Yo soy de un oficio viejo,
como el arroyo y el viento,
como el ave y el espejo,
como el amor y el invento.
Yo sólo soy el vigía
amigo del jardinero
con la pupila en el día
que llegara el aguacero.
Yo sólo soy un vigía
amigo del jardinero.
Silvio
Rodríguez
Definir un “vigía” puede resultar
fácil: persona que controla desde un lugar estratégico la situación que se
avecina; pero hay otro concepto más singular aún: roca que sobresale en la
superficie del mar. Me quedo con esta última para asociarla con Hemingway,
porque aquello del “control", puede causarle a Ernest, cierto malestar. Digo
esto en base a una escultura pequeña que
llevó a dos investigadoras cubanas a realizar una pesquisa
que revelara el enigma que pesaba sobre su origen. La historia da cuenta que se trata de una obra realizada en madera
que representa la figurilla de un pequeño hombre, en la postura de quien
observa o espera y fue considerada durante muchos años por algunos
investigadores, como un amuleto de buena suerte, mientras que otros tejieron
leyendas acerca de que el artista se lo obsequió al novelista en uno de sus
safaris por África.
En el prólogo de Hemingway en Cuba, del escritor Norberto Fuentes, Gabriel García
Márquez cita palabras del propio novelista norteamericano para explicar porqué
se mudó a Finca Vigía en 1940: "Uno vive en esta isla porque para ir a la
ciudad no hace falta más que ponerse los zapatos, porque se puede tapar con papel
el timbre del teléfono para evitar cualquier llamada, y porque en el fresco de
la mañana se trabaja mejor y con más comodidad que en cualquier otro sitio.
Pero esto es un secreto profesional". Recurro a estas palabras porque cada
objeto que guardaba el norteamericano en su casa tenía un enorme significado y
en este caso la escultura no pasa inadvertida.
La historia de la tan intrigante
escultura, conocida como "El Vigía", fue develada recién en el
contexto del coloquio internacional que cada dos años se organiza en Cuba para
ahondar en el estudio de la vida y obra de Hemingway.
En unas de las sesiones que tuvo
lugar en el habanero hotel Palacio O'Farril, la investigadora Gladys Rodríguez
anunció que en realidad ese "El Vigía" no llegó de África, como se
pensaba, sino que fue construido en un taller en Cuba. La pieza fue esculpida
en el taller que el joyero y escultor húngaro Joseph Sepy de Bicske Dobronyi
(1922-2010) tuvo en La Habana, muy cerca de la Plaza de la Catedral.
Rodríguez, quien además es
presidenta de la Cátedra Ernest Hemingway, adjunta al Instituto Internacional
de Periodismo "José Martí", explicó que el estudio fue realizado a
dúo con Mayté Soto, una cubana especialista en la obra del narrador
estadounidense y radicada en Miami.
Entre ambas pudieron concluir que
se trata de una serie de al menos tres piezas similares, una en La Habana; otra
en los fondos de los herederos de Sepy, y una tercera del cual no han tenido
constancia tangible pero sí visual, pues aparece en una foto del escultor junto
a cómico estadounidense Groucho Marx.
La pieza que atesora Finca Vigía,
sin dudas uno de los espacios donde mejor se ha preservado el paso de Hemingway
en Cuba, es de ébano carbonero, está firmada por su autor y muestra un
excelente estado de conservación.
Al parecer, Joseph Sepy de Bicske
Dobronyi conoció a Hemingway en La Habana, donde compartieron el gusto por las
celebridades y la buena vida. Al húngaro se le identificaba con su título
nobiliario de barón, herencia de ancestros cuyo rastro podría seguirse hasta
los albores del siglo XVI en la vieja Europa.
Joseph Sepy de Bicske Dobronyi
fue piloto de la Cruz Roja durante la II Guerra Mundial y sin que todavía esté
muy claro cómo, se convirtió en uno de los excéntricos personajes que coloreó
las crónicas sociales de sociedad cubana de los años 40 y 50 del pasado siglo.
Joseph Sepy de Bicske Dobronyi
fue también un promotor de la música cubana y del arte de la isla, aseguró
Rodríguez, quien dijo que hay constancia de que en 1955 creó un Centro de Arte
Cubano que estaba ubicado en pleno centro de La Habana Colonial. Sus
habilidades como escultor y joyero calzaron sus vínculos con la burguesía
habanera, al punto de que exhibir una de sus piezas, llegó a ser signo de
distinción.
En 1960 el húngaro acopió todas
sus pertenencias en un Ferry y enrumbó hacia Miami, Estados Unidos, donde
continuó su vida más cerca de las estrellas de Hollywood que tanto le
apasionaron. Sus años en Cuba están llenos de incógnitas, pero su reencuentro
con el Vigía de Hemingway, podría desbrozar un camino que permita conocer mejor
al artista y su época.
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