no lo sé. Algunos demasiado edulcorados, otros me agradecen por hacer conocer a un escritor como Hemingway y los menos, se dedican a promocionar sus productos.



 Hace unos días había dicho que  La pipa cumplía 15 años. En verdad nunca pensé que esta experiencia llegara tan lejos y que gracias a los lectores tuviera varios reconocimientos. Todo había comenzado en una suerte de juego literario y, como tal, esperaba que a determinado tiempo se terminara. No fue así, esto de jugar, creando, jugando, me llevó de las narices y aquí estoy, aprendiendo a ser escritor o narrador de historias.

 Vuelvo al correo de Nicolás Del Cerro, un apasionado de la vida de Ernest Hemingway. Es español, tiene 44 años, vive en Pamplona, aunque es oriundo de Málaga. Me pregunta si conozco esas ciudades. Le contesto que sí. Me dice que este blog es maravilloso. Me callo. Cuando le comunico que había 347 comentarios sin leer, me señala:¡Usted está loco, perdón, con respeto! Le prometo que de a poco comenzaré a publicarlos. Ojalá sirvan para que otros amigos se incorporen a la cofradía hemingwayana. Nicolás termina su comentario, con una reflexión que debo tener presente: "Oiga, Gatti, si cada uno de los que hizo un comentario hubiera comprado su libro, ya estaría bien contento" 



Nunca es tarde, El muertito de Hemingway lleva tres ediciones y aún se lo puede conseguir. Hasta pronto y gracias.




Monday, June 28, 2021

EL DÍA FINAL

 


El 2 de julio se cumple un nuevo aniversario de la muerte de Ernest Hemingway. El tiempo va dejando su huella y la vida misma nos enseña que, a veces, los hombres son tan frágiles como una copa de cristal. El texto que sigue es un fragmento de mi libro El muertito de Hemingway, publicado en 2019 y que lleva, al día de hoy, 3 ediciones agotadas. El pasaje que publico refiere al momento que Ernest toma la triste decisión de suicidarse. 


El presidente norteamericano ya tenía en marcha su plan de invasión a Cuba, con la

ayuda de las Unidades Cubanas reclutadas en Miami, para ser enviadas a Fort Knox, en

Kentucky. La estrategia consistía en destruir las bases militares de la Isla y el

desembarco de tropas. Castro sumaba lo suyo para defenderse, le había pedido a

Kruschev que no le temblara el pulso y que probara las “armas atómicas”.

      —Hoy es un buen día para festejar, ¿no te parece George?

      —Es cierto, Mary, los invito a cenar en el Christiana Bar.

      —Oyes, Papa, George nos invita.

      —Un culo, nada que festejar, él invita y pago yo.

      —Deja de ladrar, yo invito. 

      —Tú me invitas para emborracharme y después llevarte a la cama a Mary.

      —Tonterías.

      —¿Tonterías? Ella sabe que mi polla está muerta y quiere otro pene.

      —¡Basta Ernest, no quiero oír más sandeces!

      —¡Qué más quieren de mí! ¿Quieren que firme mi testamento, que les regale mis

bienes? Antes muerto…me escuchan, muerto.



        A regañadientes, Papa subió al auto de George y no habló en todo el trayecto. Ese

sábado 1 de julio, la temperatura era bajo cero y Papa, ni bien se sentó a la mesa, le

pidió a la camarera una botella de vino. Cuando la mesera descorchó el vino, Ernest

preguntó:

      —¿Esos quiénes son?

      —Dos vecinos, Mister Hemingway.

      —¡Mentira, son hienas!

      —Papa, la camarera tiene razón, son vendedores.

      —¡Cállate, inútil!

      Aquella noche Papa comenzó a cantar una canción que había aprendido de los

gondoleros de Venecia. Tutti mi chiamano bionda…ma bionda io non sono! Porta i

capelli neri!

      Mary, sorprendida, le habla desde su cuarto.

     —¡Papa ti ricordi di Venezia!

     —Eravamo giovani e forte.

     —¿Anioni di Venezia?

     —Non posso tornare indietro.

     —¿Qué haremos mañana, Papa?

     —Tal vez, salir a cazar patos o codornices. 

     —A descansar, entonces. Hasta mañana.

     —Arrivederci, amore mio.

      Mary apoyó su cabeza sobre la almohada y por un instante creyó que Papa había

comenzado a soñar. Era cierto que su bipolaridad la desorientaba, pero tenía esperanza

en reorganizar este nuevo período de Ernest.


      El doctor Cattell había sido muy preciso: “Ernest no volverá nunca a ser el que fue,

y ni él mismo sabrá quién es”. Trató en vano de dormirse y se levantó para encender un

cigarrillo. Toda la casa gozaba de silencio y el viento, algunas veces, se hacía notar con

un silbido tenue y parejo.

      Volvió a la cama y se arropó. Se quedó dormida hasta que el ruido “como un cajón

cerrándose de golpe”, la despertó. Se levantó y fue hasta la habitación de Papa. Ernest

no estaba descansando. Bajó la escalera sigilosamente y fue hasta el estudio. Nunca

pensó que se encontraría con un escenario tan dramático: Papa se había volado la tapa

de los sesos. 





      Se desplomó y comenzó a temblar. No podía ni quería incorporarse. La cabeza le

daba vueltas, el corazón le saltaba del pecho, sintió el cuello dormido y sus brazos sin

fuerza. Cerró los ojos, pero esa imagen terrible no se le borraba.

      —George, atiéndeme, es urgente.

      —¿Qué pasa, Mary?

      —Papa tuvo un accidente limpiando el arma…

      —¿Está…?

      —Fue un accidente, ven pronto.

      Colgó el auricular del teléfono y reventó en llanto. 

      —Chuck, ¡Papa se accidentó!

      —Mary, son las siete, estoy dormido.

      —Chuck Atkinson, eres mi amigo, te necesito.

      —Mary, dime…

      —Papa se disparó un tiro con la escopeta.

      —Ya voy.

      El informe policial fue poco efectivo: “Herida de bala en la cabeza producida por el

fallecido”. El sheriff dijo que la herida era “de la boca hacia arriba” y que los cañones

de la escopeta habían sido disparados por el occiso.

      La noticia no se hizo esperar: El señor Hemingway se mató accidentalmente

mientras limpiaba su arma esta mañana a las 7.30. No se ha fijado el día de los

servicios fúnebres, que serán privados. Así dijo Mary a la prensa y no habló más, pero

los cables de las distintas agencias golpeaban de otro modo.

“Sun Valley, 2 (Reuters) “Hemingway se mató accidentalmente, con su pistola”.

“Sun Valley, 2 (AP) “Hemingway se mató mientras limpiaba una escopeta, según

declaró su esposa”.

“Sun Valley, 2 (Reuters) “El jefe de policía practicará una investigación sobre la muerte

de Hemingway”.

“Sun Valley, 2 (AFP) “Las autoridades informaron que no hay duda de que fue un

accidente. No habrá investigación”.

“Sun Valley, 2 (AP) El escritor Ernest Miller Hemingway, a poco de cumplir 62 años,

se suicidó descerrajándose un tiro en la cabeza”.

      ¿Cómo comenzar de nuevo y cerrar la herida? ¿Acaso ese infierno tan temido no era

un delirio anunciado? Y otra vez la imagen de la muerte sacudiendo su memoria y

astillando el corazón. 

      Sola ante la desgracia, tratando de convencer al mundo de que Papa no se había

suicidado. 

      Cómo explicarlo si la noche anterior Ernest alegremente cantó mientras cepillaba

sus dientes. 


    


Wednesday, June 02, 2021

EL INMORAL DE HEMINGWAY

 



La pandemia vino a cambiarlo todo. No hace falta que lo remarque. Uno esperaba que la crisis no golpeara tanto, creíamos en algo momentáneo, circunstancial;  pero no, la fórmula despiadada de presentarse el virus, modificó los hábitos, las costumbres, los proyectos, las ilusiones, las vanidades, las pulsiones del éxito y la manera de decir las cosas. En determinados ambientes, la resistencia a tomar conciencia en donde estamos parados, aún hoy, después de pasar por litros de alcohol y barbijos descartables, parece un cuento de ficción. Claro, la negación es notable, actúa como un mecanismo defensivo que cubre y envuelve al temor, al fracaso, a la frase hecha: “esto pasa y volvemos a lo de antes”. Ahora… qué es lo de antes. El antes es un pasado que no regresa, es un ciclo cumplido. Sin embargo, la construcción de un leguaje empático siempre trata de bajar el dramatismo a las cosas. “Esto no es una guerra”. “Salimos con fe, esperanza y valores”. Lo escucho en la calle, en la tienda, en el café, en el banco.  En todas estas expresiones está presente la palabra “moral”. Me detengo, no sea cosa que pise mierda y se arruinen mis zapatillas blancas. Trato de no pensar, pero este caprichoso señor Hemingway me saca de la línea de conducta. Para decirlo sin tapujos: “Hemingway era un inmoral”. Ya está, parte hipócrita de la sociedad feliz y contenta con esta reflexión.





Criado en el seno de una familia victoriana y sometido al castigo de un tutor maltratador, este patotero, pedante, gruñón, misógino, golpeador, bebedor, bisexual y tantas cosas más, fue, por sobre todo, un inmoral. Acaso huyó de esa madre que manoseaba a sus alumnas cuando le impartía clases de piano, o se escapaba de ese padre que lo arrastraba a ver enfermos al borde de la muerte para que se “haga hombre”.  Tal vez lo censuraron cuando transportaba desde Cuba hacia Estados Unidos, grandes cantidades de bebidas compradas en el almacén Ripoll, cerca del Hotel Ambos Mundos de La Habana, durante la Ley Seca.  Y aquello que mataba palomas en la plaza de París, las escondía en el cochecito de su bebé y luego las cocinaba para el almuerzo. No menos cierto son sus travesuras para conseguir gasolina y lanzarse al mar buscando submarinos alemanes. Este hombre fue un inmoral con todas las letras.

“Es moral lo que hace que uno se sienta bien, inmoral lo que hace que uno se sienta mal.

Juzgadas según estos criterios morales que no trato de defender, las corridas de toros son muy morales para mí”. Hablen los que tengan ganas, dicho así parece difícil meterse en la cabeza del escritor. Voy un poco más adelante, Friedrich Nietzsche, golpea: “No existen fenómenos morales, sino sólo una interpretación moral de los fenómenos”. Isaac Asimov, tira de la piola: “Nunca permitas que el sentido de la moral te impida hacer lo que está bien”. Podría seguir y llenar páginas con frases hechas, pero la idea de esta síntesis viene a cuento porque los grandes grupos editoriales estadounidenses han comenzado a implementar “cláusulas morales” en los contratos de algunos autores y en algún caso, tomar la decisión de quitar la obra de la venta de un escritor por su conducta moral.




Hace unas semanas la editorial W.W.Norton & Company, sacó del mercado la biografía de Philip Roth, debido a las acusaciones sobre su autor, Blake Bailey, quien habría acosado y agredido a una veintena de mujeres.

La biografía del autor “Pastoral americana” será publicada nuevamente por la editorial Skyhouse que llegará a la Argentina con el sello Debate. La pregunta  y la polémica está instalada ¿Es lícito que las grandes editoriales como HarpenCollins, Penguin Random House o Simon & Schuster, le impongan a los escritores una condición contractual por la cual si llegara a surgir una conducta dudosa que no concuerde con la reputación del autor en el momento en que se firma el contrato, se habilite a extinguir el acuerdo e incluso a pedir la devolución del pago anticipado al escritor?.

Esta modalidad contractual cambia drásticamente el pacto tácito entre un editor y un autor, amparado tradicionalmente en el contenido de la obra prometida y no en el comportamiento anterior o posterior a la publicación.

¿Se imaginan esto  con la obra de Hemingway?

Los tiempos cambian, la sociedad se renueva, las normas caducan. Las cláusulas de moralidad son antiguas y otorgan un poder de censura a las editoriales; claro, no violan el derecho constitucional, pero tienen  un rasgo perverso.

Un autor crea una obra, no escribe un libro. Esa obra puede transformarse en libro,  en guión, en libro físico o digital, puede terminar en un audiolibro, en ebook y hasta ser leído en streaming. El  alcance es impensado e infinito.




¡Qué hubiera sido de Nabokov, D.H. Lawrence, Flaubert, Miller, el Marqué de Sade!, para dar solo un par de autores.

Deja tu respuesta. De nada.




 Si aún no lo leíste, todavía te queda un tiempo más de cuarentena para encontrarte con un policial bien escrito.

 Lo podés comprar por Amazon, solicitarlo a Gogol Ediciones y si te interesa autografiado, déjame un mensaje en cualquiera de las plataformas.

 Es un buen momento. No te vas a arrepentir.