Friday, December 28, 2012


TEMORES




Temía estar solo, hasta que aprendí a quererme a mí mismo.
Temía fracasar, hasta que me di cuenta que únicamente fracaso cuando no lo intento.
Temía lo que la gente opinara de mí, hasta que me di cuenta que de todos modos opinan.
Temía me rechazaran, hasta que entendí que debía tener fe en mi mismo.
Temía al dolor, hasta que aprendí que éste es necesario para crecer.
Temía a la verdad, hasta que descubrí la fealdad de las mentiras.
Temía a la muerte, hasta que aprendí que no es el final, sino más bien el comienzo.
Temía al odio, hasta que me di cuenta que no es otra cosa más que ignorancia.
Temía al ridículo, hasta que aprendí a reírme de mí mismo.
Temía hacerme viejo, hasta que comprendí que ganaba sabiduría día a día.
Temía al pasado, hasta que comprendí que es sólo mi proyección mental y ya no puede herirme más.
Temía a la oscuridad, hasta que vi la belleza de la luz de una estrella.
Temía al cambio, hasta que vi que aún la mariposa más hermosa necesitaba pasar por una metamorfosis antes de volar.
Hagamos que nuestras vidas cada día tengan mas vida y si nos sentimos desfallecer no olvidemos que al final siempre hay algo más.
Hay que vivir ligero porque el tiempo de morir está fijado.

Ernest Hemingway


Inauguramos un nuevo año.Gracias por estar aquí.

Sunday, December 02, 2012


MOSCA EN LA PARED



Despierto. Es de día. El sol golpea la ventana que está en la cabecera de mi cama. Trato de ubicarme…martes…viernes…no, hoy es sábado. Ayer fue un día terrible, con el transito enloquecido, los colectivos repletos, con la sensación de que todo se terminaría. Estoy dormido…¿Es verdad que Lillian Ross se murió?...lo soñé. La última vez que supe de ella fue cuando leí su nota en The New Yorker sobre Jerome David Salinger. Claro… está viejita, es de 1926…sí del 8 de junio…me acuerdo porque es una fecha con pregnancia en mi vida. Me levanto. Cuando me pasan estas cosas jodidas me descontrolo. Voy a mi archivo que es un despelote. Busco…sigo…sigo. Aparece algo: “en algún momento, un crítico utilizó la frase ¨mosca en la pared¨  para describir mi técnica periodística. A menudo, cuando escribo mis historias, siento un poco como la creación de un cuento, pero es más difícil, porque estoy trabajando con hechos. No creo que un periodista tenga el derecho de decir lo que su sujeto está pensando o sintiendo. Por otra parte, los pensamientos, opiniones y sentimientos, entre el entrevistado y un periodista, deben demostrarse en la presentación de presupuestos y acciones. Mientras escribo, siempre estoy tratando de construir escenas en pequeñas películas de la historia. Si estoy escribiendo una pieza corta para "The Talk of the Town" (unas 1.000 palabras) o larga (4.000 a 8.000 palabras), siempre pienso en lo visual, como una película, que cuenta una historia con principio, un medio y un fin.”



“Yo elijo escribir sólo sobre las personas, situaciones y eventos que me atraen. Todos los editores con los que he trabajado creen, como yo, que la única razón para escribir una historia - sobre todo una historia sobre una persona - debe arrojar algo de luz sobre esa persona. Fama o sensacionalismo por sí sola nunca son atractivas, de hecho, están amortiguando.”

“Si otra persona me permite escribir sobre él, se abre su vida a mí, y yo tengo una responsabilidad con él. Incluso si esa persona es imprudente acerca de sí mismo, o que invada su privacidad, uso mi propio juicio para decidir qué escribir. El hecho de que alguien "dijo que" no hay razón para que lo use. Mi obligación  sobre las personas sobre las que escribo no termina una vez que mi obra está impresa. Cualquier persona que confía en mí lo suficiente como para hablar de sí mismo me está dando una forma de amistad. No le estoy haciendo un "favor" por escrito acerca de él, aunque él valora la publicidad. Un amigo no debe ser usado y abandonado. Una amistad fundada en escribir sobre alguien a menudo continúa creciendo después de que  un escrito se publica. El sentido común dicta que el escritor no tiene ningún motivo egoísta o autoengrandecimiento para la selección de la materia.”

Recurro a los libros….!aquí está!...Retrato de Hemingway. Página 75… “A Hemingway le gustaba elaborar listas, y cuando hacía listas de la gente a quien quería, solía empezar con los nombres de sus hijos: John (alias Bumby), Patrick (alias Ratoncito) y Gregory (alias Gigi). A continuación solía añadir afectuosamente a todas sus esposas: Handley, Pauline, Martha y Mary (de Pauline decía que era una buena mujer después de que ésta los visitaba a él y a Mary en Finca Vigía). Cuando John llegó a capitán de infantería en Alemania, Hemingway me dijo, lleno de orgullo: < Es un buen chico, y lo quiero muchísimo y él me quiere a mi. Como nunca me he acostado en el diván de un psiquiatra no sé si esto es mala cosa>.

En ocasiones charlábamos sobre nuestras vidas, le hablé de mi relación sentimental con William Shawn, el director de The New Yorker, que comenzó poco después de que se publicase el perfil, y continuó en 1951, tras mi regreso después de dieciocho meses de estancia en Hollywood, adonde había ido para ver si conseguía deshacer el embrollo en que se había convertido mi vida. Los Hemingway se mostraron muy comprensivos con mis esfuerzos de romper esos lazos, es decir terminar con la historia de amor que he descrito en mi libro publicado en 1998 con el título Here But Not Here. Los Hemingway captaron mi situación y ambos me ofrecieron su ayuda con mucho tacto. Mary me escribió una carta encantadora, con algunas máximas prácticas que su marido vetó diplomáticamente. Ocurrió, como es natural, que mi romance era ineludible, y duró cuarenta felices años, hasta la muerte de William Shawn, en 1992.


Le conté a Hemingway que mi padre era socialista, que votaba a Eugene Víctor Debs. Me contestó que Debs era el único candidato a quien él había votado. Me escribía también sobre diversos incidentes que le ocurrían: un día de mala mar se cayó en su barco, en Cuba, en una excursión por mar de tres días; se subió al puente de mando, resbaló, cayó y se hizo una brecha en la cabeza “que sólo necesitó tres puntos”. Me tenía al corriente de los más ligeros cambios que se producían en la rutina diaria de mary. “Mary se ha dejado el pelo corto-me contaba-, lo llevaba largo cuando todo el mundo lo prefería corto. Pero amí me gusta mucho de las dos maneras”. Me informó con gran alegría de que ya había pagado todos los impuestos de 1951 y 1951. A mediados de los años cincuenta. Hemingway me dijo que “ estaba empezando a gustarle mucho ir a África”.”Sin duda, será estupendo hablar suahili y pasar noches frías y levantarse antes del alba y ver la Cruz del Sur de camino a las letrinas, y dormir de un tirón después de ir de paseo por las colinas”, decía. Cuando su avioneta se estrelló sobre el Congo Belga, los dos me escribieron para decirme que estaban muy contentos de seguir vivos, aunque tenían una colección de dolores y molestias todavía por catalogar.

Hemingway, me dijo Mary, fue el que sufrió las sacudidas más fuertes, en el hígado y en los riñones.

Además de ser maravillosamente eléctricas, sus cartas estaban repletas de datos. Hemingway me contaba cosas. Por ejemplo, a mí esquiar me parecía difícil, y la cantidad de esquiadores que se rompen la pierna me daban mucho miedo. “Nadie tiene ya – me dijo Hemingway-, ahora sólo se esquía usando los remontes mecánicos…la gente no conoce las montañas.”.

No creía necesario ocultar sus románticas ideas sobre la vida militar. Me decía, por ejemplo: “A veces me gustaría ir a la guerra (pero a la guerra de verdad, la guerra de tiros) con Buck Lanham y Chik Dorman-Smith”. Lanham, su mejor amigo, era jefe del Vigésimo Segundo regimiento de Infantería. “Te lo pasarían bien. Parece que es un pecado terrible eso de que uno se lo pase bien en las guerras. Pero los tres lo cometemos, somos gente poco seria cuando llega la hora de la verdad”.


Nunca he ido de safari por África, o de pesca, o de caza, o a pegar tiros, o de campamento, ni, mucho menos, a la guerra. Ninguna de esas cosas me interesa. Pero me encantaba que Hemingway me hablase de todo, porque siempre lo explicaba con originalidad, con gracia, con energía y con sentido del humor. En el transcurso de una jornada de pesca, me escribió diciéndome que había pescado cinco peces vela, cinco atunes, cinco martinas, alrededor de una docena de barracudas, un mero muy grande y un gran delfín hembra, “la especie que cambia de color oro a color plata al morir”. Le gustaba explicarme las costumbres de las marsopas y las ballenas. “La marsopa -decía- es tu mejor amigo en el mar, sigue a tu lado jugando en el mar durante millas y millas, y da vueltas en torno a tu barco y echa vapor de noche como las ballenas, pero sin el terrible hedor de las ballenas”. El cachalote, me explicó, cuando ha estado comiendo calamares, es el que más halitosis tiene. Algunas de sus explicaciones sobre pesca me impresionaron tanto que me pasé meses enteros sin comer mariscos.

A veces me contaba lo que pensaba de la Finca. Al regresar a ella de algún viaje, la encontraba mejor de lo que la recordaba. Era maravilloso, decía “tener tanto espacio en el que trabajar, y muchas papeleras grandes”.nadie me ha dicho nunca cosas así.

De vez en cuando recibía carta de Mary: “Júpiter arde en el cielo oriental según se mira de nuestro porche, y, a pesar de que todas las ventanas están abiertas, la casa se ha vuelto hogareña a fuerza del olor a pan recién hecho que acabo de sacar del horno; Papa está escribiendo una carta en la biblioteca, y los perros van y vienen entre nosotros, sabiendo muy bien que ha llegado nuestra hora de cenar; la botella de champán, tal vez de tamaño gigante, nos espera sin descorchar a que llegue la ocasión que merezca la pena, y me he pasado la tarde pensando qué lástima que no estés aquí con nosotros…”.



Cierro el libro. Voy a la cocina. Miro el reloj, pasaron 30 minutos. La ciudad no despierta. Yo sigo con sueño…¿Lillian, estás ahí?

Gracias por compartir conmigo este espacio. Los amigos hemingwayanos cada día son más. Ustedes hacen posible que el interés no decaiga.
Les deseo Felices Fiestas y que el 2013 nos encuentre llenos de vida.

Wednesday, October 24, 2012

LA ÚLTIMA SEMANA EN LA HABANA





Uno que lleva varios años persiguiendo enfermizamente todo lo referente a Ernest, permanentemente se encuentra con novedades. La vida de Hemingway permite ficcionar cualquier historia y de hecho muchas de estas narraciones son excelentes. Los textos de Leonardo Padura, de Enrique Vila-Matas, la buena pluma de Paula Mc Lain, Gioia Filiberto, Scout Donaldson, Lisa Ann Twomey, Joe Haldeman, Irma del Águila, John Hemingway, Allie Baker, Juan Villoro; en fin, sólo algunos ejemplos de los innumerables escritores que aportaron datos, referencias, anécdotas y comentarios que multiplicaron el interés por el autor norteamericano. Ahora, una pareja de canadienses ha publicado – 6 de junio de 2012- una novela sobre los últimos días de Ernest en la isla. Otra vez Cuba y Finca Vigía son el escenario de esta obra cuyos autores tratan de hacernos vivir un recorrido de aventureros.



Wayne y Eleanor se conocieron en el Colegio Victoria de la Universidad de Toronto, en la década del 70, cuando él cursaba una maestría en teología, y ella, una licenciatura en inglés. Wayne, a quien su esposa describe como un verdadero “almacén de conocimientos” sobre Ernest Hemingway, fue la garantía de que la obra de ficción se ajustara lo más posible a la realidad histórica, mientras que Eleanor le aportó a la trama su fértil imaginación.





Ellos compartieron una oficina de estudios de posgrado en la Universidad de Manitota y el trabajo como maestros de inglés en Ridley Collage, antes que ella se dedicara a enseñar inglés en Grey Gables. Por un tiempo vivieron en el campus del Ridley y allí comenzó a gestarse la idea del libro.



Wayne Fraser y Eleanor Johnston se enamoraron de Hemingway por separado mientras cursaban el preuniversitario, a través del libro de memorias del narrador canadiense Morley Callaghan sobre el verano de 1929 en París, That Summer in Paris. Ese año fabuloso convivieron en la ribera izquierda del Sena, luminarias de la literatura en lengua inglesa como Francis Scott Fitzgerald, James Joyce y el propio Hemingway.



Hemingway’s Island, o La isla de Hemingway es narrada por dos de sus personajes: Mary Welsh, la última de las cuatro esposas del autor de El viejo y el mar, pone por escrito cada día de su última semana con el escritor en Finca Vigía -el hogar de Hemingway cerca del suburbio habanero de San Francisco de Paula- con la intención de enviar el texto a la revista Life. Nos preguntamos si realmente este diario existió. Analizo si en esta travesura de los autores no hay un hilo de veracidad. Mary estaba cansada, presionada, aturdida, vituperada. Ernest sumamente golpeado con la noticia de que debía dejar la isla. Algo olía a podrido. Los norteamericanos indignados. Los caribeños embravecidos ¿Casualidad que Mary preparara un informe para Life? ¿Life no estaría jugando a dos puntas? Silencio…¿silencio?.





Medio siglo después, Alf O’Malley, un joven graduado universitario canadiense, desembarca con su novia embarazada en La Habana, a mitad del 2010 y atraviesa aventuras y desventuras en la búsqueda del supuesto manuscrito escrito de Mary. Aquí la historia se desmerece. En lo personal creo que hubiera sido necesario agregar documentación. Alf queda desdibujado, tendría que haber luchado un poco más por conseguir el material. En este aspecto los autores se quedaron dormidos. Después de la partida de Ernest de LaHabana, hay centenares de anécdotas que sumarían adrenalina a las páginas del libro.



En lo que respecta a los autores, que son pareja en la vida real, construyeron una hermosa familia formada por tres hijos y cinco nietos. Compartieron sus cátedras en la Universidad de Ridley y actualmente administran un sitio web www.wayneandeleanor.com Wayne, según lo describe Eleanor es un “deposito de conocimientos” sobre Hemingway. No cabe duda por lo que uno lee. Por su parte, Eleanor aportó la mirada femenina y la fértil imaginación ante las pesadillas que invadían a un Hemingway deteriorado. Queda en claro que la documentación trajo una cuota significativa de realidad y el lector no sabe cual es la diferencia entre verdad o ficción. Como Eleanor escribe en su blog: Mi estilo de escritura es complicado y específico, enredado y confuso, pero directo. Me dejo llevar por el impulso y a veces pierdo el hilo de lo que está pasando, eso me sirve para desenredar las nudos de la historia.



La escritura, como todo lo que hacemos juntos, es una peregrinación, una búsqueda, una forma de expresar el significado ¿Cómo uno sabe cual es tu alma gemela? Acaso Hemingway lo sabía, acaso Mary era su mujer ideal, su soñada esposa, acaso Mary Welsh era esa señora que acompañaba a Hemingway, su enfermera, su terapeuta, su doméstica.




El libro en versión castellana se conocerá el próximo año. Mientras tanto seguiremos buscando ese diario, del que no estoy tan seguro exista.

















Wednesday, October 10, 2012

HEMINGWAY, FONTANARROSA Y EL LIBRO DE PATERNINA







Estoy convencido que el negro Fontanarrosa se quedó con el libro para léelo sin apuro. De otra forma no le encuentro explicación. A ver si ustedes coinciden conmigo. El sábado viajé a Rosario para encontrarme con un amigo quien presentaba su libro de cuentos. Toda la ciudad estaba invadida por aficionados al rugby. Como viejo jugador, yo también me sentía parte de esa gente que se había puesto la camiseta de la selección argentina para alentar a Los Pumas. Otro hecho deportivo se sumaba y me inquietaba. El domingo jugaba Vélez contra Nells y mi corazoncito estaba intranquilo. El tiempo era de terror: llovía, después llovía y finalmente…llovía. Cerca de las 11 nos juntamos en el café Flora y desayunamos mirando el río. El Paraná esperaba alguna señal nuestra. No hubo señal, nos entretuvimos hablando sobre lo cambiada que está Rosario y criticando a un grupo de mujeres que charlaban a los gritos. Finalmente llegó la hora de la verdad, mi amigo sacó el libro de un sobre verde y me dijo: “ya te lo dedico”. Yo quise hacer lo mismo con el mío, pero con el apuro me lo había olvidado en el hotel. Ante esta distracción, me disculpé: “a la noche te lo muestro”. Hasta aquí todo bien (o mal). Nos separamos a las dos y me fui a descansar al hotel. Desperté y seguía lloviendo. Bajé hasta la cafetería y pedí un té. En la pantalla del plasma un relator deportivo que no conozco hablaba sobre el encuentro de Los Pumas mientras mostraban escenas de los partidos anteriores. Aproveché y llamé a otro amigo, sentenció que esta noche, después de la presentación del libro, nos vamos a “copetear a El Cairo”.
Volver al café El Cairo es muy fuerte y tratar de buscar en una mesa al negro Fontanarrosa, doloroso.Regreso, la lluvia continúa, Hemingway y Fontanarrosa no están. Me lamento y pienso: se fue y yo tenía tantas cosas que preguntarle, ¿qué mierda estás haciendo?, “mira Negro, este libro es muy bueno, son los relatos finalistas del concurso ‘Tinta, sangre y vino’ que organizó las Bodegas Paternina con motivo de cumplirse el 55 aniversario de la visita de Hemingway a la bodega.




Como expresó Elvio Gandolfo: “Ahora se hizo realidad literal lo que puse una vez en una contratapa: cuando escribía, Fontanarrosa se instalaba en una Mesa de Galanes intemporal donde charlan Roberto Arlt, Hemingway, Mark Twain o Chejov. Ese cuarteto se debe estar divirtiendo mucho en este momento”. Suena el celular y es otro amigo escritor que me insulta porque llegué a Rosario y no fui capaz de llamarlo. Me disculpo y le digo que a la noche nos juntamos en El Cairo así charlamos de todo un poco. Ya voy calentando los motores. A las 20, la repetida mesa donde se ubica el autor y los dos analistas que elogian las virtudes del escritor, y en el pasillo, los libros elegantemente dispuestos, para que uno extraiga del bolsillo del pantalón los 80 pesos que vale la obra, no sin antes decir: “hay que apoyar al amigo”.




Rituales que siempre se repiten mientras uno le pregunta al que juega de local, quien es esa rubia despechugada que regala una sonrisa a todos los viejetes que se relamen pensando en terminar la noche a lo Sabina. Vuelvo a la habitación, preparo la ropa y marcho al baño para ducharme. El sobre con el libro lo dejo sobre la cama para no olvidármelo. Bajo al lobby y espero que me pasen a buscar. Observo la pantalla del televisor y ahora ya se ve al público en el estadio de Rosario Central. Me avisan que está un auto en la puerta esperando. Con el sobre en la mano salgo y saludo ¿Todo bien?, Sí, todo bien, respondo. La sala es chica y está repleta, saludo y me ubican en un asiento reservado de la tercera fila. A mi lado una señora perfumada en exceso me pregunta si soy escritor. Cometo el error de decirle que sí. “Yo soy poeta, acaban de premiarme en Victoria”.Le sonrío ¿Usted es poeta? No señora, soy investigador…Ah, otra especialidad…Comienza el acto y ya quiero irme. Trato de no incomodarme pero siempre me pasa lo mismo. Por fin las palabras de agradecimiento de mi amigo y los aplausos. Me cruzo con mi otro cofrade y me recuerda: “Nos vamos para El Cairo”.
Afuera llueve. Llegamos al café y siento que algo me va a suceder. No puedo explicarlo, ese lugar me despierta admiración y melancolía. Ocupamos la mesa al lado de la ventana, la lluvia es más intensa. Ordeno un mojito y la mesera se excusa porque no hay menta. Pido una Cuba Libre. Ahora llueve torrencialmente. Mi amigo todavía está con el sonido alegre de la presentación. Mi otro amigo me pregunta si viajo nuevamente a Europa por el viejo borracho. Le respondo que estoy tratando de organizarme porque tengo una invitación de Cuba y otra de Italia. Del bolsillo de su campera saca un libro que quiere regalarme. “Mirá, es una edición de autor, acá las editoriales no te dan bola y menos si es poesía. Lo presenté en el Colegio de Escribanos. No vendí nada”. A nuestra mesa se acerca una señora que se presenta como relacionista. Mi amigo le dice que yo soy “el tipo de quien te hablé”. ¡¡¡Qué placer conocerlo…usted es el sabe de Hemingway!!! Se sienta. Me parece que quiere noche. Llueve…llueve y llueve. Me disculpo y voy al baño. Me encuentro con la escultura de Fontanarrosa y quedo electrizado.




Lo miro y parece decirme: “…Y el libro de Paternina!!!”. Vuelvo. Apuro un trago de la Cuba Libre y muestro el libro. Mi amigo me lo arrebata y busca mi relato. “La leyenda del vino… qué buen título…un grande mi amigo”. A la relacionista le estallan los ojos y no sabe cómo hacer para arañarlo. Un trueno quiebra el hechizo. Una parejita se detiene frente a la ventana y se besa. La lluvia tapa a los autos. Me parece que de aquí no nos vamos hasta mañana. Retorna el libro a mis manos y lo guardo en el sobre. Mi amigo me dice que Los Pumas perdieron. Mi otro amigo que es de Nellws me desea lo mejor para mañana. La relacionista nos invita a todos a comer a la parrilla Güemes. Le digo que mañana estoy saliendo temprano para Buenos Aires. Insiste. Guardo silencio. A pesar de la lluvia salimos. El auto está estacionado a mitad de cuadra. El sobre con el libro lo preservo en el interior de mi campera. Apuramos el paso. Un indigente me pide una moneda. Le doy dos pesos. Subo al auto. En el trayecto mi amigo me obliga a que desayunemos antes de la partida. Acepto. El ómnibus parte de la terminal a las 11.30. Llegamos al hotel y me despido. Subo a mi habitación y abro el cierre de mi campera. Sorpresa, infarto, pánico, todo junto. El sobre con el libro no está. Sudor frío, bronca ¿Lo perdí en el trayecto del café El Cairo al automóvil? No, ésta fue una trampa del negro Fontanarrosa. Él quería leer todos los relatos del concurso “Tinta, sangre y vino” y yo fui tan maleducado que no se lo mostré.


Ustedes dirán si estoy equivocado. Para mí, el negro está masticando los relatos y Hemingway lo mira atentamente. Perdón Papa. Gracias Fontanarrosa.




Thursday, September 06, 2012

EL BORRACHO SEXAGENARIO, LA NAVE DEL OLVIDO Y EL VINO DE LOGROÑO.






Estaba todo listo para subir el último posteo de LA CALDERA DE PIGGOTT cuando las noticias se precipitaron.¡¡¡ Malditas novedades !!!. Como en las redacciones de los diarios, el editor debe cerrar el sumario priorizando la mejor información y, en rigor, no puedo dejar de lado mi condición de periodista. Ustedes podrán decirme que al tema de Piggott hay que darle un final, estoy de acuerdo, pero resulta que ese librito que todavía no sabemos si es una novela corta o un cuento largo llamado EL VIEJO Y EL MAR, acaba de transformarse en sexagenario.




Y a un sexagenario se lo respeta, se lo saluda con cortesía, se le brinda el asiento en el bus, se le cede el paso…en fin: se lo mima; y entonces este cronista que ya es sexagenario, les dice a las nuevas generaciones que ese texto es una obra maravilloso, que esa novela es nada más, ni nada menos, que el propio Hemingway y que sin demorarse… corran a comprarla y obséquiensela a sus  hijos, nietos, amigos, compañeros, enemigos y demás deudos.




El 1ro. de setiembre de 1952 la revista LIFE comete la locura de publicarla y de ahí en más, un aire fresco y renovado en la vida de ese borracho malhumorado. Pero aquí no termina la cosa, este es un dato de color, hay temas más importantes recita la vecina de mi barrio mientras me saluda sin saber quién soy.¡¡¡Claro que hay noticias más importantes!!!, me digo. Mi amigo Hernán Balderrama, el capitán de la Miss Texas, el escritor que dialoga con el mar en el Perú, me confesó que esa mítica embarcación que tiene amarradero en el puerto del Callao, vuelve a Cabo Blanco. Balderrama la había comprado hace ya muchos años porque sabía su historia.




La Miss Texas fue la nave que utilizó Ernest Hemingway cuando pasó 35 días en Cabo Blanco tratando de pescar el merlín gigante que lo consagrara como el gran pescador de todos los tiempos, y en esa caleta donde se filmó parte del film EL VIEJO Y EL MAR aquel Hemingway ya encabronado repartió insultos y frases envenenadas que hasta la propia Mary Welsh no pudo resistir.


Hace un año atrás, este loco escribiente y un grupo de aventureros de igual calaña, decidimos subirnos a la nave y Hernán Balderrama, con paciencia franciscana, nos contó toda la hazaña marítima. Pero resulta que ahora la Miss Texas se vuelve a Cabo Blanco y regresa para ser nuevamente la princesa deseada, la doncella maquillada que alborotará a cientos de turistas que escucharon hablar de ese escritor norteamericano de barba blanca. La Miss Texas -que también es sexagenaria- fue vendida a el grupo peruano Inkaterra, quien prevé iniciar el próximo año la construcción de su hotel en Cabo Blanco, en la provincia de Talara (Piura).

José Koechlín, el presidente del grupo, advierte además que tiene organizado la ruta del merlín y para ello rescató la Miss Texas, para que los pescadores y turistas vuelvan a repetir las hazañas de Hemingway. 

Y cuando estoy tratando mostrarme sereno, porque todo esto me descontrola, me avisan desde Logroño que el libro con los 12 relatos finalistas del concurso Tinta, sangre y vino organizado por las Bodegas Paternina, ya está listo.


Entonces salto de emoción, me levanto abruptamente de la silla, me choco con el escritorio y hago volar la taza de café colombiano todavía caliente. Reniego de mi torpeza y es peor, no advierto que las hojas de mi novela ya están empapadas, totalmente amarronadas, listas para el cubo de residuos.

Volvamos a empezar. Tres hechos que me obligan a pedir disculpas y decirles que Piggott no está tan lejos. Esperen, todo pasa.

Friday, August 10, 2012


PIGGOTT: LA CALDERA DE HEMINGWAY (tercera parte)



Toda vez que este cronista intenta entender la afectividad de Hemingway, se choca con  un intrincado laberinto. De hecho, desde hace algunos años, vengo trabajando en un ensayo sobre el erotismo, el amor y el sexo en Hemingway; doy vueltas, trato de focalizar el encuadre con distintas miradas, pero nunca puedo concluir. Tampoco creo que deba insistir demasiado con eso del desamor.  Digamos que cuatro esposas son suficientes para llenar una vida de felicidad… ¿felicidad?... Elizabeth Hadley, como dice un investigador amigo, fue su amor, el resto: una repetición. Esto suena despectivo, malintencionado, casi diría grosero, aunque decididamente uno no debe tomar partido en este terreno, pero la existencia de cierta documentación epistolar, siempre ayuda al esclarecimiento.

Estábamos desentrañando esa suerte de hervidero que aparecía uniendo las vidas de Ernest, Pauline y Hadley en un caldo espumoso. Vayamos a la lectura de dos cartas ciertamente clarificadoras.

“Queridísimo Tatie:

En ciertos aspectos ahora te quiero más que nunca, y aunque varias personas consideran lo que prometieron al casarse de modo distinto, yo entiendo que mis promesas son hasta la muerte. Debes saber que estoy dispuesta a ser tuya para siempre, pero como te has enamorado y quieres casarte con otra persona, considero que no tengo más elección que apartarme y dejar que lo hagas. Los cien días han terminado oficialmente. Fue una idea espantosa y ahora me avergüenzo de ella. Dile a Pauline lo que te parezca. Puedes ver a Bumby siempre que lo desees. En muy como tú, te quiere y echa de menos. Pero, por favor, sobre el divorcio limítate a escribir, no hables de él. Ya no puedo discutir contigo y soportarlo, y tampoco puedo verte, porque me hace demasiado daño. Siempre seremos amigos…amigos discretos, y te querré hasta que me muera, ya lo sabes.
Siempre tuya, la Gatita”.


Ernest le responde:

“Mi muy querida Hadley:

No sé cómo darte las gracias por tu valiente carta. He estado preocupado por ti y por todos nosotros a causa de este terrible punto muerto. Hemos alargado las cosas de modo doloroso, sin que ninguno de los dos supiera cómo avanzar sin producir más daño. Pero si el divorcio es el siguiente paso necesario, entonces confío en que, una vez que empecemos, empezaremos a sentirnos más fuertes y mejor y otra vez más como nosotros mismos.

Ernie”.

Pauline parece ausente de este intercambio. Las cenizas aún están al rojo vivo y queda una herida abierta. Por su parte, Piggott, la ciudad caliente  no deseada, seguía siendo un lugar de encuentro forzoso. Hemingway volvía a ella para escaparse de todo el mundo y como todavía no era muy conocido, le servía para pasar inadvertido. Esto sí le agradaba, porque podía salir con su cuñado Karl a cazar y pescar. También el cuentista aprovechaba ciertos momentos para llegar hasta el centro de la ciudad y juntarse con algunos bebedores que nada sabían sobre él.




No son pocos los que dicen que Ernest utilizó a la familia Pfeiffer para escalonar su futuro. En lo personal no estoy tan de acuerdo, me inclino a pensar que los millonarios actuaron como protectores de un joven con inquietudes progresistas y cargaron el mecenazgo sobre sus espaldas sin ninguna molestia. El 8 de octubre de 1929, una reunión familiar en Piggott, confirmaría esta idea. Allí se decide darle a Ernest todo el apoyo para que pudiera escribir sin pensar en su economía y el encargado de acompañarlo a todos lados no sería otro que el tío Gus Pfeiffer. Este protector se haría cargo de los dos primeros autos que manejó el escritor, la renta de su departamento en París, los 8 mil dólares iniciales para la compra de la casa en Key West y los 25 mil dólares del safari por África. Es un momento difícil en la economía estadounidense, aunque para estos tíos la cosa no resultaba tan dura. Un mes después, el 8 de noviembre, Ernest, Pauline, Virginia y el pequeño Patrick, pasean por París de la mano del tío Gus. Buena vida la del grupo. El 10 de noviembre Ernest y el tío Gus viajan a Berlín para medir el mercado editorial. Las malas lenguas aseguran que el tío Gus en estas vacaciones se reunió con banqueros tratando de olvidar ese 25 de octubre donde los jefes del Morgan Bank, del Chase National y  del National City Bank,  no sabían como sacar las papas del fuego para salvar el sistema bancario. No es casualidad que el 19 de febrero de 1930, Paul Pfeiffer inaugure el Piggott State Bank y comience en la familia un nuevo modelo de vida. En junio, Pauline está en Piggott, aburrida, pensando en mil cosas menos en el pequeño Patrick. Su deseo era viajar a Nueva York donde se encontraba Hemingway junto a Bumby. Lo llama por teléfono y Ernest se enoja. Decide entonces dejar a Patrick con su enfermera-cuidadora y marcha con Virginia a Nueva York. Esta  visita lo altera aún más a Hem. Pretendía estar sólo con Bumby. Pauline no lo entiende así, quiere tenerlo a su lado. Ernest vuelve a recriminarle sobre el abandono de Patrick. Pauline se justifica: le dice que “está en buenas manos”.

El 13 de julio Hemingway se encuentra en Wyoming junto a Bumby. Están felices en ese paisaje que disfrutaban a cada instante. Acuden a Montana e Idaho y descansan en Cheyenne. Le dice Ernest en una carta a su amigo Waldo Peirce: “este es un lugar maravilloso y aquí está la mejor pesca del mundo”.

En noviembre Hemingway sufre un accidente automovilístico cerca de Billings. Su amigo Archie MacLeish, enterado de la tragedia, se sube al primer avión que encuentra. Le confesará en el hospital: “Ha sido uno de los peores viajes de mi vida”.

Recuperado y en compañía de Pauline regresa a Piggott  el 21 de diciembre, allí recibe la Navidad y el Nuevo Año.

Nuevamente el tío Gus aparece comprometido con el destino de Hemingway. Ernest no está gusto en Piggott: “En esta ciudad de mierda solo puedes beber y jugar al póker”. El novelista quería aventura y lo convence al tío Gus para que vayan de pesca. El 3 de enero Hemingway pisa Key West, era la segunda visita que hacía después de aquella de 1928, cuando llegó con Pauline por consejo de John Dos Passos. 20 días más tarde lo hace el Tío Gus, Archie MacLeish y el pintor Strater Henry, para juntarse con el ferretero Charles Thompson y Eddie “Bra” Saunders, quien alquilaba barcos de pesca. Pasan la buena vida. Tal es el placer que le causa al tío Gus esta epopeya que 60 días después le entrega a Ernest los 8 mil dólares para que compre la vivienda que la familia utilizará desde 1931 hasta 1940. La casa es de estilo español, situada en el número 907 de la calle Whitehead, al otro lado del faro de Key West. Después de la separación de Ernest, Pauline continuará viviendo con Patrick y Gregory hasta 1951.





En mayo Hemingway se marcha a Europa, Pauline ya está embarazada de su segundo hijo y todo hace suponer que el niño viene complicado. Ernest llega a Madrid procedente de Vigo y quiere ver las corridas. En setiembre camina por Nueva York pero ya tiene señal de alerta con el embarazo de Pauline. La pareja decide que el nacimiento de su hijo sea en Kansas City, hacia allí marcha Ernest el 23 de setiembre. La madre con su complicado embarazo decide que Patrick se quede en Piggott y ella al cuidado de Virginia se encamina a Kansas City. El 12 de noviembre nace por cesárea Gregory Hancock, asistido por el doctor Guffey.

De regreso a Piggott, Pauline le presenta su hermano a Patrick. Ernest decide quedarse mientras se recupera su esposa. No puede con su genio: el día de Acción de Gracias sale a cazar codornices y se olvida de todo.

Ya entrado diciembre el nuevo destino es regresar a Cayo Hueso. Allí vivirán los mejores momentos de la pareja.

En mayo de 1932 Virginia Pfeiffer se compromete a renovar el antiguo granero de la casa de Piggott en un estudio que utilizará Ernest para escribir.

Los primeros días de agosto Ernest comienza su nuevo periplo europeo, llega a España y se vuelve a enredar con las corridas de toros.

Es en este momento que se  produce un hecho trascendente; vuelven a verse la cara Hadley y Pauline. Se tratan secamente, no es para menos; Pauline le entrega en París a Bumby, que había estado con ellos en Key West y Hadley ni se lo agradece.  Ernest no quiere jugar en este escenario, se escapa, se fuga, tiene una actitud culposa y en lo único que piensa es en el safari por el África oriental. Se reencuentra con Pauline y la conversación no es nada amena. Pauline le dice que en el futuro él se encargue de Bumby. Ernest la insulta y enojado decide verse con su amigo, el pintor Luis Quintanilla, para salir a cazar jabalíes en Extremadura.

Mientras tanto la idea del safari está latente. Ernest regresa a París y parece que la calma había retornado. Junto a Pauline visitan la librería de Sylvia Beach y esa misma noche cenan con James Joyce. 



Pauline regresa a Piggott y se haya con un panorama crítico. Los niños habían pasado por períodos de fiebre y la enfermera le dice que debería estar más cerca de ellos.

En noviembre Ernest se une a la familia y preparan el día de Acción de Gracias y la Navidad.

A mediados de diciembre el granjero-estudio de Ernest se incendia, allí estaban guardados manuscritos del escritor, libros, ropa y armas de fuego. Fue un accidente extraño, nunca quedó debidamente aclarado los motivos del siniestro. El lugar tenía amplios ventanales, las paredes pintadas de un blanco tizado, el piso de madera pulida, un cuarto de baño con ducha. El lugar de trabajo estaba acondicionado con estufa, una biblioteca inmensa, sillas y una mesa para compartir el juego. La sala irradiaba intimidad, era un lugar de paz y tranquilidad. Sobre el escritorio de Ernest la máquina de escribir lucía perfecta.

Hemingway, que odiaba esa ciudad, aumenta su enojo y su displacer. Piggott, ahora más que nunca, era para el norteamericano un lugar indeseado. Ernest ya había comenzado a tener vuelo propio y las peleas con Pauline se repetían. La familia que todo lo callaba trataba de mirar para otro lado y una vez más, el dinero, calmaba todos los ánimos.

A mediados de abril de 1933 Ernest se va a buscar los merlines en las aguas cubanas. Lo acompañan Karl y Gus Pfeiffer.






Durante el mes de junio Karl y su esposa inauguran una nueva casa en Piggot y Virginia inicia la remodelación del granero-estudio.

La noticia del reciclado a Hemingway no le emociona. Le dice a Pauline: “Si por mí fuera lo incendiaría nuevamente pero esta vez en forma definitiva”

Para agosto Ernest, Pauline, Bumby, Patrick y Virginia están en La Habana. Desde allí partirán Ernest y Pauline a Europa y Virginia, Patrick y Bumby a Nueva York. El pequeño Gregory sigue en Piggott al cuidado de Ada Stern.







La primera semana de noviembre de 1933 Ernest y Pauline llegan a Marsella para embarcarse en un crucero rumbo a Port Said. En ese viaje Hemingway sufre un ataque de disentería amebiana que lo destruye. No se amilana, cruzan el Mar Rojo y llegan a Mombasa para terminar en Nairobi, comenzaba así el safari africano que duraría 2 meses.

En Piggott los pequeños Patrick y Gregory estaban a salvo bajo el cuidado de Virginia y su enfermera.





Finalizada la experiencia regresaron a París. Esa semana  se encuentran con Marlene Dietrich y nuevamente se reúnen con James Joyce. Todo parecía una fiesta pero en verdad las cosas habían empezado a cambiar. En marzo de 1934 el norteamericano se marcha solo a Nueva York y su destino es Cayo Hueso. Pauline se vuelve a Piggott y no comenta nada, sencillamente espera que Ernest le envíe una señal. Dos días antes de la Navidad y sin previo aviso, Hemingway llega a Piggott con los regalos para la Navidad. En ese momento le comunica a Pauline que la revista Squire le acaba de adelantar 3.300 dólares como parte de pago de los 10 artículos que publicará. Con ese dinero se dará un gusto: comprará el yate que bautizará Pilar. Arriba del barco y a toda vela llegará a Bimini en busca del atún. Es aquí donde se luce como “lobo marino” y su autoestima crece sin medida. Mientras tanto, en Piggott, Pauline espera que suene el teléfono. A fines de abril, Pauline y Virginia preparan las maletas, la orden había llegado: ellas y los niños se alistan para una nueva aventura.





La revista Squire, que ya lo tiene a Hemingway como un baluarte, dirá sobre el novelista: Un escritor puede hacer de su vida algo bonito abrazando una causa política, trabajando por ella, haciendo profesión de creer en ella; y si esta causa triunfa, él estará en una posición excelente. Un hombre puede ser fascista o comunista, y si tiene aptitudes puede llegar a ser embajador, o puede ver sus libros impresos con una tirada de un millón de ejemplares con el apoyo del gobierno, o recibir recompensa de ese tipo con la que sueñan los jóvenes. Pero nada de esto le ayudará en su tarea de escritor, a no ser que él aporte algo nuevo al conocimiento humano mientras él escribe.