UNA NAVIDAD EN PARÍS
(Del Toronto Star Weekly, 24 de diciembre de 1923)
En París nieva: la lumbre despierta su fulgor rojizo en los
grandes braseros puestos en la parte exterior de la puerta de los cafés; en las
mesas hay hombres sentados que llevan levantado el cuello de sus abrigos y
sostienen un vaso de bebida en la mano, mientras los vendedores de periódicos
vocean las ediciones vespertinas.
Los verdes autobuses pasan haciendo ruido como si fueran
tanques de guerra avanzando entre la nieve, que cae en finos copos al
anochecer. Las altas fachadas de los edificios parecen engalanadas de blanco.
La nevada ofrece una visión más atractiva en la ciudad que en otro sitio.
Maravilla estar en un puente sobre el Sena y contemplar, a través de la blanca
y suave cortina, el grisáceo edificio del Louvre y más allá del río, enlazado
por numerosos puentes y jalonado por los grises edificios del viejo París,
Notre Dame, agazapada bajo el crepúsculo.
París es una ciudad bella y solitaria en Navidad.
El joven y su acompañante van desde el penumbroso Quai a la
Rue Bonaparte para dirigirse a la iluminada Rue Jacob, donde, en el segundo
piso de un edificio, se halla un pequeño restorán, el “verdadero restorán de la
Tercera República”, con dos salitas, cuatro mesas pequeñas y un gato, donde se
sirve un típico plato navideño.
-
Echo
de menos el arándano - responde él.
Y se ponen a comer. El pavo ha sido trinchado según una
peculiar fórmula geométrica cuyo resultado es un buen trozo de hueso, mucha
ternilla y muy poca carne.
- ¿Recuerdas el
pavo que se come en casa? - pregunta ella.
- Es mejor no
hablar de ello - contesta el joven.
Y les meten mano a las papas, fritas con mucho aceite.
- ¿Qué estarán
haciendo en casa? - dice la muchacha.
- Anda a saber -
contesta el acompañante- ¿Crees que algún día podemos regresar a ella.
- No sé. ¿Y tú
crees que alguna vez tengamos éxito como artistas?
Entra el dueño con el
postre y una botella de vino tinto pequeña y dice en francés.
- Se
me ha olvidado servirles el vino.
La joven empieza a llorar.
- - No
sabía que París fuese así. Se me figuraba alegre, bonito y lleno de luz.
El joven la rodeó con el brazo, lo cual está permitido en los
restoranes parisienses, y respondió:
- - No
tiene importancia, cariño. Llevamos tres días aquí. París es distinto. Un poco de paciencia.
Comieron el postre; ninguno de los dos se quejó de que estaba
un poco quemado. Pagaron la cuenta, bajaron y salieron del establecimiento.
Continuaba nevando y la pareja se encaminó por las calles del viejo París que
habían conocido el merodeo de los lobos y las cacerías humanas, y sus altos
edificios lo habían presenciado y se ofrecían ahora severos e inmóviles en este
día señalado.
Los dos jóvenes padecían de nostalgia: era la primera navidad
que pasaban fuera de sus hogares. Se desconoce lo que significa esta festividad
mientras no se pasa fuera del lugar de residencia.
Ernest Miller Hemingway.
Selección y traducción Mariano Barragán