EL MISTER PAPA DE LAS SÁBANAS ROSADAS
Valeria compró La pipa de Hemingway en la librería Cúspide de Avenida Cabildo y sin demorarse caminó hasta la esquina de Juramento. Ingresó en la librería El Ateneo, subió al primer piso, se dirigió hasta la mesa donde habitualmente escribe sus poemas y comenzó a leer el libro. Se sorprende con el posteo La otra mirada porque ella vivió un hecho similar. Me relata en su mail que recibí ayer que “fue una sensación extraña. Tenía 12 años y me dio mucha vergüenza ver a mis padres haciendo el amor. Claro, mi viejo no era Hemingway y mi madre no era Mary Welsh ¿ A propósito, tenían buen sexo?”. Tal vez Valeria piense que yo sé pelos y señales sobre “Hem” y lamentablemente lo que uno imagina no siempre forma parte de la realidad. Para no defraudarla y como agradecimiento a su acto de beneficencia, le regalo este documento que la escritora italiana Fernanda Pirovano escribió para el Corriere della Sera con el título La geisha traicionada que nunca dejó de amar, donde puede hallar una respuesta a su inquietud sobre el amor y el deseo de Mary Welsh y Ernest Hemingway.
"La primera vez vi a Mary Hemingway en Cortina, cuando su marido me pidió que fuera allí a hablar con él, me recibió preguntándome: “¿Qué preservativo usas?”, y ante mi perplejidad respondió a su pregunta abriendo el cajón de una cómoda completamente vacío, salvo por un complicado sistema en uso en aquellos años; y me explicó con minuciosidad cómo decía insertar la horquilla y acomodar el diafragma protector. Esto, para mi educación victoriana, había sido algo más que una lección de sexo; fue una lección de vida y sobre todo, una lección que me había hecho entender enseguida que esta minúscula Mary, corresponsal de guerra, tenía cierta familiaridad con el sexo. Mas tarde Hemingway me contó que cuando Mary había llegado por primera vez a la Finca Vigía de San Francisco de Paula, y él le mostraba las maravillas cubanas, Mary lo había interrumpido diciéndole:”¿Por qué no hacemos algo más romántico?” Y mucho más tarde comprobé qué entendía por “romántico” cuando, al recibirme con Virginia y Alberto Mondadori en otro hotel de Cortina, se había parado con su marido al pie de la escalera y había dicho, sonriendo: “Oh, tengo un dolor de espalda terrible. Trece veces”, sin que nosotros buscáramos una confirmación en la sonrisa de Mister Papa. Mucho, mucho más tarde, cuando los periodistas le preguntaron cómo había sido sus relaciones con su marido, ella solía responder: “Ambos sufrímos de insomnio. Y él siempre era bienvenido bajo mis sábanas rosadas”.
Valeria compró La pipa de Hemingway en la librería Cúspide de Avenida Cabildo y sin demorarse caminó hasta la esquina de Juramento. Ingresó en la librería El Ateneo, subió al primer piso, se dirigió hasta la mesa donde habitualmente escribe sus poemas y comenzó a leer el libro. Se sorprende con el posteo La otra mirada porque ella vivió un hecho similar. Me relata en su mail que recibí ayer que “fue una sensación extraña. Tenía 12 años y me dio mucha vergüenza ver a mis padres haciendo el amor. Claro, mi viejo no era Hemingway y mi madre no era Mary Welsh ¿ A propósito, tenían buen sexo?”. Tal vez Valeria piense que yo sé pelos y señales sobre “Hem” y lamentablemente lo que uno imagina no siempre forma parte de la realidad. Para no defraudarla y como agradecimiento a su acto de beneficencia, le regalo este documento que la escritora italiana Fernanda Pirovano escribió para el Corriere della Sera con el título La geisha traicionada que nunca dejó de amar, donde puede hallar una respuesta a su inquietud sobre el amor y el deseo de Mary Welsh y Ernest Hemingway.
"La primera vez vi a Mary Hemingway en Cortina, cuando su marido me pidió que fuera allí a hablar con él, me recibió preguntándome: “¿Qué preservativo usas?”, y ante mi perplejidad respondió a su pregunta abriendo el cajón de una cómoda completamente vacío, salvo por un complicado sistema en uso en aquellos años; y me explicó con minuciosidad cómo decía insertar la horquilla y acomodar el diafragma protector. Esto, para mi educación victoriana, había sido algo más que una lección de sexo; fue una lección de vida y sobre todo, una lección que me había hecho entender enseguida que esta minúscula Mary, corresponsal de guerra, tenía cierta familiaridad con el sexo. Mas tarde Hemingway me contó que cuando Mary había llegado por primera vez a la Finca Vigía de San Francisco de Paula, y él le mostraba las maravillas cubanas, Mary lo había interrumpido diciéndole:”¿Por qué no hacemos algo más romántico?” Y mucho más tarde comprobé qué entendía por “romántico” cuando, al recibirme con Virginia y Alberto Mondadori en otro hotel de Cortina, se había parado con su marido al pie de la escalera y había dicho, sonriendo: “Oh, tengo un dolor de espalda terrible. Trece veces”, sin que nosotros buscáramos una confirmación en la sonrisa de Mister Papa. Mucho, mucho más tarde, cuando los periodistas le preguntaron cómo había sido sus relaciones con su marido, ella solía responder: “Ambos sufrímos de insomnio. Y él siempre era bienvenido bajo mis sábanas rosadas”.
LA PIPA DE HEMINGWAY SOLAMENTE EL LIBRERÍAS CÚSPIDE - UN BLOG HECHO LIBRO -
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