El clan Hemingway tiene un baúl lleno de cajas chinas. Son una familia donde nada sorprende y todo es parte de una aventura que nunca termina. Ya no hablo de Ernest, sino de esas figuras secundarias que en una película de extras pasan a ser protagonistas. Entro en detalle. Leicester, el hermano pequeño del novelista, el 4 de julio de 1964, tres años después de la muerte de Ernest, aseguró una balsa al chasis de su auto y luego de recorrer los caminos de Jamaica declaró ser el fundador de una nación llamada Nueva Atlántida.
El fundador instaló la
barcaza a 15 km del centro de Jamaica, cerca de Bluefields y allí pisó fuerte.
A Leicester le gustaba la aventura, la pesca, la caza, la naturaleza y, además,
escribir como a Ernest. Publicó muchos artículos sobre pesca y dos libros
semiautobiográficos: My Brother, Ernest Hemingway y The Sound of The Trupet.
Ahora bien, el conquistador, aprovechando una ley vigente en Estados Unidos, se
aferró al texto promulgado en 1856,
conocido como Ley de las Islas Guano,
donde todo ciudadano norteamericano tenía derecho a reclamar y
explotar cualquier isla con un depósito importante de guano, o sencillamente
gran cantidad de excrementos de aves marinas o murciélagos, que servían para
fertilizar el suelo. La salvedad era que ese terreno no hubiera sido reclamado
por otro gobierno, ni perteneciera a aguas territoriales, las llamadas
plataformas marítimas. Si cumplía con este requisito, el ciudadano se convertía
en propietario sin más trámites. Leicester tenía la idea de desarrollar un
centro de investigación marina o algo parecido. New Atlantis tuvo seis
habitantes: Él y su esposa Doris, sus hijas Annie y Hilary, Edward K. Moss un
agente de la CIA y su asistente Julia Cellini, hermana de un jefe de la mafia.
Conviene recordar que Leicester supo ser uno de los primeros miembros de la
Oficina de Investigaciones Especiales, precursora de la CIA y que estuvo
involucrado como espía durante la guerra, en 1940.
Hoy esta absurda ley dejó de tener vigencia, aunque de modo más sutil se la aplica con la
construcción de terrenos artificiales que benefician el proyecto regional,
obras que logran una renta impensada que nada tiene que ver con la locura de
Leicester.
La historia
es que el visionario hermano de Ernest, con una balsa de bambú atada a un auto viejo, clavó el
ancla en las aguas de Jamaica y declaró que la mitad de su embarcación
pertenecía a Estados Unidos y la otra mitad a la nueva micronación llamada New Atlantis. El
naciente país no era otra cosa que la mitad de una endeble balsa de bambú, una
tubería de hierro, cables de acero y piedras de sobrepeso, clasificadas en las
coordenadas exactas de latitud 18 grados, 1 minuto norte y longitud 78 grados.
La barcaza
tenía 30 metros cuadrados. Lo interesante es no había caca de murciélago ni nada
que se le parezca en los alrededores. Leicester avanzó por más, creó una constitución que es la
copia de la carta magna del Imperio, diseñó una bandera y convalidó una moneda.
A tal punto generó expectativas, que aparecieron vecinos y residentes con título
de propiedad y esos títulos, además, se vendían en los bares de Miami a
cambio de una inversión generosa. Llegó a otorgarse la Orden de la Arena
Dorada, un galardón que permitía ser ciudadano ilustre.
En 1966, un viento huracanado soltó la amarra de la balsa y el pequeño país de Nueva Atlantis se hundió en las aguas. Así se cerró la historia como un maravilloso cuento que todavía se puede escribir en un mundo lleno de fantasías, especuladores, farsantes y vividores.
No comments:
Post a Comment