Thursday, September 29, 2011

EL MERLÍN QUE NUNCA PICÓ


Ese día, Hemingway no "picó". Sé, positivamente, que el viejo Ernest fue tras mi anzuelo, pero no "picó" porque la "carnada" no estaba bien preparada y porque él es un "sota" de merlín. Hemingway, que vive por la boca, no podía morir como un pez.
La "carnada" decía lo siguiente:



Talara, 14 de abril de 1956.
Sr. Ernest Hemingway
Presente.
De mi admiración:
He venido expresamente a esta ciudad para presentarle el saludo de los escritores de mi país, agrupados en el “Círculo de Escritores del Perú”, y a la vez, invitarle a visitar la Capitanía de la República y el Cusco, Capital Arqueológica de América.
El “Círculo de Escritores del Perú” aprovechará de esta oportunidad para inaugurar en Lima, en homenaje público de admiración a su talento merecedor, últimamente, del Premio Nobel de Literatura, un busto suyo, obra del escultor nacional Cossi Salas.
Los detalles de su viaje a Lima y del homenaje lo ultimaremos personalmente.
De usted, atto. Y S.S.
Manuel Jesús Orbegozo.



Hemingway me miró de pies a cabeza en un dos por tres y sonrió. Infló sus carrillos de conejo y volvió a sonreír. Todo fue sonrisas. Me extendió la mano luego de pasarse la caña de pescar a la izquierda. Eran las cinco de la tarde y acababa de desembarcar en su segundo día de pesca en Cabo Blanco.
Hemingway se devoraba la “carnada” con los ojos, pero no se animaba a “picar”. Le brincaba el corazón ante la carta. Gozaba con la invitación. Pero dudaba. A los mejor se acordaría de Juan José de Soiza que hizo lo mismo para entrevistar a Clemenceau. Y no “picó”.
Se me escabulló de las manos, como un pez.
Mary Hemingway, me decía al siguiente día: “Hemingway iría al Cusco y a Lima, pero le tiene más miedo a los homenajes que a los tigres”.
En el fondo, yo lo había arruinado todo.

El viejo santiago traicionado

“Al calamar hay que comerlo en su tinta”, dijo en su diario el periodista Jorge Donayre. Y así fue. A Hemingway “nos lo comimos en su tinta”.
Yo fui con Hemingway a alta mar. Me embarqué sin que se diera cuenta, en la lancha “Pescadores Dos” a la que subí de “pavo”. A la que subí con un portaviandas, y donde hasta tuve que esconderme en un W.C., pero de lujo.
Hemingway iba de pie en la cubierta de la “Miss Texas” del Club Cabo Blanco. Iba mirando el horizonte. Con su “jockey” metido hasta las orejas y su “short” que permitía verle las largas y poderosas piernas de andarín. Llevaba los brazos al aire como unas banderas, mostrando una musculatura de leñador. Bajó después de una hora y se puso a jugar con su caña e pesca.
-Total, esa es la vida, Ernest Hemingway: Juego, jugar…
Jugar a atrapar a un pez después de una hora de espera o de lucha. O al revés. Porque esa es su vida.
Juego de azar. Tirar el anzuelo y ponerse a esperar como un chino. La lancha cabriolea en una interminable “pega cortada” con el mar. Detrás viene un pez de mentira y otro de verdad. Un pez grande y un pequeño. Cumpliendo cada cual con esa ley casi bíblica de que el pez grande se comerá al chico.
Allí iba Heminway jugándole sucio al merlín que quería pescar para su película. Porque la carnada era un pez de metal. Yo lo vi. Era un pez brillante, nuevecito. Hemingway quedaba mal. No les jugaba limpio a los peces.
Hemingway se movía lentamente. Cuando llegó al aeropuerto, un compañero dijo que parecía un oso polar. No se equivocó. Así se movía en la lancha. Y no por no poderlo hacer a la velocidad de un balazo o de un “upper-cut”, sino porque él es así. Recordé la opinión de un escritor y le dije a propósito, con el pensamiento:
-Usted es frívolo, Mr. Hemingway.
-No –protestó él- recuerde la obviedad de los movimientos de los animales. Los animales pueden ser obvios pero no ridículos ni frívolos.
Eran las tres. Ocho horas estábamos ya en el ejercicio. Hemingway se escurrió dentro de la lancha, aburrido o arrepentido de estar traicionando al personaje de su “Viejo y el mar”. Porque el viejo Santiago estaba solo con su pez y su inmensidad. Y Hemingway no. Hemingway estaba acompañado, en una lancha de lujo y con amigos. Con su whiskey, sus sándwiches de jamón y huevo duro. Él no estaba solo. Pensaría en el viejo Santiago y su mar y debió sentir remordimiento. Debió aburrirse con la compañía de los demás.
Por eso se metió de cabeza en la lanchita veloz.

                                 
¿Hemingway es snobista?

Desde la “Pescadores Dos” se veía el rostro del viejo Ernest. El sol era un herrero que atizaba sobre la tez del escritor. Estaba al rojo. De repente se alegró a fondo. Cada metro de cordel que halaba hacía cambiar en gesto a la tripulación. Todo se apagó como un volcán, cuando Rufino Tume , el Capitán, gritó: “No es merlín, es gibia”.
Mary Hemingway, obscureció, también, su alegría gigante. Hace diez años que es su mujer. Contó: “Nos conocimos en Londres, cuando él y yo éramos corresponsales de guerra. Solíamos conversar mucho de la vida, metidos en unos pesadísimos capotes militares, mientras la neblina se empecinaba en tumbar el “Bin-ben”. Nos enamoramos a primera vista. En 1945 nos separamos para reunirnos en Cuba”. “Es la cuarta y última mujer”, dijo por su parte el novelista cuando llegó.
-¿Hemingway es humano por naturaleza o por esnob?
La mujer de “Papa, como le llaman al viejo Ernest, cariñosamente, no se molestó por la pregunta. Cuando recibió el Premio Nobel, dicen que dijo que Sandburg era el más llamado a recibirlo. Hemingway entregó al chofer y a todos sus servidores diez sueldos de gratificación.
-¿Y a usted, señora?
-Me ofreció una escopeta que esperamos comprarla en París, y un cheque de dos mil dólares.
-¿Y todavía tienen dinero?
La pregunta estuvo demás. Mary Hemingway repitió las palabras que su marido dijo dos días antes: “Ya no nos queda nada”.

La mujer de Hemingway

Hubo un momento en que Mary Hemingway volvió rapidísimamente la cabeza y me sorprendió contemplándola. Yo me escondí detrás del humo de su cigarrillo para no caer in fraganti.
Estaba desde mucho rato atrás con una sonrisa de cuarto creciente, mientras en la otra lancha, su marido tiraba del cordel y estaba feliz. Cuando Hemingway no sacó nada, su sonrisa en creciente se convirtió en menguante. Su alegría, en efecto, estaba en función de la de él. Era una confirmación de lo que dos días atrás me dijo en el campo de aviación, cuando le pregunté si se casó con el novelista o con el hombre. “Me casé con el hombre al que amo y no con el novelista al que admiro”.
Eran las tres y ya me moría de hambre. Mi hambre reclamaba desde desayuno. Cuando ella me invitó a almorzar, yo volé. Comí sándwiches de jamón con queso. Una pasta amarilla que no me gustó. Y cerveza. Para finalizar me dio una servilletita de papel que yo agradecí con risa a medida agua.
Después, Mary Hemingway con su pantalón pescador y sus piernas nadando en aceite de almendras, con su blusa marinera y su sombrero de Catacaos, volvió hablar del novelista. Relató sus aventuras en el África con accidentes y todo, en los que casi pierden la vida. Habló de su afición a las corridas de toros, a España y a la amistad con Dominguín.
Allí supe de Hemingway, desde la hora en que se levanta hasta las películas que ve, desde su gusto por el “chifa” hasta su desinterés por saber de Faulkner, etc. Allí supe de su odio a la guerra y de cuántos whiskeys por día sabe beber. Allí supe mucho.




Cómo escribir una novela

A Hemingway, el día que llegó a Talara, se le preguntó:
-¿Es usted capaz de dar una receta para escribir una novela?
Él contestó:
-Hay que vivir y hay que inventar.
-¿Cómo inventar?
-Inventar sobre lo que se ha vivido. Hay que escribir las propias experiencias y agregarles un poco de fantasía.
-De acuerdo a este concepto, ¿cuánto hay de realidad y cuánto de fantasía en sus obras; por ejemplo, en “¿Por quién doblan las campanas”?.
-Estuve en la Guerra Civil Española como corresponsal, desde que comenzó hasta que terminó. La conclusión puede sacarla usted mismo.
-Hubo oportunidad para que el viejo novelista se pusiera pensativo y triste. Para que pensara en el Gary Cooper izquierdista y repitiera aquello de “La muerte de todo ser me disminuye porque soy parte de la humanidad. Por eso, no me gusta preguntar, “¿Por quién doblan las campanas?”.
Y en seguida se sintió como que exclamaba:
-¡Están doblando por ti!

La muerte es una prostituta

Después le pregunté por “El Viejo y el Mar”. Él respondió:
-Lo escribí en 80 días. Lo pensé 13 años. ¿Está conforme?
-Lo que quiere decir que…
-Primero hay que vivir y luego escribir sobre una verdad profunda que eso tiene más valor que la literatura misma.
-¿Cuál será su próxima aventura?
-No sé, las aventuras vienen a buscarme.
-¿Usted es republicano o demócrata?
-Ni lo uno ni lo otro. Mis antepasados fueron políticos, yo no. Mi abuelo era un “fregado”. Fue un republicano que nunca se sentó a la mesa con un demócrata.
Esa mañana el cielo de Talara estaba ligeramente nublado. Por algo en un rincón del cielo aparecía un pedazo de arco iris. Había frío. Alguien relacionó la hora con “cortar la mañana”. Entonces, a sabiendas, se le preguntó si le gustaba el trago. Claro que dijo que sí.
-¿Y no le hace daño?
-Nunca me ha hecho daño. Además, los periodistas aguantamos cosas peores.
-A propósito:
-Como periodista, ¿cuál ha sido su mejor noticia?
-La liberación de París. Yo iba en el ejército de Patton.
Hemingway no escamoteaba ninguna pregunta. Al conminársele a que haga la descripción de Hemingway, contestó:
-Hace muchos años que no me miro al espejo.
-Y de sopetón:
-¿Y la muerte?
-Es una prostituta más –dijo con arte el viejo novelista.
En el minuto fatal, en el último minuto que estaba con nosotros, Hemingway fue genial. Al preguntarle por cual era el mayor éxito de su vida, expresó rotundamente y filosóficamente:
-Durar.
Luego, se fue.

La botella de pisco

Se fue en la camioneta manejada por Platter. Se perdió en la perspectiva de un caminito rural. Iba ansioso. Quería estar pronto con el merlín de su célebre obra.
Esa misma mañana, mientras los dados saltaban sobre una mesita única del único Hotel Talara donde hay que hacer grandes esfuerzos para creer que se está en un retazo de la patria, acordamos los periodistas que viajamos desde Lima a entrevistar al famoso escritor norteamericano, regalarle una botella de pisco. “Venga la botella, dijimos y nos encaminamos a dársela. Sobre la etiqueta escribí: Mientras lloren las uvas yo beberé sus lágrimas”. Y más al pie, al lado de un enorme merlín negro que dibujo (Jorge) Donayre, escribí a 18 puntos: “A Ernest Hemingway, de sus admiradores y noveles colegas peruanos”. Y firmamos.
A la dos de la tarde llegamos al local del Club de Pesca de Cabo Blanco. Lujoso local hecho solo para ricos. Llegamos guiados por una fila de colas de merlín, puestas en unas picotas. Cuando alcanzamos la explanada del club, la alegría con que Platter festejaba a Hemingway, se fue de narices. Diría: “Me arruinaron”. Hemingway al contrario nos recibió muy bien.
Cuando tuvo la botella en sus manos, leyó la inscripción y dijo: “Yo beberé estas lágrimas y después guardaré la botella”. Posó para unas fotos y luego bajó al mar. Se perdió en el océano. Iba feliz.
La mujer del campeón de pesca Kid Farrington, que días después en el Hotel Crillón me dijo que a Hemingway le habían dado una fama exagerada de borracho, iba con él. A la Farrington le contesté que la historia se encargará de juzgarlo y, por último, que “Hemingway puede darse los lujos que quiere”.




Un criollo “viejo santiago”

Mientras tanto, los periodistas nos acercamos a Cabo Blanco. Cabo Blanco es una caleta que está entre la amenaza del mar y el amparo de un pedazo de cerro terroso. Cabo Blanco es un símbolo de puertito mísero. Corchos redondos flotando en un mar de atarrayas al pie de casas de horcones y tortura. Unos, dos, cien pescadores bronceados de un sol cincuenta de estatura. Dueños del mar más que de la tierra conversando en grupos de a ocho. Tumes y Querebalus zurciendo sus redes.


El 12 de setiembre falleció Manuel Jesús Orbegozo. Lo conocí durante las jornadas del Foro Internacional EL MAR DE HEMINGWAY  que tuvo lugar en Lima. Gracias a Irma del Águila, mi anfitriona en el Perú, compartimos con Orbegozo y Mario Saavedra-Piñón un encuentro inolvidable. Rememoramos la visita de Hemingway al Perú, cuando llegó a Cabo Blanco en búsqueda del mítico merlín negro. Pudimos viajar en la Miss Texas, la nave que utilizó el escritor para su desafío y logramos tener la palabra de los testigos claves de aquella epopeya.

Con Manuel compartí el viaje de Miraflores hasta el puerto El Callao donde estaba amarrada la Miss Texas.
Fue uno de los grandes del periodismo peruano. Trabajó sin reposo en La Crónica, Expreso, del que fue fundador, El Comercio, El Peruano, director, e incontables revistas en calidad de colaborador. Como corresponsal de El Comercio recorrió, durante más de 30 años, casi todos los caminos del mundo. Premunido de su cámara cubrió las más devastadoras guerras de la segunda mitad del siglo XX. También fue el profesor que modeló incontables periodistas que hoy tratan de seguir sus enseñanzas. Además, fue autor de numerosos libros, entre ellos Testigo de su tiempo, un fascinante testimonio de sus años de reportero.
Periodista, poeta, fotógrafo, conferenciante. Entrevistó entre otros a Jorge Luis Borges, Cantinflas, Pelé, Madre Teresa de Calcuta y Ernest Hemingway.
Su hijo, Erik lo muestra así: Quiero que no lo recuerden con pena, sino con alegría.
Cuando me despedí de él, en Lima, me dijo: Mándeme su libro, quiero volver a Hemingway. Fui descortés, todavía está La pipa de Hemingway en su sobre de envío.
Manuel nos dejó pero su obra está presente. El mejor homenaje es esta crónica que será sin duda nuestro humilde aporte para no olvidar a un grande del periodismo.












Friday, September 16, 2011

HEMINGWAY: UNA FORMA DE VIVIR



¿Qué extraño juego de mecanismos internos lleva al hombre a identificarse con otro pueblo, con sus costumbres, con sus sabores, con sus luchas?¿Quiénes tenemos el derecho de observar y criticar esas actitudes, prejuzgar las intenciones o deseos y desvalorizar la conducta de aquellos que eligen su destino?¿Acaso la tierra es de uno o nos pertenece a todos?¿Acaso la historia personal no es un conjunto, una sumatoria de virtudes y fracasos que puede hallarnos vivos en cualquier lugar? Me pregunto todo esto porque trato de entender cada día más a aquellas personas que se reencuentran y reelaboran en otro espacio donde todo pareciera distinto.


Hemingway se enamora de España hasta el punto tal que dice “ésta es mi tierra” y también mira con la misma simetría a Cuba; pero el novelista es del país del Norte, de la ciudad de Chicago, donde ni los olores y los mínimos detalles tienen similitud. Sin embargo le pasa lo mismo con Italia o con el París que tanto amó. Nada parece distinto pero es igual.


Corría el año 1956 y Hemingway acompañado por Antonio Ordóñez visitaba Logroño y La Rioja. Entre idas y vueltas procuraban un descanso y bebían sus buenos vinos. De esa recorrida ha quedado el testimonio gráfico en blanco y negro. Allí aparece Hemingway aferrado a una bota repleta de vino en la plaza de toros de la manzana de Logroño y su paso por las bodegas “Franco Españolas” y “Paternina” de Ollauri y Haro, donde cató sus vinos.

Para rendirle homenaje a esa bella historia, su nieto John Hemingway y Valerie Hemingway, secretaria y posteriormente nuera del escritor, fueron invitados a la exposición de fotografías “Tinta, sangre y vino”, que conmemora la visita con una muestra fotográfica en las Bodegas Paternina “Conde de los Andes”.



También estará allí montada la muestra pictórica de Jaume Queralt que conocimos en su estudio de Alforja.




John ha dicho que Hemingway "era un hombre apasionado, pero no violento" y que "para él España era todo" y que en España buscaba "una forma de vivir en el mundo".



La muestra que quedó habilitada el 15 de setiembre se extenderá hasta el 15 de abril de 2012. En el marco de esos festejos, en la Universidad de La Rioja, hoy se desarrollará un encuentro denominado “Hemingway a través de su familia. Aproximación a la figura del genial escritor”. John Hemingway y Valerie Hemingway se tomarán el tiempo para acercar al público sus opiniones sobre el novelista. Andrés Arenas Gómez, por su parte, será el encargado de coordinar esta charla.



Además de la muestra se ha recreado el escritorio donde trabajaba Hemingway y la Bodega Paternina ha sumado para la oportunidad, una edición especial de su reserva 2006, en conmemoración de la visita del escritor.



Una suerte para pocos y un hermoso recuerdo para los hemingwayanos.