Tarde seis meses en traducir el primer borrador de El muertito de Hemingway. El editor al
leerlo me dijo que no era lo que esperaba. Discutimos. Abandoné furioso el
proyecto. A los pocos días, me llamó mi amiga Mileine Kosac, quien estaba
traduciendo el cuento Los gatos de
Carolina del mismo autor. Hablamos largamente. Me dijo que el tema ella lo
arreglaría con el editor. Mileine consideraba que la novela era un texto
difícil de traducir porque el autor manejaba un lenguaje muy latino. Ese
Hemingway que aparecía en la obra era un villano insoportable y esa obsesión de
ser un héroe tenía que quedar de manifiesto. Incluso me marcó algo inesperado: es
un libro feminista. Volví al trabajo. Esta vez fui muy puntilloso. Investigué
sobre ese viaje a Perú y logré llegar a la conclusión que el equivocado era yo.
Me conecté con la periodista peruana
Karen Espejo y todo fue mejor. Hacía ya unos años, en Lima, se había
desarrollado el foro El mar de Hemingway en
homenaje a aquella visita del escritor a Perú. El 16 de abril de 1956,
Hemingway llegaba al diminuto aeropuerto de Talara, en compañía de su esposa,
para pescar al mítico merlín negro. Allí, en Cabo Blanco, tendría lugar la
aventura de treinta y seis días que terminaría en fracaso. La novela es un
documento maravilloso, con detalles que asombran y nada sobrecargada. El autor
tiene la virtud de manejar los tiempos y saltar de Perú a España, de España a
Cuba, de Cuba a Estados Unidos, trayendo a figuras como Jacqueline Kennedy, a
los hermanos John y Robert, a Marlene Dietrich, al dictador Batista y a Fidel
Castro. Según la socióloga Irma del Águila, organizadora de ese Foro junto a
José María Gatti, la reunión internacional se organizó en memoria de los 50
años del suicidio de Hemingway y a los 55 de esa visita al Perú. Precisa la especialista que “Los días
que él pasó en Cabo Blanco son como un
orificio en su biografía, no existen muchos registros de esa época, por eso
decidimos revalorizarla”.
Karen
Espejo se entusiasma cuando relata su
cobertura periodística. Expresa que Manuel
Jesús Orbegozo, uno de los tres periodistas que viajó a Piura para entrevistar
a Hemingway, le regaló una botella de pisco quebranta: “Sobre la botella,
escribí -dice el cronista- “Mientras lloren las uvas yo beberé sus lágrimas”. Al
día siguiente el novelista al
encontrarse con él, le dijo: “Ya bebí sus lagrimas”.
Mileine
Kosac siguió de cerca mi traducción. Leyó cada capítulo con intensidad. Terminamos
destruidos y unas buenas copas de Lubuski calmaron nuestra ansiedad.
Kosac
tenía mucha información sobre Hemingway, me recordó que en 1950, el autor le
relató al profesor de literatura Arthur Mizener, de la Universidad de Cornell,
un hecho aberrante: “He hecho el cálculo con mucho cuidado y puedo decir con
precisión que he matado a 122 prisioneros alemanes. Uno de esos alemanes era un
joven soldado que intentaba huir en bicicleta y que tenía más o menos la edad
de mi hijo Patrick”.
Kosac
me recuerda que entre los brigadistas internacionales que salieron indemnes de
España se encontraba Karol Swiercewiski, el general Walter, muerto en una
emboscada en 1947. Hemingway lo inmortalizó como el General Golz en Por quién doblan las campanas.
El
Hemingway que llegó a Perú, era ya una triste figura. El pescador fanfarrón ya
no tenía fuerza en los brazos y soportar la lucha con bestias de 900 kilos se
le hizo imposible. Ya estaba doblegado, su mujer lo sostenía, el alcohol lo
exacerbaba y el Doriden calmaba sus
nervios. Todo esto está bien relatado por Gatti.
La segunda prueba de traducción tuvo mejor suerte. El editor la aprobó pero se tomó un tiempo para dar su respuesta. Me llamó un mes después. Esta vez la conversación fue más serena. Había que hacer algunos ajustes y quedaría lista. El tercer borrador quedó aprobado. Salimos de su estudio y nos fuimos a Proces Kawki, donde había comenzado la historia.
Eunik Zaniek
Traductor al idioma polaco de la novela El muertito de Hemingway.
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