Monday, February 17, 2014

LOS ASESINOS: NO SE PUEDE HACER NADA, NO HAY NADA QUÉ HACER.




En el glosario lunfardo argentino hacer es robar, apoderarse de algo, escamotear, sustraer. Seguramente Hemingway desconocía este lenguaje rioplatense, pero bien sabía aquello de: what's to be done about it? (¿qué hemos de hacer?) y en este aspecto el cuento Los asesinos es no hacer nada. Esa suerte de pasividad, de lentitud patológica, pareciera ir a contramano de la acción de hacer algo y dejar sin base a la forma de tiempo que se expresa en una suerte de intervalo limitado por una línea que trascurre ocasionalmente.

En el cuento lo que no sucede es más importe que lo que sucede. Lo que sí queda claro es que el diálogo se apodera del recurso que Hemingway emplea de manera descriptiva para manejar el eje arquitectónico de su relato. En Los asesinos el narrador aparece en forma escasa y el peso de la trama recae en los intercambios verbales de los protagonistas. Así, el carácter de los dos asesinos del cuento, Max y Al, queda plasmado por su forma de interpelar a los empleados del café al que van a esperar a su víctima:

(…)
-¿Qué está mirando? –dijo Max a George.
-Nada
-¿Cómo nada? Me estaba mirando a mí.
-Tal vez el muchacho quería hacer una broma, Max –dijo Al.
George rió.
-Usted no tiene que reírse. ¡No tiene que reírse!, ¿entendido?
-Está bien –dijo George.
-¿De modo que piensa que está bien? –Max se volvió hacia Al-. Oye, piensa que está bien.
-¡Oh!, ¡es todo un pensador! –dijo Al. Continuaron comiendo.
(…)

Se advierte cómo se evitan las aclaraciones: en ningún momento se dice que Max dijo tal cosa con contenida violencia, o que Al tal otra con sarcasmo. El lector puede inferir esos rasgos por el fluir mismo de la conversación.



Los Asesinos, al igual que otros cuentos de Hemingway, está cargado de dolor y sufrimiento. La violencia es una constante que lo invade; está latente, casi nunca resaltada. La posibilidad de la muerte es sugerida de modo inquietante. Los diálogos que Al y Max sostienen con George y con Nick funcionan como ejemplo. Nunca se nos dice que su tono sea amenazante, pero lo percibimos así a través de la textura del lenguaje. Lo mismo sucede con la atmósfera en la que la historia se desarrolla, la cual se va haciendo cada vez más densa, sin necesidad de explicitar acciones, sino sólo a través de las sugerencias.

El cuento Los Asesinos reúne algunos de los rasgos característicos de los relatos de Hemingway. Su sentido no es evidente ni explícito, no está en las acciones mismas de los personajes sino que es algo que el propio lector debe intentar recuperar, atendiendo al posible tono de los diálogos, a las repeticiones, a lo sugerido por la cadencia de la prosa. Todos estos elementos son los que van otorgando la información, creando una atmósfera determinada, nunca del todo visible, pero no por ello inexistente. Los asesinos del título no asesinan, la muerte anunciada no se concreta, el boxeador sueco Ole Andreson no escapa, mientras que Nick Adams, que de algún modo es el único que hace algo para modificar la situación existente (le avisa a Ole que lo están buscando para matarlo), no consigue su cometido ya que su advertencia no produce el menor efecto en la futura víctima. Vemos entonces la ausencia casi total de acciones concretas, perfectamente ejemplificada por frases como “no se puede hacer nada” o “no hay nada que hacer”, las cuales reflejan además el clima de desesperanza que atraviesa la narración. Del mismo modo, tampoco las descripciones son numerosas, destacándose tan sólo algunos pocos gestos de los personajes o ciertas indicaciones vagas referidas al ambiente.

Si analizamos el relato para la mentalidad Argentina de hoy, para esta sociedad acostumbrada al telediario policial, debemos decir que se convierte en un cuento de niños. De acuerdo a nuestra geografía urbana, un diálogo de estas características puede escucharse sin reparo alguno en la butaca arruinada de un colectivo o en el asiento pegajoso del tren. Bien cabe que transcurra en algún cafetín, en el tedioso viaje en el ascensor, en la cola del Banco; y a nadie le asombrará que dos sujetos estén buscando a otro para matarlo. La triste historia en nuestro país de los años duros de la dictadura, nos ha enseñado a ser poco ingenuos y lamentablemente  la persecución, la amenaza y la muerte no eran precisamente un cuento. Para un escritor joven, quien tal vez no leyó a Hemingway y que de pronto descubre el cuento, seguramente no mirará con buenos ojos esas imágenes empobrecidas, castigadas de melancolía, y caerá en la cuenta que la historia poco le agrega a su deseo literario. Sin embargo, Los asesinos debe analizarle dentro de un espacio de tiempo en donde ciertas conductas humanas parecían convulsivas. Hemingway  escribió su relato basado en un hecho real y lo publica por primera vez en 1926 en la afamada revista Scribner´s. Al año siguiente lo incluye en su libro Hombres sin mujeres. El volumen consta de catorce historias, diez de las cuales habían sido previamente publicados en las revistas.




Para entonces la vida personal de Hemingway había comenzado a mostrar ciertos malestares. Se divorcia de su primera esposa Hadley y forma pareja con Pauline Pfeiffer, un periodista de la moda que escribe en las revistas Vanity Fair y Vogue. En 1928 Hemingway y Pauline dejan París y llegan a Key West en busca de un nuevo entorno para rehacer una nueva vida juntos. Ellos vivirían allí durante casi doce años, y Hemingway encontrará un lugar maravilloso para trabajar y  descubrir el deporte de la pesca deportiva de la que se convertirá en la pasión de toda la vida y fuente de gran parte de su obra posterior. Ese mismo año Hemingway recibe la noticia de la muerte de su padre por suicidio. Clarence Hemingway había comenzado a sufrir una serie de dolencias físicas que exacerbar un estado mental ya frágil.

   Los asesinos a falta de contenido de impacto tiene el valor de concentrar la filosofía del relato corto. Aquí queda demostrada que esa frase hemingwayana de “la prosa es arquitectura y no decoración”, es clave en un momento social y político donde la mafia golpeaba al país y el gobierno sacudía con la ley seca.
    Otro recurso que también es utilizado por el autor es el de la elipsis. Ya desde el título se propone que, si bien no lo hemos leído (ni tampoco lo haremos, porque en ningún lado está mencionado) hay al menos, dos personajes, que anteriormente a lo relatado, han matado. Asimismo, la muerte final, que debido al contexto de la historia se supone que termina ocurriendo, tampoco está narrada, ni lo están los motivos por los cuales alguien (no se sabe quién) ha mandado a matar a Ole Andreson.

En Los asesinos, la oposición bueno/malo se manifiesta en la irrupción de la violencia en un mundo de inocentes (la gente del café). Esta inocencia se refuerza en el uso reiterativo (23 veces) y el tono irónico de la palabra “listo”, “chico listo”, por parte de uno de los matones.  

Toda la conversación gira alrededor de objetos y situaciones evaluadas, expresadas en términos como brillante, adorables, agradable, encantadora, que relajan un poco la tirante situación. Es entonces cuando el lector se enfrenta al verdadero conflicto, con la valoración expuesta por el hombre: “En serio que es una operación terriblemente sencilla”. Terriblemente sencilla es una frase valorativa que trata de minimizar el problema. De esa forma se exterioriza el conflicto en torno al bebé no deseado. En ningún momento se menciona la palabra aborto: el término operación escamotea lo descarnado de la misma. Es éste un eufemismo que es puesto, justamente, en boca del hombre, quien todo el tiempo trata de disminuir el valor trágico y riesgoso que la mujer sabe que la acción implica, así como las nefastas consecuencias que puede traer a las relaciones futuras de la pareja. El término operación expresa la indeterminación, lo implícito; el elemento a partir del cual el lector comienza a valorar la situación, así como las actitudes y comportamientos de los personajes.

La economía del lenguaje hemingwayano, asiento básico de su discurso narrativo, es una valiosa y poco estudiada fuente de análisis del subtexto valorativo. A partir de su singular estilo, no es posible dudar que con un mínimo de elementos expresivos y un tratamiento sobrio de los personajes, pueda crearse con la mayor efectividad un mundo complejo, lleno de contrastes, significados y, quizás por ello mismo, totalmente próximo a ciertas inquietudes escasamente exploradas que padecemos los seres humanos de siempre.



 Hasta ser llevado a la pantalla grande, el relato debió esperar varias temporadas: el film del alemán Robert Siodmak (1900-1973) fue realizado en 1946 (con producción de la Universal Pictures). Cabe aclarar que la suya no es la única versión fílmica existente, ya que en 1959 el ruso Andrei Tarkovski llevó a cabo, en tan sólo dieciséis minutos de metraje, su propia interpretación al respecto, mientras que el estadounidense Don Siegel, a su vez, hizo lo propio algún tiempo más tarde, en 1964.

 Hemingway ha sido un privilegiado con su obra dado que fue gratificado con cintas que dejaron mucho que desear, pero al hablar de literatura y cine resulta fundamental comprender que ambas artes son diferentes. La literatura pertenece al código lingüístico, verbal; su material son las palabras. El cine, por su parte, (siguiendo los términos del teórico francés Jacques Aumont) se establece sobre una “banda-imagen” y una “banda-sonora” (Aumont, 1983).

Por este motivo, a la hora de comparar el cuento de Hemingway con la película de Siodmak, es fundamental no perder de vista esta diferencia, para no caer en endebles interpretaciones que terminen invalidándose a sí mismas desde el desconocimiento de principios teóricos básicos.  Para hablar acerca de los cruces entre literatura y cine, debemos diferenciar en primer lugar, el concepto de “adaptación”, el cual presupone (falazmente) la equivalencia entre imágenes y palabras, además de colocar a los films en un escalón por debajo de la literatura, relegándolos al rol secundario de servidores, y desconociendo la autonomía de la que los mismos son dueños.

En segundo lugar, dejar de lado la remanida idea de “fidelidad”, por ser una noción difusa e inmanejable teóricamente, que habilita implícitamente una jerarquía entre el sistema discursivo fílmico y el literario, en donde ambos salen notablemente empobrecidos. La imprecisión del término nace de la imposibilidad de definir el momento exacto en que un film traspasa la frontera del “respeto” por el texto (si es que eso pudiera existir) para pasar al territorio de la “traición”.

Mencionadas estas características, es posible comprender por qué este relato supone un importante desafío para un director que quiera “llevarlo a la pantalla”. El cine puede sugerir a través de las imágenes, proponer ambigüedades; sin embargo, no deja de ser por ello un arte representativo, figurativo. Debe mostrar un objeto para que ese objeto exista. Es un arte de “mostración”. La literatura, en cambio (y el cuento en cuestión bien lo demuestra), tiene la posibilidad de insinuar un ambiente, un lugar, unos determinados personajes y una relación entre ellos, sin necesidad de nombrar todo lo que acontece.

Puede pensarse que la situación de Robert Siodmak ante un cuento como éste era similar a la de un trapecista sin red; al manejarse en un medio como el cine, el elegir para la transposición un relato que se enriquece a partir de la sustracción, supone una dificultad desde el inicio mismo.




El relato de Hemingway, al ser un texto breve, es utilizado como proveedor de un argumento, de unos personajes y una atmósfera que servirán de sustento para construir, a partir de ellos, acontecimientos posteriores. El texto fílmico, entonces, decide hacer una transposición para luego crear su propia historia.

En rigor, de la duración total del film, sólo los once primeros minutos representan el “traslado a la pantalla” del relato literario. Hasta aquel momento, ambas producciones discursivas mantienen fuertes semejanzas, argumentalmente hablando. En el cuento, luego de que Nick se da cuenta de que no hay modo de ayudar a Ole, se va de su habitación y tras una breve charla con una mujer en la entrada del hotel, regresa al bar y le comenta a George lo sucedido. Es ahí cuando el relato finaliza. En tanto lectores, hemos estado siguiendo a Nick, mientras que el sueco ha quedado en el cuarto del hotel. Nada más sabremos de él.

En la película, por el contrario, cuando Nick se va de la habitación, cerrando la puerta, la cámara permanece en el interior de aquel espacio (evidenciando así un cambio en el punto de vista respecto a la historia de base) mostrándonos al boxeador; instantes después presenciamos su asesinato por parte de los matones (Al y Mark). A partir de esa muerte, la película (re)construye mediante flashbacks el pasado de Ole, y nos da una explicación referida a los motivos que hicieron que su vida terminara de aquel modo.
        
Las acciones que Hemingway insinuaba y dejaba en manos del lector son completadas (y por tanto interpretadas) por Siodmak. Por ejemplo, cuando los matones le indican a Nick, gritándole, que se pase del otro lado del mostrador, ante la resistencia del joven, uno de ellos le retruca: “Pásate, te conviene” . El film, en ese momento, elige acompañar la frase con un movimiento de uno de los individuos, quien se incorpora y se dirige hacia Nick de modo amenazante.




Uno de los silencios fundamentales del cuento gira en torno a la frase que Andreson le dice a Nick Adams para hacerle entender el motivo por el cual lo persiguen: “Hice algo malo”, dice enigmáticamente. Un poco más tarde, George, el encargado del bar, le sugiere una hipótesis al joven Adams: “Debe haber traicionado a alguien. Esa es la razón por la que los matan”. Para esclarecer esta intriga que el cuento no despliega sino que apenas esboza, el film crea al personaje de Jim Reardon, quien se encargará de llevar a cabo una investigación, de la cual saldrá victorioso, al igual que el espectador.
Tanto uno como el otro terminarán satisfechos: ambos, en definitiva, han ingresado a una historia trágica, pero han salido indemnes. Jim ha cumplido con su trabajo, echando luz sobre los puntos oscuros; el espectador ha visto saciada su curiosidad.

Si comparamos el desenlace de la película con el propuesto por el cuento, notaremos que a la complacencia evidenciada por la primera se oponen la amargura y la desesperanza propias del segundo. La última frase de Nick así lo indica. Al referirse a la situación del sueco, le dice a George: “No puedo pensar en que está esperando en ese cuarto, sabiendo que va a morir. Es demasiado horrible”. Por el contrario, el homicidio de Ole Andreson, al llegar al fin de la película, ya no importa demasiado. Las explicaciones actúan a modo de bálsamo por aquél crimen. Una vez comprendido puede ser olvidado, y para el investigador no representa sino un caso más en su carrera. En Hemingway, la intriga respecto al pasado del boxeador, pero más aún, la actitud pasiva de aquél ante la inminencia de su asesinato generan conmoción; el final abierto, por su parte, deja una sensación de desaliento e inquietud que se perciben irreversibles. El cuento no entrega soluciones; Nick dice que se irá de aquella ciudad para no pensar más en lo ocurrido, y el lector se topa con la última frase de George, quien dice, o quizás, le dice: “Bueno… Mejor no pienses en ello”.         

Siodmak capta el clima del relato y, conciente de estar trabajando con un arte que necesita mostrar, decide colocar los elementos insinuados por Hemingway en un primer plano, haciéndolos protagonistas de su narración, convirtiéndola en un policial negro.

 El título Los Asesinos es común tanto al texto literario como al fílmico. En el cuento, promete acciones que después no se desarrollan, ya que no hay asesinato alguno, mientras que en el segundo funciona como un claro indicador genérico, ubicando a la historia dentro del terreno del policial. A partir de allí, el resto de la película continuará, de acuerdo con la lectura de Siodmak, siguiendo muchas de las convenciones y modelos característicos de aquella estructura narrativa.

 A lo largo de los once minutos iniciales en los que la obra del director alemán transpone la historia literaria, su abordaje y posicionamiento en relación a la misma se evidencian. La escena del comienzo sirve a modo de ejemplo. En ella, los dos matones son presentados de acuerdo con sus intenciones. Se los ve vestidos con sobretodos, envueltos en sombras, serios y por lo menos uno de ellos, aunque podemos suponer que los dos, tiene un revolver escondido. La música, acorde con la situación, es generadora de suspenso y de tensión. La entrada de los asesinos al bar resalta la anormalidad de la situación: cada uno ingresa por una puerta distinta, pese a que se conocen. En el cuento, toda caracterización está ausente, ya que como hemos dicho, carece casi completamente de descripciones. Sólo se limita a decir, en su frase inicial: “La puerta del restaurante de Henry se abrió y entraron dos hombres. Se sentaron ante al mostrador”.

Es así que al ser Los Asesinos una película de clase A (de alto presupuesto), requería una duración estándar de por lo menos noventa minutos (cosa que a su vez ocurre con la versión, también estadounidense, a cargo de Don Siegel, y no con la de Tarkovski, inscripto dentro de una industria radicalmente distinta como la soviética). Es por ello que, con certeza, dada la brevedad del relato literario, se produjo la obligada ampliación posterior de la historia en su transposición al campo cinematográfico.


En resumen, la película no tiene la pretensión de recrear el universo de Hemingway en el cine, no se propone trasladar su estilo a la pantalla, sino simplemente tomar una base argumental para, a través de la expansión, fundamentalmente, construir una historia distinta; tan distinta, en definitiva, como la literatura y el cine.