Pamplona siempre despierta el misterio. Cada año se
renueva la fiesta que recibe críticas y elogios. Es difícil separar opiniones y encontrar una
valorización ecuánime. Pero ese color rojo que todo lo domina parece no terminar
nunca de desaparecer del escenario.
En las fiestas del presente año la
policía trata de hacer más seguro el funcionamiento mediante la limitación de
las multitudes y la prohibición de los que están claramente borrachos. Difícil
tarea porque cada vez más el alcohol asociado a la sangre parece tener destino
trágico. Y hasta los más arriesgados, esos que piensan que los toros son
idiotas, ponen sus selfies a mano para que todos digamos que todavía existen
los valientes.
Este año, los grupos de derechos de los animales planearon de nuevo las
manifestaciones que denunciaban los encierros y corridas. Los activistas que
han tenido éxito en Barcelona, donde el parlamento regional catalán votó en el
2010 la prohibición de las corridas de toros en esa región, procuran aumentar
su crítica pero no parece haber hecho mella en el evento de Pamplona. La fiesta
es una fuente inigualable de ingresos para la ciudad, una intensa semana de turismo
de millones de dólares y el encierro es sólo una pequeña parte del todo.
El Ayuntamiento de Pamplona dice que el año pasado casi 1,5 millones de
personas asistieron a los cientos de conciertos, desfiles, actividades
infantiles y eventos religiosos organizados en torno a la celebración y estiman
que este 2014 será un éxito de concurrencia donde se superarán todos los
pronósticos.
Todavía persiste la idea de que fue Hemingway el baluarte del lío entre
toros y gente corriendo. Aunque parezca extraño, la gran mayoría que acude a
Pamplona nunca leyó un libro del norteamericano y recién, entre paseos, alcohol
desmesurado y amoríos, descubren a un tal Papa Hemingway o Tío Ernesto.
La tradición de eludir toros y
cornadas en esta ciudad del norte
español, data de 400 años y llegó a ser promocionada en todo el mundo después
que Ernest Hemingway la hiciera más
popular aún con su novela de 1920,
"The Sun Also Rises", conocida mundialmente como "Fiesta".
Hoy en día el festival anual de San Fermín es tan popular que la
población de Pamplona de 200.000 habitantes puede cuadriplicarse durante los
ocho días consecutivos de su funcionamiento que se celebra del 7 al 14 de julio.
Pero como todas las cosas, hay que vivirlas. Bien decía Hemingway que sólo
se puede escribir de lo uno conoce y su nieto John Hemingway, tomando esas
palabras, desde hace mucho tiempo es un visitante ilustre en las jornadas. Para
darnos una buena “cornada” nada mejor que un extracto de su crónica Fiesta:
Cómo sobrevivir a los toros de Pamplona editado por Alexander
Fiske-Harrison y publicado por Mephisto Press.
No creo que nadie pueda prepararse para Pamplona. Desde el momento del chupinazo a las
doce del mediodía del 6 de julio, a la ceremonia de clausura en la medianoche
14, no hay otra celebración como esta en el mundo. Ciertamente, muchos han tratado de
describir lo que sucede durante la Fiesta, incluyendo por supuesto a mi abuelo
Ernest Hemingway en su novela "The sun also rises", pero si realmente
quieres una idea de lo que se trata, entonces tienes que ir allí y verlo por ti mismo.
Lo cual, por supuesto, es exactamente lo
que Ernest Hemingway hizo en 1923. Había oído hablar primero sobre las corridas
a Gertrude Stein, una de sus mentoras literarias y una mujer que había despertado
su curiosidad con los cuentos de los
orígenes cartagineses de las corridas de toros. Nada era como parecía, le dijo al
joven escritor y la Corrida, o corrida de toros, representaba para algunos, el
regalo de boda del novio a la novia, en la que el toro era simbólicamente el
hombre y el torero la mujer.
Su lucha era como un ballet, le explicó, y
sólo cuando el torero se acerca a los cuernos del animal y coloca su espada
perfectamente en el morrillo (el músculo grande en la parte posterior del
cuello del toro), empujándola hacia abajo en el corazón y matándolo al instante,
uno se pregunta ¿ hubo una unión entre los dos y la consumación de su amor?.
Ella sabía que mi abuelo era un peligroso
aventurero y probablemente pensó: ¿dónde mejor que en Europa podría un veterano
de guerra ir y esperar encontrar el mismo peligro y la emoción que viene de
vivir en el frente, la misma camaradería y contradicciones aparentes que Ernest
había visto en Italia en 1918?
Sólo en España - y en concreto en
Pamplona, dónde la gente del pueblo jugaba la oportunidad de arriesgar su vida
cada mañana al correr delante de una manada de seis Toro Bravos -sería para mi
abuelo encontrar lo que realmente necesitaba-.
Llegó a la fiesta un total de nueve veces,
la mayoría de ellos en la década de 1920 y los dos últimos en 1953, un año
antes de que ganara el Premio Nobel, y en 1959, dos años antes de su muerte. Ahora bien, aunque no le aconsejo a
nadie leer las obras de mi abuelo para tener una idea más íntima de la clase de
persona que era, si no por otra razón que por ser un escritor, entiendo lo
importante que era para él escribir todos los días y para escribir tan bien
como pudo, también sé que sus muchas visitas a Pamplona eran apenas sólo una
parte de su medida como hombre.
Esos encuentros eran tan importantes como
su escritura, pero por otras razones. Aquí
podía dejarse ir. Aquí él no
tenía que preocuparse por la página en blanco, el flujo de sus palabras o
mantener esa energía furiosa que cualquier escritor tiene que crear algo que sea poderoso y sublime. No, durante la Fiesta estaba rodeado de
amigos y recordaba cada día que "usted no es dueño de ella." Que nada es permanente y que todo es
efímero y pasajero, incluyendo a la gente que conoces y los momentos que se
comparten. La mayoría de todo lo
que hizo en aquel entonces y que, de hecho, la gente todavía lo hace hoy fue
espontáneo y no planificado. "La
fiesta es una porción de la calle" les gusta decir en Pamplona, la
fiesta está en las calles.
Esto es lo que se aprende cuando se llega
aquí y lo que entendí de inmediato en 2008, cuando vine por primera vez. Así me acerqué a mi abuelo y lo puede
apreciar más como hombre y como artista. Si él hoy pudiera abrazar este caos y verlo
como lo que era (la vida misma) y entender la necesidad de este moderno bacanal, sería maravilloso.
Esa es la belleza de
Pamplona, que te da la oportunidad de experimentar algo que tal vez nunca has
experimentado antes, para finalmente ser creativo con su propia vida.
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