El enamoradizo Hemingway no termina nunca de sorprendernos. Siempre tuvo fama de seductor y sus conquistas así lo demostraron. Nunca se quedó sin los abrazos de sus amantes y esa forma varonil de comportarse despertó suspiros y orgasmos que pasaron a la historia. La literatura fue la excusa para la conquista y Ernest se aprovecho de esa condición. "Cuando la vi, estaba enamorado de ella. Todo se dio vuelta dentro de mí. Miró hacia la puerta, vio que no había nadie, entonces se sentó a un lado de la cama, se inclinó y me beso". Así lo escribe Hemingway en Adiós a las armas. El joven maltrecho y herido quedó pasmado, esa mujer hermosa, de mirada dulce y gatuna, capaz de despertar las fantasías eróticas más fuertes, lo había atrapado y nunca más lograría librarse de ella.
Las historias sobre esta relación son de todo tipo. Algunas mal intencionadas y otras demasiado edulcoradas. La realidad gira en un cóctel de verdaderas estupideces que inflan un globo preparado para las revistas del corazón. Esto fue un cruce de miradas, una asistencia médica y ese ida y vuelta entre paciente y acompañante terapéutico.
El joven Ernest no olvidó nada y su corazón herido quedó sangrando por siempre. Hemingway creyó que Agnes sería la mujer de su vida y nada de eso sucedió.
Catherine Barkley, el personaje de Adiós a las armas, fue modelado en dos mujeres, una seguramente Agnes y la otra, su primera esposa, la querida Handley.
Con mucho facilismo algunos hablan de amor platónico, nada real, Agnes finalmente le escribiría una carta a Ernest donde le dice que él es bastante joven para ella. En un párrafo de la misiva, la enfermera le dice:
"Después de un par de meses lejos de ti, sé que sigo encariñada contigo, pero es un sentimiento mas de madre que de amante. Sería bonito decir soy una niña, pero no lo soy, y cada día que pasa lo soy menos"
"Así que, Niño (aún eres Niño para mí y siempre será así), ¿ podrás perdonarme algún día por haberte engañado sin querer? Ya sabes que en realidad no soy mala, y no es mi intención hacerte daño, y ahora me doy cuenta de que fue mi culpa que desde el principio cuidaras de mí, y lo siento con toda mi alma. Pero soy demasiado mayor, lo soy ahora y lo seguiré siendo siempre. Esa es toda la verdad, y no puedo eludir el hecho de que eres solo un chico...un niño".
No se sabe qué respondió Hemingway a esta carta porque uno de los novios de Kurowsky quemó todas sus cartas. Sin embargo, en una misiva de 1919, enviada a su amigo Howell Jenkins, Hemingway se confiesa: "La amé una vez y luego me engañó. Y no la culpo".
Esa carta rompió el corazón de Hemingway. Hay otras referencias. Agnes von Kurowsky, antes de ser enfermera, fue bibliotecaria (catalogadora), en Washington. Agnes asistió al programa de formación de enfermeras Bellevue en Nueva York, donde se graduó en 1917. Otro apunte clave en esta historia, tiene que ver con la edad. Ernest tenía 19 años cuando fue hospitalizado y Aggie le llevaba 6 años. Para la época siempre el varón debía ser el mayor, esa fue una de las dificultades del vínculo.
El joven reportero se quedó con la sangre en el ojo cuando se enteró que su amor se había marchado a Nápoles detrás del teniente italiano Dominico Caracciolo, un vínculo que duró un suspiro y que se entiende como una "huída". Consta que en 1919, la enfermera regresó a los Estados Unidos y que en 1926 se enroló de nuevo en la Cruz Roja para viajar a trabajar en Port-au-Prince (Haití), donde sería nombrada Directora de Enfermería. Allí se casó en 1928 con Howard Preston Garner y a los dos años se separó. En 1929 vuelve a Nueva York. Durante 10 años se queda en Estados Unidos y después de la Segunda Guerra Mundial, termina viviendo con su tercer marido William Stanfield en Cayo Hueso. El consorte era gerente de un hotel, viudo y con tres hijos. La pareja vivía a pocos kilómetros de la casa donde Hemingway compartía sus días junto a Pauline Pfeiffer.
Como todas las historias de amor y final de película, Ernest y Aggie se encontraron. Fue en el Sloppy Joe's. Ya había corrido demasiada agua por el río. Ernest era un consagrado, Aggie una formal señora en decadencia. Todo terminó como una bella aventura. Todo quedó como una fotografía en color sepia.
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