Monday, June 28, 2021

EL DÍA FINAL

 


El 2 de julio se cumple un nuevo aniversario de la muerte de Ernest Hemingway. El tiempo va dejando su huella y la vida misma nos enseña que, a veces, los hombres son tan frágiles como una copa de cristal. El texto que sigue es un fragmento de mi libro El muertito de Hemingway, publicado en 2019 y que lleva, al día de hoy, 3 ediciones agotadas. El pasaje que publico refiere al momento que Ernest toma la triste decisión de suicidarse. 


El presidente norteamericano ya tenía en marcha su plan de invasión a Cuba, con la

ayuda de las Unidades Cubanas reclutadas en Miami, para ser enviadas a Fort Knox, en

Kentucky. La estrategia consistía en destruir las bases militares de la Isla y el

desembarco de tropas. Castro sumaba lo suyo para defenderse, le había pedido a

Kruschev que no le temblara el pulso y que probara las “armas atómicas”.

      —Hoy es un buen día para festejar, ¿no te parece George?

      —Es cierto, Mary, los invito a cenar en el Christiana Bar.

      —Oyes, Papa, George nos invita.

      —Un culo, nada que festejar, él invita y pago yo.

      —Deja de ladrar, yo invito. 

      —Tú me invitas para emborracharme y después llevarte a la cama a Mary.

      —Tonterías.

      —¿Tonterías? Ella sabe que mi polla está muerta y quiere otro pene.

      —¡Basta Ernest, no quiero oír más sandeces!

      —¡Qué más quieren de mí! ¿Quieren que firme mi testamento, que les regale mis

bienes? Antes muerto…me escuchan, muerto.



        A regañadientes, Papa subió al auto de George y no habló en todo el trayecto. Ese

sábado 1 de julio, la temperatura era bajo cero y Papa, ni bien se sentó a la mesa, le

pidió a la camarera una botella de vino. Cuando la mesera descorchó el vino, Ernest

preguntó:

      —¿Esos quiénes son?

      —Dos vecinos, Mister Hemingway.

      —¡Mentira, son hienas!

      —Papa, la camarera tiene razón, son vendedores.

      —¡Cállate, inútil!

      Aquella noche Papa comenzó a cantar una canción que había aprendido de los

gondoleros de Venecia. Tutti mi chiamano bionda…ma bionda io non sono! Porta i

capelli neri!

      Mary, sorprendida, le habla desde su cuarto.

     —¡Papa ti ricordi di Venezia!

     —Eravamo giovani e forte.

     —¿Anioni di Venezia?

     —Non posso tornare indietro.

     —¿Qué haremos mañana, Papa?

     —Tal vez, salir a cazar patos o codornices. 

     —A descansar, entonces. Hasta mañana.

     —Arrivederci, amore mio.

      Mary apoyó su cabeza sobre la almohada y por un instante creyó que Papa había

comenzado a soñar. Era cierto que su bipolaridad la desorientaba, pero tenía esperanza

en reorganizar este nuevo período de Ernest.


      El doctor Cattell había sido muy preciso: “Ernest no volverá nunca a ser el que fue,

y ni él mismo sabrá quién es”. Trató en vano de dormirse y se levantó para encender un

cigarrillo. Toda la casa gozaba de silencio y el viento, algunas veces, se hacía notar con

un silbido tenue y parejo.

      Volvió a la cama y se arropó. Se quedó dormida hasta que el ruido “como un cajón

cerrándose de golpe”, la despertó. Se levantó y fue hasta la habitación de Papa. Ernest

no estaba descansando. Bajó la escalera sigilosamente y fue hasta el estudio. Nunca

pensó que se encontraría con un escenario tan dramático: Papa se había volado la tapa

de los sesos. 





      Se desplomó y comenzó a temblar. No podía ni quería incorporarse. La cabeza le

daba vueltas, el corazón le saltaba del pecho, sintió el cuello dormido y sus brazos sin

fuerza. Cerró los ojos, pero esa imagen terrible no se le borraba.

      —George, atiéndeme, es urgente.

      —¿Qué pasa, Mary?

      —Papa tuvo un accidente limpiando el arma…

      —¿Está…?

      —Fue un accidente, ven pronto.

      Colgó el auricular del teléfono y reventó en llanto. 

      —Chuck, ¡Papa se accidentó!

      —Mary, son las siete, estoy dormido.

      —Chuck Atkinson, eres mi amigo, te necesito.

      —Mary, dime…

      —Papa se disparó un tiro con la escopeta.

      —Ya voy.

      El informe policial fue poco efectivo: “Herida de bala en la cabeza producida por el

fallecido”. El sheriff dijo que la herida era “de la boca hacia arriba” y que los cañones

de la escopeta habían sido disparados por el occiso.

      La noticia no se hizo esperar: El señor Hemingway se mató accidentalmente

mientras limpiaba su arma esta mañana a las 7.30. No se ha fijado el día de los

servicios fúnebres, que serán privados. Así dijo Mary a la prensa y no habló más, pero

los cables de las distintas agencias golpeaban de otro modo.

“Sun Valley, 2 (Reuters) “Hemingway se mató accidentalmente, con su pistola”.

“Sun Valley, 2 (AP) “Hemingway se mató mientras limpiaba una escopeta, según

declaró su esposa”.

“Sun Valley, 2 (Reuters) “El jefe de policía practicará una investigación sobre la muerte

de Hemingway”.

“Sun Valley, 2 (AFP) “Las autoridades informaron que no hay duda de que fue un

accidente. No habrá investigación”.

“Sun Valley, 2 (AP) El escritor Ernest Miller Hemingway, a poco de cumplir 62 años,

se suicidó descerrajándose un tiro en la cabeza”.

      ¿Cómo comenzar de nuevo y cerrar la herida? ¿Acaso ese infierno tan temido no era

un delirio anunciado? Y otra vez la imagen de la muerte sacudiendo su memoria y

astillando el corazón. 

      Sola ante la desgracia, tratando de convencer al mundo de que Papa no se había

suicidado. 

      Cómo explicarlo si la noche anterior Ernest alegremente cantó mientras cepillaba

sus dientes. 


    


Wednesday, June 02, 2021

EL INMORAL DE HEMINGWAY

 



La pandemia vino a cambiarlo todo. No hace falta que lo remarque. Uno esperaba que la crisis no golpeara tanto, creíamos en algo momentáneo, circunstancial;  pero no, la fórmula despiadada de presentarse el virus, modificó los hábitos, las costumbres, los proyectos, las ilusiones, las vanidades, las pulsiones del éxito y la manera de decir las cosas. En determinados ambientes, la resistencia a tomar conciencia en donde estamos parados, aún hoy, después de pasar por litros de alcohol y barbijos descartables, parece un cuento de ficción. Claro, la negación es notable, actúa como un mecanismo defensivo que cubre y envuelve al temor, al fracaso, a la frase hecha: “esto pasa y volvemos a lo de antes”. Ahora… qué es lo de antes. El antes es un pasado que no regresa, es un ciclo cumplido. Sin embargo, la construcción de un leguaje empático siempre trata de bajar el dramatismo a las cosas. “Esto no es una guerra”. “Salimos con fe, esperanza y valores”. Lo escucho en la calle, en la tienda, en el café, en el banco.  En todas estas expresiones está presente la palabra “moral”. Me detengo, no sea cosa que pise mierda y se arruinen mis zapatillas blancas. Trato de no pensar, pero este caprichoso señor Hemingway me saca de la línea de conducta. Para decirlo sin tapujos: “Hemingway era un inmoral”. Ya está, parte hipócrita de la sociedad feliz y contenta con esta reflexión.





Criado en el seno de una familia victoriana y sometido al castigo de un tutor maltratador, este patotero, pedante, gruñón, misógino, golpeador, bebedor, bisexual y tantas cosas más, fue, por sobre todo, un inmoral. Acaso huyó de esa madre que manoseaba a sus alumnas cuando le impartía clases de piano, o se escapaba de ese padre que lo arrastraba a ver enfermos al borde de la muerte para que se “haga hombre”.  Tal vez lo censuraron cuando transportaba desde Cuba hacia Estados Unidos, grandes cantidades de bebidas compradas en el almacén Ripoll, cerca del Hotel Ambos Mundos de La Habana, durante la Ley Seca.  Y aquello que mataba palomas en la plaza de París, las escondía en el cochecito de su bebé y luego las cocinaba para el almuerzo. No menos cierto son sus travesuras para conseguir gasolina y lanzarse al mar buscando submarinos alemanes. Este hombre fue un inmoral con todas las letras.

“Es moral lo que hace que uno se sienta bien, inmoral lo que hace que uno se sienta mal.

Juzgadas según estos criterios morales que no trato de defender, las corridas de toros son muy morales para mí”. Hablen los que tengan ganas, dicho así parece difícil meterse en la cabeza del escritor. Voy un poco más adelante, Friedrich Nietzsche, golpea: “No existen fenómenos morales, sino sólo una interpretación moral de los fenómenos”. Isaac Asimov, tira de la piola: “Nunca permitas que el sentido de la moral te impida hacer lo que está bien”. Podría seguir y llenar páginas con frases hechas, pero la idea de esta síntesis viene a cuento porque los grandes grupos editoriales estadounidenses han comenzado a implementar “cláusulas morales” en los contratos de algunos autores y en algún caso, tomar la decisión de quitar la obra de la venta de un escritor por su conducta moral.




Hace unas semanas la editorial W.W.Norton & Company, sacó del mercado la biografía de Philip Roth, debido a las acusaciones sobre su autor, Blake Bailey, quien habría acosado y agredido a una veintena de mujeres.

La biografía del autor “Pastoral americana” será publicada nuevamente por la editorial Skyhouse que llegará a la Argentina con el sello Debate. La pregunta  y la polémica está instalada ¿Es lícito que las grandes editoriales como HarpenCollins, Penguin Random House o Simon & Schuster, le impongan a los escritores una condición contractual por la cual si llegara a surgir una conducta dudosa que no concuerde con la reputación del autor en el momento en que se firma el contrato, se habilite a extinguir el acuerdo e incluso a pedir la devolución del pago anticipado al escritor?.

Esta modalidad contractual cambia drásticamente el pacto tácito entre un editor y un autor, amparado tradicionalmente en el contenido de la obra prometida y no en el comportamiento anterior o posterior a la publicación.

¿Se imaginan esto  con la obra de Hemingway?

Los tiempos cambian, la sociedad se renueva, las normas caducan. Las cláusulas de moralidad son antiguas y otorgan un poder de censura a las editoriales; claro, no violan el derecho constitucional, pero tienen  un rasgo perverso.

Un autor crea una obra, no escribe un libro. Esa obra puede transformarse en libro,  en guión, en libro físico o digital, puede terminar en un audiolibro, en ebook y hasta ser leído en streaming. El  alcance es impensado e infinito.




¡Qué hubiera sido de Nabokov, D.H. Lawrence, Flaubert, Miller, el Marqué de Sade!, para dar solo un par de autores.

Deja tu respuesta. De nada.




 Si aún no lo leíste, todavía te queda un tiempo más de cuarentena para encontrarte con un policial bien escrito.

 Lo podés comprar por Amazon, solicitarlo a Gogol Ediciones y si te interesa autografiado, déjame un mensaje en cualquiera de las plataformas.

 Es un buen momento. No te vas a arrepentir.