Se agolpan los recuerdos, los
ojos se licuan con el peso de las lágrimas, la historia se llena de momentos
fugaces, de escenas cotidianas, de instantes que se eternizan. Sólo la muerte
deja el vacío, la extraña forma de una silueta cósmica, algo así como el
escenario a oscuras y sin actores, sin texto, sin ensayo. La vida se va entre
un manto de neblina y un atardecer rojizo desplegado sobre el mar caribe; allí mismo donde Luis Eduardo Aute lo
desvistió a Hemingway en su delirio. Y en La Habana el viento húmedo arrincona
a los pescadores, se renueva en el Malecón para seguir hasta Finca Vigía y proclamar sin ningún preámbulo
que René Villarreal se ha escapado, se ha marchado a encontrarse con Papa
porque ya le pesaba la distancia y le faltaba el diálogo. René Villarreal ha muerto y no vale hacerse el distraído. Al
menos yo no quiero, no puedo, no debo; porque me enfrento a ese momento, en el
parque de Finca Vigía, al lado suyo, charlando y preguntándole lo que tal vez
no quiera responderme porque forma parte de su pequeño mundo; y este cronista
sigue insistiendo hasta saber que efectivamente Ava Gardner se bañaba desnuda
en la piscina y Don Ernesto regresaba hasta la casona conduciendo borracho
desde la ciudad. Pero todo queda en secreto, entre un diálogo de amigos, donde
los códigos están garantizados. Y entonces se suma Andrés Arenas Gómez quien ya
tiene gimnasia y me dice que René ya dijo todo, y lo veo a Guido Guerrera tratando de lograr un suspiro
más, un último comentario para el cierre de página. Esa escena no es de ninguna
película, los actores somos todos nosotros que queremos encontrar un texto para
las estúpidas historias que contamos por el solo placer de viborear la
autoestima.
Y René Villarreal nos mira con esos ojos cansados de haber visto
pasar por el terreno a otros buscavidas, y sin darse respiro recuerda a aquel
niño de 10 años que en 1939 hacía los mandados y daba de comer a los gatos en
la finca de San Antonio de Paula y que siete años después ya estaba promovido
por Hemingway como administrador. Cómo entonces no creer que el propio Fidel
Castro tras la muerte del escritor lo designó administrador del Museo
Hemingway. "Vino el Comandante porque estaba interesado en la casa para
conservarla, y no se quiso sentar allí por respeto", dice el ex mayordomo,
mientras señala con su dedo índice la silla preferida del escritor. Y cómo
dudar que René Villarreal cuando sale de Cuba en 1972 deje las puertas abiertas de la mansión y se
aleje con lo puesto, con su mínimo equipaje.
Entonces los recuerdos se agolpan
en la mente y una masa de palmeras y flamboyanes se agitan entre libros,
trofeos de caza, cuadros, cabezas de ciervos, discos de vinilo y botellas de
licor. "Me enseñó a no tener miedo, a no dejarme sorprender, y a tener
cerca los rifles de cacería sin usarlos, sólo en caso de vida o muerte",
manifestó. "Sus empleados éramos su familia cubana", dice. "Fue
un golpe grande, aunque yo esperaba algo porque cuando salió de Cuba en el año
60 sabía que no estaba bien", dijo Villarreal con pesar. "Recibí una
carta en que me decía: 'Mi querido hijo cubano, a Papa se le acaba la gasolina,
ya no tengo ánimo de escribir ni de leer'. Me di cuenta que se estaba
despidiendo", agregó. “Al lado de Papa Hemingway aprendí mucho: a
respetar, a querer, a amar. Ambos amábamos todo lo que tuviera vida, porque
desde que Papa entró en Finca Vigía, nunca permitió que se cortara más un árbol
ni otro tipo de planta; quería que todo creciera libre. Nunca más se mató un
pajarito y allí los mangos y otros tipos de frutas
eran de los muchachos, y hasta se permitía que las personas de San Francisco
entraran a cogerlas, o se ordenaba a los jardineros que las sacaran a la puerta
en carretillas para que pudiera servirse todo el que pasaba”.
“Él fue un hombre muy bueno,
quería mucho a la gente del pueblo y la gente del pueblo lo quería mucho a él.
Fue para mí sobre todo un ejemplo.”
“Cuando él llegó cambió el
sistema de Finca Vigía, porque el antiguo dueño, la tenía cerrada con candado,
no permitía que nadie accediera a ella. Sin embargo, Papa abrió el portón de
aquel lugar a todo el que necesitara algo de él o de allí.”
“Claro, había reglas: nadie podía
tirar piedras a los árboles ni subirse en ellos. En la finca, en el pequeño
terrenito donde él nos vio jugando a los niños de por allí la primera vez que
estuvo en aquel lugar, se mandó a construir un campo de béisbol y además mandó
a comprar un equipo doble de pelota para nosotros. También podíamos practicar
boxeo y tenis dentro de la finca, además de usar la piscina.”
“Dio instrucciones de que Justo,
el mayordomo anterior, podía darnos el equipo de béisbol cada vez que quisiéramos y
después, eso sí, teníamos que limpiarlo bien y dárselo a Justo para que lo
guardara de nuevo.”
“Hemingway era muy sencillo. Él
hablaba con todos y los trataba con afecto y con paciencia. Pero, como es
natural, cuando estaba escribiendo no le gustaba que nadie lo molestara. Muchas
personas entraban a la finca -porque las puertas nunca tuvieron llaves-, para
hablar con él, para pedirle favores, por alguna necesidad, y no se percataban
de que su visita coincidía con la hora de labor de Papa, que era entre las
siete de la mañana y las doce y media del día. Entonces ese era el tiempo en
que yo más cerca estaba de él, para evitar que lo interrumpieran. A partir de
algunas confrontaciones con él, hubo quienes decían que era muy brusco y grosero.”
"Es que la gente a veces no sabe
respetar la privacidad y los horarios de trabajo o descanso. Por eso él se
ponía furioso si lo molestaban en los momentos que le eran sagrados. Y hablaba
fuerte, entonces la gente lo juzgaba mal.”
“Otra cosa fue que estuvo mucho
tiempo en España y allí se le pegaron algunas costumbres, como el decir “malas
palabras”. A veces se creía que estaba en la Guerra Civil, decía una “mala
palabra” o gritaba, y después se arrepentía.”
“A la finca iban muchos picadores, gente que venía a pedirle
favores o dinero, y como él les daba siempre algo, regresaban con otro cuento
distinto. Una vez llegó uno con el mismo cuento de la vez anterior y Papa le
pagó, por buen actor.”
“Es decir, que si se ponía bravo
era por una razón, pero era una persona que tenía buen sentido del humor.”
“Llegué a quererlo como a un
padre, lo respetaba, lo admiraba, lo amaba muchísimo. Él también en mí encontró
confianza. Ambos teníamos muchos gustos compartidos, sobre todo la afinidad que
sentíamos por los gatos y los perros.”
“Yo no hablaba mucho, no le hacía
preguntas, pero él sí me hablaba, él mismo me decía las cosas. Por ejemplo, mientras
yo limpiaba una de las cabezas de antílope que están aún en la sala de la
finca, él me contaba cómo la obtuvo, lo que para él representaba tenerla
consigo o me hablaba de las características de su especie. Un día le pregunté
por curiosidad: Papa y a este antílope
tan chiquito, ¿por qué lo mataste, por los cuernos? y me dijo, No, porque es una de las mejores carnes y en
el safari yo tenía que asegurar que todos nos alimentáramos.”
“Creo que Cuba lo poseyó desde el
primer día en que llegó, después de haber salido en barco desde Europa con su
segunda esposa. Para él, Cuba era un país bello, él la amaba, podía estar meses
fuera, pero venía aquí y su lápiz corría solo.”
“Él era muy disciplinado para
escribir. Se levantaba a las seis o un poquito antes, y hacía ejercicios; yo sentía en el sótano cómo se preparaba para
ello, a través del piso que tenía la losa floja por la caída de una ceiba.
Cuando yo llegaba ya estaba poniendo su bata en el suelo y me decía: “¿Tú vas a
contar o cuento yo?”. Y yo casi siempre contaba en voz alta, uno tras otro
hasta llegar a los religiosos 50 abdominales: pies arriba y abajo, con el apoyo
de las manos en el librero que está junto a la puerta de la sala. Después iba
al cuarto de baño, se pesaba y hacía anotaciones en las paredes relacionadas
con su peso.”
“Decía tal vez con cierto
cansancio, que era mucho el peligro que había tenido que atravesar. Sobre lo
que más comentó fue de los accidentes de aviación que tuvo en África. Nos dijo
que luego del segundo accidente, en el pueblecito al que llegó después del
rescate del primero, tantas personas fueron a saludarlo, a felicitarlo y darle
la mano, que se la dejaron hinchada y con mucho dolor.”
“Después de la muerte de Papa,
Fidel vino a la finca. Ahí fue donde yo lo conocí. Recuerdo que estaban en la puerta, tratando
de entrar. Salí a caminar con los perros y vi a los militares que me hacían
señas desde allí. Me acerqué y Fidel me dijo: “¿Dónde puedo ver a René
Villarreal?”. Le respondí que era yo, y desde ese momento no paró de hacerme
preguntas mientras caminábamos hasta la casa. El primer recorrido por la finca,
se lo di yo a Fidel Castro y a los Comandantes que fueron con él. Les hablé de
cada uno de los animales que adornaban la casa, de los gustos de Papa, de sus horarios,
de cómo trabajaba de pie, descalzo y con el pantalón del pijama.”
“Fidel se fijó hasta en un
sacapuntas de mano que está en la biblioteca. Yo le conté que era el que usaba
Papa para los lápices con que iba a escribir. “¿Escribía con lápiz?” me preguntó;
“Sí —le dije—, él todos los días preparaba cinco o seis lápices para las
descripciones, porque para las narraciones usaba la máquina de escribir”.”
“Para todo el mundo la muerte de
Papa fue algo grande, igual que para mí, porque ya veníamos sufriendo con su
enfermedad. Yo sabía por sus cartas que iba empeorando cada vez más, que algo
estaba ocurriendo o iba a ocurrir. Él se comunicaba conmigo por teléfono o por
cartas, desde cualquier lugar donde se encontrara, porque si él salía de viaje,
la vida de la finca seguía normal; decía que esa era su familia cubana y que
nadie podía quedarse sin trabajo. Yo conservo una carta de unos días antes de
que él muriera, en la que me dice: “René, mi querido hijo cubano: a Papa se le
está acabando la gasolina, ya yo no tengo ánimo para leer, que era lo que más
me fascinaba. Los médicos me han puesto una dieta muy rigurosa y he bajado de
peso”. Fue un golpe muy duro, del cual
me ha costado trabajo recuperarme.”
“Su presencia va conmigo
dondequiera porque el cariño, el amor, van siempre con la persona a cualquier
parte del mundo. Yo hablo de Papa y me emociono, porque lo quise de verdad y sé
que él me quiso a mí también.”
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