MOSCA EN LA PARED
Despierto. Es de día. El sol golpea la ventana que
está en la cabecera de mi cama. Trato de ubicarme…martes…viernes…no, hoy es
sábado. Ayer fue un día terrible, con el transito enloquecido, los colectivos
repletos, con la sensación de que todo se terminaría. Estoy dormido…¿Es verdad
que Lillian Ross se murió?...lo soñé. La última vez que supe de ella fue cuando
leí su nota en The New Yorker sobre Jerome David Salinger. Claro… está viejita, es de 1926…sí del 8 de junio…me
acuerdo porque es una fecha con pregnancia en mi vida. Me levanto. Cuando me
pasan estas cosas jodidas me descontrolo. Voy a mi archivo que es un despelote.
Busco…sigo…sigo. Aparece algo: “en algún momento, un crítico utilizó la frase
¨mosca en la pared¨ para describir mi técnica
periodística. A menudo,
cuando escribo mis historias, siento un poco como la creación de un cuento,
pero es más difícil, porque estoy trabajando con hechos. No creo que un
periodista tenga el derecho de decir lo que su sujeto está pensando o sintiendo.
Por otra parte, los pensamientos, opiniones y sentimientos, entre el
entrevistado y un periodista, deben demostrarse en la presentación de
presupuestos y acciones. Mientras escribo, siempre estoy tratando de construir
escenas en pequeñas películas de la historia. Si estoy escribiendo una pieza
corta para "The Talk of the Town" (unas 1.000 palabras) o larga (4.000 a 8.000 palabras),
siempre pienso en lo visual, como una película, que cuenta una historia con
principio, un medio y un fin.”
“Yo elijo escribir sólo sobre las personas, situaciones y eventos
que me atraen. Todos los editores con los que he trabajado creen, como yo, que
la única razón para escribir una historia - sobre todo una historia sobre una
persona - debe arrojar algo de luz sobre esa persona. Fama o sensacionalismo
por sí sola nunca son atractivas, de hecho, están amortiguando.”
“Si otra persona me permite escribir sobre él, se abre su vida a
mí, y yo tengo una responsabilidad con él. Incluso si esa persona es imprudente
acerca de sí mismo, o que invada su privacidad, uso mi propio juicio para
decidir qué escribir. El hecho de que alguien "dijo que" no hay razón
para que lo use. Mi obligación sobre las
personas sobre las que escribo no termina una vez que mi obra está impresa.
Cualquier persona que confía en mí lo suficiente como para hablar de sí mismo
me está dando una forma de amistad. No le estoy haciendo un "favor"
por escrito acerca de él, aunque él valora la publicidad. Un amigo no debe ser
usado y abandonado. Una amistad fundada en escribir sobre alguien a menudo
continúa creciendo después de que un
escrito se publica. El sentido común dicta que el escritor no tiene ningún
motivo egoísta o autoengrandecimiento para la selección de la materia.”
Recurro a los libros….!aquí está!...Retrato de Hemingway. Página 75… “A Hemingway le gustaba elaborar
listas, y cuando hacía listas de la gente a quien quería, solía empezar con los
nombres de sus hijos: John (alias Bumby),
Patrick (alias Ratoncito) y Gregory (alias
Gigi). A continuación solía añadir
afectuosamente a todas sus esposas: Handley, Pauline, Martha y Mary (de Pauline
decía que era una buena mujer después de que ésta los visitaba a él y a Mary en
Finca Vigía). Cuando John llegó a capitán de infantería en Alemania, Hemingway
me dijo, lleno de orgullo: < Es un buen chico, y lo quiero muchísimo y él me
quiere a mi. Como nunca me he acostado en el diván de un psiquiatra no sé si
esto es mala cosa>.
En ocasiones charlábamos sobre nuestras vidas, le hablé de mi
relación sentimental con William Shawn, el director de The New Yorker, que comenzó poco después de que se publicase el
perfil, y continuó en 1951, tras mi regreso después de dieciocho meses de
estancia en Hollywood, adonde había ido para ver si conseguía deshacer el
embrollo en que se había convertido mi vida. Los Hemingway se mostraron muy
comprensivos con mis esfuerzos de romper esos lazos, es decir terminar con la
historia de amor que he descrito en mi libro publicado en 1998 con el título Here But Not Here. Los Hemingway
captaron mi situación y ambos me ofrecieron su ayuda con mucho tacto. Mary me
escribió una carta encantadora, con algunas máximas prácticas que su marido
vetó diplomáticamente. Ocurrió, como es natural, que mi romance era ineludible,
y duró cuarenta felices años, hasta la muerte de William Shawn, en 1992.
Le conté a Hemingway que mi padre era socialista, que votaba a
Eugene Víctor Debs. Me contestó que Debs era el único candidato a quien él
había votado. Me escribía también sobre diversos incidentes que le ocurrían: un
día de mala mar se cayó en su barco, en Cuba, en una excursión por mar de tres
días; se subió al puente de mando, resbaló, cayó y se hizo una brecha en la
cabeza “que sólo necesitó tres puntos”. Me tenía al corriente de los más
ligeros cambios que se producían en la rutina diaria de mary. “Mary se ha
dejado el pelo corto-me contaba-, lo llevaba largo cuando todo el mundo lo
prefería corto. Pero amí me gusta mucho de las dos maneras”. Me informó con
gran alegría de que ya había pagado todos los impuestos de 1951 y 1951. A mediados de los
años cincuenta. Hemingway me dijo que “ estaba empezando a gustarle mucho ir a África”.”Sin
duda, será estupendo hablar suahili y pasar noches frías y levantarse antes del
alba y ver la Cruz del Sur de camino a las letrinas, y dormir de un tirón
después de ir de paseo por las colinas”, decía. Cuando su avioneta se estrelló
sobre el Congo Belga, los dos me escribieron para decirme que estaban muy
contentos de seguir vivos, aunque tenían una colección de dolores y molestias todavía
por catalogar.
Hemingway, me dijo Mary, fue el que sufrió las sacudidas más
fuertes, en el hígado y en los riñones.
Además de ser maravillosamente eléctricas, sus cartas estaban
repletas de datos. Hemingway me contaba cosas. Por ejemplo, a mí esquiar me
parecía difícil, y la cantidad de esquiadores que se rompen la pierna me daban
mucho miedo. “Nadie tiene ya – me dijo Hemingway-, ahora sólo se esquía usando
los remontes mecánicos…la gente no conoce las montañas.”.
No creía necesario ocultar sus románticas ideas sobre la vida
militar. Me decía, por ejemplo: “A veces me gustaría ir a la guerra (pero a la
guerra de verdad, la guerra de tiros) con Buck Lanham y Chik Dorman-Smith”.
Lanham, su mejor amigo, era jefe del Vigésimo Segundo regimiento de Infantería.
“Te lo pasarían bien. Parece que es un pecado terrible eso de que uno se lo
pase bien en las guerras. Pero los tres lo cometemos, somos gente poco seria
cuando llega la hora de la verdad”.
Nunca he ido de safari por África, o de pesca, o de caza, o a
pegar tiros, o de campamento, ni, mucho menos, a la guerra. Ninguna de esas
cosas me interesa. Pero me encantaba que Hemingway me hablase de todo, porque
siempre lo explicaba con originalidad, con gracia, con energía y con sentido
del humor. En el transcurso de una jornada de pesca, me escribió diciéndome que
había pescado cinco peces vela, cinco atunes, cinco martinas, alrededor de una
docena de barracudas, un mero muy grande y un gran delfín hembra, “la especie
que cambia de color oro a color plata al morir”. Le gustaba explicarme las
costumbres de las marsopas y las ballenas. “La marsopa -decía- es tu mejor
amigo en el mar, sigue a tu lado jugando en el mar durante millas y millas, y
da vueltas en torno a tu barco y echa vapor de noche como las ballenas, pero
sin el terrible hedor de las ballenas”. El cachalote, me explicó, cuando ha
estado comiendo calamares, es el que más halitosis tiene. Algunas de sus
explicaciones sobre pesca me impresionaron tanto que me pasé meses enteros sin
comer mariscos.
A veces me contaba lo que pensaba de la Finca. Al regresar a ella
de algún viaje, la encontraba mejor de lo que la recordaba. Era maravilloso,
decía “tener tanto espacio en el que trabajar, y muchas papeleras
grandes”.nadie me ha dicho nunca cosas así.
De vez en cuando recibía carta de Mary: “Júpiter arde en el cielo
oriental según se mira de nuestro porche, y, a pesar de que todas las ventanas
están abiertas, la casa se ha vuelto hogareña a fuerza del olor a pan recién
hecho que acabo de sacar del horno; Papa está escribiendo una carta en la
biblioteca, y los perros van y vienen entre nosotros, sabiendo muy bien que ha
llegado nuestra hora de cenar; la botella de champán, tal vez de tamaño
gigante, nos espera sin descorchar a que llegue la ocasión que merezca la pena,
y me he pasado la tarde pensando qué lástima que no estés aquí con nosotros…”.
Cierro el libro. Voy a la cocina. Miro el reloj, pasaron 30
minutos. La ciudad no despierta. Yo sigo con sueño…¿Lillian, estás ahí?
Gracias por compartir conmigo este espacio. Los amigos hemingwayanos cada día son más. Ustedes hacen posible que el interés no decaiga.
Les deseo Felices Fiestas y que el 2013 nos encuentre llenos de vida.
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