A los diez años, Ernest regresó a su casa con una herida en la mejilla. Su padre le preguntó qué le había pasado y el niño contestó: "una pelea, mañana lo mato". Dos días después, apareció con el ojo morado. Su padre volvió a preguntarle y Ernest respondió. "Le partí la cara a golpes, este no se olvida más de mi".
A los 16 años "el matador" Hemingway, transformó la sala de música de su madre en un gimnasio de boxeo. Ernest ya había perfeccionado sus habilidades como boxeador y todo parecía que podría ser un digno representante del deporte.
Aunque Hemingway es reconocido como uno de los grandes escritores del siglo XX, su pasión por el boxeo era legendaria.
Siendo un niño, Hemingway posó para una fotografía con John L. Sullivan. A Ernest le gustaba describirse como "luchador semiprofesional". En París, en 1929, se enfrentó al escritor canadiense Morley Callaghan y su amigo Francis Scott Fitzgerald fue el árbitro. En el segundo asalto, Fitzgerald extendió el tiempo de la vuelta a un minuto más y permitió que Callaghan lo golpeará en exceso. Esto trajo aparejado que Ernest no le hablara por largo tiempo a Fitzgerald.
Por entonces el pícaro pugilista tenía su cronometrista particular, el viejo amigo Bill Smith, quien además seleccionaba los sparring de mitad de su tamaño y aleccionaba para interrumpir o dejar correr los asaltos en función del desempeño de su pupilo.
Ernest se subía al ring y tiraba puños a lo loco. Su mejor defensor era James Joyce, que como era peleador y medio ciego, en las peleas en que se metía Ernest, solía gritarle: "Dale Hemingway, voltéalo ahora" y Ernest arremetía.
En 1935, durante su visita a Bimini, el novelista ofreció 250 dólares a quien pudiera noquearlo en tres asaltos. Cuatro voluntarios aceptaron el desafío y fueron eliminados.
En Key West, invitaba a menudo a los boxeadores a entrenar en el cuadrilátero de su patio trasero e incluso se convirtió en árbitro.
Hemingway estaba obsesionado con el boxeo y una vez entrenó con el campeón peso pesado Gene Tunney.
"Mi escritura no es nada, mi boxeo es todo", insistía Ernest.
Hemingway contrató al entrenador George Brown quien lo alentó en su delirio. En la mansión de Florida, tenía dos sacos de boxeo, uno pesado y guantes de distinto peso: 8, 10 y 16 onzas.
El campeón de peso pesado Jack Dempsey fue invitado por Hemingway a entrenarse, pero el pesado declinó la invitación.
El escritor Stephen Gertz dijo: "La realidad era que cualquiera que tuviera la más mínima idea de lo que estaba haciendo en el ring podía vencer a Hemingway, que era famoso por intentar tontamente peleas con boxeadores profesionales".
Uno de los buenos cuentos de Hemingway es El luchador una muestra perfecta del golpeador. El otro es 50 de a mil, mágico y brillante.
En Cuba, Hemingway fue amigo de Ángel Herrera ( Kid Tornado) y de Eligio Sardiñas Montalvo (Kid Chocolate).
La vida a los golpes siempre a sido un desafío para Hemingway, sus relatos de contingencias boxísticas tienen protagonistas solitarios, a veces maldecidos y, en general, abandonados por la suerte y perdidos en la soledad. Una forma de vida que Ernest conocía desde pequeño.