Friday, October 31, 2014

LA NEGRA QUINTA COLUMNA



El término quinta columna, para aquellos que no lo sepan, se refiere al enemigo infiltrado entre la propia población.

La expresión Quinta Columna se le atribuye al general Emilio Mola cuando al referirse en una locución radial de 1936, al avance de las tropas sublevadas - luego llamadas fachas…-, en la guerra civil española hacia Madrid, mencionó que mientras bajo su mando cuatro columnas se dirigían hacia la capital (la que avanzaba desde Toledo, la de la carretera de Extremadura, la de la Sierra y la de Sigüenza), había una quinta, formada por los simpatizantes del bando sublevado que dentro de la capital trabajaban clandestinamente en pro de la victoria franquista. La expresión se usa desde entonces para designar a un conjunto de personas potencialmente desleales a la comunidad en la que viven y susceptibles de colaborar de distintas formas con el enemigo.

Esa idea y expresión pasó seguidamente a todas las guerras posteriores, como en la Segunda Guerra Mundial, y se llamó así a los franceses que, residiendo dentro de Francia, esperaban en 1940 el triunfo de la Alemania nazi. Dicho término se extendió en Holanda y Noruega para los ciudadanos que mostraban más simpatía y lealtad hacia el Tercer Reich, apoyando la invasión de sus países de origen. Del mismo modo, simpatizantes del Eje consideraban a los partisanos que combatían clandestinamente al fascismo en sus propios países como una quinta columna.

Uno de los factores principales por las que se generan estos grupos es la inadaptación. La sociedad occidental es compleja, las interacciones sociales, económicas, emocionales, entre otras, son abiertas y requieren de una cierta habilidad aprendida para poderse manejar con cierta eficacia. No disponemos de criterios rígidos y estrictos, ni apelamos en lo cotidiano a ninguna creencia sagrada para actuar de una u otra forma. Además es una sociedad en un permanente estado de evolución y cambio, no siempre para bien pero es así. La inadaptación lleva al aislamiento y al vínculo con el propio grupo conocido, y justamente porque se carece de los instrumentos adecuados, debido a la inflexibilidad cognitiva y a los contenidos engramados para actuar con resolución, se produce una reacción de odio hacia ese mundo externo. Mundo al que se desea atacar para estructurarlo en función de las propias necesidades.




Otro de los factores vinculados a lo anterior es el pensamiento mágico o el mesianismo, ambos vinculan la realidad terrena, a un objetivo superior, extraterrenal, y eso se convierte en “leitmotiv” permanente. Y por tanto todo vale para que aquello que se lleva inoculado en lo más profundo de la psique, y que no atiende a políticas pedagógicas ni de ingeniería social, se convierta en acción directa.


El drama que recoge Ernest Hemingway en su obra teatral La Quinta Columna pone bien en claro este camino de deslealtades, Hemingway explica en su prólogo los motivos que impidieron la representación en su oportunidad: “El empresario murió mientras seleccionaba al elenco y su sucesor se vio envuelto en dificultades financieras.” La obra después de muchos vaivenes  se representó en Nueva Cork, en 1940, cuando ya se había terminado la tragedia española. La Quinta Columna, hace alusión a la declaración de los Rebeldes españoles, sobre que ellos: "tenían cuatro columnas que avanzaban sobre Madrid y una Quinta Columna de simpatizantes dentro de la ciudad, para atacar, a sus defensores desde la retaguardia".

No solo fue escrita durante la estancia de Hemingway en el Madrid republicano bombardeado por los fascitas (la verosimilitud de lo narrado se ejemplifica en infinidad de detalles, tanto en las acotaciones como en el discurso dramático) sino que además el autor la sitúa en los lugares donde estaban sucediendo los hechos. Así, pues, la mayor parte de la obra tiene lugar en las habitaciones del Hotel Florida donde el propio Hemingway estuvo alojado.




La obra es la historia del corresponsal Philip Rawlings, quien trabaja como agente secreto para el bando republicano, y una glamourosa escritora llamadas Dorothy Bridges, inspirada por la legendaria periodista Martha Gellhorn con la que Hemingway tuvo un romance en Madrid y más tarde se casó.

Como siempre la forma en que Hemingway perfila los personajes es única, no tanto la intriga generada a raíz de la labor de espionaje para contrarrestar la acción de los quintacolumnistas.

En el papel del protagonista principal, el agente norteamericano Philip, es imposible no reconocer al propio Ernest emborrachándose en el Chicote (otro de los escenarios históricos que aparecen a lo largo de la obra). También su comportamiento ciclotímico, casi bipolar (distante de día y enamoradizo por las noches), es un fiel retrato de la personalidad inestable y destructiva del propio Hemingway, que años más tarde le conduciría a su trágico final.





La obra de Hemingway contribuyó internacionalmente a que se popularizara la expresión quinta columna con el sentido que le había dado el general Mola en 1936.

Se suele citar también como origen de esta expresión un artículo de Karl Marx de 1848 sobre el levantamiento en París en el que describe cómo operan cuatro columnas de sublevados en la parte este de la ciudad y cómo el fracaso del levantamiento fue debido a que en el barrio oeste de la ciudad no tuvo lugar un quinto foco de rebelión. También se suele citar a Leo Trotsky que, durante la guerra civil rusa creo un “quinto ejército”. Pero el verdadero origen de la expresión quinta columna es español.




En medio de esta suerte de recuerdos, malogrados antecedentes y reflexiones, el artista plástico Diego García Conde nos llama a repensar cierta actitud que observa cuando aparece la “quinta columna” personal, acaso inadvertida, encapsulada o maquillada. Qué tanto vivenciamos cuando nos damos cuenta que esa parte oscura está en nosotros y qué hacemos para desprendernos de ella. García Conde nos alerta a través de sus propias palabras: Me convertí en lector de Hemingway después de visitar Finca Vigía, la casa en Cuba donde vivió Ernest. Hasta allí llegué con Javier Chiabrando, hace ya unos años. Me atrapó su vida de aventura, su personalidad, su capacidad creativa y esa forma de moverse que lo caracterizó. Creo que Hermingway es uno de esos personajes que me dejó una marca, un mandato que en algún momento de mi vida iba a aparecer. Y apareció. Una vez desarmé un espejo ovalado y pinté el primer homenaje a Hemingway que colgué en mi taller y que me acompaña durante las largas noches en que me quedo pensando,  pintando, escuchando música o tomando una copita de algo. Dos por tres le hablo cuando todo es silencio. Nos miramos y nos reímos, nos entendemos en esa complicidad un poco demente que tenemos los solitarios.





En mi taller, a la derecha de mi mesa de trabajo, hay una columna que hace tiempo salpiqué con pintura y entusiasmo, de modo tal que las gotas negras formaron dos pequeños ojos. Me quedé sorprendido, lo miré a Ernesto y le dije: “todos tenemos un quinta columna” y nos reímos.
Durante mucho tiempo de la columna sólo se veían los ojos pequeños, traicioneros y cada vez que los miraba volvía a pensar en mí quinta columna. De a poco ese pensamiento fue creciendo hasta reconocer dentro de mí al enemigo, al infiltrado fascista que cuando menos uno lo espera te quiere llevar a justificar horrores, a torcer tus opiniones y convicciones. Cada vez que reconocía su presencia, desarmaba sus estrategias encubiertas, lo miraba y le sonreíamos con un “alguito” de soberbia. 





Así fue durante años hasta que el otro día con ganas de pintar y sin otro soporte a mano, siendo las dos de la madrugada, entendí que lo peor que le puede pasar a la quinta columna es que la hagamos visible, que le pongamos rostro, que la saquemos de la oscuridad para dejarla en evidencia. Manos a la obra y ahí está, descubierta en su trampa, inmóvil y estigmatizada, espero que  por muchos años.
Lic. Diego García Conde
Artista plástico de Mar del Plata miembro de Azabache arte en vivo e intervenciones colectivas.




Suerte de artista el poder volcar en una tela todo su malestar, lo mismo que un escritor, un músico, un coreógrafo, dones que la vida misma regala para hacer de ella una fiesta. Pero queda una enorme mayoría silenciosa o acaso indiferente que no sabe de esa “quinta columna” y la lleva en su mochila o la destroza en voces, palabras, injurias, vituperios o planes siniestros que terminan con la conciencia partida.



Hemingway nos dejó su sello y todavía está lacrado.





LLEGAMOS A LOS 500 POSTEOS. TODO POR ESTA PASIÓN HEMINGWAYANA. GRACIAS AMIGOS. USTEDES HICIERON POSIBLE ESTE PROYECTO.


Friday, October 17, 2014

RENÉ VILLARREAL: UN ADIÓS INTERMINABLE


Se agolpan los recuerdos, los ojos se licuan con el peso de las lágrimas, la historia se llena de momentos fugaces, de escenas cotidianas, de instantes que se eternizan. Sólo la muerte deja el vacío, la extraña forma de una silueta cósmica, algo así como el escenario a oscuras y sin actores, sin texto, sin ensayo. La vida se va entre un manto de neblina y un atardecer rojizo desplegado sobre el mar  caribe; allí mismo donde Luis Eduardo Aute lo desvistió a Hemingway en su delirio. Y en La Habana el viento húmedo arrincona a los pescadores, se renueva en el Malecón para seguir hasta  Finca Vigía y proclamar sin ningún preámbulo que René Villarreal se ha escapado, se ha marchado a encontrarse con Papa porque ya le pesaba la distancia y le faltaba el diálogo. René Villarreal  ha muerto y no vale hacerse el distraído. Al menos yo no quiero, no puedo, no debo; porque me enfrento a ese momento, en el parque de Finca Vigía, al lado suyo, charlando y preguntándole lo que tal vez no quiera responderme porque forma parte de su pequeño mundo; y este cronista sigue insistiendo hasta saber que efectivamente Ava Gardner se bañaba desnuda en la piscina y Don Ernesto regresaba hasta la casona conduciendo borracho desde la ciudad. Pero todo queda en secreto, entre un diálogo de amigos, donde los códigos están garantizados. Y entonces se suma Andrés Arenas Gómez quien ya tiene gimnasia y me dice que René ya dijo todo, y lo veo a  Guido Guerrera tratando de lograr un suspiro más, un último comentario para el cierre de página. Esa escena no es de ninguna película, los actores somos todos nosotros que queremos encontrar un texto para las estúpidas historias que contamos por el solo placer de viborear la autoestima. 





Y René Villarreal nos mira con esos ojos cansados de haber visto pasar por el terreno a otros buscavidas, y sin darse respiro recuerda a aquel niño de 10 años que en 1939 hacía los mandados y daba de comer a los gatos en la finca de San Antonio de Paula y que siete años después ya estaba promovido por Hemingway como administrador. Cómo entonces no creer que el propio Fidel Castro tras la muerte del escritor lo designó administrador del Museo Hemingway. "Vino el Comandante porque estaba interesado en la casa para conservarla, y no se quiso sentar allí por respeto", dice el ex mayordomo, mientras señala con su dedo índice la silla preferida del escritor. Y cómo dudar que René Villarreal cuando sale de Cuba en 1972  deje las puertas abiertas de la mansión y se aleje con lo puesto, con su mínimo equipaje. 




Entonces los recuerdos se agolpan en la mente y una masa de palmeras y flamboyanes se agitan entre libros, trofeos de caza, cuadros, cabezas de ciervos, discos de vinilo y botellas de licor. "Me enseñó a no tener miedo, a no dejarme sorprender, y a tener cerca los rifles de cacería sin usarlos, sólo en caso de vida o muerte", manifestó. "Sus empleados éramos su familia cubana", dice. "Fue un golpe grande, aunque yo esperaba algo porque cuando salió de Cuba en el año 60 sabía que no estaba bien", dijo Villarreal con pesar. "Recibí una carta en que me decía: 'Mi querido hijo cubano, a Papa se le acaba la gasolina, ya no tengo ánimo de escribir ni de leer'. Me di cuenta que se estaba despidiendo", agregó. “Al lado de Papa Hemingway aprendí mucho: a respetar, a querer, a amar. Ambos amábamos todo lo que tuviera vida, porque desde que Papa entró en Finca Vigía, nunca permitió que se cortara más un árbol ni otro tipo de planta; quería que todo creciera libre. Nunca más se mató un pajarito y allí los mangos y otros tipos de frutas eran de los muchachos, y hasta se permitía que las personas de San Francisco entraran a cogerlas, o se ordenaba a los jardineros que las sacaran a la puerta en carretillas para que pudiera servirse todo el que pasaba”.

“Él fue un hombre muy bueno, quería mucho a la gente del pueblo y la gente del pueblo lo quería mucho a él. Fue para mí sobre todo un ejemplo.”
  

“Cuando él llegó cambió el sistema de Finca Vigía, porque el antiguo dueño, la tenía cerrada con candado, no permitía que nadie accediera a ella. Sin embargo, Papa abrió el portón de aquel lugar a todo el que necesitara algo de él o de allí.”

“Claro, había reglas: nadie podía tirar piedras a los árboles ni subirse en ellos. En la finca, en el pequeño terrenito donde él nos vio jugando a los niños de por allí la primera vez que estuvo en aquel lugar, se mandó a construir un campo de béisbol y además mandó a comprar un equipo doble de pelota para nosotros. También podíamos practicar boxeo y tenis dentro de la finca, además de usar la piscina.” 




“Dio instrucciones de que Justo, el mayordomo anterior, podía darnos el equipo de béisbol cada vez que quisiéramos y después, eso sí, teníamos que limpiarlo bien y dárselo a Justo para que lo guardara de nuevo.” 

“Hemingway era muy sencillo. Él hablaba con todos y los trataba con afecto y con paciencia. Pero, como es natural, cuando estaba escribiendo no le gustaba que nadie lo molestara. Muchas personas entraban a la finca -porque las puertas nunca tuvieron llaves-, para hablar con él, para pedirle favores, por alguna necesidad, y no se percataban de que su visita coincidía con la hora de labor de Papa, que era entre las siete de la mañana y las doce y media del día. Entonces ese era el tiempo en que yo más cerca estaba de él, para evitar que lo interrumpieran. A partir de algunas confrontaciones con él, hubo quienes decían que  era muy brusco y grosero.”

"Es que la gente a veces no sabe respetar la privacidad y los horarios de trabajo o descanso. Por eso él se ponía furioso si lo molestaban en los momentos que le eran sagrados. Y hablaba fuerte, entonces la gente lo juzgaba mal.”

“Otra cosa fue que estuvo mucho tiempo en España y allí se le pegaron algunas costumbres, como el decir “malas palabras”. A veces se creía que estaba en la Guerra Civil, decía una “mala palabra” o gritaba, y después se arrepentía.”




“A la finca iban muchos picadores, gente que venía a pedirle favores o dinero, y como él les daba siempre algo, regresaban con otro cuento distinto. Una vez llegó uno con el mismo cuento de la vez anterior y Papa le pagó, por buen actor.”

“Es decir, que si se ponía bravo era por una razón, pero era una persona que tenía buen sentido del humor.”

“Llegué a quererlo como a un padre, lo respetaba, lo admiraba, lo amaba muchísimo. Él también en mí encontró confianza. Ambos teníamos muchos gustos compartidos, sobre todo la afinidad que sentíamos por los gatos y los perros.”

“Yo no hablaba mucho, no le hacía preguntas, pero él sí me hablaba, él mismo me decía las cosas. Por ejemplo, mientras yo limpiaba una de las cabezas de antílope que están aún en la sala de la finca, él me contaba cómo la obtuvo, lo que para él representaba tenerla consigo o me hablaba de las características de su especie. Un día le pregunté por curiosidad: Papa y a este antílope tan chiquito, ¿por qué lo mataste, por los cuernos? y me dijo, No, porque es una de las mejores carnes y en el safari yo tenía que asegurar que todos nos alimentáramos.”




“Creo que Cuba lo poseyó desde el primer día en que llegó, después de haber salido en barco desde Europa con su segunda esposa. Para él, Cuba era un país bello, él la amaba, podía estar meses fuera, pero venía aquí y su lápiz corría solo.”


“Él era muy disciplinado para escribir. Se levantaba a las seis o un poquito antes, y hacía ejercicios;  yo sentía en el sótano cómo se preparaba para ello, a través del piso que tenía la losa floja por la caída de una ceiba. Cuando yo llegaba ya estaba poniendo su bata en el suelo y me decía: “¿Tú vas a contar o cuento yo?”. Y yo casi siempre contaba en voz alta, uno tras otro hasta llegar a los religiosos 50 abdominales: pies arriba y abajo, con el apoyo de las manos en el librero que está junto a la puerta de la sala. Después iba al cuarto de baño, se pesaba y hacía anotaciones en las paredes relacionadas con su peso.” 


“Decía tal vez con cierto cansancio, que era mucho el peligro que había tenido que atravesar. Sobre lo que más comentó fue de los accidentes de aviación que tuvo en África. Nos dijo que luego del segundo accidente, en el pueblecito al que llegó después del rescate del primero, tantas personas fueron a saludarlo, a felicitarlo y darle la mano, que se la dejaron hinchada y con mucho dolor.”


“Después de la muerte de Papa, Fidel vino a la finca. Ahí fue donde yo lo conocí.  Recuerdo que estaban en la puerta, tratando de entrar. Salí a caminar con los perros y vi a los militares que me hacían señas desde allí. Me acerqué y Fidel me dijo: “¿Dónde puedo ver a René Villarreal?”. Le respondí que era yo, y desde ese momento no paró de hacerme preguntas mientras caminábamos hasta la casa. El primer recorrido por la finca, se lo di yo a Fidel Castro y a los Comandantes que fueron con él. Les hablé de cada uno de los animales que adornaban la casa, de los gustos de Papa, de sus horarios, de cómo trabajaba de pie, descalzo y con el pantalón del pijama.”





“Fidel se fijó hasta en un sacapuntas de mano que está en la biblioteca. Yo le conté que era el que usaba Papa para los lápices con que iba a escribir. “¿Escribía con lápiz?” me preguntó; “Sí —le dije—, él todos los días preparaba cinco o seis lápices para las descripciones, porque para las narraciones usaba la máquina de escribir”.”

“Para todo el mundo la muerte de Papa fue algo grande, igual que para mí, porque ya veníamos sufriendo con su enfermedad. Yo sabía por sus cartas que iba empeorando cada vez más, que algo estaba ocurriendo o iba a ocurrir. Él se comunicaba conmigo por teléfono o por cartas, desde cualquier lugar donde se encontrara, porque si él salía de viaje, la vida de la finca seguía normal; decía que esa era su familia cubana y que nadie podía quedarse sin trabajo. Yo conservo una carta de unos días antes de que él muriera, en la que me dice: “René, mi querido hijo cubano: a Papa se le está acabando la gasolina, ya yo no tengo ánimo para leer, que era lo que más me fascinaba. Los médicos me han puesto una dieta muy rigurosa y he bajado de peso”.  Fue un golpe muy duro, del cual me ha costado trabajo recuperarme.”

“Su presencia va conmigo dondequiera porque el cariño, el amor, van siempre con la persona a cualquier parte del mundo. Yo hablo de Papa y me emociono, porque lo quise de verdad y sé que él me quiso a mí también.”