El período de hiperinflación en Alemania, sucedió entre 1921 y 1923 en la República de Weimar, nombre histórico con el que se identifica a Alemania durante el período de entreguerras.
Hemingway estaba por esos lares recogiendo información para el Star. En ese momento se presentaron situaciones tales como el desmedido aumento de precios, tasas de interés por la nubes, modificación del tipo de cambio y abandono de la moneda como unidad de intercambio.
La inflación acrecentó las dudas sobre la eficacia de las instituciones liberales, especialmente entre la clase media que había perdido todos sus bienes. La falta de confianza, el resentimiento entre banqueros y especuladores financieros fueron parte del desastre económico.
La traducción de Mariano Barragán de esta nota nos lleva al terreno donde la crisis social, a través de la mirada de Hemingway, refleja un momento único lleno de idas y vueltas.
La crónica que sigue, sin margen de error, patentiza esa realidad y nos acerca a lo frágil del ser humano.
José María Gatti
LA INFLACIÓN ALEMANA
Del Toronto Daily Star, 19 de septiembre de 1922
Kehl, Alemania
El muchacho de la agencia de viajes de Estrasburgo, a donde nos dirigimos para informarnos de cómo se podía cruzar la frontera, sentenció:
-"¡Es muy fácil trasladarse a la frontera!. No tienen más que cruzar el puente."
- No hace falta obtener el visado - le pregunté
- En absoluto. Para salir de Francia es suficiente la estampilla de la aduana - contestó el agente; sacó su pasaporte del bolsillo y nos mostró el reverso del mismo lleno de estampillas -. ¿Comprenden? Ahora vivo aquí porque resulta más económico y ésa es la manera de ganar dinero.
¡Comprendido!
Del centro de Estrasburgo al Rin hay una línea de tranvía de tres millas; al llegar al final del trayecto, los viajeros se apiñan y van en manada a una especie de corral hecho de estacas puntiagudas que conduce al puente. Un soldado francés con la bayoneta calada va de un lado a otro de la otra carretera y por debajo de su casco de acero azul observa a los jóvenes que esperan en la caseta donde se revisan los pasaportes. El feo edifico de la aduana está a la izquierda del puente y a la derecha hay un galpón de madera con un mostrador, detrás del cual un oficial francés pone la estampilla a los pasaportes.
El Rin es turbio, de color amarillento y fluye rápido entre sus bajas y verdes orillas y forma remolinos al ser cortado por los pilares de hormigón que sostiene el largo puente de hierro, al otro extremo del cual se ve la pequeña ciudad de Kehl, semejante al triste suburbio de Dundas de Toronto.
Si uno es de nacionalidad francesa, el susodicho oficial le pone simplemente la estampilla sortie Pont de Kehl en su pasaporte y puede cruzar el puente hacia Alemania; si se es ciudadano de un país aliado, lo mira a uno suspicazmente y le pregunta de dónde viene , a que va Kehl, cuánto tiempo estará allí y finalmente le pone sortie en el documento; si se trata de un vecino de Kehl que viene a trabajar en Estrasburgo y regresa a su casa -pues los intereses de Kehl están ligados a Estrasburgo, al igual que todos los suburbios lo están a las ciudades a que pertenecen, cualquiera que fuera su negocio, éste irremediablemente lo involucra a Estrasburgo- tiene que esperar entre quince o veinte minutos en el puesto fronterizo mientras buscan su ficha y averiguan si ha hablado mal del Gobierno francés, verifican sus antecedentes, les hacen preguntas y finalmente le pone la estampilla sortie. Cualquiera puede pasar el puente, pero los franceses se portan muy mal con los alemanes en este sentido.
Una vez cruzado, uno está en Alemania. El otro extremo del puente está guardado por dos soldados alemanes de aspecto sumiso. Dos soldados franceses con la bayoneta calada patrullan por él y los dos alemanes no llevan armas, están apoyados contra la pared y los contemplan ir y venir; los franceses llevan equipos de campaña y los alemanes visten sus viejas guerreras holgadas y gorro de cimera puntiaguda de tiempo de paz.
Pregunté a un francés que funciones tenía la guardia alemana, a lo que contestó:
- Simplemente están allí.
En los bancos de Estrasburgo no había marcos; la subida del cambio había agotado su existencia unos días antes, por lo que cambiamos francos en la estación de Kehl. Me dieron 670 marcos por 10 francos; esta cantidad de dinero francés equivale a unos noventa centavos canadienses. ¡Con ellos Hadley y yo pudimos gastar cuanto quisimos y al final del día nos sobraron ciento veinte marcos!
Hicimos la primera compra en un puesto de frutas, junto a la calle principal de Kehl, donde una anciana vendía manzanas, duraznos y ciruelas. Elegimos cinco hermosas manzanas, le di a la vendedora un billete de 50 marcos y me devolvió 38. Un señor anciano, pulcramente vestido y de barba blanca, nos vio comprarlas, saludó quitándose el sombrero y preguntó tímidamente en alemán:
-Disculpe: ¿Cuánto pagó las manzanas?
Después de contar el vuelto que me había dado la mujer, le dije que 12 marcos. Se sonrió, se puso el sombrero y dijo:
-No puedo permitirme un gasto así.
Y prosiguió su paseo al igual que todo anciano señor lo hace en los demás países, la diferencia consistía en el modo en que había fijado su mirada a la fruta. Sentí no haberle ofrecido alguna.
En la actualidad 12 marcos ni siquiera valen 2 centavos. Este anciano probablemente había invertido sus ahorros de toda su vida en títulos de la deuda púbica antes de la guerra y durante ella y, al contrario de los especuladores, no podía permitirse un gasto de 12 marcos. Por lo tanto, es una de esas personas cuyos ingresos no se incrementan con las devaluación del marco y la corona.
Como 1 dólar equivale a 800 marcos, es decir, 8 marcos por centavo, valoramos la mercadería expuesta en las vidrieras de las tiendas de Kehl, los porotos estaban a 18 marcos la libra , 1 libra de café Kayser (todavía hay marcas como ésta en Alemania) cuesta 34 marcos y una de café Gersten, que no es café en realidad sino grano tostado,14 marcos. Un paquete de papel cazamoscas o una guadaña valen valen 150 marcos (no llega a 19 centavos) y una jarra de cerveza 10 marcos, o poco más que 1 centavo.
En el mejor hotel de Kehl se sirven cinco platos por 120 marcos, que equivale a 15 centavos de dólar. Por una comida de inferior calidad le cobran a uno más de 1 dólar en un restorán de Estrasburgo.
Por ello, las disposiciones aduaneras son muy rigurosas para los que regresan de Alemania; los franceses no pueden comprar toda la mercadería que quisieran en Kehl, aunque pueden ir a comer. Cada tarde se puede ver un tropel de franceses que asaltan las pastelerías y salones de té alemanes. Realmente los alemanes tienen unas confituras excelentes; debido a la devaluación del marco, los estrasburgueses pueden comprarse pasteles por menos sou en Kehl. Este milagro en el cambio de moneda causa un espectáculo denigrante; los jóvenes franceses se agolpan en la confiterías alemanas y se llenan de tortas rellenas de crema a 5 marcos la porción, por lo que estos negocios agotan su existencia en poco más de media hora.
Entramos en una pastelería atendida por un hombre de delantal y lentes azulados; tenía aspecto de ser el dueño y le ayudaba su típico boche con el pelo muy corto. El negocio estaba lleno de franceses de todas las edades y condiciones que se atragantaban con las tortas; observé a una joven de suave y bello rostro, con vestido de color rosa, medias de seda y aros de perla que lamía un helado de frutilla y vainilla, sin importarle mucho nada a su alrededor, mientras se entretenía en acercarse a la vidriera para ver pasar a los soldados que había en la ciudad.
El dueño de la pastelería y su dependiente denotaban aspereza y no parecían estar satisfechos de haber vendido toda su mercadería: la devaluación del marco era más acelerada que el incremento de la producción de pasteles.
Entretanto, cerca de allí circulaba un pequeño tren que transportaba obreros de las cantinas a los suburbios de la ciudad; pasaban veloces los automóviles de los especuladores levantando una polvareda que se depositaba en la copa de los árboles y fachada de los edificios, y en el interior de la pastelería la juventud francesa terminaba los últimos pasteles, y las madres francesas limpiaban los labios de sus hijos llenos de crema. Esto ofrecía un nuevo aspecto de la devaluación del marco.
Al anochecer, los visitantes regresaban a los barrios de Estrasburgo por el puente y los primeros piratas de la devaluación lo cruzaban para hacer su habitual incursión en Kehl, esto es, cenar bien por poco dinero. Las dos corrientes se cruzaban en el puente y los dos desconsolados soldados alemanes los contemplaban. Como dijo el dependiente de la agencia de viajes de Estrasburgo: "Es la manera de ganar dinero".
Ernest Miller Hemingway
Selección y traducción Mariano Barragán
Próxima entrega: 15 de junio
Una terrible y silenciosa procesión
Del Toronto Daily Star, 20 de octubre de 1922
ADELANTO
Adrianópolis. La población cristiana de Tracia oriental se agolpa en las carreteras formando una interminable y vacilante procesión que se dirige a Macedonia. La columna cruza el Maritza por Adrianópolis y tiene unas veinte millas para llegar. Veinte millas de carros tirados por vacas, bueyes y búfalos llenos de barro, gente arropada con mantas mojadas que caminan bajo la lluvia con paso vacilante al lado de sus bienes terrenales.