Search This Blog

Monday, November 18, 2024

HEMINGWAY Y EL SEXO


 


Uno de los fantasmas que rodean a Ernest Hemingway es su relación con la sexualidad. De hecho, su huía del grupo familiar siendo un adolescente, tiene línea directa con la construcción de su vida amorosa.

Las constantes peleas con su padre, quien pretendía transformarlo en un pastor de iglesia y la conducta de su madre, bastante sínica con su figura de mujer, determinaron la decisión de marcharse del hogar tratando de cambiar un mundo tormentoso.

El psiquiatra francés Philippe Lacadée expresa que “el adolescente debe inventarse su propia aventura significante hacia la soledad a partir del punto desde donde ya no se ve como el niño que era capturando en el deseo del Otro, pero desde donde puede percibir, de manera contingente, una cierta visión del él mismo y del mundo”. Este es el panorama de Ernest cuando toma la iniciativa de ser cronista y más tarde ingresar como camillero en la Cruz Roja.

Para Freud, el esfuerzo del adolescente es el de “separarse de la autoridad de sus padres” y es dice, “uno de los efectos más necesarios, aunque a la vez más dolorosos de su desarrollo”.

Tras el corte con el modelo de familia victoriana, Hemingway se enfrenta con la muerte, su propia muerte y el rechazo del amor temprano que marcará siempre su fantasía de abandono. Esto quedará demostrado en las constantes idas y vueltas con sus mujeres y el fugarse antes que su pareja pusiera final al vínculo.


La sexualidad entonces ocupa un espacio considerable en su vida. Mucho se dijo sobre su bisexualidad, algo que para la época parecía tener carga de mochila de plomo.

Cuando Ernest llega a París y se tutea con los artistas y escritores en la mítica librería Shakespeare y Company, ese perfil sexual no era clasificable. Nadie se preocupaba por demostrar su heterosexualidad, la vida tenía un tiempo sin relojes de arena.

En aquellos años la figura del joven se asocia al del vagabundo y al falto proyectos, huidizo y errante, como un ser peligroso para la burguesía que pretendía disciplinarlo.

Rousseau  decía que  había que alargar la adolescencia: “Esta edad  no dura nunca lo suficiente para el uso que se debe hacer de ella, y su importancia exige una atención sin descanso; por eso insisto en el arte de prolongarla”.




¿Fue Hemingway un eterno adolescente? En cierta medida lo fue, su inestabilidad emocional era producto de la bipolaridad que lo hacía pasar de la alegría a la tristeza en un salto abrupto. Cuando en su vida aparece Elizabeth Hadley Richardson quien lo construye como persona, todo queda determinado, ella lo apoya económicamente y lo estimula. Por entonces publica su primer libro (1923) con 3 historias y 10 poemas, que ella financia, viven en un departamento donde el polvo del  aserrín del aserradero del fondo, que entraba en todo el ambiente, hacía imposible respirar. Escribe artículos para el Toronto Star como corresponsal europeo y visita por primera vez España para asistir a los sanfermines. La vida cambia cuando nace su primer hijo -John Hadley Nicanor-, en norteamérica, allí surge el otro Ernest, un padre ausente que no se acostumbra al nuevo rol. En medio de esta crisis emerge Pauline Pfeiffer, que juega de amiga y termina quedándose con el Hemingway triunfante. Ya para entonces Ernest sabía que su futuro estaba declarado y las mujeres caerían rendidas a sus pies.

La historia volverá a repetirse con Martha Gellhorn y Mary Welsh, quienes serán las víctimas de un Hemingway dominador. En el medio de las luchas en la cama estarían Jane Mason, Ava Gardner, Leopondina Rodríguez, Valerie Hemingway (de soltera Danby-Smith), Adriana Ivancich, Fernanda Pirovano, entre otras.




La pasión, el sexo, el éxito y la gloria dejaron a Hemingway en la cima de una carrera que seguirá vigente a lo largo del siglo XX, recordando cuando París era una fiesta.



Friday, October 25, 2024

LAS CORRIDAS DE JULIO EN PAMPLONA

 Decir Pamplona es hablar de Hemingway. Acaso Ernest inventó las corridas y los españoles no lo sabían. Tal vez él no se dio cuenta que la fiesta comenzaba cuando llegaba a la ciudad de los Sanfermines y nadie pensaba que eso era una locura.

Mariano Barragán, otra vez nos trae una crónica que la podemos leer en castellano, gracias a su voluntad. Los dejo con el relato.

José María Gatti

LAS CORRIDAS DE JULIO EN PAMPLONA



Del Toronto Star Weekly, 27 de octubre de 1923

En Pamplona, ciudad asoleada de blancos muros, situada en las estribaciones de los Pirineos, se celebran todos los años durante la primera quincena de julio, las corridas de toros más importantes.

Allí concurren los aficionados a los toros de toda España. Los hoteles duplican sus precios y es difícil encontrar alojamiento. Los cafés tienen llenas de gente las mesas, puestas bajo los amplios portales que rodean la plaza de la Constitución, y en cada una de ellas se ven el típico sombrero cordobés, la oscura boina navarra y vasca y el sombrero de paja madrileño.




Jóvenes morenas de ojos negros, verdaderamente atractivas, lucen con gracia mantones y mantillas de encaje negro sobre sus hombros y se pasean con su acompañante por el angosto y siempre concurrido pasillo que forman las mesas que están bajo los portales y en la iluminada plaza. La gente baila durante las veinticuatro horas del día en las calles. Grupos de campesinos con camisa azul bailan detrás del tamboril, chistu, que es una especie de flauta, y toda suerte de instrumentos de viento que interpretan el riau riau, antiguo baile vasco. Y por la noche la gente baila al compás de la música de bandas militares en el amplio cuadrado que forma la plaza.

Llegamos de noche a Pamplona. Sus calles eran un hormiguero de parejas bailando. La música estallaba en todas partes. Fuegos artificiales se disparaban desde la plaza. Ningún carnaval de todos lo que he visto puede compararse con estas fiestas. Un cohete estalló sobre la plaza; su explosión produjo un gran resplandor, y su cola cayó silbando y dando vueltas. Las parejas de baile castañeteaban con sus dedos, hacían perfectas mudanzas con los pies y movían el cuerpo y los brazos al compás de la música. Algunas chocaban contra nosotros mientras esperábamos alcanzar nuestras maletas que estaban en la cubierta del autobús que nos llevó de la estación al hotel. Por fin no los entregaron y entramos en dicho establecimiento.




Con dos semanas de antelación habíamos pedido por telégrafo y por carta que nos reservasen dos habitaciones. Pero nos encontramos con que no las habían reservado. Nos ofrecieron un angosto cuarto con una cama que daba al patio de la cocina; teníamos que pagar siete dólares diarios por persona. Hubo la correspondiente discusión con la dueña, que, de pie ante el escritorio, apoyando las manos en sus caderas y sereno su aplanado rostro moreno, nos dijo en un lenguaje con más palabras vascas que francesas, que tenía que ganar dinero para todo el resto del año en aquellos diez días; que no le faltaba huéspedes y que pagarían lo que ella les pidiese. Nos ofreció una habitación mejor por diez dólares diarios por persona. Respondimos que era preferible dormir en una pocilga. Dijo que lo dudaba. Insistimos en que ello era preferible a hospedarse en su hotel.  Los ánimos se calmaron, La dueña estuvo meditando un rato, y nosotros nos mantuvimos firmes. Hadley estaba sentada sobre el equipaje.

-Bueno, les buscaré habitación en una casa particular, y pueden comer aquí si lo desean.

-¿Qué nos costará?

-Cinco dólares.

Selección y traducción Mariano Barragán.



Tuesday, September 17, 2024

DÍAS DE RADIO

 



Mi amigo Carlos me llama a las cuatro de la mañana. Nunca descansa como una persona normal. Tiene un reloj diferente y cree que todos funcionan como él. "Tengo una joyita para vos, se la compré a una vieja yanqui que vive en mi edificio. Está por volverse a Estados Unidos y liquida todo", me dice.

Nos encontramos en el Florida Garden, sobre la mesa hay una bolsa negra de consorcio. Pide dos cafés antes de empezar con el parlamento. "No tenés que pagarme nada, es un regalo por todo este tiempo que nos conocemos. Un amigo es un amigo", expresa con euforia. 




Abre la bolsa, me mira y dice: "Es igual a la que  usaba Hemingway en Cuba, tiene fecha de 1951, todo original, funciona perfecta, es una Zenith Transoceanic" .



 Le digo que Papa escuchaba todos los días, a las 6 de la tarde, el noticiero de Estados Unidos y el informe meteorológico, junto a Gregorio Fuentes y Juan Pastor. Le hablo de un cuento muy lindo de Hemingway: El jugador, la monja y la radio. La historia se desarrolla en un hospital que funciona en un convento. La trama se focaliza en un jugador mexicano llamado Cayetano, que recibió un disparo en un pequeño pueblo de Montana, una monja que aspira a ser santa y un escritor llamado Frazer que está enfermo y escucha la radio permanentemente.

La historia fue llevada a la televisión en 1960. La versión fue protagonizada por Eleanor Parker, Richard Conte y Charles Bickford.




Carlos me pregunta: ¿Te sorprendí con esto, no?. Totalmente, es un gran regalo, respondo.

Salimos del Florida Garden. La calle Florida está a pleno. Nos despedimos. Anochece en Buenos Aires.


Sunday, August 25, 2024

A LOS GOLPES ENTRE LIBROS

 


A los diez años, Ernest regresó a su casa con una herida en la mejilla. Su padre le preguntó qué le había pasado y el niño contestó: "una pelea, mañana lo mato". Dos días después, apareció con el ojo morado. Su padre volvió a preguntarle y Ernest respondió. "Le partí la cara a golpes, este no se olvida más de mi".

A los 16 años "el matador" Hemingway, transformó la sala de música de su madre en un gimnasio de boxeo. Ernest ya había perfeccionado sus habilidades como boxeador y todo parecía que podría ser un digno representante del deporte.

Aunque Hemingway es reconocido como uno de los grandes escritores del siglo XX, su pasión por el boxeo era legendaria.

Siendo un niño, Hemingway posó para una fotografía con John L. Sullivan. A Ernest le gustaba describirse como "luchador semiprofesional". En París, en 1929, se enfrentó al escritor canadiense Morley Callaghan y su amigo Francis Scott Fitzgerald fue el árbitro. En el segundo asalto, Fitzgerald extendió el tiempo de la vuelta a un minuto más y permitió que Callaghan lo golpeará en exceso. Esto trajo aparejado que Ernest no le hablara por largo tiempo a Fitzgerald.

Por entonces el pícaro pugilista tenía su cronometrista particular, el viejo amigo Bill Smith, quien además seleccionaba los sparring de mitad de su tamaño y aleccionaba para interrumpir o dejar correr los asaltos en función del desempeño de su pupilo.

Ernest se subía al ring y tiraba puños a lo loco. Su mejor defensor era James Joyce, que como era peleador y medio ciego, en las peleas en que se metía Ernest, solía gritarle: "Dale Hemingway, voltéalo ahora" y Ernest arremetía.




En 1935, durante su visita a Bimini,  el novelista ofreció 250 dólares a quien pudiera noquearlo en tres asaltos. Cuatro voluntarios aceptaron el desafío y fueron eliminados. 

En Key West, invitaba a menudo a los boxeadores a entrenar en el cuadrilátero de su patio trasero e incluso se convirtió en árbitro. 

Hemingway estaba obsesionado con el boxeo y una vez entrenó con el campeón peso pesado Gene Tunney.

 "Mi escritura no es nada, mi boxeo es todo", insistía Ernest. 

Hemingway contrató al entrenador George Brown quien lo alentó en su delirio. En la mansión de Florida, tenía dos sacos de boxeo, uno pesado y guantes de distinto peso: 8, 10 y 16 onzas.

El campeón de peso pesado Jack Dempsey fue invitado por Hemingway a entrenarse, pero el pesado declinó la invitación.

El escritor Stephen Gertz dijo: "La realidad era que cualquiera que tuviera la más mínima idea de lo que estaba haciendo en el ring podía vencer a Hemingway, que era famoso por intentar tontamente peleas con boxeadores profesionales".





Uno de los buenos cuentos de Hemingway es El luchador una muestra perfecta del golpeador. El otro es 50 de a mil, mágico y brillante.

En Cuba, Hemingway fue amigo de Ángel Herrera ( Kid Tornado) y de Eligio Sardiñas Montalvo (Kid Chocolate).

La vida a los golpes siempre a sido un desafío para Hemingway, sus relatos de contingencias boxísticas tienen protagonistas solitarios, a veces maldecidos y, en general, abandonados por la suerte y perdidos en la soledad. Una forma de vida que Ernest conocía desde pequeño.



Thursday, August 08, 2024

EL OPTIMISTA Y MORALISTA CONRAD

 

Hace pocos días se cumplieron 100 años de la muerte de Joseph Conrad. Admirado por Jorge Luis Borges, de quien dijo: "Es acaso el único novelista que hereda las virtudes de la epopeya, madre de la novela"; este autor polaco que adoptó el inglés como lengua literaria, aprendió el idioma navegando con marinos, consultando libros náuticos y leyendo en bibliotecas.

La crónica de Hemingway, escrita a pocos meses de la muerte del escritor, nos acerca a un autor que, entre otros, inspiró a Francis Coppola para su película "Apocalypse Now".

José María Gatti





EL OPTIMISTA Y MORALISTA CONRAD

(Del Transatlantic Review, octubre de 1924)

¿Qué se puede escribir sobre él si ya está muerto?

Los críticos se meterán en la madriguera de sus enciclopedias y saldrán de ella con artículos sobre la muerte de Conrad. Ya están haciéndolo como unos perros de la pradera.

A los que escriben artículos de fondo tampoco habrá de serles difícil. Tienen experiencia: la "muerte de John L. Sullivan", "de Roosevelt", "del comandante Whittlesey", "del hijo del presidente Coolidge" o "de un honorable ciudadano, pionero o gran novelista". Siempre lo mismo.






Los admiradores de Joseph Conrad, cuya repentina muerte ha conmovido a todos, lo tienen comúnmente por destacado artista, cuentista y estilista. Pero Conrad fue también un profundo pensador y ecuánime filósofo. En sus novelas y ensayos.

Esto se dirá, más o menos, en todo el país.

¿Y qué se puede decir del él si ya está muerto?

Ahora está de moda entre mis amigos hablar mal de Conrad. Cuando se vive en un mundo de política literaria en que toda opinión inoportuna resulta fatal, uno procura escribir con cuidado. Pues no olvido haber experimentado la facilidad con que uno puede ser tachado de la lista de invitados, ni el breve período de ostracismo que sufrí, cuando al hablar de George Antheil, dije sin tapujos que no me gustaba los Stravinsky adulterados. Desde entonces me ando cuidando todo el tiempo.

La mayoría de las personas que conozco sostienen en que Conrad es un mal escritor y reconocen el mérito literario de T.S. Eliot. Si yo supiera que triturando al señor Eliot hasta reducirlo a polvo fino y seco, y espolvoreando con él la sepultura de Conrad, éste se levantaría de pronto, molesto por el forzado regreso, y empezaría a escribir, mañana mismo saldría para Londres con una máquina de moler carne.

No cabe alegrarse de la muerte de un gran hombre, pero no se puede comparar a T.S. Eliot con Joseph Conrad en un dictamen serio, como tampoco se puede ver, pongo mi caso, a André Germain y a Manuel García (Maera) pasear juntos por la calle sin reírnos de ello.

Lord Jim fue el segundo libro de Conrad que leí, no pude terminar de leerlo. Por tanto, eso es todo lo que me queda de él, pues me es imposible releer sus libros. Eso puede ser la causa de que mis amigos digan que él es un mal escritor. Pero, de todo lo que he leído, a nada le he sacado tanto provecho como a los libros de Conrad.

Aún sabiendo que no puedo volver a ellos, elegí cuatro con el propósito de no leerlos hasta que tuviera necesidad de una lectura así, es decir, hasta que los sinsabores que causa el escribir, los escritores y todo lo escrito y por escribir lo requiriesen. En los dos meses que estuve en Toronto  leí esos cuatro libros. Se los pedí prestados a una joven que tenía toda su obra encuadernada en papel azul en su biblioteca y no la había leído. Bueno, a decir verdad, leyó The Arrow of Gold y Victory.

En Sudbury (Ontario) compré tres números atrasados de la Pictorial Review y en ellos leí The Rover, sentado en la cama de mi habitación del hotel Nickle Range. Al amanecer ya había apurado su lectura al igual que un borracho apura el contenido de la botella, a pesar de haber creído que tenía lectura para todo el viaje; después de ello me sentí como un joven que ha despilfarrado su caudal. 

Entonces creí que si continuaba escribiendo cuentos, pues tenía mucho tiempo para ello.

Pero cuando leí las críticas, resultaba que The Rover no era un buen cuento.



Ahora que él ha muerto, quisiera que Dios se hubiera llevado algún experimentado y gran maestro de las letras y hubiera dejado a Conrad aquí con nosotros para que siguiera escribiendo sus cuentos malos.

Ernest Miller Hemingway

Traducción Mariano Barragán.

Monday, July 22, 2024

UNA NAVIDAD EN PARÍS



La crónica autoreferencial donde Hemingway nos presenta una  París "bella y solitaria en Navidad". El relato donde dos jóvenes pasan la festividad fuera de su territorio y la melancolía los invade. Todo parece una fotografía de Ernest y Hadley, en una ciudad cargada de nieve y recuerdos.
José María Gatti

UNA NAVIDAD EN PARÍS

(Del Toronto Star Weekly, 24 de diciembre de 1923)



En París nieva: la lumbre despierta su fulgor rojizo en los grandes braseros puestos en la parte exterior de la puerta de los cafés; en las mesas hay hombres sentados que llevan levantado el cuello de sus abrigos y sostienen un vaso de bebida en la mano, mientras los vendedores de periódicos vocean las ediciones vespertinas.

Los verdes autobuses pasan haciendo ruido como si fueran tanques de guerra avanzando entre la nieve, que cae en finos copos al anochecer. Las altas fachadas de los edificios parecen engalanadas de blanco. La nevada ofrece una visión más atractiva en la ciudad que en otro sitio. Maravilla estar en un puente sobre el Sena y contemplar, a través de la blanca y suave cortina, el grisáceo edificio del Louvre y más allá del río, enlazado por numerosos puentes y jalonado por los grises edificios del viejo París, Notre Dame, agazapada bajo el crepúsculo.

París es una ciudad bella y solitaria en Navidad.

El joven y su acompañante van desde el penumbroso Quai a la Rue Bonaparte para dirigirse a la iluminada Rue Jacob, donde, en el segundo piso de un edificio, se halla un pequeño restorán, el “verdadero restorán de la Tercera República”, con dos salitas, cuatro mesas pequeñas y un gato, donde se sirve un típico plato navideño.

-         Echo de menos el arándano - responde él.

Y se ponen a comer. El pavo ha sido trinchado según una peculiar fórmula geométrica cuyo resultado es un buen trozo de hueso, mucha ternilla y muy poca carne.

     - ¿Recuerdas el pavo que se come en casa? - pregunta ella.

     - Es mejor no hablar de ello  - contesta el joven.

Y les meten mano a las papas, fritas con mucho aceite.

     - ¿Qué estarán haciendo en casa? - dice la muchacha.

    - Anda a saber - contesta el acompañante- ¿Crees que algún día podemos regresar a ella.

     - No sé. ¿Y tú crees que alguna vez tengamos éxito como artistas?

 Entra el dueño con el postre y una botella de vino tinto pequeña y dice en francés.

-         Se me ha olvidado servirles el vino.

La joven empieza a llorar.

-         No sabía que París fuese así. Se me figuraba alegre, bonito y lleno de luz.

El joven la rodeó con el brazo, lo cual está permitido en los restoranes parisienses, y respondió:

-         No tiene importancia, cariño. Llevamos tres días aquí.  París es distinto. Un poco de paciencia.




Comieron el postre; ninguno de los dos se quejó de que estaba un poco quemado. Pagaron la cuenta, bajaron y salieron del establecimiento. Continuaba nevando y la pareja se encaminó por las calles del viejo París que habían conocido el merodeo de los lobos y las cacerías humanas, y sus altos edificios lo habían presenciado y se ofrecían ahora severos e inmóviles en este día señalado.

Los dos jóvenes padecían de nostalgia: era la primera navidad que pasaban fuera de sus hogares. Se desconoce lo que significa esta festividad mientras no se pasa fuera del lugar de residencia.

Ernest Miller Hemingway.

Selección y traducción Mariano Barragán

Friday, July 05, 2024

UNA FIESTA NAVIDEÑA EN EL NORTE DE ITALIA

 

Una nota de color que Hemingway sintetiza con claridad periodística, marcando los detalles de una costumbre canadiense en Milán.

Lejos de brigadas, bombas y fusiles, Ernest transita su crónica con la mirada del viajero que se sorprende por la ingenuidad de los hechos.

Un relato distendido y alegre, en medio de la festividad navideña.

José María Gatti

 


 

UNA FIESTA NAVIDEÑA EN EL NORTE DE ITALIA

Del Toronto Star Weekly, 22 de diciembre de 1923

  

  La extensa, moderna, antigua y parduzca ciudad norteña de Milán, estaba como encogida por el frío de diciembre.

  En las puertas de las carnicerías había colgados faisanes, conejos, ciervos y zorras.

  Helados de frío, los grupos de soldados vagaban por las calles para disfrutar del permiso navideño. En el interior de los cafés la concurrencia tomaba ponches de ron calientes.

  Oficiales de todas las regiones y graduaciones -y diferente grado de embriaguez- acudían al café Cova, que está frente del teatro La Scala, añorando poder pasar la Navidad con sus familias.

  Un joven teniente de Arditi me contó cómo celebran la Navidad en los Abruzos; un lugar donde “se cazan osos, y los hombres son hombres y las mujeres,  mujeres”.

  Chink se asombra con la noticia  de que en Vía Manzoni hay una tienda donde distinguidas jóvenes milanesas venden muérdago, con el objeto de recaudar fondos para la beneficencia.




  Después de formar una patrulla de exploración, lo más rápidamente posible, excluyendo a los italianos, los borrachos y todos los oficiales con una graduación superior a la de mayor, salimos del café Cova y nos dirigimos a la tienda en cuestión. A través de la vidriera se puede ver nítidamente a las distinguidas jóvenes milanesas; en la parte superior de la puerta hay colgado un enorme ramo de muérdago. Entramos y empezamos a comprar desaforadamente. Salimos con un gran cargamento de muérdago que repartimos entre mendigos, guardias, politicastros, cocheros y criadas que pasan por la calle.

  Vamos nuevamente por el muérdago a la tienda. Es el gran día de la beneficencia. Salimos con otro cargamento y ofrecemos ramitos a los periodistas, camareros, barrenderos y conductores de tranvías con quienes nos cruzamos por la calle.




  Volvemos al negocio; esta vez nuestra presencia despierta la curiosidad de las distinguidas jóvenes milanesas, pedimos insistentemente que nos vendan los voluminosos ramos que están colgados en la puerta; pagamos bastante dinero por él y decidimos ofrecerlo a un caballero, de aspecto rudo, que se pasea con chistera y bastón por la Vía Manzoni.

  El caballero lo rehúsa: insistimos en que lo acepte. No quiere aceptarlo, porque supone demasiado honor para él; le explicamos que es una costumbre canadiense  ofrecer muérdago en una fiesta tan especial, y que nos honrará si lo acepta. Vacila.

  Llamamos un coche para el caballero; todo esto es observado a través de la vidriera de la tienda por las muchachas;  lo ayudamos a acomodarse en el asiento del vehículo, y ponemos el voluminoso ramo a su lado. El carruaje parte, y el viajero se despide con palabras de agradecimiento y confusión en el rostro.




  Mucha gente ha contemplado la escena. Esta vez, las distinguidas jóvenes milanesas, en el interior de la tienda, están intrigadas.

  Entramos en ella y en voz baja le explicamos que en Canadá es costumbre ofrecer ramos de muérdago. Tras esto, nos hacen pasar a la trastienda y nos presentan a las  chaperonas, dos estimables damas: la condesa de “Tal”, alta y campechana y la princesa de “Más Cual”, muy delgada, angulosa y aristocrática. Nos retiramos. Nos comunican en voz baja que las dos damas saldrán a tomar  té dentro de media hora.

  Salimos con otro cargamento de muérdago y se lo ofrecimos ceremoniosamente al jefe de los camareros del restorán Gran d’Italia; le emociona esta costumbre canadiense y responde agradecido por el ofrecimiento.

  Volvimos al establecimiento y reafirmamos esta sagrada costumbre canadiense. Las dos chaperonas regresan de tomar el té; nos lo advierten con un silbido desde la calle.

  De esta manera, el verdadero uso del muérdago fue introducido en el norte de Italia.

Ernest Miller Hemingway

Selección y traducción Mariano Barragán




 Edición en idioma polaco de El muertito de Hemingway. La publicación en español agotó tres ediciones.