Tuesday, August 25, 2009


LOS LIBROS DESPUÉS DE LA TORMENTA
Ella decidió volver a ser Daniela. Nada de Mariel, nada de Hemingway, nada mío. Ella decidió buscar hasta en los míseros rincones de su alma para tener la dignidad de abrir los ojos al futuro. Pero en el medio, en mitad del océano, entre sus maletas coloradas y su amor por París, estaba yo; el melancólico escritor, el malabarista, el hombre-afiche que vendía historias sobre ese escritor borracho. Ella decidió dejar atrás el infierno, la hoguera permanente. No es la mujer del milagro. Sobre su pasado no es imperioso hablar. Antes la inacción era interminable, monótona, mortal. Ahora debutaba la exaltación y con ella, el lapso de tiempo revelado.
Daniela, la niña sencilla, me pidió conocer a Hemingway. No al escritor tamizado que yo ofertaba. A ese lo odiaba. No, ella quería encontrar al escritor, al hombre que necesito de otros textos para decir: “soy yo”. Daniela quería al Ernest sin mis gimoteos. Me acordé del prólogo de Retrato de Hemingway escrito por Lillian Ross: “En una ocasión le pedí que me facilitara –a Hemingway-una lista de los libros cuya lectura recomendaría, y he aquí la lista que me mandó:
Bola de sebo y La Casa Tellier, de Maupassant.
Rojo y Negro, de Stendhal.
Las flores del mal, de Baudelaire.
En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust.
Madame Bovary, de Flaubert.
Los Buddenbrook, de Thomas Mann.
Taras Bulba, de Gógol.
Los hermanos Karamazov, de Dostoievski.
Ana Karénina y La guerra y la paz, de Tolstói.
Huckleberry Finn, de Mark Twain.
Moby Dick, de Melville.
La letra escarlata, de Hawthorne,
La insignia roja del valor, de Crane.
Madame de Mauves, de Henry James.
Daniela anotó uno a uno cada nombre. Me miró a los ojos y reconocí su afición. El agobio y la desgracia eran parte del despojo de una aventura vivida sin sentido. Los dos habíamos fallecido. Los dos volvíamos a caminar.

Wednesday, August 19, 2009


ALGUNA VEZ FERNANDA PIVANO

Dejé pasar un tiempo prudencial para que este trabajo literario de Guido Guerrera fuera asimilado. Lo presentó en el XII Coloquio Internacional Ernest Hemingway, hace poco más de un mes, en La Habana. En esa misma reunión se habló sobre aquel guardado secreto-no tan secreto-del apoyo económico de Ernest a la Revolución Cubana y de su forzada partida de Cuba sin mayores explicaciones.

Más allá de las verdades ocultas, me interesa el homenaje a Fernanda Pivano, ese reconocimiento a una mujer que acaba de morir.
Lo que sigue es el texto completo de la ponencia que mi amigo gentilmente me permite dar a conocer en este espacio.


FERNANDA PIVANO Y ERNEST HEMINGWAY

Una carta botada y una postal blanqueada por el tiempo. Así la Pivano conoció a Hemingway. Una carta del escritor americano con la que invitaba a la joven traductora a Cortina en 1948.
“Pero yo creía que fuera una fea broma y la eché”. Fue necesaria una segunda postal: “Si tu no vienes llego yo”, y se dio el encuentro en Cortina. Fue ella una de las pocas personas invitadas a la Finca en Cuba.
Así le escribía Hemingway el 20 de octubre luego que regresó a Turín. “Te encontré graciosa y bella y también con una buena cabeza como para pensar... si hay un error que haces, hija mía, creo que sea, en literatura, lo de aceptar la lucha con demasiada facilidad. Yo nunca contesto a un ataque: no respondo. Continúo trabajando. El trabajo lo es todo. A veces en literatura uno se enoja mucho. Pero no contesto nunca, lo mejor que he aprendido es a no contestar. Espero que se mueran. O que se queden sin la razón, o las dos, o a veces los mato con una oración. Mr. Papa”.
Fue con aquel “Tell me about the Nazi” (“Cuéntame alrededor de los Nazis”), soplado en voz baja en una oreja, durante el cálido abrazo, para subrayar su primer encuentro en un hotel de Cortina d’Ampezzo, que nacía uno de los sodalicios más interesantes y chismoseados de la historia literaria del siglo XX. Aquel entre el más insuperable novelista americano de la literatura contemporánea, el Premio Nobel Ernest Hemingway y aquella que ha amado la América, la que ha traducido, difundido, socavada y desentrañado: la italiana Fernanda Pivano.
Esa muchacha, hija de una de las familias más acomodadas de Turín, luego de aquel encuentro en el Hotel Concordia de Cortina, confirmará definitivamente su vocación al ideal de libertad nacido con el rechazo de la Italia de Mussolini.
“Yo misma he sido presa tres veces por el gobierno fascista y una vez por las SS alemanas, pues habían encontrado, en Einaudi, mi contrato para la traducción de “Adiós a las armas” de Ernest Hemingway. Lo que, entre otras cosas, me procuró sucesivamente una de las más grandes emociones de mi vida. Lo que me ató enseguida a Hemingway – amo repetir muchas veces Fernanda, que ya tiene noventa años en sus cuentos personales- fue su antifascismo, basado sobre el hecho de no querer guerras, de no aguantar las dictaduras. Y ello sin hablar de su generosidad, de su discreto modo de ayudar a decenas y decenas de personas sin esperar agradecimientos, sin aparecer”.
Una ligazón, aquella entre Mister Papa y la que llamaba hija, condimentada con una relación muy frecuente: Venecia, Cuba y otra vez Cortina, los lugares míticos del imaginario hemingwayano, donde los dos se encontraban y trabajaban en sus respectivos libros.
“Tuve la suerte de trabajar por meses en su mismo escritorio”, subraya con emoción y conmoción Fernanda, observándolo con atención mientras escribía, escuchándolo explicarme con vehemencia porque hacía ciertas correcciones o botaba ciertas hojas… “Un privilegio, el mío, del que nunca dejaré de agradecer a los dioses”.
La ligazón entre Nanda Pivano y Ernest Hemingway ha sido muchas veces razón del usual chismoseo frente a una amistad hombre-mujer que a veces es más intensa que el amor. La misma Pivano, mujer de fina ironía y de refinada inteligencia, siempre ha sido la primera en bromear sobre ello, todas las veces que le ocurrió desafiar a públicos maliciosos y sospechosos.
Hemingway le tenía mucho cariño a Nanda, un cariño por otro lado sin duda correspondido y construido sobre la estima y la confianza y ella fue una de las pocas en quedarse cerca en 1954, cuando regresó a Venecia, luego de la trágica batida en África, que fue el inicio del fin del escritor. Aquí el modo en que recuerda aquel difícil período de convalecencia: " Yo y Mary, su esposa, nos quedábamos sentadas en el piso alrededor de su butaca en el cuarto del hotel Gritti, su preferido, al borde del Canal Grande. Lo mirábamos un poco miedosas, con infinito dolor, con cariño, sin condiciones que sentíamos por el Hombre y por el Novelista, ambos inseparables. Mister Papa me acariciaba el pelo y me decía que tenía que dejar de seguir siendo buena. No era útil para nada, me repetía, tan solo para que yo sufriera y me miraba con los ojos más buenos y disponibles que nunca pude ver. Me decía, con apasionada sinceridad, que yo era leal, “tonta y desafortunada”, sin imaginar que el tiempo le hubiera dado dramáticamente la razón”.
En Hemingway la Pivano encontrará el respeto a la libertad propia y ajena, además de la hostilidad en contra de todo tipo de dictadura, también el deseo y la práctica de una prosa absolutamente sencilla, limpia, seca, que hable de cosas sencillas, de hombres comunes, lejos de la retórica de cierta literatura.
La palabra clave para entender a Hemingway, como lo explica en la “Cronología de las novelas” Fernanda, es “understatement”, un estilo sin énfasis, esencial, directo: “el escritor da voz a los héroes de todos los días con un lenguaje auténtico”.
Una profesión auténtica de poética y de estilo destinada a proyectarse sobre toda la literatura americana de los últimos dos siglos. Un estilo que Fernanda hizo suyo también en el método crítico asumido, decididamente antiacadémico y más cerca al fascino del cuento, y que vuelve su trabajo de divulgadora en un testimonio apasionado y contagioso.
Este método Fernanda lo deriva y hereda del ensayista Malcom Cowley, autor de la primera biografía autorizada sobre Hemingway. Un libro que Hemingway había aprobado porque Cowley había trabajado en las ambulancias en Francia, durante la Gran Guerra y ello los unía en aquel mismo entusiasmo ideológico para combatir la dictadura. Cowley es un modelo para la Pivano opuesto a lo que propone Benedetto Croce y su crítica idealista.
La experiencia crítico-analítica de Fernanda resulta entonces filtrada por la narración brillante y que involucra al lector, a veces teñida de melancolía. Momentos en que aquel hilo rojo de la libertad que empieza con Hemingway y llega hasta la “beat generation”, hasta la desubicación de los años ochenta y noventa, constituyó una inagotable reserva de energía creativa, de ganas de cambio, de entretenida y polémica provocación.
“La biografía de Malcolm Cowley sobre Hemingway me la dio al mismo Hemingway en Cortina, diciéndome: " Este es el único ejemplar..." ( F. Pivano)
Toda la mejor literatura americana moderna se ha desarrollado bajo el lema de la libertad y contra todo lo que esta libertad quería combatir y erradicar, es decir contra cualquier forma de esclavitud.
Fueron sufridas contradicciones las que marcaron la vida de Hemingway, es decir aquella mixtura de ternura y hostilidad, de desesperación y de amor, de angustias existenciales siempre empujadas hacia el exceso y nunca moderadas por la prudencia, donde la última imprudencia sin remedio fue la última y definitiva afrenta al cuerpo, que le derramó aquel cerebro que había modificado la cara de la novelística contemporánea, en aquel trágico dos de julio de 1961 en Sun Valley, después que, l a noche anterior, con la amada Mary, a voz en cuello, cantó aquella cancioncilla ya cantada en Cadore..."Todos me llaman rubia, pero rubia yo no soy: tengo el pelo negro..."
De todas maneras la relación entre Fernanda Pivano y Ernest Hemingway fue sobre todo una relación de amistad, y en ello de seguro fue fundamental la actitud misma de Hemingway, su no querer hablar de los libros que había escrito, su convicción, según la cual, como le dijo una vez, “de literatura y de literatos la gente limpia no tiene que hablar más de cuanto habla de sus propios excrementos (obviamente no utilizó la palabra “excrementos”).” [F. Pivano, Amici scrittori, Milano, Mondadori, 1995, p. 309]
“Amargura y sarcasmo, tristeza y desesperación se sumaban en sus páginas como en las sombras de su rostro y contrastaban las fáciles acusaciones de “lenguaje de periodista” que se le habían quedado pegadas por los artículos escritos cuando era poco más que un adolescente.
“Cuando yo lo conocí, todavía hermosísimo en los inicios de la madurez, las sombras se alternaban todavía a los entusiasmos de felicidad, y la vi que se hacían más densas en los pocos, demasiados pocos años que antecedieron a su muerte, mano a mano que la infelicidad y la mala suerte que le cayeran encima”. “Era preciso para Hemingway no tanto que él conociera lo que había escrito, sino que conociera el porqué lo había escrito, y ello era para mí muy fascinante, pues nuestros escritores no estaban acostumbrados a este interrogante, uno no tan sólo no se lo ponía, sin que, bajo la influencia francesa, hasta decía que no tenía ninguna importancia el porqué lo había escrito, importaban tan sólo las paginas tomadas así páginas de donde nació en América el post modernismo.” [F. Pivano, Hemingway, Milano, Rusconi, 1985, p. 15]
Por conocerlo personalmente Fernanda Pivano puede intentar reconstruir justamente el proceso a través el cual Hemingway realiza sus libros, con sus métodos y sus ritos personales. Así por ejemplo, cuenta que en Cortina como en Cuba, donde fue para encontrarlo en 1956, Hemingway “se levantaba a las cinco o a las seis de la mañana, con el auxilio de una botella de Valpolicella ( es un vino italiano), siempre al alcance de su mano sobre la mesita de noche, y volvía a leer las hojas que había escrito el día anterior, casi siempre botándolas en el basurero y seguía leyendo cien veces las copias dactilografiadas y luego las primeras impresiones de sus libros siempre para recortar y nunca para agregar, en el esfuerzo casi obsesivo de alcanzar, expresar, fijar cada instante, uno tras el otro, de la realidad”. [F. Pivano, Hemingway, cit., p. 15]
En Cortina, cuando “la puerta del cuarto de Hemingway estaba abierta significaba que él estaba descansando del trabajo: el trabajo empezaba a las seis de la mañana y a veces a las cinco. En aquellas horas era mejor no molestarlo, a menos que no fuera él quien buscaba compañía. Pero, si ocurría de hablarle ( eran los años en que ya empezaba a tomar un poco demasiado) se lo encontraba lúcido y cortante como una lima, con su sarcasmo despiadado y chisposo, con sus asociaciones imprevisibles, su desesperación sin fondo, dramática más allá de cualquier posible consuelo”.
“Eran estas las condiciones en las que escribía. Alrededor de las once o al mediodía empezaba la cola de los visitantes y el hechizo terminaba: Hemingway salía de su privacy y contaba a quien fuera el episodio o los episodios que había escritos a la mañana con algún agregado o corte o modificación que los hacía siempre diversos; era su manera de “probar” qué versión fuera la mejor, según la reacción de quien escuchaba”. [Ibidem, p. 40]
Fernanda experimentó este método escuchando una y otra vez varios cuentos que luego entrarían como parte de lo que se definió el libro de Venecia, “Más allá del río y entre los árboles”, el mismo libro a raíz del cual un día la llamó a Cortina, pues quería que lo leyera, necesitaba su opinión, y luego tenía que controlar y corregir la ortografía de las palabras italianas.
Y todo ello no terminó tampoco durante la larga temporada en la que Fernanda se demoró en Finca Vigía.
“Había llegado a La Habana el 25 de marzo 1956. En el aeropuerto Rancho Boyeros estaba Mary que me esperaba con su chofer Juan y en seguida me encontré en lomas que se abalanzaban sobre valles repletos de grandes palmeras, en dirección de la finca donde vivía con Hemingway (que observo en una vieja, famosa foto de Raúl Corrales durante un día de pesca en alto mar), la Finca Vigía, que estaba situada a la entrada de la aldea de San Francisco de Paula, ubicada en la Carretera Central, la arteria que cruzaba casi toda la isla. Por fin, después de la larga carretera tropical, temblorosa de verde y potente sol, llegamos a la reja de la Finca, donde había sido colgado el letrero: " Visitantes no invitados no serán atendidos”
Más allá de la entrada empezaba una ancha avenida que subía y que estaba bordeada por mangos, palmeras y hibiscos, con la Casita, la pequeña habitación reservada a los huéspedes; y entre el murmullo de los picaflores escondidos entre las pesadas hojas infladas y en un diluvio de flores aparecieron, tras una vuelta, los cinco grandes peldaños de piedra y la casa inmaculada de una planta en estilo colonial español. Habíamos entrado en una grande sala de estar amoblada con tres butacas y un sofá, un estante con siete paneles para los discos, tres lámparas, las cabezas momificadas de las presas de la dos batidas, colgadas a las paredes entre cinco André Masson, dos Juan Gris y un Paul Klee, con el atril inclinado, con la máquina para escribir portátil, con la cual, de pie, Hemingway había escrito “Más allá del río y entre los árboles” y escribiría “El viejo y el mar”.
En los dos lados de la sala de estar se encontraban los dos dormitorios, el de Mary ya ampliado y amoblado por ella con una tinta rosada, y el de Hemingway, muy vasto, con una enorme mesa cubierta de pomos de medicamentos y un montón de cartas y libros, la cama grande llena de libros y gatos, la famosa “Finca” de Miró en una pared y una pequeña naturaleza muerta de Braque apoyada en un estante.
Mary había dejado la estola de mártora, un reciente regalo de Hemingway, de la que estaba muy orgullosa, y me había dicho que él no se encontraba, que estaba pescando en Cabo Blanco, en el mar del Perú, pero que llegaría el día siguiente y Juan me llevaría para encontrarlo. Aquella noche Mary me había contado la historia, que parcialmente ya conocía del libro y del film. La imagen de un pez atado a una barca y engullido por los tiburones nació en el abril de 1935, mientras pescaba, con Dos Passos en la corriente del Golfo, mar adentro de Bimini, una isla de las Bahamas: había atado un atún al barco y los tiburones lo habían agredido; cuando lo había izado a bordo quedaba tan sólo el esqueleto.
Una historia basada sobre un punto de partida parecido a la que publicó en Esquire en el número de abril 1936 con el tìíulo “ Sobre el agua azul”: en un párrafo del artículo se podía encontrar el meollo de “El viejo y el mar”, basado en un cuento que le había hecho Carlos Gutiérrez, su compañero de pesca, y que luego se volvió con Gregorio Fuentes el modelo del protagonista Santiago; y en el abril 1951 había escrito en ocho semanas “La historia de Santiago”, que hubiera tenido que ser la cuarta parte de la muchas veces imaginada ‘Novela del mar’...”
Recién entrevisté para mi periódico a la Pivano, que siempre está muy cansada pero tiene todavía la cabeza de una muchachita. “Nanda, ¿Quién era Hemingway?” “Un hombre extraordinario, autoritario y espléndido, una criatura magnífica y a veces muy difícil de comprenderlo.” “ ¿ Cómo trabajaste con él?” “Era una aventura y un desafío. A veces trabajaba con él de un modo muy malo, al revés de lo que me sucedía con Allen Ginsberg. Con él era muy difícil trabajar cuando me hacía trampas y me ponía en apuros o se entretenía con crearme dificultades. Una vez le había pedido aclaraciones con respecto a cierta palabra, una palabra de jerga, y él se encabronó conmigo: "...nunca utilicé la jerga, pues todas las palabras que pongo en mis libros se podían encontrar en las obras de Shakespeare" Era una mentira, pues en otros momentos se lucía por utilizar la que él llamaba la lengua franca, una mixtura de muchos idiomas. Una vez no me habló durante meses, pues durante una conferencia se me escapó decir que algunas de sus descripciones eran casi metafísicas. Ello lo indignó y lo hizo enfadarse mucho”.
“¿Qué emociones sentiste frente a la tumba de Hemingway?” “Estaba arrepentida y desesperada, dice la Pivano, por no haber ido nunca a la tumba de Hemingway, Me emocioné, pero me dio consuelo. Y por dos noches un lindo coyote con una larga cola apareció, a escondidas, me miró en los ojos y se alejó. Y ¿si hubiera sido él, Ernest?”:

Caro Guido, grazie di avere amato e di amare questo grandissimo scrittore (Ernest Hemingway).
Forse il più grande che abbiamo conosciuto.
Pace e Amore
Nanda Pivano

Tuesday, August 18, 2009


TE AMO JOHN WAYNE
Si uno se deja llevar por estupideces, termina siendo un estúpido. Y yo, como buen estúpido, hago caso a la estupidez de Alexánder Obando. Estupidez que aparece en www.elmasviolentoparaiso.blogspot.com que me llega a través de mi amigo Brian Fuster.
Parece que el hombre tiene instalado un sentido muy marchista sobre las posibilidades y realidades del sexo. Hoy a nadie se le ocurre discutir las libertades amatorias. Sin embargo, en algunas mentes estúpidas, las cargas represivas juegan en una ronda sin fin. Para no crear tanto misterio y salirme del encierro, voy al texto: “En los años 50, un productor de Hollywood visitó a Hemingway en una de sus casa de campo para discutir los detalles de un contrato. Comentaba nuestro hombre unos años después que le sorprendió mucho encontrar a Hemingway desnudo en la piscina con otro “macho” del folklore yanqui: no era, ni más ni menos, que la estrella de cine John Wayne, gran amigo del escritor. Ambos nadaban en traje de Adán con un tercer miembro; alguien a quien el productor solo describió como un muchacho “atractivo pero afeminado”.
Efectivamente en los años 50 John y Ernest eran muy amigos. Hay innumerables historias de fiestas y borracheras que compartieron en el Gran Hotel Bolívar de Lima, en el Fishing Club de Cabo Blanco, embarcados en el “Mis Texas”, todo esto en el Perú. Las noches de alcohol en “El Floridita” y los desatinos en Finca Vigía no escapan a un estilo de vida que transcurría con total naturalidad. En la pileta de Finca Vigía la mayoría se bañaba desnuda. Hombres y mujeres sin ninguna prohibición eran dueños de una total libertad.
Me resulta raro que un productor de Hollywood se extrañe por un acto espontáneo. Más extraño aún me resulta que al referirse sobre el tercer miembro, hable de “atractivo pero afeminado” y me causa mucha risa cuando califica de otro “macho” del folklore yanqui al vaquero.
¿Interesa mucho si John Wayne era homosexual o bisexual? ¿Le preocupa a Alexánder si Hemingway y Wayne jugaban en la piscina?
Pero lo más intolerante de Obando es que pontifique: “Uno de los motivos de mayor angustia personal para el escritor Ernest Hemingway era su inclinación sexual hacia los hombres”.
Si uno se deja llevar por estupideces, termina siendo un estúpido. Perdón

Friday, August 14, 2009


NARDA ES NANDA

Bertrand Russel dijo alguna vez: "¿Para qué repetir errores antiguos habiendo tantos errores nuevos que cometer?". Esta pregunta me viene como anillo al dedo.

Tengo que pedir disculpas por cambiarle el sobrenombre a Fernanda Pivano. NARDA no es NANDA. NANDA es Fernanda Pivano. Debo decir: NANDA...NANDA...NANDA y esperar el próximo error.

Wednesday, August 12, 2009


LA ÚLTIMA CARTA ANTES DE MORIR
Una semana antes del suicidio, Hemingway le escribe a René Villarreal una epístola sincera y dolorosa. Ya es un hombre abatido que busca consuelo en sus recuerdos y en los afectos perdidos. La breve misiva tiene la rigurosidad de un texto netamente hemingwayano. Ernest se desnuda desde la primera línea y el tono de despedida va recorriendo cada palabra.
En oportunidad de hablar con René Villarreal, en Finca Vigía, le pregunté si se había sobrepuesto a la ausencia. “Nunca pude”, me respondió. Es tan real esta afirmación que sería innecesario insistir. En ese mismo momento, sin que yo se lo pidiera, el mayordomo me recitó todas las normas de la casa que le había enseñado el escritor. Enfatizaba en cada una como si se tratara de una lección:
Respeta a todos. Se cortés con los invitados. Mira a la gente a los ojos. No les prohíbas el ingreso a los niños. No castigues a los animales. No preguntes nada que no sea necesario. Cuando debas ser fuerte, se fuerte. Cuando tengas que ser duro, se duro. Al disparar, no dudes. Si hay un incendio pon a resguardo los manuscritos. Cuando Papa esta escribiendo vigila para que no lo molesten. Cuando Papa no está en la Finca tú debes controlar todo.
Con este rosario creció René Villarreal. Con estas pautas de convivencia se formó.
Mucho tiempo después de la ausencia de Ernest de la Finca, René Villarreal recibiría a Fidel Castro. Así me contó el episodio:
“Después de la muerte de Papa, Fidel vino a la Finca. Ahí fue donde yo lo conocí. Recuerdo que estaba en la puerta, tratando de entrar. Salí a caminar con los perros y vi a los militares que me hacían señas desde allí. Me acerqué y Fidel me dijo: “¿Dónde puedo ver a René Villarreal?”. Le respondí: “Usted está hablando con él”. Lo hice pasar y recorrió toda la Finca. Nunca más volví a verlo.
Este hombre es un ícono para los que amamos a Hemingway. Me atrevo a dar a conocer su carta íntima porque es como si fuera un apretón de manos entre amigos.
Las palabras superan al tiempo y las emociones son como los cubos de hielo en el vaso de whisky servido al atardecer.

René, mi querido hijo cubano:
Papa se está quedando sin gasolina. Ni siquiera tengo la voluntad para decir que fue de lo que amaba por encima de todo y escribir es aún más difícil. Estoy muy delgado, me fui de un peso pesado a un liviano y medio. Pronto seré un welterweight como tú.
Los médicos me han prohibido la sal, las grasas, y una serie de otras cosas. Por favor, cuida de mis gatos y perros y de mi amada Finca. Asegúrate de todo lo que pase. Papá siempre te recuerda y tiene un gran afecto por ti. Los manuscritos importantes tenlos guardados suceda lo que suceda y sólo entrégalos a Miss Mary.
Abrazos,Papa

Friday, August 07, 2009


NARDA NO ESTÁ AQUÍ

No voy a entrar en polémica. No me interesa confrontar. Siempre es positiva la discusión. Giuseppe Recchia y Guido Guerrera son mis dos amigos italianos que tienen diferencias sobre Fernanda Pivano. Los escucho a los dos de la misma manera. Guido Guerrera me manda su trabajo sobre la escritora y yo simplemente lo comento en este espacio. Giuseppe, sin mediar respiro, me remite un mail que transcribo:
"Las noticias comunicadas acerca de la Pivano están en neta discordancia con lo ocurrido históricamente"

"Ciertamente la Pivano es una discreta traductora de Hemingway, pero ¿quién es el traductor de Hemingway?. Cesare Pavese. De hecho después de su muerte las traducciones de Pivano mostraron infinidad de lagunas. Además Pivano ha estado con Hemingway no más de 3 o 4 veces en cortos períodos y su biografía esta llena de olvidos y quejas bastante escandalosas realizadas por la familia Ivancich que espero tu sepas de quien se trata."

No voy más allá porque cuando se tiene "malas fuentes" se puede caer en increíbles equivocaciones".


A ver, el tema de las traducciones siempre es complejo. En este caso ¿por qué va ser distinto?. En 1949 Fernanda Pivano traduce "Adiós a las armas". Diez años atrás la escritora siendo estudiante y alumna directa se encuentra con Cesare Pavese. Desde entonces crece una amistad entre ellos que se transforma en idilio. Un amor declarado por el poeta pero no correspondido por la Pivano. Si me preguntan con quien de los dos me quedo, mi respuesta es con Pavese, pero eso no quita que desmerezca a Pivano.
Con respecto a las veces que Narda y Ernest se reunieron, conozco lo justo y, con respecto a la biografía, yo personalmente trato de ser amplio, cada autor incorpora su impronta y no todos son fieles a la verdad en el documento escrito.
Giuseppe me señala sobre las "malas fuentes". Coincido con él. Reconozco que muchas veces peco de ingenuo. Esta dificultad ya me ha creado algunos problemas con varios estudiosos que me golpearon con críticas feroces y haber sido señalado por John Hemingway(nieto) como un mentiroso.
Tal vez lo rico de La pipa siga siendo esta posibilidad de decirnos las cosas sin hipocresía y con toda naturalidad. Dejo abierto el juego.

Wednesday, August 05, 2009


NARDA ESTÁ AQUÍ

Mi amigo Guido Guerrera hace un mes estuvo participando del XII Coloquio Internacional Ernest Hemingway, en La Habana. Ya me había comentado que presentaría un trabajo sobre Fernanda Pivano. Como buen curioso le pedí que me lo enviara. Lo leí varias veces y sentí que estaba charlando con esa italiana memorable. Guido siente una profunda admiración por esta mujer que aún sabe contar los momentos vividos junto al norteamericano en Finca Vigía, en Venecia, en Cortina d'Ampezzo.¿Cuántas personas más pueden hablar de Ernest?Contadas con los dedos de uno mano.Guido es muy claro en el análisis de su ponencia. Presenta a una Pivano sin maquillaje, íntima, vestida de humilde jardinera, que no se cansa de decir que Hemingway fue su gran amigo. Este es un caso similar al de Marlene, con la diferencia que a Fernanda, el novelista la llamaba "hija mía". Con Pivano Mary no tuvo celos como con Adriana Ivancich o Valerie Danby-Smith. Hemingway escuchaba sus consejos.Había empatía y todo esto lo dejó entrever Guido Guerrera en su notable ponencia. Ya para el final me guardo dos momentos claves de su trabajo.La confesión de una Fernanda agradecida:"Tuve la suerte de trabajar por meses en su mismo escritorio.Un privilegio que nunca dejaré de agradecer suficientemente a los dioses" y para rematar al sentimiento Guido le pregunta a Narda:¿Qué emoción sentiste frente a la tumba de Hemingway?"Estaba arrepentida-responde- y desesperada por no haber ido nunca a la tumba de Hemingway. Me emocioné, pero me dio consuelo. Y por dos noches un lindo coyote con larga cola apareció a escondidas,me miró a los ojos y se alejó.¿Y si hubiera sido él, Ernest?