Mario Vargas Llosa acaba de
decir en la Feria Internacional de Guadalajara que él es el último
sobreviviente del “boom” latinoamericano
y que le toca “apagar la luz”. En otro momento, cuando no era un señor aburguesado
y soñaba con la revolución (¿revolución?), el peruano no hubiera vertido frases
hirientes y poco gratas sobre el reciente desaparecido Fidel Castro. Hoy con el
diario del lunes en la mano, más de un progresista guardó su pensamiento
socialista en el baúl de los recuerdos y se acostumbró al pragmatismo de un
cambio de época que parece registrar el borrón y cuenta nueva. La idea de la
felicidad, de la vida sin excusas y el reencuentro con el amor, ha puesto a
muchos en el desafío de olvidar la coherencia y la dignidad. Vargas Llosa no es
el único; “apagar la luz” es una expresión que intenta instalar una mentira. En
ese error también se cae cuando se expresa que “con la muerte de Fidel Castro
recién termina el siglo XX”.
El corte de época como si se tratara de una porción de torta de chocolate es sencillamente un manejo comunicacional que arrastra el concepto de “ahora todo es distinto”, “ahora es el tiempo de nosotros”. Mientras me dejo llevar por estas líneas pienso en que Fidel, una vez más, se salió con la suya: se murió antes de ver a Donald Trump sentado en la Casa Blanca. Dijo “esto para mí es demasiado” y cerró la puerta. Como buen rebelde lo sumo a Ernest Hemingway y Bob Dylan. Ernest se cagó en el sistema, se burló de todos y se recluyó en La Habana desafiando a los amantes del Imperio. Lo hicieron regresar, enfermo y arruinado a ese país que lo había señalado como una mierda. Pero el volvía con un Nobel bajo el brazo, un Nobel que no fue a recibir, un Nobel que Vargas Llosa recibió como un rey. Y ahora otro rebelde, otro “mal bicho” como Bob Dylan, repite la acción inmunda de no presentarse en la entrega del galardón.
El corte de época como si se tratara de una porción de torta de chocolate es sencillamente un manejo comunicacional que arrastra el concepto de “ahora todo es distinto”, “ahora es el tiempo de nosotros”. Mientras me dejo llevar por estas líneas pienso en que Fidel, una vez más, se salió con la suya: se murió antes de ver a Donald Trump sentado en la Casa Blanca. Dijo “esto para mí es demasiado” y cerró la puerta. Como buen rebelde lo sumo a Ernest Hemingway y Bob Dylan. Ernest se cagó en el sistema, se burló de todos y se recluyó en La Habana desafiando a los amantes del Imperio. Lo hicieron regresar, enfermo y arruinado a ese país que lo había señalado como una mierda. Pero el volvía con un Nobel bajo el brazo, un Nobel que no fue a recibir, un Nobel que Vargas Llosa recibió como un rey. Y ahora otro rebelde, otro “mal bicho” como Bob Dylan, repite la acción inmunda de no presentarse en la entrega del galardón.
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