Tuesday, December 17, 2013

HEMINGWAY NO PARECÍA AMERICANO




La última vez que me encontré con Leonardo Padura fue en la librería Clásica y Moderna. El cubano había sido invitado por Natu Poblet para charlar sobre sus obras en el marco de la intimidad que siempre propone la amiga y que agrada a los autores. Cuando terminó la tertulia cambiamos algunas opiniones y fue allí donde Padura me comentó que en los próximos meses aparecería un libro que reuniría textos escritos en otra época, cuando él recién comenzaba su carrera de periodista. En los años '80, Leonardo Padura ingresó a El Caimán Barbudo, la revista de los jóvenes intelectuales cubanos y luego no por propia decisión, sería transferido a Juventud Rebelde, en un período donde Cuba se abría un camino para el nuevo periodismo, bastante cercano a la literatura y en busca de alejarse de las líneas más burocratizadas de la prensa escrita. De esos años quedaron una serie de crónicas y reportajes donde Padura rescataba historias secretas e insólitas. El viaje más largo. En busca de una cubanía extraviada recopila esos tempranos textos del hoy consagrado autor de El hombre que amaba a los perros.

"Quien hoy lea estos textos seguramente tendrá una comprensión de las características singulares de aquel experimento periodístico. Porque -dice Padura en el prólogo- la primera de esas peculiaridades es el hecho mismo de que casi treinta años después de haber sido escritos estos textos periodísticos resisten al acto de la lectura, lo cual es una contradicción esencial, pues la permanencia temporal no suele ser una de las condiciones del texto periodístico".

Para aquellos que caminamos por La Habana y recordamos los lugares que visitamos, algunas de estas crónicas como la historia del barrio chino o los misterios del Barcardí, son de una riqueza maravillosa; pero nuestro destino hemingwayano nos acerca ahora a una lograda crónica titulada Crónica  de un mundo que se acaba que transcribo para deleite de todos ustedes.


Era un cayo maravilloso cuando el viento del este soplaba de noche y de día, y se podía caminar dos días seguidos con un fusil y se estaba en buena tierra. Era un territorio tan virgen cuando Colón llegó a estas costas. Pero cuando el viento amainaba, los mosquitos avanzaban en nube desde los pantanos. Decir que venían en nubes, pensó, no era una metáfora. Ernest Hemingway, Islas en el Golfo.
Cuando Alcides Fals Roque llegó por primera vez a Cayo Romano, la piel de sus pies era tan fina que el solo contacto con la arena caliente le producía violentos escalofríos. Entonces tenía apenas seis años, pero en el estómago llevaba un hambre de adulto y en la mente la más remota decisión de su vida: hacerse pescador y poder ganarse así unos reales para tranquilizar sus ruidosos jugos gástricos.
Alcides Fals Roque nunca pensó, recién llegado a aquel islote paradisíaco y de largas playas, prácticamente deshabitado por el hombre, que pasaría allí el resto de su vida o, cuando menos, los próximos 62 veranos de su agitada existencia. Tampoco pudo imaginar que 59 años después de su establecimiento en Cayo Romano –“la isla de mi corazón”, como él solía llamarla–, unos señores muy formales le entregarían un radio portátil, un diploma y unas medallas que lo acreditaban como el mejor pescador de quelonios de la isla de Cuba y todos sus cayos adyacentes... Pero lo que Alcides Fals Roque jamás hubiera podido imaginar es que precisamente él sería el último ejemplar cubano de la vieja especie de los pescadores solitarios: el destino, el desarrollo y el dinero pondrían punto final al idilio de este hombre con la naturaleza más virginal de Cuba, porque los cayos entre los que había hecho toda su vida, acompañado por el silencio y las artes de pesca, pronto se llenarían de hoteles, carreteras y personas que convertirían a esta cayería en un paraíso turístico que apenas dejaría sitio para algún recuerdo de su pasado salvaje...

EL PARAÍSO PERDIDO

Cayo Romano es el mayor de los islotes que cubren la costa norte de las provincias de Camagüey y Ciego de Avila, en el centro de la isla grande de Cuba. Es una lengua de tierra larga, sin rocas, a la que hace unos diez años sólo era posible llegar por mar, preferiblemente desde la bahía de Nuevitas: ésa fue la ruta seguida por nuestra expedición periodística, guiada por el escritor camagüeyano Miguel Mejides, conocedor de estos parajes desolados, sobre los que ha escrito algunas de sus mejores historias... Y, al llegar a Romano, cualquiera podía pensar que Cristóbal Colón anduvo demasiado lento en eso de ubicar, en este mundo, el Paraíso terrenal. Porque aquí mismo pudo haber dicho, sin desmentir por ello afirmaciones anteriores, que es la más hermosa que ojos humanos vieron.
Porque Cayo Romano puede ser, todavía hoy, la isla más hermosa que cualquier humano aspire a ver en su vida: un mar diáfanamente claro y azul, que desconoce de la furia del oleaje por la protección que brinda a la costa la barrera coralina que, a trescientos metros de playa, forma una gigantesca y plácida piscina natural donde miles de peces pequeños encuentran protección de los gigantes que prefieren no atravesar la muralla de rocas; cocoteros de pencas cansadas, con sus frutos amarillos y multiplicados, que ponen un sello de postal tropical al perfil de la costa; una interminable franja de arena plateada y reverberante, que hiere la pupila con su destello cristalino. Y como única obra humana, por aquellos días en que lo visitamos, un breve espigón con una caseta y, ya en tierra, tres casas asediadas por el monte firme que se elevaba hacia el interior del cayo. Un paisaje tan idílico y hermoso que parecía salido de otro tiempo, de otro mundo, o sólo de la imaginación de un novelista creador de historias de náufragos.
La “enviada” del capitán Monguito –una nave de ferrocemento, encargada de llevar provisiones a los pescadores y de recoger las capturas– que nos había traído desde Nuevitas debió anclar a unos 200 metros de la costa, junto a la embarcación de los Fals. Aun para esta lancha, el poco calado de la playa de Cayo Romano resulta demasiado bajo y sólo en bote se puede llegar a la costa. Mientras esperamos la llegada de Alcides, abordamos su lancha y allí tuvimos la ocasión de ver algo inusual: bocarriba, sobre la cubierta de la embarcación, yacía un tinglado, la gigantesca tortuga negra, un animal en vías de extinción y cuya captura aún se permitía. Según los pescadores, este animal sobrepasaba los 200 kilos...
De la costa nos llegó al fin el ruido de un motor. Sobre un pequeño lote navegaban hacia las lanchas dos hombres: uno muy joven, otro muy viejo. El joven, cubierto con una gorra militar, tenía la barba negra y bien arreglada, los ojos claros y la piel cobriza de los que viven en el mar: era Robertico Fals, el heredero de Alcides. El viejo, por supuesto, era el renombrado Alcides Fals, el último rey de la cayería: un metro setenta de estatura, muy delgado, casi escuálido, el cabello y la barba blancos, el rostro cuarteado por el salitre y los años, y unos pies acerados y grandes, impropios de la breve estatura de su dueño.
Ya en la costa, Alcides Fals dio la primera prueba de su habilidad de pescador y montero: sin más ayudas que la de sus brazos y sus pies, subió a la cresta de un cocotero y desgajó varios cocos. Con el ron que le habíamos brindado, el viejo deseaba preparar el sahoco, su bebida preferida: agua de coco y alcohol, en proporciones variables según los gustos. Alcides lo prefería muy suave, pero el trago lo excitó al diálogo.
–Yo nací en Nuevitas y vine para acá con un tío mío, dispuesto a ser pescador. Cuando aquello, en el cayo había un caserío que se llamaba Versalles, porque lo habían fundado unos franceses. Y aunque esto está en el fin del mundo, aquí hice mi casa, aquí nacieron mis hijos, aquí me gané la vida y aquí me gustaría morir... Por eso somos los únicos que ahora vivimos en el cayo.
–¿Y cuándo empezó a pescar quelonios?
–Cuando mi tío se fue, yo tenía 13 años y me hice cargo de este pesquero. Y unos años después lo compré por 80 pesos, con botes, artes de pesca y todo. Desde entonces estoy pescando quelonios.
–¿Y por qué decidió quedarse en este lugar tan apartado?
–Porque me enamoré de este cayo y porque mi pesquero es el mejor de Cuba. Fíjate si es bueno, que todos los años pescamos entre 10 y 12 toneladas de quelonio.
–¿Y cuántos hijos tiene?
–Diez, cinco y cinco...
–Pero aquí nada más está Robertico...
–Es el único que queda, sí. A los muchachos no les gusta vivir en el cayo. Se van a la ciudad, a ver el mundo, a conocer. Cada vez que se va uno siento algo extrañísimo, me hago un poco más viejo.
–Alcides, ¿no tendrán razón los muchachos?
–No sé, creo que sí. Es difícil vivir lejos de todo, sin escuela... porque los maestros que vinieron aquí no resistieron cuando llegó la plaga... Fíjate si aquí la plaga de mosquitos es violenta que, cuando llega, los animales salen del monte y se meten en el mar. Hasta los chivos, que les tienen terror al agua. Me acuerdo de que una vez, en una sola noche, los mosquitos mataron 18 vacas...
–¿Y qué pasó con las otras familias del cayo?
–Tampoco aguantaron. Después de la época de Versalles, nunca ha habido más de diez familias. Ahora estamos nosotros solos, y los que trabajan en la estación de Flora y Fauna para cuidar a los animales. Hasta los Alcántara, que vivieron aquí como cuarenta años, también se fueron...
–¿Hay animales salvajes en el cayo?
–Siempre ha habido vacas, caballos y puercos salvajes. Ahora han soltado unos monos colorados, creo que son vietnamitas, y también antílopes. Pero casi no conozco el interior del cayo. Mi mundo está de la playa para allá: en el mar.
–¿Y cuáles han sido sus capturas más grandes ahí, en el mar?
–Yo he cogido tortugas de 600 y 700 libras, y una vez pesqué un tinglado de mil y pico: parecía una vaca. Y el peje más grande fue el año pasado: un peje dama de 21 pies de largo y diez de ancho. Para sacarlo del mar hubo que traer dos tractores de Flora y Fauna. Solamente el hígado pesaba 500 libras y yo cabía de pie dentro de la boca. ¡Qué clase de animal!


CAYO ROMANO EN LA LITERATURA

De alguna manera, conocer a Alcides Fals es un acto literario: más personaje que persona, este hombre es como el insólito tinglado: un animal muy viejo, en vías de extinción. Su cayería está a punto de cambiar y él no será capaz de asimilar ese cambio. Lo más triste es que, con él, se irá la memoria viva de este lugar donde vivieron unos franceses enloquecidos y por donde pasó, haciendo la novela de su vida, Ernest Hemingway, en los días en que decía perseguir submarinos alemanes por el mar Caribe.
–La gente dice que usted fue amigo de Hemingway...
–Lo que se dice amigos... no sé, pero nos conocimos cuando la Guerra Mundial y nos llevábamos bien. El andaba por aquí en su barco y a cada rato venía a comer a la casa. Le gustaba mucho el carey que preparaba mi mujer, Zolia Marina. Ella también le lavaba la ropa y él pagaba bien. Siempre fue muy atento y cuando volvía de la ciudad, nos traía comida y ropa para los muchachos.
–El barco de Hemingway, ¿estaba artillado?
–Yo nunca vi armas a bordo. Era un yate de pesca.
–El decía que sí estaba artillado. ¿Cuántos hombres venían con él?
–Cuatro a cinco.
–Andaban buscando submarinos alemanes...
–A ciencia cierta yo no lo sé, pero es posible. Varias veces oí decir que los submarinos alemanes venían por aquí a buscar agua, comida y gasolina, y hasta me dijeron que una vez por allá, por Cayo Guillermo, hundieron uno. Pero eso de buscar submarinos con un yate de pesca...
–Sí, está raro... ¿Y cómo era Hemingway?
–Muy bueno, una gran persona y no parecía americano. Por el trato, quiero decir. Hablaba con nosotros y nos trataba como amigos. Me acuerdo de que lo preguntaba todo y se reía mucho. Era muy respetuoso y tenía el pico duro para beber: sentado por aquí lo vi vaciar unas cuantas botellas... Cuando se despidió de nosotros, porque ya se iba de aquí, nos compró careyes y tortugas para disecarlos. Me acuerdo de cómo me saludó desde su barco, un hombre grande y colorado, diciendo adiós con la mano.
Todavía en aquel entonces era posible imaginar aquella despedida: el cayo que Hemingway dejaba atrás, y que tan bien describió en novelas y reportajes, siguió siendo el mismo durante casi cincuenta años. Parte de ese paisaje fue, desde entonces, Alcides Fals, el mejor pescador de quelonio de Cuba.

Cuando nos tocó a nosotros decir adiós a Alcides y a Cayo Romano, en nuestras mentes tratamos de guardar aquella imagen que ya no se repetiría: un hombre muy viejo y muy recio, sobre una playa virgen. La próxima imagen de ese lugar será la de una rubia alemana con los senos al sol, a cuyas espaldas se alzará un lujoso hotel de hormigón y cristal.


A PUNTO DE CULMINAR UN AÑO MÁS, LES QUIERO DESEAR LO MEJOR PARA EL PRÓXIMO. UN ABRAZO FRATERNO A TODOS LOS AMIGOS HEMINGWAYANOS.



Tuesday, November 19, 2013

LA MALDICIÓN HEMINGWAY





Durante 2 años perseguí a Mariel Hemingway. Lo sigo haciendo. Es una enfermedad, una maldición. En verdad mi paranoia tiene unos cuantos años más. Se debe a una  adolescencia tardía aún no resuelta. Ya no sé por donde pasa mi carga emocional. Busco la manera de subsanar la deficiencia, sumo las dificultades y llego a algunas conclusiones: el primer problema es que ella no habla castellano. El segundo es que yo hablo un inglés elemental; pero hay otros factores inexcusables como que no tengo cuenta en Suiza, no soy famoso, mi aspecto es de viejo gruñón y además no soy  un rubio norteamericano de sonrisa permanente. Para salvar estos escollos debería cambiar totalmente, dedicarme a la lectura del buen vivir (no a la buena vida), hacer meditación diaria y mantener una rutina física que, obviamente, no cumplo. Mariel Hemingway vive desde hace años en un remoto rancho detrás de las montañas de Malibú, en el sur de California. Todos los días se levanta con su pareja Bobby Williams antes del amanecer, calienta un té de jazmín verde y recibe los primeros rayos de sol en su jardín, donde tiene hortalizas orgánicas, un gimnasio y hasta un muro para escalar. Ella dice que su amor fue quien le enseñó a reír y que casi toda su felicidad viene de estar con él. Con esto ya tengo la batalla perdida, pero no la revolución. Veamos.






La heredera Hemingway saltó a la fama con tan solo 16 años cuando interpretó a la novia adolescente de Woody Allen en Manhattan (1979). El beso que le da en una escena al director (y también protagonista) fue en realidad su primer beso. El film contó con un elenco inigualable: Diane Keaton, Meryl Streep y Michael Murphy. Pero ese papel, que le valió una nominación al Oscar a mejor actriz de reparto, no logró consolidarla en la elite de Hollywood. No volvió a conseguir un rol importante y poco a poco descubrió el lado oscuro de su apellido. Se tornó depresiva, ansiosa y se obsesionó tanto con su salud que dejó de comer. Ensayó de todo: terapeutas, gurús y hasta astrólogos.

Después de pasar 20 años en busca de respuestas, Mariel encontró la estabilidad junto a su pareja, un doble de acción de Hollywood, en su pequeño rancho. Ahora trabaja con varios institutos para acabar con los tabúes que se han creado alrededor de los trastornos mentales. Además ha escrito dos libros de autoayuda, uno de cocina y otro de yoga; todo con la esperanza de que la próxima camada de los Hemingway no tenga que cargar sobre sus hombros el peso del apellido.

Durante cuatro generaciones la familia de Ernest Hemingway ha sufrido de enfermedades mentales. Mariel creció sin saber que su abuelo se había suicidado. Su papá, Jack Hemingway, el hijo mayor del escritor, tampoco le contó que el hermano, la hermana y el padre del autor de El viejo y el mar se habían quitado la vida. No quería agobiarla con esas historias. De niña Mariel creía que Ernest, el héroe que peleó en la Primera Guerra Mundial y cubrió la Guerra Civil Española, se había disparado un escopetazo por accidente. Pero a pesar de su ignorancia, la genética familiar definitivamente pesó sobre ella y sus dos hermanas, Muffet y Margaux.





Muffet, la mayor, empezó a tomar alcohol desde muy joven. A los 14 años, bajo los efectos de LSD, amenazó a su madre con unas tijeras y salió corriendo desnuda por Ketchum, el lugar donde se suicidó Ernest. Poco después le diagnosticaron esquizofrenia. Margaux, la del medio, quien se convirtió en una de las modelos más importantes de los setenta, fue la primera modelo en cerrar un contrato por un millón de dólares y aparecer en las portadas de Vogue, Time, Elle, Cosmopolitan y Harper’s Bazaar, también se volvió adicta al trago y a las drogas. En 1996, un día antes del 35 aniversario de la muerte de su abuelo, ingirió una sobredosis de pastillas que tomaba por la epilepsia producida por el alcohol y se fue a encontrarse con él. Tenía 42 años.




“Cuando ella murió de inmediato pensé: ahora es mi turno. Ahora la que se va a enfermar soy yo. En verdad creía que se trataba de un virus y que lo podía contraer”, dijo Mariel en un reportaje reciente de The New York Times. La menor de las tres hermanas Hemingway siempre fue la responsable de la familia. De pequeña recuerda que limpiaba la casa luego de las peleas de sus padres borrachos. A los 11 años se encargó de cuidar a su madre cuando a esta le apareció un tumor cancerígeno. Poco después, y sin haber terminado el colegio, se mudó a Nueva York para vivir con su hermana Margaux.

A pesar de todo yo seguía insistiendo con mails y la posibilidad de una entrevista. No me contestaba. Al fin, cuando todo parecía acabado, me dijo que le mandara un cuestionario de preguntas. Así lo hice. Pasó mucho tiempo y nada. Dejé la cosa en suspenso y preferí seguir de largo. Mariel carga con una historia difícil y uno debe entenderla. En medio de esos entretelones me tomé el trabajo de leer  Encontrar el equilibro. Los hago participar con el primer capítulo Postura de la montaña.



Quiero empezar esta historia de mi vida, simplemente parada.  Nuestros propios pies son muy importantes porque ayudan a  nuestras vidas por su  estabilidad y conciencia. Yo estoy aquí, supuestamente recta y estable, equilibrada y despierta. Pero… ¿soy yo realmente? Mi peso de ida y vuelta está en mis pies, tratando de encontrar mi verdadero centro. Lo curioso es que estoy segura de que lo que hoy es el centro para mí, fue desequilibrio ayer  o lo será mañana. No se olviden de eso. Me comprometo en este momento a estar presente en mis pies y nada más, con toda mi voluntad, dentro de mi cuerpo.

La premisa de la postura de la montaña, al igual que todas las posturas de yoga de pie, es estimular el cuerpo y la mente. Uno tensa los músculos de los muslos y los libera, y después de la liberación busca un punto de espera que lo haga sentir cómodo, vigorizante, sin tensión. La concentración es la sensación mayor, yo trato de llevar a todos los músculos de mi cuerpo a ese estado agradable, siempre de pie en esta aparentemente simple postura. Me parece que no es en absoluto una cosa fácil de hacer. Hay complejidades en mi cuerpo, incluso mientras estoy parada ¿Estoy creando una línea en mi cabeza, orejas y  tobillos? ¿Están mis lados extendidos de manera uniforme, con la misma longitud,  profundidad e intensidad? Saco mi columna hacia arriba de la cintura, sintiendo ligereza en la intención de un cuerpo recto. Mi cuello es largo y una extensión de mi larga columna vertebral. Abro los dedos de mis pies para encontrar mi tierra firme ¡ Ah sí! Eso me recuerda la importancia de mis pies. Contacto sólido con la tierra es la base de esta postura.

Al reflexionar en la montaña puedo comenzar a entender mi gran necesidad de estabilidad y arraigo. Algo sobre la estabilidad es tan atractivo para mí en un mundo en el que me resulta muy difícil sentirme sólida en los pies, o incluso sentir que estoy dentro de mi cuerpo. Creo que esto viene de lejos para mí. Es probable que, al igual que le sucede a un montón de gente, mi sensación de inestabilidad provenga de una infancia donde demasiadas cosas dieron un vuelco. El cuidado de una madre enferma en una familia devastada, en un momento en que mi  padre también estaba enfermo y cuando más necesitaba tranquilidad y afecto.




La casa de madera donde transcurrió mi infancia en Ketchum (Idaho) estaba al otro lado del Río Grande  y pocos kilómetros aguas arriba de la casa donde mi abuelo Ernest había vivido. Allí  se suicidó con una escopeta sólo cuatro meses antes de mi nacimiento - el cuarto suicidio en mi familia inmediata- ¿Fue una predisposición genética a la depresión y al alcoholismo, o un entorno familiar poco saludable que produce hábitos emocionales desastrosos? Cualquiera sea la causa, es el tipo de álbum familiar que a uno lo lleva a pensar. Tragedias continuas en sucesivas generaciones de nuestra familia me han dejado frente a una pizarra llena de problemas y temores cada día de mi vida. Encontrar  mis propias respuestas me ha llegado a parecer como una cuestión de supervivencia. Esa lucha me ha dado forma. Es la historia que quiero contar.



Mi desgarrada hermosa madre, Louise Byra Whittlesey o Puck, como la llamaban, se había casado una vez antes de conocer a mi padre, con un aviador guapo que voló en la Segunda Guerra Mundial pero que después de la boda nunca regresó. Ella se quedó con la fantasía  de perfecto romance. Por el contrario, la relación con mi papá se convirtió rápidamente en muy real y los sueños románticos se desvanecieron. Eso hizo que  en nuestra casa se viviera infelizmente. Mis padres se conocieron en Sun Valley, poco después del final de la guerra. Mamá estaba trabajando como administradora de United Airlines, una viuda de luto que era demasiado alta para ser una azafata. En el Sun Valley Lodge se encontró con un joven apuesto botones llamado Jack Hemingway. Rápidamente se enamoró perdidamente de su cabello oscuro, la estructura de su cuerpo cincelado y de sus hermosas piernas. Ella no era una presa fácil, sin embargo. Su corazón estaba roto e incluso había estado dispuesto a compartirlo, había un montón de otros pretendientes. Puck lo persiguió durante cuatro años antes de decidir que una vida de viajes y aventuras con él era mejor que una vida de luto. No podría haber sido la mejor base para un matrimonio: creo que mi madre no estaba enamorada de mi padre y él nunca se sintió amado por ella.

Mamá jamás se acostumbró al matrimonio y  a pesar de que era buena en los asuntos internos, le molestaba todo lo que tenía que hacer en la casa. La recuerdo con su ropa vieja y haciendo las tareas con un balde  y trapos de limpieza. A veces tarareaba una canción. Pero si entrabas a la casa después de que ella había limpiado el piso, ella gritaba-- "¡¡¡Quítate los zapatos malditos!!!", o simplemente golpeaba tu brazo y gruñía.




Mi madre era una gran cocinera, pero parecía que cocinaba sólo para demostrar lo poco apreciada que era. Cada día ella planeaba una receta exótica para la cena, como picadillo a la cubana o comida italiana con pasta casera. Ella era una artista, pero durante todo el proceso hermoso de la preparación se maldecía porque  su marido sin probar un bocado, echaba sal en toda la comida o después de la cena comía queso y galletas. Sí, siempre estaba enojada con mi padre acerca de la comida. Las comidas en nuestra casa eran motivo para sentirse incómodo y se terminaban en mala digestión. Hoy en día, con mi familia, yo siempre trato de agregarle más amor que talento a mi cocina en la creencia de que la atmósfera de amor en la mesa es el ingrediente más importante.

En 1970, cuando tenía ocho años, nuestra familia sufrió su primera gran sorpresa. Papá, el tenista y amante de la naturaleza, tuvo un grave ataque al corazón, tenía cuarenta años. Sin duda, el abuso del tabaco y alcohol le pasó su factura, pero yo siempre he pensado que su corazón falló porque estaba roto y triste. No podía manejar el rechazo constante por la mujer que amaba. De urgencia aterrizó en el Sun Valley Hospital y permaneció allí durante un mes, en gran medida dosificado con las drogas. Los medicamentos parecían trabajar en él como una especie de suero de la verdad y por esto se convirtió en hostil con mamá, diciéndole lo descuidado que se sentía. Él imprudentemente cayó en un asunto evidente con una de las enfermeras. Mamá lo supo y se encerró en el hogar emocionalmente destrozada. Trató de ocultar su vergüenza, pero eso es casi imposible en una ciudad pequeña, especialmente cuando se tiene un grupo de hijas pequeñas. Todo el mundo parecía saber todo acerca de nuestro pequeño escándalo nacional.

Papá llegó a casa del hospital por sus propios medios bajo las órdenes del médico y ante la sorpresa de nosotros. Le recomendaron evitar el estrés a toda costa, por lo que fuimos advertidas para mantener un mejor comportamiento o, de lo contrario, pondríamos en peligro su salud. Ya no más fumadores en la casa, lo que significaba que mamá también tenía que dejar de fumar. Ahora  su dieta debía ser baja en grasa, un cambio que sustituía la mantequilla en la mesa por la margarina. ¡Qué asco! Mamá se rebeló en voz baja, pero con firmeza. Cuando papá estaba durmiendo la siesta y mis hermanas en la escuela, ella desaparecía y se iba al cuarto de lavado, abría el armario donde guardaba el tabaco y se sentaba para fumar "en secreto". Una vez me acuerdo que fui en busca de ella con  la muñeca entre mis brazos y observé que desde el baño emergían oleadas de nubes de humo. Llamé a su puerta. Me respondió: "¿Qué?" Estaba enojada, salió, me dio una palmada en el trasero y me mandó a la cocina. No iba a haber nunca ninguna conversación sobre la niebla del baño. "Al diablo con él", decía en voz baja.




Papá rápidamente superó su romance pero el daño a su matrimonio aumentaba diariamente. Siempre estábamos tensos. Las cenas se pusieron tan mal que nos dimos por vencidos en la cocina y decidieron llevarnos a comer afuera. El centro de la vida familiar en el hogar pasaba por la mayor de mis dos hermanas. Muffet era once años mayor que yo y me hizo sentir más amada y cuidada como  nadie más lo hizo. Cuando estaba en casa, ella me recogió de la escuela y conducía su auto girando por la carretera como una serpiente. Mientras yo gritaba de nervios con la risa, ella me explicaba que nunca debería recibir el sol en mi cara de frente o entrecerrar los ojos si quería evitar las arrugas. Ella mantendría su hermoso rostro. Pero Muffet cayó en una dinámica  horrible.  Ella se escapó al norte de  California y allí comenzó su decadencia, se había ligado  en los conciertos de Grateful Dead con la droga. Recuerdo a mi madre regañándole a ella por sus vestidos de terciopelo, el lápiz labial oscuro y los pies descalzos. Ella le gritaba por su actitud individual y el comportamiento irrespetuoso.  Ninguno de nosotros tenía la menor idea de que Muffet  a menudo se tropezaba con el LSD.




Yo particularmente recuerdo un día, cuando tenía once años. Había llegado a casa de la escuela y acababa de comer masas de apio con mantequilla de maní, salí al patio trasero para saltar en mi cama elástica. Estaba saltando y dando vueltas, tratando de tocar las nubes con las yemas de los dedos, cuando oí gritos desde el interior de la casa. A diferencia de los gritos habituales de una familia inestable, esto era muy urgente, tan urgente que reboté en el suelo y corrí hacia la casa. En el interior, mi madre y Muffet luchaban cerca de la escalera. Podía distinguir dos sonidos diferentes en el alboroto. Mamá estaba tratando de calmar a Muffet desde abajo, hablándole con suavidad, mientras mi hermana estaba gritando obscenidades de una vida ficticia vivida como artista en París. Ella le dijo que tenía que volver allí, a sus raíces. Yo no sabía nada de sus raíces, pero Muffet acababa de regresar de estudiar en la Sorbona, donde había perfeccionado su francés. Decía que  estaba locamente enamorada de Picasso y que era su amante, todo en un grito, mezclando el inglés y el francés. Me sorprendió que mi madre, cuya espalda estaba hacia mí, estuviera tan sumisa, no era su estilo en absoluto. Pero ella parecía aterrorizada.

Me acerqué para ver si podía ayudar y acabar con la pelea y desde mi nuevo rol  me di cuenta que Muffet  estaba amenazando a mamá con un par de tijeras a centímetros de su cara. Yo no sabía qué hacer - gritar, agarrar a Muffet, huir o llamar a la policía - así que me quedé inmóvil. Pero mi madre no estaba tan indefensa. Ella dijo, con voz temblorosa, pero razonable; "Mira, Muffet, Mariel está detrás de ti. Está asustando." Era completamente cierto. Estaba aterrorizada. Cuando Muffet se volvió hacia mí, mamá agarró las tijeras de la mano y la desarmó. Muffet se derritió en lágrimas, al igual que mamá me uní a ellas. Yo no entendía en absoluto lo que había sucedido y por qué. Más tarde le contamos a papá  y le explicamos que Muffet había tomado LSD.

El ácido provocó en ella un desequilibrio químico importante. Muffet dijo una vez que su vocación en la vida era volar - realmente volar – y que la ropa la restringía. Ella amenazó con hacerle daño a mi madre si le impedía expresar su verdadera naturaleza. Así que un día corrió desnuda por las calles de Ketchum. Mis padres estaban en una desesperación total y, finalmente, la internaron en una institución psiquiátrica durante unos meses. Yo no sabía dónde había ido, pero la extrañaba terriblemente. Para mis padres todo esto no era sólo un problema, sino una vergüenza en la comunidad. Me dijeron que tenía algún tipo de enfermedad física. Pasaron varios años antes de que los médicos más sabios y amigos cariñosos le ayudaran a Muffet a descubrir que su condición era tratable con un régimen de fármacos terapéuticos y  apoyo psicológico.

Mi otra hermana, Margaux, era siete años mayor que yo, y ya empezaba a mostrar su belleza de supermodelo cuando la familia comenzó a desmoronarse. Rebelarse contra mamá y papá se convirtió en el patrón de los más jóvenes de la ciudad que no tendrían más catorce años. Ella era completamente salvaje. No había diferencia entre los días de rutina escolar y los fines de semana. No sonaba el toque de queda, ni los gritos y castigos de mis padres la retenían. Margaux festejaba los fines de semana en las colinas subida a sus esquís, llenando su mochila con vino o tequila y sin temor a nada. Una vez el personal de seguridad del complejo Angry tuvo que bajarla de la montaña y acompañarla a la casa, estaba drogada y borracha. Ella dejó  la escuela y cada día se metía en más problemas. El esfuerzo de mis padres se fue por las nubes. Tan pronto como la carrera de modelo de Margaux comenzó se fue de casa a la fiesta de la calle.





Con toda esta carga emocional, la actitud de mi madre, las peleas y la situación de mis dos hermanas, hicieron que dejara de ser la beba de la familia y no pude tener un modelo a seguir para ayudarme a entender el lado femenino de mi personalidad. Este ha sido un problema constante en mi vida ¿Qué es una mujer, qué se supone que haga? ¿Cómo tenía que actuar? Cuando era niña, trataba frenéticamente de limpiar la casa con la esperanza de que por ser extraordinariamente buena de alguna manera pudiera curarlo todo. No funcionó, así que desarrollé mis rutinas de escape como todo el mundo.

Crecí como un marimacho, el esquí y el senderismo fueron mis aliados, así que antes de que existiera el yoga y la postura de la montaña ya había montañas en mí. La belleza de la Cordillera de Sawtooth fue un regalo reconfortante para mí. Cuando pude conducir - los jóvenes en Idaho a los catorce años lo hacen-  me atraparon los lugares donde las empinadas colinas vinieran justo hasta la carretera. Subí por senderos polvorientos y rocas  hasta los lugares más altos. El aire fresco de la montaña era un contraste bendecido que renovaba la atmósfera recalentada de la casa. Me gustaba impulsar el cuerpo hacia arriba, haciendo un pacto mental conmigo mismo y llegar a la cima de la colina o el pico más lejano así toda la ansiedad que consumía se iba a caer de inmediato. Por lo general, trabajó mucho esta dinámica. Al llegar a la parte superior, con los pulmones y los muslos ardientes, me gusta mirar y sentir que las cosas empiezan a resolverse por sí mismas. Los músculos en las de las montañas se consolidan, las rocas ayudan para mantenerse,  esa es la diferencia de la inestabilidad que se vivía en mi casa. Me gustaba correr y saltar hacia abajo, oliendo el olor a muerte del verano pasado. Al día de hoy, miro con cariño la vista familiar detrás de mi casa, profundamente reconfortada porque las montañas nunca cambian, no importa lo que el clima y el medio ambiente a su alrededor.

Eventualmente, tuve que bajar de la seguridad de los picos. Sufrí el dudoso honor de concurrir a la escuela primaria Ernest Hemingway, donde mis compañeros me llamaban "perra rica" ​​ y me pateaban mientras estábamos en la cola del teléfono público. Muchos de ellos creyeron que mi familia era la dueña del establecimiento y todos estaban seguros de que de alguna manera estaba recibiendo un tratamiento especial. Quería explicarle que la única conexión que mi abuelo Hemingway tuvo con la escuela fue que mi abuela hizo una donación para cambiar el piso de madera del gimnasio, pero las palabras no me salían. Contuve siempre mis lágrimas y recé hasta la graduación.




La sensación de no ser amada por mi padre generó un mí una gran depresión con el suicidio de Ernest. El efecto de un suicidio es devastador sobre los que se quedan. Estoy seguro de que papá también se sintió profundamente abandonado y desamparado, pero él se guardó las emociones para sí. Realmente debió haber sido demasiado cuando no pudo ganar el amor de su esposa. Se escapó de nuestro hogar y vivió infeliz  prácticamente a la intemperie, recurriendo a la pesca y la caza como camino de salvación en todo el mundo. Aprecié las veces que me llevó con él a pescar en el norte de las Rocallosas, o en los flujos del Pacífico tratando de conseguir las truchas arco iris. A través de él, aprendí a amar la naturaleza, a pesar de que nuestro tiempo junto no era  abiertamente demostrativo conmigo. De alguna manera, no podía comunicarme directamente su amor por mí, nunca fue demostrativo en sus emociones, así que él reveló sus sentimientos a través de una intensa y competitiva relación deportiva y de comunicación con la naturaleza. Cuando yo jugaba a algún deporte o entrenaba  para las carreras de esquí, siempre me decía que él corrió aún más lejos. Si yo escalaba, el decía que había subido más alto y si jugaba al tenis también que regañaba. Siempre sentí que estaba demostrando que era mejor que yo. No entendí hasta mucho más tarde que era su manera confusa de demostrar amor.

Por razones obvias, papá casi nunca mencionaba a su famoso padre. Tuve que descubrir los escritos de Ernest Hemingway por mí mismo. Como la mayoría de los estudiantes, lo primero que tomé fue  El viejo y el mar. Yo tenía once años, una lectura lenta y mucho miedo de no entender el libro, pero la profunda y simple prosa me llevó hasta bien entrada la noche, sobre las aguas de ultramar fuera de Cuba con Santiago. Sentí que entendía a mi abuelo, supe por primera vez que en realidad era mi familia. Compartimos la misma sangre. Sentí que él entendía mejor que nadie a todos nosotros. Fue el comienzo de mi amor por los libros.

Margaux rara vez se tomaba  tiempo en su vida salvaje para visitarnos, pero cuando lo hacía me dejaba con los ojos abiertos con su belleza y su temerario sentido de la diversión. Cuando llegó a la adolescencia la estimularon con un papel en una película.   Sin embargo, fuera de la ficción, estaba siendo obligada a crecer muy rápido.

A mi  madre en 1975 le diagnosticaron un cáncer  y realmente llegué a sentir que no había nadie que se ocupara de mí sino lo hacía yo misma. Cuando participé en Lipstick, la gente decía que era una estrella, mientras que la actuación de Margaux fue criticada dolorosamente. Se intensificó su comportamiento autodestructivo y la distancia entre nosotras comenzó a adquirir dimensión adulta.

Con el cáncer de mi madre toda la familia estaba acongojada pero igual nos sorprendimos cuando Muffet, que había controlado su enfermedad lo suficientemente bien, pudo enamorarse y casarse aunque sufría permanentes crisis nerviosas. Simplemente porque rehusaba a tomar su medicamento. Su matrimonio se derrumbó y ella regresó a nuestra casa al cuidado de mi madre, quien vivía sometida  a quimioterapia y radioterapia. Fue entonces cuando comenzó con el largo período de vivir con el miedo que me enfermaba  como a mi madre y pensaba que me volvería como mis hermanas.

Elegí  crecer entonces como  muchos menores  a lo que se los somete a  situaciones difíciles en su  vida, por lo que tienen que madurar de golpe. Sin duda, mi situación  me impulsó a buscar el amor y la estabilidad.

Voy a entrar muy pronto en ese paseo salvaje con la naturaleza, pero por ahora vamos a volver a la estera de yoga, donde estoy de pie lo más recta, quieta y consciente que puedo estar en este día. Me concentro y juego con todos mis músculos para que pueda encontrar la montaña tranquila y sólido que soy yo. Aquí encuentro el silencio.

Extraído de  Encontrar el equilibrio Copyright © 2003 por Fox Creek Productions. Traducción: José María Gatti






Mariel no es una persona fácil, mis preguntas estaban en lista de espera y no tenía esperanza por las respuestas. Mientras tanto un documental sobre su familia ya estaba circulando, se trataba de Running fron Crazy (Huyendo de la locura).
El testimonio narra su vida, la historia personal del grupo familiar, la enfermedad mental, la drogadicción y el suicidio de siete familiares.

Dirigida por Barbara Kopple, dos veces ganadora de un Oscar (1976 documental Harlan County y en 1990 el documental Sueño Americano), la película hace hincapié en la conciencia del suicidio y la importancia de las evaluaciones de la salud mental. El film está actualmente sólo mostrándose en festivales. En la cinta se refleja las épicas borracheras de Ernest y se incluye una escena en la que Mariel visita a su abuelo en la casa de Idaho y la habitación donde se suicidó.

Ya lo dijo John Hemingway, otro de los nietos del Premio Pulitzer: "El trastorno bipolar y la depresión clínica son algo propio de mi familia". Quizá por ello Mariel vive dedicada a explorar la presencia de la enfermedad en su entorno y la autodestrucción que provoca. Hay escenas patéticas donde Mariel narra que su padre abusó sexualmente de sus hermanas.

"En casa de los Hemingway no se hablaba de él jamás, Ni siquiera se leían sus libros, Sus nietas habían oído que le gustaban las mujeres, que era corresponsal de guerra, que le encantaba pescar, cazar...pero en realidad no conocían sus demonios internos. Son casi cinco generaciones las que ido ocultando esto", explico la directora del film.


“Hoy no creo que nosotros (la familia) tengamos una maldición, pero cuando me enteré de las tragedias me dio mucho miedo”, le confesó Mariel a una reportera en vísperas del estreno de Running from Crazy (Huyendo de la locura).

"No me sentía como si estuviera loca, pero me sentía como si viviera en una locura. Ya sabes, en la tierra de locos."

"Mis padres  se tomaban una copa de vino y las cosas eran poco felices," recordó Mariel. "Estaban realmente teniendo una conversación normal. Pero después de un par de copas de vino, el alcohol entraba en acción y sucedían asquerosidades."

Cuando una periodista le preguntó si ella estaba preocupada por su propia salud mental, Mariel Hemingway respondió: "¿Sabes qué? Honestamente puedo decir por primera vez en mi vida, que en los últimos cuatro años, no he sentido que alguna secreta y oscura noche van a venir esos pensamientos y que se abalanzarán sobre mí cómo lo hacía antes. Por muchos, muchos años pensé, me toca a mí".

“Soy una Hemingway y he luchado contra la depresión y la locura en mi familia, pero creo que todos compartimos historias similares. Quiero que los demás se sientan apoyados y el estigma de la enfermedad mental sea destruido. Cuanto más tengamos un diálogo sobre este tema, mejor para todos.”




“Los Hemingway somos una familia americana tan importante y emblemática con una gran impronta literaria y cultural. Al principio me sentí atraído por la idea de hacer una película sobre una familia tan famosa y tal vez cambiar la percepción de quienes eran y son hoy en día las personas. Mi deseo es cambiar el trágico legado de los Hemingway  y también trabaja para ayudar y dar esperanza a los que sufren de la depresión y la enfermedad mental”.

“Yo sé que soy genéticamente predispuesta y es difícil luchar contra la depresión. Hay que rellenar todos los huecos donde se pueda. Y hay que decir: "¿Sabes qué? Tengo dificultades". Cuando uno viene de un entorno familiar como el mío, bueno, si lo mejor que tengo que hacer es cuidar de mí misma, no creo que eso sea una mala idea. En última instancia, nadie puede hacerse cargo de tu vida”.



          
“Yo sufro de depresión. Yo he estado allí. No se ve ninguna luz. Sin embargo, me di cuenta que en el viaje se trata de aprender a cambiar. Antes, siempre estaba tratando de encontrar a alguien que me mostrara el cómo, nadie tiene su receta. Actuamos  de manera ignorante. Usted tiene que pensar en su genética. Todos tenemos un mensaje en nuestra cabeza que nos dice que estamos mal y que no estamos haciendo las cosas bien.
La mayoría de la gente no entiende lo imprescindible que es el  tomar el cuidado de sí mismo. Tuve que decir: ¿Sabes qué? Tengo que entender que no es mi culpa que las cosas no vayan tan bien. No puedo cambiar si uno no lo decide.”  

“Los beneficios finales de la vida vienen de tomarse el tiempo para reconocer lo que sientes por dentro. La reflexión en silencio trae tranquilidad a tu vida, reducir la velocidad de la carrera y permitirse un descanso, un instante, un segundo de sabiduría lo que te permite tomar decisiones de gran alcance con calma y claridad”.

Mi cuestionario ya quedó en el recuerdo. Mariel está preocupado en otras cosas. Habrá que seguir insistiendo. Todo es cuestión de paciencia.





Wednesday, October 16, 2013

LA MISS TEXAS VUELVE A CASA



El 30 de setiembre a la madrugada, una embarcación emprendía un viaje maravilloso. Los preparativos daban cuenta que aquella nave se despedía de su amarradero en el Yacht Club Peruano de Lima y como una señal del destino su camino la llevaría hasta su génesis, hasta su origen, hasta el lugar donde se hizo famosa. La embarcación en la que navegó el escritor estadounidense Ernest Hemingway en el norte de Perú había sido restaurada para concientizar  sobre la importancia de la conservación marina y fue presentada en la inauguración de una conferencia sobre medio ambiente.
Hemingway estuvo en 1956 a bordo del yate Miss Texas en el mar de Cabo Blanco, en la región norteña de Piura, y logró pescar con caña y carrete un merlín de 700 libras (317 kilos), según datos de la asociación privada Inkaterra, encargada de la restauración.




"(El barco) es un símbolo de la cruzada por la recuperación del mar", dijo a  la agencia de noticias Efe un portavoz de Inkaterra. El yate se presentó en la inauguración de la I Conferencia de Investigación, Conservación y Desarrollo en el Mar Tropical Peruano, que busca la protección de los recursos naturales y el desarrollo sostenible de la zona norte del país. "Cuando Hemingway vino a Perú navegó en esa embarcación. Para Cabo Blanco este barco es un símbolo de toda esa época en la que era considerada la mejor zona de pesca deportiva. Con la degradación del mar y la sobreexplotación de recursos se han ido perdiendo las bondades de Cabo Blanco", indicó la fuente.



El premio Nobel de Literatura viajó unas semanas a Cabo Blanco junto a un equipo de filmación para el proyecto de rodaje de una de sus obras más conocidas: El viejo y el mar, pero esas imágenes nunca fueron utilizadas.

En la Miss Texas que abordó Hemingway, también se estableció hace 60 años, un récord mundial de pesca con la captura de un merlín negro (makaira indica) de 1560 libras (707 kilos), a manos del empresario estadounidense Alfred Glassell Jr.

El trabajo de restauración del yate de 42 pies de largo tomó cuatro meses, y se espera que en noviembre ya luzca en Cabo Blanco para posiblemente utilizarse en la pesca deportiva y paseos. "El barco había estado en muy buenas condiciones, sólo que se había modernizado. Ahora lo que se ha hecho es a través de fotos antiguas  restaurarla a su versión original, tal cual lo encontró Hemingway", manifestó Hernán Balderrama.



El CEO de Inkaterra Association, José Koechlín se manifesto satisfecho con la restauración del barco que será el símbolo de una campaña para recuperar la riqueza del mar del norte del Perú.



Hace ya unos años, en mayo de 2011, este cronista organizó junto a la investigadora peruana Irma del Águila, en Lima, el foro internacion El mar de Hemingway, donde asistieron entre otros, el filólogo español Andrés Arenas Gómez y el catedrático  norteamericano Douglas LaPrade; en ese momento, la Miss Texas estaba en el Balneario de la Punta y gracias a su dueño, el marino Hernán Balderrama, pudimos viajar durante una soleada mañana. La embarcación había sido modificada pero su espíritu estaba intacto. Que notable, cuando Balderrama la adquiere, la nave estaba perdida en un depósito y corría el riesgo de permanecer allí sin ningún destino; el marino, amante de las aventuras sin pensarlo demasiado la compra y podemos decir que gracias a él hoy la Miss Texas está viva.




La periodista Karen Espejo del diario La República así decía en la edición dominical del 15 de mayo de 2011:

Debilidades de un escritor

Durante los 36 días que el autor de Adiós a las armas estuvo en Cabo Blanco, según las investigaciones de la socióloga Irma del Águila, sus condiciones físicas le permitieron cazar cuatro merlines, uno de ellos de más de 300 kilos. Un quinto, de más de 900 kilos, picó su anzuelo, pero su cuerpo no lo soportó. “El animal da vueltas alrededor de la embarcación con tanta fuerza, que el pescador debe ir atado a un arnés para literalmente luchar contra la bestia, acción que puede extenderse una hora. Hemingway no habría aguantado el arrastre del pez y habría entregado su caña a Eliseo Argüelles, un pescador conocido en Cuba”, asegura.

Según la investigadora, el Hemingway que llegó a Perú fue la leyenda que todos conocemos, pero también un hombre muy disminuido física y psicológicamente. “Venía de haber sufrido un doble accidente aéreo en África, del que sobrevivió con lesiones muy graves, como hemorragias internas y fracturas de cráneo. Por otro lado, luego de su gran obra El viejo y el mar, la crítica no favoreció sus siguientes publicaciones”, explica. A ello, agrega José María Gatti, periodista argentino, autor del blog y el libro La pipa de Hemingway, habría que agregarle los daños causados por su bipolaridad. “Durante su fase depresiva, Hemingway solía tener un carácter agresivo. Y en su estado eufórico, bebía mucho. En toda su vida, tuvo 34 accidentes importantes, de los cuales 20 fueron causados por su consumo de alcohol”, revela. Quién sabe y Hemingway eligió las exóticas aguas del norte peruano –el único país de Sudamérica que visitó– para olvidar todos los problemas que atormentaban su vida.

Hace unos días Hernán Balderrama me envió un correo para decirme que su sueño estaba cumplido y que aquella primera edición de El viejo y el mar que le había regalado para su biblioteca ahora ya formaba parte de la biblioteca de la nave.




No quiero dejar estas líneas sin antes transcribir un breve texto del libro Rumbo al asombro de este hombre maravilloso. Como él me ha expresado no es escritor y sus libros los regala porque entiende que siempre le hacen falta a aquellos que no conocen una librería.


..."Los dos lobitos están hoy más cerca que otras veces y de vez en cuando se van a dar un remojón en la orilla, el carreterito famoso siempre en el mismo lugar y dejando, como no, sus características huellas sobre la arena, las gaviotas, más de cuarenta ya, y las dos tijeretas con su impecable negrura, los miro y remiro, Raúl hace lo mismo, no nos imaginamos que estas charlas inusuales se irían a extender tanto, me he sentido muy bien durante todo este tiempo y creo que ustedes también, los vamos a extrañar ya que, la Miss Texas deberá entrar en mantenimiento y hay que sacarla del mar, pero volveremos a venir un poco más adelante, como lo dije antes, ustedes y nosotros hemos tendido un lazo difícil de desatar; en la mar existen muchos tipos de amarras para sujetar las embarcaciones o las cosas a bordo, uno de ellos se llama, as de guía, muy fácil de atar y soltar pero muy seguro, el as de guía no une desde hace tiempo..."




Otra vez Hemingway sonríe, otra vez el mar se estremece.

Friday, September 27, 2013

EL JARDÍN DEL EDÉN




Hace unas semanas, un grupo de jóvenes inquietos me convocó para que charláramos sobre  El jardín del Edén. Al principio me negué porque ya es un tema bastante agotado, pero ante la insistencia de que no sería otra cosa que compartir un grato momento y algunas dudas, finalmente acepté. En rigor el libro fue una excusa porque lo que en un principio parecía tener sustento, con el correr del diálogo todo fue derivando en conceptos atravesados por cuestiones personales.
Me recibió en su departamento Lorena, oculta detrás de unos anteojos de marco oscuro y cabello rapado. “Hola…maestro…lo estábamos esperando”, dijo mientras pitaba su pucho de marihuana. Eran unas diez personas las que participaban, algunos levantaron su pulgar para saludarme y otros ni me miraron. Lorena pidió silencio: “Ehhh, que llegó el profe…a ver si lo bancamos con un aplauso”, marcó mientras levantaba su copa.< Gracias…sigan en lo suyo > , dije para no cargar la ceremonia.
 
 
 
 
Un flaco de camisa leñadora se acercó y sin mediar protocolo me tiró la primera flecha: ´el tema de la novela es bastante pedorro, Hemingway sabía que era un texto flojo, por eso lo dejó guardado´, argumentó y esperó una respuesta en la misma línea.< El jardín del Edén es una historia de amor obsesivo que como tal se debe analizar con más detalles. Aristóteles decía que amar es alegrarse y yo no dudo que David Bourne estaba contento. Su editor lo llenaba con cartas que lo incitaba a terminar su segunda novela y su rubia esposa Catherine lo tentaba a las aventuras eróticas. Sin embargo lo que atraviesa el texto es una cuota de intoxicación afectiva y esa ceguera motiva la inercia que termina en la humillación que pone en riesgo la supervivencia de la pareja. Para muchos en este libro Hemingway plantea su necesidad de estar libre para escribir y la atadura a un relación estable lo pone al borde del fracaso. David se escapa y se trampea. Eso de tomar sol todo el día y chuparse con champagne no le alcanza. La aventura del sexo tampoco es un incentivo>. El muchacho me mira y se acomoda en la silla. Para ese momento ya se había acercado a nosotros Tamara y Eloísa que parecían ser pareja. < Hemingway comenzó a escribir la novela en 1946 y la trabajó de manera intermitente. Él sostenía que el  tema de su libro era como “la felicidad del Paraíso que el hombre debe perder”. Una frase hecha, un juego de palabras bonito, porque en verdad lo que rascaba Ernest en el fondo de la olla era su propia mugre. Aquí se ve que el protagonista tiene ganas de rajarse pero lo quiere hacer dignamente, para él todo sería fácil si pudiera reemplazar a su pareja por la amante, pero elige el peor camino: la incorpora y entonces queda como si al flan le agregamos sardinas. En la ensalada termina todo siendo un fiasco, un clavo machacado y un clavo no suplanta a otro, agranda el agujero y lo más probable es que los dos clavos se te quedan adentro del pecho >. Lorena quien ya tenía el libro en la mano, silabea: - Te quiero leer esta parte... “Todavía inmerso en este problema y viviendo en la historia, cerró con llave la maleta y salió al sendero de piedra que conducía a la terraza donde Marita estaba sentada a la sombra de los pinos, de cara al mar. Leía, y como él iba descalzo, no lo oyó. David la miró y estuvo contento de verla. Entonces recordó la ridícula situación y volvió al hotel y a la habitación de Catherine y suya. Ella no estaba y, sintiendo todavía a África completamente real y a todo cuanto le rodeaba aquí irreal y falso, salió a la terraza para hablar con Marita.

-Buenos días-saludó-.¿Has visto a Catherine?

-Se ha ido a alguna parte-contestó la chica-. Me ha encargado que te dijera que volverá.

De repente, la irrealidad desapareció.

-¿No sabes adónde ha ido?

-No-respondió la chica-. Iba en bicicleta.

-Dios mío-dijo David-. No ha subido a una bicicleta desde que compramos el Bug”-.


Uno espera otra cosa…el flaco parece un boludo adolescente antes de debutar y teme que la mamá lo sorprenda con la putita en la cama. Como éste hay montones de diálogos vacíos. Me parece oportuno que vos nos digas que opinás sobre esto.< El tema de la triagularidad amorosa es bastante complejo. Las inseguridades sentimentales son una carga que se vive con una sobrenatural exigencia. Ustedes saben la historia del cazador cazado… uno termina sin saber a quien ama, se mezclan los sentimientos en un terreno donde el vínculo es ambiguo y contradictorio. Hay algo que cuesta reconocer y es que en muchas parejas existe un apego sexual…que no quiere decir sexo más sexo. Muchas parejas están juntas y no tienen relaciones carnales…la pareja es un paliativo para sobrellevar la vida solitaria. El apego afectivo es un veneno, una droga, un analgésico que se te mete porque está en juego la autoestima, la valoración del éxito, la confirmación de la seguridad personal…aquí en la novela nadie se lastima, nadie se molesta, la pareja es un dato literario y la amante una anécdota. Claro que se nota la hipocresía… pero es como el agua mineral: mal no te hace. Tengan en cuenta que es Catherine la que acerca a Marita al vínculo…. ¿prueba?... Ya estaba aquello que circulaba sobre “ambos somos iguales…Hoy yo seré el chico y tú la chica”…y Marita, una hermosa mujer de piel y pelo oscuro...>.
 
 
Nos vemos interrumpidos por Lorena que ya a esta altura está demasiado alegre y me invita a su cuarto para ver sus libros más queridos. Advierto que quiere probarme y no estoy ya para mostrar mis medallas. Se da cuenta y cambia de sintonía, me pregunta si el libro es literatura gay. Le respondo que de las 800 páginas escritas por Hemingway se publicaron solamente 250. No me gusta eso de encasillar un texto y me parece que a esta altura de las cosas El jardín del Edén es un texto para escolares.
Repentinamente aparece Jerónimo, un flaco rubio, colorado de rostro y de ojos celestes, tiene una sonrisa bien plantada y me abraza como si yo fuera su padre. Extrae de su bolsillo un Hola Hemingway cuya portada está pegada con cinta adhesiva y me dice que para él fue un manual de novedades. Sobre El jardín del Edén apunta que es un texto pobre escrito para descargar ansiedades.
Advierto que el encuentro no da para más. Estoy fuera de concurso. Pido retirarme y nadie insiste para que me quede.
Me despido de los presentes y salgo a la calle. Estoy parado en Avenida Las Heras y Lafinur y ningún taxi aparece.



De acuerdo al último registro, visitaron esta página en el mes de setiembre, 5137 amigos hemingwayanos. El 53.7 % son jóvenes entre 24 y 36 años. Una gran mayoría -38.6 %- ya había leído con anterioridad una obra de Ernest Hemingway.
Les quiero agradecer profundamente a todos por acercarse a este espacio que desde hace 7 años difunde la vida y obra de unos de los mejores escritores norteamericanos del siglo XX.