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Sunday, December 02, 2012


MOSCA EN LA PARED



Despierto. Es de día. El sol golpea la ventana que está en la cabecera de mi cama. Trato de ubicarme…martes…viernes…no, hoy es sábado. Ayer fue un día terrible, con el transito enloquecido, los colectivos repletos, con la sensación de que todo se terminaría. Estoy dormido…¿Es verdad que Lillian Ross se murió?...lo soñé. La última vez que supe de ella fue cuando leí su nota en The New Yorker sobre Jerome David Salinger. Claro… está viejita, es de 1926…sí del 8 de junio…me acuerdo porque es una fecha con pregnancia en mi vida. Me levanto. Cuando me pasan estas cosas jodidas me descontrolo. Voy a mi archivo que es un despelote. Busco…sigo…sigo. Aparece algo: “en algún momento, un crítico utilizó la frase ¨mosca en la pared¨  para describir mi técnica periodística. A menudo, cuando escribo mis historias, siento un poco como la creación de un cuento, pero es más difícil, porque estoy trabajando con hechos. No creo que un periodista tenga el derecho de decir lo que su sujeto está pensando o sintiendo. Por otra parte, los pensamientos, opiniones y sentimientos, entre el entrevistado y un periodista, deben demostrarse en la presentación de presupuestos y acciones. Mientras escribo, siempre estoy tratando de construir escenas en pequeñas películas de la historia. Si estoy escribiendo una pieza corta para "The Talk of the Town" (unas 1.000 palabras) o larga (4.000 a 8.000 palabras), siempre pienso en lo visual, como una película, que cuenta una historia con principio, un medio y un fin.”



“Yo elijo escribir sólo sobre las personas, situaciones y eventos que me atraen. Todos los editores con los que he trabajado creen, como yo, que la única razón para escribir una historia - sobre todo una historia sobre una persona - debe arrojar algo de luz sobre esa persona. Fama o sensacionalismo por sí sola nunca son atractivas, de hecho, están amortiguando.”

“Si otra persona me permite escribir sobre él, se abre su vida a mí, y yo tengo una responsabilidad con él. Incluso si esa persona es imprudente acerca de sí mismo, o que invada su privacidad, uso mi propio juicio para decidir qué escribir. El hecho de que alguien "dijo que" no hay razón para que lo use. Mi obligación  sobre las personas sobre las que escribo no termina una vez que mi obra está impresa. Cualquier persona que confía en mí lo suficiente como para hablar de sí mismo me está dando una forma de amistad. No le estoy haciendo un "favor" por escrito acerca de él, aunque él valora la publicidad. Un amigo no debe ser usado y abandonado. Una amistad fundada en escribir sobre alguien a menudo continúa creciendo después de que  un escrito se publica. El sentido común dicta que el escritor no tiene ningún motivo egoísta o autoengrandecimiento para la selección de la materia.”

Recurro a los libros….!aquí está!...Retrato de Hemingway. Página 75… “A Hemingway le gustaba elaborar listas, y cuando hacía listas de la gente a quien quería, solía empezar con los nombres de sus hijos: John (alias Bumby), Patrick (alias Ratoncito) y Gregory (alias Gigi). A continuación solía añadir afectuosamente a todas sus esposas: Handley, Pauline, Martha y Mary (de Pauline decía que era una buena mujer después de que ésta los visitaba a él y a Mary en Finca Vigía). Cuando John llegó a capitán de infantería en Alemania, Hemingway me dijo, lleno de orgullo: < Es un buen chico, y lo quiero muchísimo y él me quiere a mi. Como nunca me he acostado en el diván de un psiquiatra no sé si esto es mala cosa>.

En ocasiones charlábamos sobre nuestras vidas, le hablé de mi relación sentimental con William Shawn, el director de The New Yorker, que comenzó poco después de que se publicase el perfil, y continuó en 1951, tras mi regreso después de dieciocho meses de estancia en Hollywood, adonde había ido para ver si conseguía deshacer el embrollo en que se había convertido mi vida. Los Hemingway se mostraron muy comprensivos con mis esfuerzos de romper esos lazos, es decir terminar con la historia de amor que he descrito en mi libro publicado en 1998 con el título Here But Not Here. Los Hemingway captaron mi situación y ambos me ofrecieron su ayuda con mucho tacto. Mary me escribió una carta encantadora, con algunas máximas prácticas que su marido vetó diplomáticamente. Ocurrió, como es natural, que mi romance era ineludible, y duró cuarenta felices años, hasta la muerte de William Shawn, en 1992.


Le conté a Hemingway que mi padre era socialista, que votaba a Eugene Víctor Debs. Me contestó que Debs era el único candidato a quien él había votado. Me escribía también sobre diversos incidentes que le ocurrían: un día de mala mar se cayó en su barco, en Cuba, en una excursión por mar de tres días; se subió al puente de mando, resbaló, cayó y se hizo una brecha en la cabeza “que sólo necesitó tres puntos”. Me tenía al corriente de los más ligeros cambios que se producían en la rutina diaria de mary. “Mary se ha dejado el pelo corto-me contaba-, lo llevaba largo cuando todo el mundo lo prefería corto. Pero amí me gusta mucho de las dos maneras”. Me informó con gran alegría de que ya había pagado todos los impuestos de 1951 y 1951. A mediados de los años cincuenta. Hemingway me dijo que “ estaba empezando a gustarle mucho ir a África”.”Sin duda, será estupendo hablar suahili y pasar noches frías y levantarse antes del alba y ver la Cruz del Sur de camino a las letrinas, y dormir de un tirón después de ir de paseo por las colinas”, decía. Cuando su avioneta se estrelló sobre el Congo Belga, los dos me escribieron para decirme que estaban muy contentos de seguir vivos, aunque tenían una colección de dolores y molestias todavía por catalogar.

Hemingway, me dijo Mary, fue el que sufrió las sacudidas más fuertes, en el hígado y en los riñones.

Además de ser maravillosamente eléctricas, sus cartas estaban repletas de datos. Hemingway me contaba cosas. Por ejemplo, a mí esquiar me parecía difícil, y la cantidad de esquiadores que se rompen la pierna me daban mucho miedo. “Nadie tiene ya – me dijo Hemingway-, ahora sólo se esquía usando los remontes mecánicos…la gente no conoce las montañas.”.

No creía necesario ocultar sus románticas ideas sobre la vida militar. Me decía, por ejemplo: “A veces me gustaría ir a la guerra (pero a la guerra de verdad, la guerra de tiros) con Buck Lanham y Chik Dorman-Smith”. Lanham, su mejor amigo, era jefe del Vigésimo Segundo regimiento de Infantería. “Te lo pasarían bien. Parece que es un pecado terrible eso de que uno se lo pase bien en las guerras. Pero los tres lo cometemos, somos gente poco seria cuando llega la hora de la verdad”.


Nunca he ido de safari por África, o de pesca, o de caza, o a pegar tiros, o de campamento, ni, mucho menos, a la guerra. Ninguna de esas cosas me interesa. Pero me encantaba que Hemingway me hablase de todo, porque siempre lo explicaba con originalidad, con gracia, con energía y con sentido del humor. En el transcurso de una jornada de pesca, me escribió diciéndome que había pescado cinco peces vela, cinco atunes, cinco martinas, alrededor de una docena de barracudas, un mero muy grande y un gran delfín hembra, “la especie que cambia de color oro a color plata al morir”. Le gustaba explicarme las costumbres de las marsopas y las ballenas. “La marsopa -decía- es tu mejor amigo en el mar, sigue a tu lado jugando en el mar durante millas y millas, y da vueltas en torno a tu barco y echa vapor de noche como las ballenas, pero sin el terrible hedor de las ballenas”. El cachalote, me explicó, cuando ha estado comiendo calamares, es el que más halitosis tiene. Algunas de sus explicaciones sobre pesca me impresionaron tanto que me pasé meses enteros sin comer mariscos.

A veces me contaba lo que pensaba de la Finca. Al regresar a ella de algún viaje, la encontraba mejor de lo que la recordaba. Era maravilloso, decía “tener tanto espacio en el que trabajar, y muchas papeleras grandes”.nadie me ha dicho nunca cosas así.

De vez en cuando recibía carta de Mary: “Júpiter arde en el cielo oriental según se mira de nuestro porche, y, a pesar de que todas las ventanas están abiertas, la casa se ha vuelto hogareña a fuerza del olor a pan recién hecho que acabo de sacar del horno; Papa está escribiendo una carta en la biblioteca, y los perros van y vienen entre nosotros, sabiendo muy bien que ha llegado nuestra hora de cenar; la botella de champán, tal vez de tamaño gigante, nos espera sin descorchar a que llegue la ocasión que merezca la pena, y me he pasado la tarde pensando qué lástima que no estés aquí con nosotros…”.



Cierro el libro. Voy a la cocina. Miro el reloj, pasaron 30 minutos. La ciudad no despierta. Yo sigo con sueño…¿Lillian, estás ahí?

Gracias por compartir conmigo este espacio. Los amigos hemingwayanos cada día son más. Ustedes hacen posible que el interés no decaiga.
Les deseo Felices Fiestas y que el 2013 nos encuentre llenos de vida.

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