Tuesday, November 19, 2013

LA MALDICIÓN HEMINGWAY





Durante 2 años perseguí a Mariel Hemingway. Lo sigo haciendo. Es una enfermedad, una maldición. En verdad mi paranoia tiene unos cuantos años más. Se debe a una  adolescencia tardía aún no resuelta. Ya no sé por donde pasa mi carga emocional. Busco la manera de subsanar la deficiencia, sumo las dificultades y llego a algunas conclusiones: el primer problema es que ella no habla castellano. El segundo es que yo hablo un inglés elemental; pero hay otros factores inexcusables como que no tengo cuenta en Suiza, no soy famoso, mi aspecto es de viejo gruñón y además no soy  un rubio norteamericano de sonrisa permanente. Para salvar estos escollos debería cambiar totalmente, dedicarme a la lectura del buen vivir (no a la buena vida), hacer meditación diaria y mantener una rutina física que, obviamente, no cumplo. Mariel Hemingway vive desde hace años en un remoto rancho detrás de las montañas de Malibú, en el sur de California. Todos los días se levanta con su pareja Bobby Williams antes del amanecer, calienta un té de jazmín verde y recibe los primeros rayos de sol en su jardín, donde tiene hortalizas orgánicas, un gimnasio y hasta un muro para escalar. Ella dice que su amor fue quien le enseñó a reír y que casi toda su felicidad viene de estar con él. Con esto ya tengo la batalla perdida, pero no la revolución. Veamos.






La heredera Hemingway saltó a la fama con tan solo 16 años cuando interpretó a la novia adolescente de Woody Allen en Manhattan (1979). El beso que le da en una escena al director (y también protagonista) fue en realidad su primer beso. El film contó con un elenco inigualable: Diane Keaton, Meryl Streep y Michael Murphy. Pero ese papel, que le valió una nominación al Oscar a mejor actriz de reparto, no logró consolidarla en la elite de Hollywood. No volvió a conseguir un rol importante y poco a poco descubrió el lado oscuro de su apellido. Se tornó depresiva, ansiosa y se obsesionó tanto con su salud que dejó de comer. Ensayó de todo: terapeutas, gurús y hasta astrólogos.

Después de pasar 20 años en busca de respuestas, Mariel encontró la estabilidad junto a su pareja, un doble de acción de Hollywood, en su pequeño rancho. Ahora trabaja con varios institutos para acabar con los tabúes que se han creado alrededor de los trastornos mentales. Además ha escrito dos libros de autoayuda, uno de cocina y otro de yoga; todo con la esperanza de que la próxima camada de los Hemingway no tenga que cargar sobre sus hombros el peso del apellido.

Durante cuatro generaciones la familia de Ernest Hemingway ha sufrido de enfermedades mentales. Mariel creció sin saber que su abuelo se había suicidado. Su papá, Jack Hemingway, el hijo mayor del escritor, tampoco le contó que el hermano, la hermana y el padre del autor de El viejo y el mar se habían quitado la vida. No quería agobiarla con esas historias. De niña Mariel creía que Ernest, el héroe que peleó en la Primera Guerra Mundial y cubrió la Guerra Civil Española, se había disparado un escopetazo por accidente. Pero a pesar de su ignorancia, la genética familiar definitivamente pesó sobre ella y sus dos hermanas, Muffet y Margaux.





Muffet, la mayor, empezó a tomar alcohol desde muy joven. A los 14 años, bajo los efectos de LSD, amenazó a su madre con unas tijeras y salió corriendo desnuda por Ketchum, el lugar donde se suicidó Ernest. Poco después le diagnosticaron esquizofrenia. Margaux, la del medio, quien se convirtió en una de las modelos más importantes de los setenta, fue la primera modelo en cerrar un contrato por un millón de dólares y aparecer en las portadas de Vogue, Time, Elle, Cosmopolitan y Harper’s Bazaar, también se volvió adicta al trago y a las drogas. En 1996, un día antes del 35 aniversario de la muerte de su abuelo, ingirió una sobredosis de pastillas que tomaba por la epilepsia producida por el alcohol y se fue a encontrarse con él. Tenía 42 años.




“Cuando ella murió de inmediato pensé: ahora es mi turno. Ahora la que se va a enfermar soy yo. En verdad creía que se trataba de un virus y que lo podía contraer”, dijo Mariel en un reportaje reciente de The New York Times. La menor de las tres hermanas Hemingway siempre fue la responsable de la familia. De pequeña recuerda que limpiaba la casa luego de las peleas de sus padres borrachos. A los 11 años se encargó de cuidar a su madre cuando a esta le apareció un tumor cancerígeno. Poco después, y sin haber terminado el colegio, se mudó a Nueva York para vivir con su hermana Margaux.

A pesar de todo yo seguía insistiendo con mails y la posibilidad de una entrevista. No me contestaba. Al fin, cuando todo parecía acabado, me dijo que le mandara un cuestionario de preguntas. Así lo hice. Pasó mucho tiempo y nada. Dejé la cosa en suspenso y preferí seguir de largo. Mariel carga con una historia difícil y uno debe entenderla. En medio de esos entretelones me tomé el trabajo de leer  Encontrar el equilibro. Los hago participar con el primer capítulo Postura de la montaña.



Quiero empezar esta historia de mi vida, simplemente parada.  Nuestros propios pies son muy importantes porque ayudan a  nuestras vidas por su  estabilidad y conciencia. Yo estoy aquí, supuestamente recta y estable, equilibrada y despierta. Pero… ¿soy yo realmente? Mi peso de ida y vuelta está en mis pies, tratando de encontrar mi verdadero centro. Lo curioso es que estoy segura de que lo que hoy es el centro para mí, fue desequilibrio ayer  o lo será mañana. No se olviden de eso. Me comprometo en este momento a estar presente en mis pies y nada más, con toda mi voluntad, dentro de mi cuerpo.

La premisa de la postura de la montaña, al igual que todas las posturas de yoga de pie, es estimular el cuerpo y la mente. Uno tensa los músculos de los muslos y los libera, y después de la liberación busca un punto de espera que lo haga sentir cómodo, vigorizante, sin tensión. La concentración es la sensación mayor, yo trato de llevar a todos los músculos de mi cuerpo a ese estado agradable, siempre de pie en esta aparentemente simple postura. Me parece que no es en absoluto una cosa fácil de hacer. Hay complejidades en mi cuerpo, incluso mientras estoy parada ¿Estoy creando una línea en mi cabeza, orejas y  tobillos? ¿Están mis lados extendidos de manera uniforme, con la misma longitud,  profundidad e intensidad? Saco mi columna hacia arriba de la cintura, sintiendo ligereza en la intención de un cuerpo recto. Mi cuello es largo y una extensión de mi larga columna vertebral. Abro los dedos de mis pies para encontrar mi tierra firme ¡ Ah sí! Eso me recuerda la importancia de mis pies. Contacto sólido con la tierra es la base de esta postura.

Al reflexionar en la montaña puedo comenzar a entender mi gran necesidad de estabilidad y arraigo. Algo sobre la estabilidad es tan atractivo para mí en un mundo en el que me resulta muy difícil sentirme sólida en los pies, o incluso sentir que estoy dentro de mi cuerpo. Creo que esto viene de lejos para mí. Es probable que, al igual que le sucede a un montón de gente, mi sensación de inestabilidad provenga de una infancia donde demasiadas cosas dieron un vuelco. El cuidado de una madre enferma en una familia devastada, en un momento en que mi  padre también estaba enfermo y cuando más necesitaba tranquilidad y afecto.




La casa de madera donde transcurrió mi infancia en Ketchum (Idaho) estaba al otro lado del Río Grande  y pocos kilómetros aguas arriba de la casa donde mi abuelo Ernest había vivido. Allí  se suicidó con una escopeta sólo cuatro meses antes de mi nacimiento - el cuarto suicidio en mi familia inmediata- ¿Fue una predisposición genética a la depresión y al alcoholismo, o un entorno familiar poco saludable que produce hábitos emocionales desastrosos? Cualquiera sea la causa, es el tipo de álbum familiar que a uno lo lleva a pensar. Tragedias continuas en sucesivas generaciones de nuestra familia me han dejado frente a una pizarra llena de problemas y temores cada día de mi vida. Encontrar  mis propias respuestas me ha llegado a parecer como una cuestión de supervivencia. Esa lucha me ha dado forma. Es la historia que quiero contar.



Mi desgarrada hermosa madre, Louise Byra Whittlesey o Puck, como la llamaban, se había casado una vez antes de conocer a mi padre, con un aviador guapo que voló en la Segunda Guerra Mundial pero que después de la boda nunca regresó. Ella se quedó con la fantasía  de perfecto romance. Por el contrario, la relación con mi papá se convirtió rápidamente en muy real y los sueños románticos se desvanecieron. Eso hizo que  en nuestra casa se viviera infelizmente. Mis padres se conocieron en Sun Valley, poco después del final de la guerra. Mamá estaba trabajando como administradora de United Airlines, una viuda de luto que era demasiado alta para ser una azafata. En el Sun Valley Lodge se encontró con un joven apuesto botones llamado Jack Hemingway. Rápidamente se enamoró perdidamente de su cabello oscuro, la estructura de su cuerpo cincelado y de sus hermosas piernas. Ella no era una presa fácil, sin embargo. Su corazón estaba roto e incluso había estado dispuesto a compartirlo, había un montón de otros pretendientes. Puck lo persiguió durante cuatro años antes de decidir que una vida de viajes y aventuras con él era mejor que una vida de luto. No podría haber sido la mejor base para un matrimonio: creo que mi madre no estaba enamorada de mi padre y él nunca se sintió amado por ella.

Mamá jamás se acostumbró al matrimonio y  a pesar de que era buena en los asuntos internos, le molestaba todo lo que tenía que hacer en la casa. La recuerdo con su ropa vieja y haciendo las tareas con un balde  y trapos de limpieza. A veces tarareaba una canción. Pero si entrabas a la casa después de que ella había limpiado el piso, ella gritaba-- "¡¡¡Quítate los zapatos malditos!!!", o simplemente golpeaba tu brazo y gruñía.




Mi madre era una gran cocinera, pero parecía que cocinaba sólo para demostrar lo poco apreciada que era. Cada día ella planeaba una receta exótica para la cena, como picadillo a la cubana o comida italiana con pasta casera. Ella era una artista, pero durante todo el proceso hermoso de la preparación se maldecía porque  su marido sin probar un bocado, echaba sal en toda la comida o después de la cena comía queso y galletas. Sí, siempre estaba enojada con mi padre acerca de la comida. Las comidas en nuestra casa eran motivo para sentirse incómodo y se terminaban en mala digestión. Hoy en día, con mi familia, yo siempre trato de agregarle más amor que talento a mi cocina en la creencia de que la atmósfera de amor en la mesa es el ingrediente más importante.

En 1970, cuando tenía ocho años, nuestra familia sufrió su primera gran sorpresa. Papá, el tenista y amante de la naturaleza, tuvo un grave ataque al corazón, tenía cuarenta años. Sin duda, el abuso del tabaco y alcohol le pasó su factura, pero yo siempre he pensado que su corazón falló porque estaba roto y triste. No podía manejar el rechazo constante por la mujer que amaba. De urgencia aterrizó en el Sun Valley Hospital y permaneció allí durante un mes, en gran medida dosificado con las drogas. Los medicamentos parecían trabajar en él como una especie de suero de la verdad y por esto se convirtió en hostil con mamá, diciéndole lo descuidado que se sentía. Él imprudentemente cayó en un asunto evidente con una de las enfermeras. Mamá lo supo y se encerró en el hogar emocionalmente destrozada. Trató de ocultar su vergüenza, pero eso es casi imposible en una ciudad pequeña, especialmente cuando se tiene un grupo de hijas pequeñas. Todo el mundo parecía saber todo acerca de nuestro pequeño escándalo nacional.

Papá llegó a casa del hospital por sus propios medios bajo las órdenes del médico y ante la sorpresa de nosotros. Le recomendaron evitar el estrés a toda costa, por lo que fuimos advertidas para mantener un mejor comportamiento o, de lo contrario, pondríamos en peligro su salud. Ya no más fumadores en la casa, lo que significaba que mamá también tenía que dejar de fumar. Ahora  su dieta debía ser baja en grasa, un cambio que sustituía la mantequilla en la mesa por la margarina. ¡Qué asco! Mamá se rebeló en voz baja, pero con firmeza. Cuando papá estaba durmiendo la siesta y mis hermanas en la escuela, ella desaparecía y se iba al cuarto de lavado, abría el armario donde guardaba el tabaco y se sentaba para fumar "en secreto". Una vez me acuerdo que fui en busca de ella con  la muñeca entre mis brazos y observé que desde el baño emergían oleadas de nubes de humo. Llamé a su puerta. Me respondió: "¿Qué?" Estaba enojada, salió, me dio una palmada en el trasero y me mandó a la cocina. No iba a haber nunca ninguna conversación sobre la niebla del baño. "Al diablo con él", decía en voz baja.




Papá rápidamente superó su romance pero el daño a su matrimonio aumentaba diariamente. Siempre estábamos tensos. Las cenas se pusieron tan mal que nos dimos por vencidos en la cocina y decidieron llevarnos a comer afuera. El centro de la vida familiar en el hogar pasaba por la mayor de mis dos hermanas. Muffet era once años mayor que yo y me hizo sentir más amada y cuidada como  nadie más lo hizo. Cuando estaba en casa, ella me recogió de la escuela y conducía su auto girando por la carretera como una serpiente. Mientras yo gritaba de nervios con la risa, ella me explicaba que nunca debería recibir el sol en mi cara de frente o entrecerrar los ojos si quería evitar las arrugas. Ella mantendría su hermoso rostro. Pero Muffet cayó en una dinámica  horrible.  Ella se escapó al norte de  California y allí comenzó su decadencia, se había ligado  en los conciertos de Grateful Dead con la droga. Recuerdo a mi madre regañándole a ella por sus vestidos de terciopelo, el lápiz labial oscuro y los pies descalzos. Ella le gritaba por su actitud individual y el comportamiento irrespetuoso.  Ninguno de nosotros tenía la menor idea de que Muffet  a menudo se tropezaba con el LSD.




Yo particularmente recuerdo un día, cuando tenía once años. Había llegado a casa de la escuela y acababa de comer masas de apio con mantequilla de maní, salí al patio trasero para saltar en mi cama elástica. Estaba saltando y dando vueltas, tratando de tocar las nubes con las yemas de los dedos, cuando oí gritos desde el interior de la casa. A diferencia de los gritos habituales de una familia inestable, esto era muy urgente, tan urgente que reboté en el suelo y corrí hacia la casa. En el interior, mi madre y Muffet luchaban cerca de la escalera. Podía distinguir dos sonidos diferentes en el alboroto. Mamá estaba tratando de calmar a Muffet desde abajo, hablándole con suavidad, mientras mi hermana estaba gritando obscenidades de una vida ficticia vivida como artista en París. Ella le dijo que tenía que volver allí, a sus raíces. Yo no sabía nada de sus raíces, pero Muffet acababa de regresar de estudiar en la Sorbona, donde había perfeccionado su francés. Decía que  estaba locamente enamorada de Picasso y que era su amante, todo en un grito, mezclando el inglés y el francés. Me sorprendió que mi madre, cuya espalda estaba hacia mí, estuviera tan sumisa, no era su estilo en absoluto. Pero ella parecía aterrorizada.

Me acerqué para ver si podía ayudar y acabar con la pelea y desde mi nuevo rol  me di cuenta que Muffet  estaba amenazando a mamá con un par de tijeras a centímetros de su cara. Yo no sabía qué hacer - gritar, agarrar a Muffet, huir o llamar a la policía - así que me quedé inmóvil. Pero mi madre no estaba tan indefensa. Ella dijo, con voz temblorosa, pero razonable; "Mira, Muffet, Mariel está detrás de ti. Está asustando." Era completamente cierto. Estaba aterrorizada. Cuando Muffet se volvió hacia mí, mamá agarró las tijeras de la mano y la desarmó. Muffet se derritió en lágrimas, al igual que mamá me uní a ellas. Yo no entendía en absoluto lo que había sucedido y por qué. Más tarde le contamos a papá  y le explicamos que Muffet había tomado LSD.

El ácido provocó en ella un desequilibrio químico importante. Muffet dijo una vez que su vocación en la vida era volar - realmente volar – y que la ropa la restringía. Ella amenazó con hacerle daño a mi madre si le impedía expresar su verdadera naturaleza. Así que un día corrió desnuda por las calles de Ketchum. Mis padres estaban en una desesperación total y, finalmente, la internaron en una institución psiquiátrica durante unos meses. Yo no sabía dónde había ido, pero la extrañaba terriblemente. Para mis padres todo esto no era sólo un problema, sino una vergüenza en la comunidad. Me dijeron que tenía algún tipo de enfermedad física. Pasaron varios años antes de que los médicos más sabios y amigos cariñosos le ayudaran a Muffet a descubrir que su condición era tratable con un régimen de fármacos terapéuticos y  apoyo psicológico.

Mi otra hermana, Margaux, era siete años mayor que yo, y ya empezaba a mostrar su belleza de supermodelo cuando la familia comenzó a desmoronarse. Rebelarse contra mamá y papá se convirtió en el patrón de los más jóvenes de la ciudad que no tendrían más catorce años. Ella era completamente salvaje. No había diferencia entre los días de rutina escolar y los fines de semana. No sonaba el toque de queda, ni los gritos y castigos de mis padres la retenían. Margaux festejaba los fines de semana en las colinas subida a sus esquís, llenando su mochila con vino o tequila y sin temor a nada. Una vez el personal de seguridad del complejo Angry tuvo que bajarla de la montaña y acompañarla a la casa, estaba drogada y borracha. Ella dejó  la escuela y cada día se metía en más problemas. El esfuerzo de mis padres se fue por las nubes. Tan pronto como la carrera de modelo de Margaux comenzó se fue de casa a la fiesta de la calle.





Con toda esta carga emocional, la actitud de mi madre, las peleas y la situación de mis dos hermanas, hicieron que dejara de ser la beba de la familia y no pude tener un modelo a seguir para ayudarme a entender el lado femenino de mi personalidad. Este ha sido un problema constante en mi vida ¿Qué es una mujer, qué se supone que haga? ¿Cómo tenía que actuar? Cuando era niña, trataba frenéticamente de limpiar la casa con la esperanza de que por ser extraordinariamente buena de alguna manera pudiera curarlo todo. No funcionó, así que desarrollé mis rutinas de escape como todo el mundo.

Crecí como un marimacho, el esquí y el senderismo fueron mis aliados, así que antes de que existiera el yoga y la postura de la montaña ya había montañas en mí. La belleza de la Cordillera de Sawtooth fue un regalo reconfortante para mí. Cuando pude conducir - los jóvenes en Idaho a los catorce años lo hacen-  me atraparon los lugares donde las empinadas colinas vinieran justo hasta la carretera. Subí por senderos polvorientos y rocas  hasta los lugares más altos. El aire fresco de la montaña era un contraste bendecido que renovaba la atmósfera recalentada de la casa. Me gustaba impulsar el cuerpo hacia arriba, haciendo un pacto mental conmigo mismo y llegar a la cima de la colina o el pico más lejano así toda la ansiedad que consumía se iba a caer de inmediato. Por lo general, trabajó mucho esta dinámica. Al llegar a la parte superior, con los pulmones y los muslos ardientes, me gusta mirar y sentir que las cosas empiezan a resolverse por sí mismas. Los músculos en las de las montañas se consolidan, las rocas ayudan para mantenerse,  esa es la diferencia de la inestabilidad que se vivía en mi casa. Me gustaba correr y saltar hacia abajo, oliendo el olor a muerte del verano pasado. Al día de hoy, miro con cariño la vista familiar detrás de mi casa, profundamente reconfortada porque las montañas nunca cambian, no importa lo que el clima y el medio ambiente a su alrededor.

Eventualmente, tuve que bajar de la seguridad de los picos. Sufrí el dudoso honor de concurrir a la escuela primaria Ernest Hemingway, donde mis compañeros me llamaban "perra rica" ​​ y me pateaban mientras estábamos en la cola del teléfono público. Muchos de ellos creyeron que mi familia era la dueña del establecimiento y todos estaban seguros de que de alguna manera estaba recibiendo un tratamiento especial. Quería explicarle que la única conexión que mi abuelo Hemingway tuvo con la escuela fue que mi abuela hizo una donación para cambiar el piso de madera del gimnasio, pero las palabras no me salían. Contuve siempre mis lágrimas y recé hasta la graduación.




La sensación de no ser amada por mi padre generó un mí una gran depresión con el suicidio de Ernest. El efecto de un suicidio es devastador sobre los que se quedan. Estoy seguro de que papá también se sintió profundamente abandonado y desamparado, pero él se guardó las emociones para sí. Realmente debió haber sido demasiado cuando no pudo ganar el amor de su esposa. Se escapó de nuestro hogar y vivió infeliz  prácticamente a la intemperie, recurriendo a la pesca y la caza como camino de salvación en todo el mundo. Aprecié las veces que me llevó con él a pescar en el norte de las Rocallosas, o en los flujos del Pacífico tratando de conseguir las truchas arco iris. A través de él, aprendí a amar la naturaleza, a pesar de que nuestro tiempo junto no era  abiertamente demostrativo conmigo. De alguna manera, no podía comunicarme directamente su amor por mí, nunca fue demostrativo en sus emociones, así que él reveló sus sentimientos a través de una intensa y competitiva relación deportiva y de comunicación con la naturaleza. Cuando yo jugaba a algún deporte o entrenaba  para las carreras de esquí, siempre me decía que él corrió aún más lejos. Si yo escalaba, el decía que había subido más alto y si jugaba al tenis también que regañaba. Siempre sentí que estaba demostrando que era mejor que yo. No entendí hasta mucho más tarde que era su manera confusa de demostrar amor.

Por razones obvias, papá casi nunca mencionaba a su famoso padre. Tuve que descubrir los escritos de Ernest Hemingway por mí mismo. Como la mayoría de los estudiantes, lo primero que tomé fue  El viejo y el mar. Yo tenía once años, una lectura lenta y mucho miedo de no entender el libro, pero la profunda y simple prosa me llevó hasta bien entrada la noche, sobre las aguas de ultramar fuera de Cuba con Santiago. Sentí que entendía a mi abuelo, supe por primera vez que en realidad era mi familia. Compartimos la misma sangre. Sentí que él entendía mejor que nadie a todos nosotros. Fue el comienzo de mi amor por los libros.

Margaux rara vez se tomaba  tiempo en su vida salvaje para visitarnos, pero cuando lo hacía me dejaba con los ojos abiertos con su belleza y su temerario sentido de la diversión. Cuando llegó a la adolescencia la estimularon con un papel en una película.   Sin embargo, fuera de la ficción, estaba siendo obligada a crecer muy rápido.

A mi  madre en 1975 le diagnosticaron un cáncer  y realmente llegué a sentir que no había nadie que se ocupara de mí sino lo hacía yo misma. Cuando participé en Lipstick, la gente decía que era una estrella, mientras que la actuación de Margaux fue criticada dolorosamente. Se intensificó su comportamiento autodestructivo y la distancia entre nosotras comenzó a adquirir dimensión adulta.

Con el cáncer de mi madre toda la familia estaba acongojada pero igual nos sorprendimos cuando Muffet, que había controlado su enfermedad lo suficientemente bien, pudo enamorarse y casarse aunque sufría permanentes crisis nerviosas. Simplemente porque rehusaba a tomar su medicamento. Su matrimonio se derrumbó y ella regresó a nuestra casa al cuidado de mi madre, quien vivía sometida  a quimioterapia y radioterapia. Fue entonces cuando comenzó con el largo período de vivir con el miedo que me enfermaba  como a mi madre y pensaba que me volvería como mis hermanas.

Elegí  crecer entonces como  muchos menores  a lo que se los somete a  situaciones difíciles en su  vida, por lo que tienen que madurar de golpe. Sin duda, mi situación  me impulsó a buscar el amor y la estabilidad.

Voy a entrar muy pronto en ese paseo salvaje con la naturaleza, pero por ahora vamos a volver a la estera de yoga, donde estoy de pie lo más recta, quieta y consciente que puedo estar en este día. Me concentro y juego con todos mis músculos para que pueda encontrar la montaña tranquila y sólido que soy yo. Aquí encuentro el silencio.

Extraído de  Encontrar el equilibrio Copyright © 2003 por Fox Creek Productions. Traducción: José María Gatti






Mariel no es una persona fácil, mis preguntas estaban en lista de espera y no tenía esperanza por las respuestas. Mientras tanto un documental sobre su familia ya estaba circulando, se trataba de Running fron Crazy (Huyendo de la locura).
El testimonio narra su vida, la historia personal del grupo familiar, la enfermedad mental, la drogadicción y el suicidio de siete familiares.

Dirigida por Barbara Kopple, dos veces ganadora de un Oscar (1976 documental Harlan County y en 1990 el documental Sueño Americano), la película hace hincapié en la conciencia del suicidio y la importancia de las evaluaciones de la salud mental. El film está actualmente sólo mostrándose en festivales. En la cinta se refleja las épicas borracheras de Ernest y se incluye una escena en la que Mariel visita a su abuelo en la casa de Idaho y la habitación donde se suicidó.

Ya lo dijo John Hemingway, otro de los nietos del Premio Pulitzer: "El trastorno bipolar y la depresión clínica son algo propio de mi familia". Quizá por ello Mariel vive dedicada a explorar la presencia de la enfermedad en su entorno y la autodestrucción que provoca. Hay escenas patéticas donde Mariel narra que su padre abusó sexualmente de sus hermanas.

"En casa de los Hemingway no se hablaba de él jamás, Ni siquiera se leían sus libros, Sus nietas habían oído que le gustaban las mujeres, que era corresponsal de guerra, que le encantaba pescar, cazar...pero en realidad no conocían sus demonios internos. Son casi cinco generaciones las que ido ocultando esto", explico la directora del film.


“Hoy no creo que nosotros (la familia) tengamos una maldición, pero cuando me enteré de las tragedias me dio mucho miedo”, le confesó Mariel a una reportera en vísperas del estreno de Running from Crazy (Huyendo de la locura).

"No me sentía como si estuviera loca, pero me sentía como si viviera en una locura. Ya sabes, en la tierra de locos."

"Mis padres  se tomaban una copa de vino y las cosas eran poco felices," recordó Mariel. "Estaban realmente teniendo una conversación normal. Pero después de un par de copas de vino, el alcohol entraba en acción y sucedían asquerosidades."

Cuando una periodista le preguntó si ella estaba preocupada por su propia salud mental, Mariel Hemingway respondió: "¿Sabes qué? Honestamente puedo decir por primera vez en mi vida, que en los últimos cuatro años, no he sentido que alguna secreta y oscura noche van a venir esos pensamientos y que se abalanzarán sobre mí cómo lo hacía antes. Por muchos, muchos años pensé, me toca a mí".

“Soy una Hemingway y he luchado contra la depresión y la locura en mi familia, pero creo que todos compartimos historias similares. Quiero que los demás se sientan apoyados y el estigma de la enfermedad mental sea destruido. Cuanto más tengamos un diálogo sobre este tema, mejor para todos.”




“Los Hemingway somos una familia americana tan importante y emblemática con una gran impronta literaria y cultural. Al principio me sentí atraído por la idea de hacer una película sobre una familia tan famosa y tal vez cambiar la percepción de quienes eran y son hoy en día las personas. Mi deseo es cambiar el trágico legado de los Hemingway  y también trabaja para ayudar y dar esperanza a los que sufren de la depresión y la enfermedad mental”.

“Yo sé que soy genéticamente predispuesta y es difícil luchar contra la depresión. Hay que rellenar todos los huecos donde se pueda. Y hay que decir: "¿Sabes qué? Tengo dificultades". Cuando uno viene de un entorno familiar como el mío, bueno, si lo mejor que tengo que hacer es cuidar de mí misma, no creo que eso sea una mala idea. En última instancia, nadie puede hacerse cargo de tu vida”.



          
“Yo sufro de depresión. Yo he estado allí. No se ve ninguna luz. Sin embargo, me di cuenta que en el viaje se trata de aprender a cambiar. Antes, siempre estaba tratando de encontrar a alguien que me mostrara el cómo, nadie tiene su receta. Actuamos  de manera ignorante. Usted tiene que pensar en su genética. Todos tenemos un mensaje en nuestra cabeza que nos dice que estamos mal y que no estamos haciendo las cosas bien.
La mayoría de la gente no entiende lo imprescindible que es el  tomar el cuidado de sí mismo. Tuve que decir: ¿Sabes qué? Tengo que entender que no es mi culpa que las cosas no vayan tan bien. No puedo cambiar si uno no lo decide.”  

“Los beneficios finales de la vida vienen de tomarse el tiempo para reconocer lo que sientes por dentro. La reflexión en silencio trae tranquilidad a tu vida, reducir la velocidad de la carrera y permitirse un descanso, un instante, un segundo de sabiduría lo que te permite tomar decisiones de gran alcance con calma y claridad”.

Mi cuestionario ya quedó en el recuerdo. Mariel está preocupado en otras cosas. Habrá que seguir insistiendo. Todo es cuestión de paciencia.