LAS PALABRAS PERDIDAS
Cuando en 1959 Hemingway se despide de su amada España, totalmente borracho de nostalgia y melancolía, sabe que no va a regresar. Se lo afirma con lágrimas en los ojos a su amigo, el torero Ordóñez, quien en un acto de fe y confianza le asegura al norteamericano: “En el 61 tu vas a estar en Pamplona porque tienen los huevos bien puestos”. Tal es el deseo del español que contra viento y marea la compromete a Mary Welsh para que adhiera al desafío. Una tarea que parece imposible. Sin embargo, la compañera de un Hemingway acabado, gritón, molesto y agresivo, sin mucha esperanza compra los tickets para la Fiesta Pamplonense. Aquel 1ro. de julio, el viejo sin mar se olvidó de la promesa. No quería más toros ni corridas. Seis días después el San Fermín tenía misa de réquiem. Miguel Ordoñez nunca habló sobre el suicidio. Lo negó, lo sepultó. “Hemingway no se mató, no se mató”, le gritó dos meses después a un periodista que había tratado de cornear su mente. Ordoñez hacía justicia con aquella expresión de su amigo: “Un escritor debe poseer un detector innato de boludeces”. Diría mi amigo Rosendo Castillo: “No hablar al pedo”. Tampoco callar. Tampoco mirar para otro lado. Menos aún quebrar los códigos. Las boludeces son esas pequeñas cosas que joden y entorpecen. Son las miserias escondidas. “Si te caes, quédate quieto y tápate la cabeza. Los toros no te van a pisar”. Los toros no hacen boludeces. Pero el “Tío Ernesto” se quedó solo en la Plaza Consistorial y Mary buscó el bullshit entre el destrozado cráneo: “El señor Hemingway se mató accidentalmente mientras limpiaba un arma esta mañana a las 7.30. No se ha fijado el día de sus servicios fúnebres, que serán privados”
Entonces para “no hablar al pedo” me quedo con aquello de José Luis Castillo Puché: “Hemingway cargaba su muerte sobre los hombros”. Mucho antes de la triste despedida de 1959.
No comments:
Post a Comment