Friday, October 17, 2014

RENÉ VILLARREAL: UN ADIÓS INTERMINABLE


Se agolpan los recuerdos, los ojos se licuan con el peso de las lágrimas, la historia se llena de momentos fugaces, de escenas cotidianas, de instantes que se eternizan. Sólo la muerte deja el vacío, la extraña forma de una silueta cósmica, algo así como el escenario a oscuras y sin actores, sin texto, sin ensayo. La vida se va entre un manto de neblina y un atardecer rojizo desplegado sobre el mar  caribe; allí mismo donde Luis Eduardo Aute lo desvistió a Hemingway en su delirio. Y en La Habana el viento húmedo arrincona a los pescadores, se renueva en el Malecón para seguir hasta  Finca Vigía y proclamar sin ningún preámbulo que René Villarreal se ha escapado, se ha marchado a encontrarse con Papa porque ya le pesaba la distancia y le faltaba el diálogo. René Villarreal  ha muerto y no vale hacerse el distraído. Al menos yo no quiero, no puedo, no debo; porque me enfrento a ese momento, en el parque de Finca Vigía, al lado suyo, charlando y preguntándole lo que tal vez no quiera responderme porque forma parte de su pequeño mundo; y este cronista sigue insistiendo hasta saber que efectivamente Ava Gardner se bañaba desnuda en la piscina y Don Ernesto regresaba hasta la casona conduciendo borracho desde la ciudad. Pero todo queda en secreto, entre un diálogo de amigos, donde los códigos están garantizados. Y entonces se suma Andrés Arenas Gómez quien ya tiene gimnasia y me dice que René ya dijo todo, y lo veo a  Guido Guerrera tratando de lograr un suspiro más, un último comentario para el cierre de página. Esa escena no es de ninguna película, los actores somos todos nosotros que queremos encontrar un texto para las estúpidas historias que contamos por el solo placer de viborear la autoestima. 





Y René Villarreal nos mira con esos ojos cansados de haber visto pasar por el terreno a otros buscavidas, y sin darse respiro recuerda a aquel niño de 10 años que en 1939 hacía los mandados y daba de comer a los gatos en la finca de San Antonio de Paula y que siete años después ya estaba promovido por Hemingway como administrador. Cómo entonces no creer que el propio Fidel Castro tras la muerte del escritor lo designó administrador del Museo Hemingway. "Vino el Comandante porque estaba interesado en la casa para conservarla, y no se quiso sentar allí por respeto", dice el ex mayordomo, mientras señala con su dedo índice la silla preferida del escritor. Y cómo dudar que René Villarreal cuando sale de Cuba en 1972  deje las puertas abiertas de la mansión y se aleje con lo puesto, con su mínimo equipaje. 




Entonces los recuerdos se agolpan en la mente y una masa de palmeras y flamboyanes se agitan entre libros, trofeos de caza, cuadros, cabezas de ciervos, discos de vinilo y botellas de licor. "Me enseñó a no tener miedo, a no dejarme sorprender, y a tener cerca los rifles de cacería sin usarlos, sólo en caso de vida o muerte", manifestó. "Sus empleados éramos su familia cubana", dice. "Fue un golpe grande, aunque yo esperaba algo porque cuando salió de Cuba en el año 60 sabía que no estaba bien", dijo Villarreal con pesar. "Recibí una carta en que me decía: 'Mi querido hijo cubano, a Papa se le acaba la gasolina, ya no tengo ánimo de escribir ni de leer'. Me di cuenta que se estaba despidiendo", agregó. “Al lado de Papa Hemingway aprendí mucho: a respetar, a querer, a amar. Ambos amábamos todo lo que tuviera vida, porque desde que Papa entró en Finca Vigía, nunca permitió que se cortara más un árbol ni otro tipo de planta; quería que todo creciera libre. Nunca más se mató un pajarito y allí los mangos y otros tipos de frutas eran de los muchachos, y hasta se permitía que las personas de San Francisco entraran a cogerlas, o se ordenaba a los jardineros que las sacaran a la puerta en carretillas para que pudiera servirse todo el que pasaba”.

“Él fue un hombre muy bueno, quería mucho a la gente del pueblo y la gente del pueblo lo quería mucho a él. Fue para mí sobre todo un ejemplo.”
  

“Cuando él llegó cambió el sistema de Finca Vigía, porque el antiguo dueño, la tenía cerrada con candado, no permitía que nadie accediera a ella. Sin embargo, Papa abrió el portón de aquel lugar a todo el que necesitara algo de él o de allí.”

“Claro, había reglas: nadie podía tirar piedras a los árboles ni subirse en ellos. En la finca, en el pequeño terrenito donde él nos vio jugando a los niños de por allí la primera vez que estuvo en aquel lugar, se mandó a construir un campo de béisbol y además mandó a comprar un equipo doble de pelota para nosotros. También podíamos practicar boxeo y tenis dentro de la finca, además de usar la piscina.” 




“Dio instrucciones de que Justo, el mayordomo anterior, podía darnos el equipo de béisbol cada vez que quisiéramos y después, eso sí, teníamos que limpiarlo bien y dárselo a Justo para que lo guardara de nuevo.” 

“Hemingway era muy sencillo. Él hablaba con todos y los trataba con afecto y con paciencia. Pero, como es natural, cuando estaba escribiendo no le gustaba que nadie lo molestara. Muchas personas entraban a la finca -porque las puertas nunca tuvieron llaves-, para hablar con él, para pedirle favores, por alguna necesidad, y no se percataban de que su visita coincidía con la hora de labor de Papa, que era entre las siete de la mañana y las doce y media del día. Entonces ese era el tiempo en que yo más cerca estaba de él, para evitar que lo interrumpieran. A partir de algunas confrontaciones con él, hubo quienes decían que  era muy brusco y grosero.”

"Es que la gente a veces no sabe respetar la privacidad y los horarios de trabajo o descanso. Por eso él se ponía furioso si lo molestaban en los momentos que le eran sagrados. Y hablaba fuerte, entonces la gente lo juzgaba mal.”

“Otra cosa fue que estuvo mucho tiempo en España y allí se le pegaron algunas costumbres, como el decir “malas palabras”. A veces se creía que estaba en la Guerra Civil, decía una “mala palabra” o gritaba, y después se arrepentía.”




“A la finca iban muchos picadores, gente que venía a pedirle favores o dinero, y como él les daba siempre algo, regresaban con otro cuento distinto. Una vez llegó uno con el mismo cuento de la vez anterior y Papa le pagó, por buen actor.”

“Es decir, que si se ponía bravo era por una razón, pero era una persona que tenía buen sentido del humor.”

“Llegué a quererlo como a un padre, lo respetaba, lo admiraba, lo amaba muchísimo. Él también en mí encontró confianza. Ambos teníamos muchos gustos compartidos, sobre todo la afinidad que sentíamos por los gatos y los perros.”

“Yo no hablaba mucho, no le hacía preguntas, pero él sí me hablaba, él mismo me decía las cosas. Por ejemplo, mientras yo limpiaba una de las cabezas de antílope que están aún en la sala de la finca, él me contaba cómo la obtuvo, lo que para él representaba tenerla consigo o me hablaba de las características de su especie. Un día le pregunté por curiosidad: Papa y a este antílope tan chiquito, ¿por qué lo mataste, por los cuernos? y me dijo, No, porque es una de las mejores carnes y en el safari yo tenía que asegurar que todos nos alimentáramos.”




“Creo que Cuba lo poseyó desde el primer día en que llegó, después de haber salido en barco desde Europa con su segunda esposa. Para él, Cuba era un país bello, él la amaba, podía estar meses fuera, pero venía aquí y su lápiz corría solo.”


“Él era muy disciplinado para escribir. Se levantaba a las seis o un poquito antes, y hacía ejercicios;  yo sentía en el sótano cómo se preparaba para ello, a través del piso que tenía la losa floja por la caída de una ceiba. Cuando yo llegaba ya estaba poniendo su bata en el suelo y me decía: “¿Tú vas a contar o cuento yo?”. Y yo casi siempre contaba en voz alta, uno tras otro hasta llegar a los religiosos 50 abdominales: pies arriba y abajo, con el apoyo de las manos en el librero que está junto a la puerta de la sala. Después iba al cuarto de baño, se pesaba y hacía anotaciones en las paredes relacionadas con su peso.” 


“Decía tal vez con cierto cansancio, que era mucho el peligro que había tenido que atravesar. Sobre lo que más comentó fue de los accidentes de aviación que tuvo en África. Nos dijo que luego del segundo accidente, en el pueblecito al que llegó después del rescate del primero, tantas personas fueron a saludarlo, a felicitarlo y darle la mano, que se la dejaron hinchada y con mucho dolor.”


“Después de la muerte de Papa, Fidel vino a la finca. Ahí fue donde yo lo conocí.  Recuerdo que estaban en la puerta, tratando de entrar. Salí a caminar con los perros y vi a los militares que me hacían señas desde allí. Me acerqué y Fidel me dijo: “¿Dónde puedo ver a René Villarreal?”. Le respondí que era yo, y desde ese momento no paró de hacerme preguntas mientras caminábamos hasta la casa. El primer recorrido por la finca, se lo di yo a Fidel Castro y a los Comandantes que fueron con él. Les hablé de cada uno de los animales que adornaban la casa, de los gustos de Papa, de sus horarios, de cómo trabajaba de pie, descalzo y con el pantalón del pijama.”





“Fidel se fijó hasta en un sacapuntas de mano que está en la biblioteca. Yo le conté que era el que usaba Papa para los lápices con que iba a escribir. “¿Escribía con lápiz?” me preguntó; “Sí —le dije—, él todos los días preparaba cinco o seis lápices para las descripciones, porque para las narraciones usaba la máquina de escribir”.”

“Para todo el mundo la muerte de Papa fue algo grande, igual que para mí, porque ya veníamos sufriendo con su enfermedad. Yo sabía por sus cartas que iba empeorando cada vez más, que algo estaba ocurriendo o iba a ocurrir. Él se comunicaba conmigo por teléfono o por cartas, desde cualquier lugar donde se encontrara, porque si él salía de viaje, la vida de la finca seguía normal; decía que esa era su familia cubana y que nadie podía quedarse sin trabajo. Yo conservo una carta de unos días antes de que él muriera, en la que me dice: “René, mi querido hijo cubano: a Papa se le está acabando la gasolina, ya yo no tengo ánimo para leer, que era lo que más me fascinaba. Los médicos me han puesto una dieta muy rigurosa y he bajado de peso”.  Fue un golpe muy duro, del cual me ha costado trabajo recuperarme.”

“Su presencia va conmigo dondequiera porque el cariño, el amor, van siempre con la persona a cualquier parte del mundo. Yo hablo de Papa y me emociono, porque lo quise de verdad y sé que él me quiso a mí también.”





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