Monday, September 04, 2023

HEMINGWAY BAILANDO CON DORIBEN EN CABO BLANCO

 


  Tarde  seis meses en traducir el primer borrador de El muertito de Hemingway. El editor al leerlo me dijo que no era lo que esperaba. Discutimos. Abandoné furioso el proyecto. A los pocos días, me llamó mi amiga Mileine Kosac, quien estaba traduciendo el cuento Los gatos de Carolina del mismo autor. Hablamos largamente. Me dijo que el tema ella lo arreglaría con el editor. Mileine consideraba que la novela era un texto difícil de traducir porque el autor manejaba un lenguaje muy latino. Ese Hemingway que aparecía en la obra era un villano insoportable y esa obsesión de ser un héroe tenía que quedar de manifiesto. Incluso me marcó algo inesperado: es un libro feminista. Volví al trabajo. Esta vez fui muy puntilloso. Investigué sobre ese viaje a Perú y logré llegar a la conclusión que el equivocado era yo. Me conecté con la periodista peruana  Karen Espejo y todo fue mejor. Hacía ya unos años, en Lima, se había desarrollado el foro El mar de Hemingway en homenaje a aquella visita del escritor a Perú. El 16 de abril de 1956, Hemingway llegaba al diminuto aeropuerto de Talara, en compañía de su esposa, para pescar al mítico merlín negro. Allí, en Cabo Blanco, tendría lugar la aventura de treinta y seis días que terminaría en fracaso. La novela es un documento maravilloso, con detalles que asombran y nada sobrecargada. El autor tiene la virtud de manejar los tiempos y saltar de Perú a España, de España a Cuba, de Cuba a Estados Unidos, trayendo a figuras como Jacqueline Kennedy, a los hermanos John y Robert, a Marlene Dietrich, al dictador Batista y a Fidel Castro. Según la socióloga Irma del Águila, organizadora de ese Foro junto a José María Gatti, la reunión internacional se organizó en memoria de los 50 años del suicidio de Hemingway y a los 55 de esa visita al Perú.  Precisa la especialista que “Los días que  él pasó en Cabo Blanco son como un orificio en su biografía, no existen muchos registros de esa época, por eso decidimos revalorizarla”.



  Karen Espejo se  entusiasma cuando relata su cobertura periodística. Expresa que Manuel  Jesús Orbegozo, uno de los tres periodistas que viajó a Piura para entrevistar a Hemingway, le regaló una botella de pisco quebranta: “Sobre la botella, escribí -dice el cronista- “Mientras lloren las uvas yo beberé sus lágrimas”. Al día siguiente el novelista al  encontrarse con él, le dijo: “Ya bebí sus lagrimas”.

  Mileine Kosac siguió de cerca mi traducción. Leyó cada capítulo con intensidad. Terminamos destruidos y unas buenas copas de Lubuski calmaron nuestra ansiedad.

  Kosac tenía mucha información sobre Hemingway, me recordó que en 1950, el autor le relató al profesor de literatura Arthur Mizener, de la Universidad de Cornell, un hecho aberrante: “He hecho el cálculo con mucho cuidado y puedo decir con precisión que he matado a 122 prisioneros alemanes. Uno de esos alemanes era un joven soldado que intentaba huir en bicicleta y que tenía más o menos la edad de mi hijo Patrick”.




  Kosac me recuerda que entre los brigadistas internacionales que salieron indemnes de España se encontraba Karol Swiercewiski, el general Walter, muerto en una emboscada en 1947. Hemingway lo inmortalizó como el General Golz en Por quién doblan las campanas.

  El Hemingway que llegó a Perú, era ya una triste figura. El pescador fanfarrón ya no tenía fuerza en los brazos y soportar la lucha con bestias de 900 kilos se le hizo imposible. Ya estaba doblegado, su mujer lo sostenía, el alcohol lo exacerbaba  y el Doriden calmaba sus nervios. Todo esto está bien relatado por Gatti.






  La segunda prueba de traducción tuvo mejor suerte. El editor la aprobó pero se tomó un tiempo para dar su respuesta. Me llamó un mes después. Esta vez la conversación fue más serena. Había que hacer algunos ajustes y quedaría lista. El tercer borrador quedó aprobado. Salimos de su estudio y nos fuimos a Proces Kawki, donde había comenzado la historia.

Eunik Zaniek

Traductor al idioma polaco de la novela El muertito de Hemingway.