Thursday, December 18, 2014

LOS AMORES SIN AMORES



  Las señoras de Hemingway de Naomi Word es un texto que en lo personal no me agrega nada. No digo esto con jactancia, simplemente para los que conocemos la vida de Ernest, ésta es una historia repetida. Claro que para los editores y Jon Day del The Telegraph esta obra es “meticulosa, imaginativa y cargada de emoción”, y remarcan: “Las señoras de Hemingway es más auténtica que la mayoría de las biografías”.
  Como vemos para vender a Hemingway siempre el ingenio está a prueba. Sabemos de los amores volcánicos de Ernest, conocemos su fama de seductor enfermizo, podemos acordar que fue un amante desenfrenado, pero lo difícil de diagnosticar siempre será la vida íntima con sus mujeres más cercanas. Sus relaciones con las mujeres fueron difíciles. A algunas sacó de quicio y otras a él le hicieron exactamente lo mismo. Fue Ernest Hemingway un hombre complicado que esperaba del otro sexo mucho más de lo que recibía, quizá porque mientras deseaba un matrimonio feliz y ordenado, se soñaba envuelto en un harén.
  



  Hemingway, así, fue un amante y esposo de tiempo completo y tuvo, sucesivamente, cuatro esposas. Dividida la obra de Naomi Wood en cuatro partes, que se corresponden con los años de juventud del escritor norteamericano y con su lento declinar hacia una depresión devastadora, en Las señoras Hemingway la autora compone una novela polifónica y de tono coral donde la voz de estas esposas recrean, de manera emotiva y vivaz, escenas de la a veces difícil vida conyugal  que disfrutaron junto al escritor.
   Así era el paraíso según Hemingway, un hombre que no quería renunciar ni a la comodidad del hogar ni a la diversión de una aventura. Por eso se casó cuatro veces y se vio envuelto en varios triángulos amorosos donde la pasión tarde o temprano dejaba paso al dolor. Primero vino la dulce Hadley Richardson (1921-1927), de quien se divorció en el París bohemio de los años veinte. Luego Pauline Pfeiffer (1927-1940), más tarde se abrió paso a la intrépida periodista de guerra Martha Gellhorn (1940-1945) y finalmente Mary Welsh (1940-1961), la reportera que acompañó a Hemingway durante sus últimos años. Trenzando estas cuatro voces tan próximas al gran escritor, Naomi Wood retrata a un hombre que sabía seducir con las palabras pero era reacio a pactar con la realidad de un amor de muchos días.



    Hace ya unos años se publicó un libro titulado La buena vida según Hemingway, de su buen amigo A. E. Hotchner, que nos acerca a su sentido hedonista de la existencia, y particularmente a su pasión por las mujeres que definitivamente nunca entendió, y que sobre todo le desconcertaron.
    En la obra aparecen una serie de reflexiones en las que intenta demostrar que conoce a las mujeres, pero que en el fondo demuestra su desconocimiento. Como ésta en la que dice que “lo que hace que una mujer sea buena en la cama es lo que la imposibilita para vivir sola; a las fuertes les gusta vivir solas: incluso cuando viven con un hombre están viviendo solas”. O esa otra no menos desconcertante: “Poco sexo es que las tienes olvidadas; demasiado es que estás obsesionado; Jesús, los hombres deberían recibir una lectura actualizada de los ánimos femeninos (…) Pero no intentes encontrar una mujer fácil: te matará de aburrimiento”. Y aún esa tercera no menos sarcástica que sugiere vileza: “Cuando una mujer siente alguna culpa, tiende a liberarse de ella echándotela encima”. Al menos hay un pequeño acto de generosidad en la sentencia que resalta: “La única cosa constructiva que he aprendido sobre las mujeres es que no importa cómo se hayan vuelto al final, debes recordarlas sólo como fueron en su mejor día”.






   Hemingway amaba la estabilidad del matrimonio. Como escritor, se encontró con que sus nervios estaban más tranquilos al saber que había alguien allí para protegerlo del mundo. Pero su escritura se vio impulsado por la emoción, así que él también necesitaba la novedad de otras mujeres. Y él no se sentía en la obligación de conciliar estas contradicciones. En una ocasión le dijo a F. Scott Fitzgerald que su visión del cielo comprendía dos casas hermosas en la ciudad, uno que contiene su esposa e hijos, donde iba a "ser monógamos y amarlos verdaderamente y bien", el otro "donde yo tendría mis nueve hermosas amantes en nueve plantas diferentes".





  Hemingway fue "un hombre de muchas mujeres", cuatro sólo para la estadística. Durante los 40 años transcurridos entre su primera boda y su prematura muerte en 1961 él también acumuló un buen número de amantes, debido a su magnetismo irresistible. En esta obra de ficción, nos encontramos con sus cuatro esposas obedientes, cada uno pensando que iba a durar para siempre...hasta que llegó la siguiente.

 



   Si ustedes no sabe nada acerca de Ernest Hemingway, su vida, obras o desaparición, este es un adecuado libro para iniciarse como hemingwayano. A veces me pareció muy lento  de ritmo y tuve que parar y comenzar de nuevo. Una vez que empecé a verlo más como una historia novelada me convencí que era bueno envolverlo en un toallón y llevarlo a la playa. No tomen esto como una crítica despiadada. Hagan su propia experiencia y después sigamos hablando del siempre seductor Ernest Hemingway.




En el momento de cerrar estas líneas recibo la noticia del desbloqueo a Cuba. Pensé en Hemingway y esa desdichada fuga de la isla. El tiempo ha dejado cicatrices y huellas. La vida es un viaje.









MUY FELIZ AÑO 2015



Thursday, November 13, 2014

LA MÁQUINA DE ESCRIBIR DE ANGELINA JOLIE



 La retribución económica por mi primer trabajo periodístico fue una máquina de escribir Olivetti Letrera 32 de color verdemar. Me había acompañado durante seis meses en el Departamento de Archivos del diario Crónica y cuando mi contratista me dijo: “es tuya”, sentí una enorme emoción. Transcurría la década de los ´70 y no todos teníamos la posibilidad de contar con un instrumento de alta tecnología. Mi padre me había prometido que para “más adelante me iba a comprar una” pero todo quedó en promesas. Todavía, a pesar de los años, recuerdo el sonido del teclado mientras escribía y ese martilleo contra la cinta bicolor roja y negra. Y ni qué hablar del duro mecanismo y del choque frecuente de las paletas metálicas que llevaban la letra disparada hasta el papel. Pero uno cargaba esa maleta de estuche plástico con orgullo acreditando, un superpoder, una diferencia sustancial entre esos periodistas que escribían en anotadores.



 Las cosas cambiaron y ya nadie se acuerda de los artefactos mecánicos portátiles, salvo los nostálgicos que piensan en un pasado romántico. Es el caso de Angelina Jolie quien quería hacerle un regalo de bodas muy especial a Brad Pitt. La actriz sabía que su pareja hacía bastante tiempo estaba en búsqueda de un tesoro: la máquina de escribir de Tennessee Williams. 




Convencida en dar el primer paso, se contactó con Steve Soboroff, dueño de una increíble cantidad de máquinas de escribir, incluyendo las que pertenecieron a  John Lennon, Marilyn Monroe, Joe DiMaggio, Jerry Siegel. La de Tennessee no estaba a la venta pero, en cambio, le ofreció la Ernest Hemingway. Se trataba de la última máquina de escribir que utilizó Ernest Hemingway antes de suicidarse. Jolie le gustó la idea y desembolsó 11.000 dólares de anticipo para quedarse con la reliquia, más cuando se enteró del precio real de la máquina, le temblaron las piernas: 250.000 dólares. Sin pensarlo demasiado la actriz desistió de la operación. 




  Cabe señalar que la esposa de Pitt no pidió el reembolso del dinero, pues ya no quería la máquina de escribir; no obstante, Soboroff le devolvió el monto depositado.
 Jolie, de todos modos, gratificó a su marido con un lujoso reloj de pulsera platino de la marca suiza Patek Philipe, una de las más prestigiosas del mundo, y este pequeño obsequio reemplazó a la monótona tecleadora.




Friday, October 31, 2014

LA NEGRA QUINTA COLUMNA



El término quinta columna, para aquellos que no lo sepan, se refiere al enemigo infiltrado entre la propia población.

La expresión Quinta Columna se le atribuye al general Emilio Mola cuando al referirse en una locución radial de 1936, al avance de las tropas sublevadas - luego llamadas fachas…-, en la guerra civil española hacia Madrid, mencionó que mientras bajo su mando cuatro columnas se dirigían hacia la capital (la que avanzaba desde Toledo, la de la carretera de Extremadura, la de la Sierra y la de Sigüenza), había una quinta, formada por los simpatizantes del bando sublevado que dentro de la capital trabajaban clandestinamente en pro de la victoria franquista. La expresión se usa desde entonces para designar a un conjunto de personas potencialmente desleales a la comunidad en la que viven y susceptibles de colaborar de distintas formas con el enemigo.

Esa idea y expresión pasó seguidamente a todas las guerras posteriores, como en la Segunda Guerra Mundial, y se llamó así a los franceses que, residiendo dentro de Francia, esperaban en 1940 el triunfo de la Alemania nazi. Dicho término se extendió en Holanda y Noruega para los ciudadanos que mostraban más simpatía y lealtad hacia el Tercer Reich, apoyando la invasión de sus países de origen. Del mismo modo, simpatizantes del Eje consideraban a los partisanos que combatían clandestinamente al fascismo en sus propios países como una quinta columna.

Uno de los factores principales por las que se generan estos grupos es la inadaptación. La sociedad occidental es compleja, las interacciones sociales, económicas, emocionales, entre otras, son abiertas y requieren de una cierta habilidad aprendida para poderse manejar con cierta eficacia. No disponemos de criterios rígidos y estrictos, ni apelamos en lo cotidiano a ninguna creencia sagrada para actuar de una u otra forma. Además es una sociedad en un permanente estado de evolución y cambio, no siempre para bien pero es así. La inadaptación lleva al aislamiento y al vínculo con el propio grupo conocido, y justamente porque se carece de los instrumentos adecuados, debido a la inflexibilidad cognitiva y a los contenidos engramados para actuar con resolución, se produce una reacción de odio hacia ese mundo externo. Mundo al que se desea atacar para estructurarlo en función de las propias necesidades.




Otro de los factores vinculados a lo anterior es el pensamiento mágico o el mesianismo, ambos vinculan la realidad terrena, a un objetivo superior, extraterrenal, y eso se convierte en “leitmotiv” permanente. Y por tanto todo vale para que aquello que se lleva inoculado en lo más profundo de la psique, y que no atiende a políticas pedagógicas ni de ingeniería social, se convierta en acción directa.


El drama que recoge Ernest Hemingway en su obra teatral La Quinta Columna pone bien en claro este camino de deslealtades, Hemingway explica en su prólogo los motivos que impidieron la representación en su oportunidad: “El empresario murió mientras seleccionaba al elenco y su sucesor se vio envuelto en dificultades financieras.” La obra después de muchos vaivenes  se representó en Nueva Cork, en 1940, cuando ya se había terminado la tragedia española. La Quinta Columna, hace alusión a la declaración de los Rebeldes españoles, sobre que ellos: "tenían cuatro columnas que avanzaban sobre Madrid y una Quinta Columna de simpatizantes dentro de la ciudad, para atacar, a sus defensores desde la retaguardia".

No solo fue escrita durante la estancia de Hemingway en el Madrid republicano bombardeado por los fascitas (la verosimilitud de lo narrado se ejemplifica en infinidad de detalles, tanto en las acotaciones como en el discurso dramático) sino que además el autor la sitúa en los lugares donde estaban sucediendo los hechos. Así, pues, la mayor parte de la obra tiene lugar en las habitaciones del Hotel Florida donde el propio Hemingway estuvo alojado.




La obra es la historia del corresponsal Philip Rawlings, quien trabaja como agente secreto para el bando republicano, y una glamourosa escritora llamadas Dorothy Bridges, inspirada por la legendaria periodista Martha Gellhorn con la que Hemingway tuvo un romance en Madrid y más tarde se casó.

Como siempre la forma en que Hemingway perfila los personajes es única, no tanto la intriga generada a raíz de la labor de espionaje para contrarrestar la acción de los quintacolumnistas.

En el papel del protagonista principal, el agente norteamericano Philip, es imposible no reconocer al propio Ernest emborrachándose en el Chicote (otro de los escenarios históricos que aparecen a lo largo de la obra). También su comportamiento ciclotímico, casi bipolar (distante de día y enamoradizo por las noches), es un fiel retrato de la personalidad inestable y destructiva del propio Hemingway, que años más tarde le conduciría a su trágico final.





La obra de Hemingway contribuyó internacionalmente a que se popularizara la expresión quinta columna con el sentido que le había dado el general Mola en 1936.

Se suele citar también como origen de esta expresión un artículo de Karl Marx de 1848 sobre el levantamiento en París en el que describe cómo operan cuatro columnas de sublevados en la parte este de la ciudad y cómo el fracaso del levantamiento fue debido a que en el barrio oeste de la ciudad no tuvo lugar un quinto foco de rebelión. También se suele citar a Leo Trotsky que, durante la guerra civil rusa creo un “quinto ejército”. Pero el verdadero origen de la expresión quinta columna es español.




En medio de esta suerte de recuerdos, malogrados antecedentes y reflexiones, el artista plástico Diego García Conde nos llama a repensar cierta actitud que observa cuando aparece la “quinta columna” personal, acaso inadvertida, encapsulada o maquillada. Qué tanto vivenciamos cuando nos damos cuenta que esa parte oscura está en nosotros y qué hacemos para desprendernos de ella. García Conde nos alerta a través de sus propias palabras: Me convertí en lector de Hemingway después de visitar Finca Vigía, la casa en Cuba donde vivió Ernest. Hasta allí llegué con Javier Chiabrando, hace ya unos años. Me atrapó su vida de aventura, su personalidad, su capacidad creativa y esa forma de moverse que lo caracterizó. Creo que Hermingway es uno de esos personajes que me dejó una marca, un mandato que en algún momento de mi vida iba a aparecer. Y apareció. Una vez desarmé un espejo ovalado y pinté el primer homenaje a Hemingway que colgué en mi taller y que me acompaña durante las largas noches en que me quedo pensando,  pintando, escuchando música o tomando una copita de algo. Dos por tres le hablo cuando todo es silencio. Nos miramos y nos reímos, nos entendemos en esa complicidad un poco demente que tenemos los solitarios.





En mi taller, a la derecha de mi mesa de trabajo, hay una columna que hace tiempo salpiqué con pintura y entusiasmo, de modo tal que las gotas negras formaron dos pequeños ojos. Me quedé sorprendido, lo miré a Ernesto y le dije: “todos tenemos un quinta columna” y nos reímos.
Durante mucho tiempo de la columna sólo se veían los ojos pequeños, traicioneros y cada vez que los miraba volvía a pensar en mí quinta columna. De a poco ese pensamiento fue creciendo hasta reconocer dentro de mí al enemigo, al infiltrado fascista que cuando menos uno lo espera te quiere llevar a justificar horrores, a torcer tus opiniones y convicciones. Cada vez que reconocía su presencia, desarmaba sus estrategias encubiertas, lo miraba y le sonreíamos con un “alguito” de soberbia. 





Así fue durante años hasta que el otro día con ganas de pintar y sin otro soporte a mano, siendo las dos de la madrugada, entendí que lo peor que le puede pasar a la quinta columna es que la hagamos visible, que le pongamos rostro, que la saquemos de la oscuridad para dejarla en evidencia. Manos a la obra y ahí está, descubierta en su trampa, inmóvil y estigmatizada, espero que  por muchos años.
Lic. Diego García Conde
Artista plástico de Mar del Plata miembro de Azabache arte en vivo e intervenciones colectivas.




Suerte de artista el poder volcar en una tela todo su malestar, lo mismo que un escritor, un músico, un coreógrafo, dones que la vida misma regala para hacer de ella una fiesta. Pero queda una enorme mayoría silenciosa o acaso indiferente que no sabe de esa “quinta columna” y la lleva en su mochila o la destroza en voces, palabras, injurias, vituperios o planes siniestros que terminan con la conciencia partida.



Hemingway nos dejó su sello y todavía está lacrado.





LLEGAMOS A LOS 500 POSTEOS. TODO POR ESTA PASIÓN HEMINGWAYANA. GRACIAS AMIGOS. USTEDES HICIERON POSIBLE ESTE PROYECTO.


Friday, October 17, 2014

RENÉ VILLARREAL: UN ADIÓS INTERMINABLE


Se agolpan los recuerdos, los ojos se licuan con el peso de las lágrimas, la historia se llena de momentos fugaces, de escenas cotidianas, de instantes que se eternizan. Sólo la muerte deja el vacío, la extraña forma de una silueta cósmica, algo así como el escenario a oscuras y sin actores, sin texto, sin ensayo. La vida se va entre un manto de neblina y un atardecer rojizo desplegado sobre el mar  caribe; allí mismo donde Luis Eduardo Aute lo desvistió a Hemingway en su delirio. Y en La Habana el viento húmedo arrincona a los pescadores, se renueva en el Malecón para seguir hasta  Finca Vigía y proclamar sin ningún preámbulo que René Villarreal se ha escapado, se ha marchado a encontrarse con Papa porque ya le pesaba la distancia y le faltaba el diálogo. René Villarreal  ha muerto y no vale hacerse el distraído. Al menos yo no quiero, no puedo, no debo; porque me enfrento a ese momento, en el parque de Finca Vigía, al lado suyo, charlando y preguntándole lo que tal vez no quiera responderme porque forma parte de su pequeño mundo; y este cronista sigue insistiendo hasta saber que efectivamente Ava Gardner se bañaba desnuda en la piscina y Don Ernesto regresaba hasta la casona conduciendo borracho desde la ciudad. Pero todo queda en secreto, entre un diálogo de amigos, donde los códigos están garantizados. Y entonces se suma Andrés Arenas Gómez quien ya tiene gimnasia y me dice que René ya dijo todo, y lo veo a  Guido Guerrera tratando de lograr un suspiro más, un último comentario para el cierre de página. Esa escena no es de ninguna película, los actores somos todos nosotros que queremos encontrar un texto para las estúpidas historias que contamos por el solo placer de viborear la autoestima. 





Y René Villarreal nos mira con esos ojos cansados de haber visto pasar por el terreno a otros buscavidas, y sin darse respiro recuerda a aquel niño de 10 años que en 1939 hacía los mandados y daba de comer a los gatos en la finca de San Antonio de Paula y que siete años después ya estaba promovido por Hemingway como administrador. Cómo entonces no creer que el propio Fidel Castro tras la muerte del escritor lo designó administrador del Museo Hemingway. "Vino el Comandante porque estaba interesado en la casa para conservarla, y no se quiso sentar allí por respeto", dice el ex mayordomo, mientras señala con su dedo índice la silla preferida del escritor. Y cómo dudar que René Villarreal cuando sale de Cuba en 1972  deje las puertas abiertas de la mansión y se aleje con lo puesto, con su mínimo equipaje. 




Entonces los recuerdos se agolpan en la mente y una masa de palmeras y flamboyanes se agitan entre libros, trofeos de caza, cuadros, cabezas de ciervos, discos de vinilo y botellas de licor. "Me enseñó a no tener miedo, a no dejarme sorprender, y a tener cerca los rifles de cacería sin usarlos, sólo en caso de vida o muerte", manifestó. "Sus empleados éramos su familia cubana", dice. "Fue un golpe grande, aunque yo esperaba algo porque cuando salió de Cuba en el año 60 sabía que no estaba bien", dijo Villarreal con pesar. "Recibí una carta en que me decía: 'Mi querido hijo cubano, a Papa se le acaba la gasolina, ya no tengo ánimo de escribir ni de leer'. Me di cuenta que se estaba despidiendo", agregó. “Al lado de Papa Hemingway aprendí mucho: a respetar, a querer, a amar. Ambos amábamos todo lo que tuviera vida, porque desde que Papa entró en Finca Vigía, nunca permitió que se cortara más un árbol ni otro tipo de planta; quería que todo creciera libre. Nunca más se mató un pajarito y allí los mangos y otros tipos de frutas eran de los muchachos, y hasta se permitía que las personas de San Francisco entraran a cogerlas, o se ordenaba a los jardineros que las sacaran a la puerta en carretillas para que pudiera servirse todo el que pasaba”.

“Él fue un hombre muy bueno, quería mucho a la gente del pueblo y la gente del pueblo lo quería mucho a él. Fue para mí sobre todo un ejemplo.”
  

“Cuando él llegó cambió el sistema de Finca Vigía, porque el antiguo dueño, la tenía cerrada con candado, no permitía que nadie accediera a ella. Sin embargo, Papa abrió el portón de aquel lugar a todo el que necesitara algo de él o de allí.”

“Claro, había reglas: nadie podía tirar piedras a los árboles ni subirse en ellos. En la finca, en el pequeño terrenito donde él nos vio jugando a los niños de por allí la primera vez que estuvo en aquel lugar, se mandó a construir un campo de béisbol y además mandó a comprar un equipo doble de pelota para nosotros. También podíamos practicar boxeo y tenis dentro de la finca, además de usar la piscina.” 




“Dio instrucciones de que Justo, el mayordomo anterior, podía darnos el equipo de béisbol cada vez que quisiéramos y después, eso sí, teníamos que limpiarlo bien y dárselo a Justo para que lo guardara de nuevo.” 

“Hemingway era muy sencillo. Él hablaba con todos y los trataba con afecto y con paciencia. Pero, como es natural, cuando estaba escribiendo no le gustaba que nadie lo molestara. Muchas personas entraban a la finca -porque las puertas nunca tuvieron llaves-, para hablar con él, para pedirle favores, por alguna necesidad, y no se percataban de que su visita coincidía con la hora de labor de Papa, que era entre las siete de la mañana y las doce y media del día. Entonces ese era el tiempo en que yo más cerca estaba de él, para evitar que lo interrumpieran. A partir de algunas confrontaciones con él, hubo quienes decían que  era muy brusco y grosero.”

"Es que la gente a veces no sabe respetar la privacidad y los horarios de trabajo o descanso. Por eso él se ponía furioso si lo molestaban en los momentos que le eran sagrados. Y hablaba fuerte, entonces la gente lo juzgaba mal.”

“Otra cosa fue que estuvo mucho tiempo en España y allí se le pegaron algunas costumbres, como el decir “malas palabras”. A veces se creía que estaba en la Guerra Civil, decía una “mala palabra” o gritaba, y después se arrepentía.”




“A la finca iban muchos picadores, gente que venía a pedirle favores o dinero, y como él les daba siempre algo, regresaban con otro cuento distinto. Una vez llegó uno con el mismo cuento de la vez anterior y Papa le pagó, por buen actor.”

“Es decir, que si se ponía bravo era por una razón, pero era una persona que tenía buen sentido del humor.”

“Llegué a quererlo como a un padre, lo respetaba, lo admiraba, lo amaba muchísimo. Él también en mí encontró confianza. Ambos teníamos muchos gustos compartidos, sobre todo la afinidad que sentíamos por los gatos y los perros.”

“Yo no hablaba mucho, no le hacía preguntas, pero él sí me hablaba, él mismo me decía las cosas. Por ejemplo, mientras yo limpiaba una de las cabezas de antílope que están aún en la sala de la finca, él me contaba cómo la obtuvo, lo que para él representaba tenerla consigo o me hablaba de las características de su especie. Un día le pregunté por curiosidad: Papa y a este antílope tan chiquito, ¿por qué lo mataste, por los cuernos? y me dijo, No, porque es una de las mejores carnes y en el safari yo tenía que asegurar que todos nos alimentáramos.”




“Creo que Cuba lo poseyó desde el primer día en que llegó, después de haber salido en barco desde Europa con su segunda esposa. Para él, Cuba era un país bello, él la amaba, podía estar meses fuera, pero venía aquí y su lápiz corría solo.”


“Él era muy disciplinado para escribir. Se levantaba a las seis o un poquito antes, y hacía ejercicios;  yo sentía en el sótano cómo se preparaba para ello, a través del piso que tenía la losa floja por la caída de una ceiba. Cuando yo llegaba ya estaba poniendo su bata en el suelo y me decía: “¿Tú vas a contar o cuento yo?”. Y yo casi siempre contaba en voz alta, uno tras otro hasta llegar a los religiosos 50 abdominales: pies arriba y abajo, con el apoyo de las manos en el librero que está junto a la puerta de la sala. Después iba al cuarto de baño, se pesaba y hacía anotaciones en las paredes relacionadas con su peso.” 


“Decía tal vez con cierto cansancio, que era mucho el peligro que había tenido que atravesar. Sobre lo que más comentó fue de los accidentes de aviación que tuvo en África. Nos dijo que luego del segundo accidente, en el pueblecito al que llegó después del rescate del primero, tantas personas fueron a saludarlo, a felicitarlo y darle la mano, que se la dejaron hinchada y con mucho dolor.”


“Después de la muerte de Papa, Fidel vino a la finca. Ahí fue donde yo lo conocí.  Recuerdo que estaban en la puerta, tratando de entrar. Salí a caminar con los perros y vi a los militares que me hacían señas desde allí. Me acerqué y Fidel me dijo: “¿Dónde puedo ver a René Villarreal?”. Le respondí que era yo, y desde ese momento no paró de hacerme preguntas mientras caminábamos hasta la casa. El primer recorrido por la finca, se lo di yo a Fidel Castro y a los Comandantes que fueron con él. Les hablé de cada uno de los animales que adornaban la casa, de los gustos de Papa, de sus horarios, de cómo trabajaba de pie, descalzo y con el pantalón del pijama.”





“Fidel se fijó hasta en un sacapuntas de mano que está en la biblioteca. Yo le conté que era el que usaba Papa para los lápices con que iba a escribir. “¿Escribía con lápiz?” me preguntó; “Sí —le dije—, él todos los días preparaba cinco o seis lápices para las descripciones, porque para las narraciones usaba la máquina de escribir”.”

“Para todo el mundo la muerte de Papa fue algo grande, igual que para mí, porque ya veníamos sufriendo con su enfermedad. Yo sabía por sus cartas que iba empeorando cada vez más, que algo estaba ocurriendo o iba a ocurrir. Él se comunicaba conmigo por teléfono o por cartas, desde cualquier lugar donde se encontrara, porque si él salía de viaje, la vida de la finca seguía normal; decía que esa era su familia cubana y que nadie podía quedarse sin trabajo. Yo conservo una carta de unos días antes de que él muriera, en la que me dice: “René, mi querido hijo cubano: a Papa se le está acabando la gasolina, ya yo no tengo ánimo para leer, que era lo que más me fascinaba. Los médicos me han puesto una dieta muy rigurosa y he bajado de peso”.  Fue un golpe muy duro, del cual me ha costado trabajo recuperarme.”

“Su presencia va conmigo dondequiera porque el cariño, el amor, van siempre con la persona a cualquier parte del mundo. Yo hablo de Papa y me emociono, porque lo quise de verdad y sé que él me quiso a mí también.”





Monday, September 15, 2014

LOS NIETOS DE HEMINGWAY



Pasan los años, la vida sigue, nada detiene al tiempo y en ese devenir siempre una historia se apodera del relato.

Dicen los que saben que siempre los nietos terminan la obra de los abuelos, así me lo contaba una anciana cubana que conocí en La Habana. Ella me hablaba de la Revolución, y con un gesto de grandeza me decía que sus nietos vivirán mucho mejor que ella.

¿Los nietos de Hemingway, estarán incluidos en estos beneficios? Creo que sí. John y Patrick como representantes de la familia llegaron hasta Cojímar para rendir tributo a su abuelo, al cumplirse 60 años del reconocimiento al norteamericano por el premio Nobel de Literatura. Llegaron hasta allí en yate, como su abuelo, rodeados de  una decena de botes de pescadores que habían zarpado desde el Club Náutico Internacional Ernest Hemingway, al oeste de la Habana.





“Este es un día muy emocionante, estar aquí con el pueblo de Cojímar es algo personal, familiar, también yo creo histórico”, dijo en español John, de 60 años, a unas 200 personas que se congregaron en la pequeña ensenada para recibirlos.

"Esto se siente muy fuerte porque me une con mi abuelo, su amor por la pesca y su amor por Cuba", dijo John Hemingway.

"Creemos que es de vital importancia que ambos países trabajen juntos en esto. Tanto ellos como nosotros utilizamos esta agua", agregó.

“Es increíble estar aquí, en ese lugar que mi abuelo amaba tanto. Ahora lo entiendo porque la gente es maravillosa”, comentó John emocionado hasta las lágtrimas.





Los yates Sea Bon, Edward J, Tad Release y Sofía B, que trasladaron a la comitiva, lo hicieron simbólicamente bajo las banderas de Cuba y Estados Unidos, dos países sin relaciones desde 1960.

Iniciativas como ésta “puede llegar a cosas muy bonitas para Estados Unidos y Cuba”, dijo John al lado de su hermano Patrick, de 48 años. Ambos residen en Canadá y son hijos de Gregory Hemingway, fallecido en 2001.

En Cojímar, Ernest, fondeaba su yate “Pilar” a cargo de su patrón Gregorio Fuentes (1897-2002), quien residió en esta localidad hasta su muerte. La festividad actual también celebra los 80 años de la compra del yate.

La emblemática embarcación ahora reposa en un dique seco en Finca Vigía, la casa donde Hemingway pasó sus mejores años en Cuba.

Tras el suicidio del escritor en 1961, sus amigos pescadores de Cojímar, que lo llamaban “Papa”, recolectaron pedazos de ancla y otros objetos de bronce y le mandaron a fundir un busto, instalado el 21 de julio de 1962 a orillas de la ensenada.

Acompañados por pobladores, John y Patrick depositaron un ramo de flores frente al busto, bajo una pérgola de un pequeño parque.

Osvaldo Carrero Piña, de 78 años, “Ova”, recuerda cuando trabajó en la filmación de la película “El Viejo y el Mar”, en 1958.

“Yo conocí muy joven a Hemingway, bastante joven, yo tendría unos 13 o 14 años, y después fuimos estrechando la amistad”, señaló este hombre delgado, de piel curtida, que ahora se protege con una gorra del inclemente sol cubano.

Recordó la fiesta que le dio el escritor a sus amigos pescadores al final de la filmación, en la cual había varias personas ajenas.




“Y él dijo que si esa fiesta era de magnates o de pescadores y el único que se pudo quedar en la mesa fue Manolo Ortega (presentador de la televisión)”, contó.

Mario Alonso, de 85 años, narró como cuando atracaba “El Pilar”, los muchachos de Cojímar ayudaban al escritor y a Gregorio a preparar los pescados. “Nos daba una peseta (20 centavos) a cada uno y a veces pedazos de aguja”, dijo.

John contó a la prensa que es aficionado a la pesca y a la escritura, mientras que Patrick es fotógrafo profesional. Viven en Montreal y Vancouver, respectivamente y han visitado varias veces Cuba.

Tras el acto de recibimiento, la comitiva caminó hasta el restaurante “La Terraza”, a orillas del mar, donde Hemingway solía comer con Gregorio y la última de sus cuatro esposas, Mary Welsh.

“Su mesa preferida de la Terraza quedó reservada por siempre para él”, dijo la historiadora de la localidad, Gilda Rodríguez.

En el restaurante, hay fotos del escritor colgadas de las paredes, una de éstas con el líder cubano Fidel Castro, a quien conoció personalmente en 1960. Castro lo ha señalado como su escritor preferido.



Friday, August 15, 2014

UN COCHINILLO EN EL BOTÍN


Cuando Ernest Hemingway  quería impresionar a una dama la llevaba a Casa Botín. Él se comía un cochinillo entero y se bajaba  tres botellas de Rioja, ella lo que venga.

Jean Botin y su esposa fundaron el restorán en el año 1725 (fecha grabada en piedra a la entrada) como posada, con un horno de leña que sería su mérito. El local ubicado en una zona muy céntrica de Madrid sería su mejor presentación. El negocio a la muerte de Jean y esposa recayó sobre un sobrino que se llamaba Candido Remis. El nombre actual de este local es "Sobrino de Botín". Presenta una fachada de ladrillos con vista clásica del siglo XVI y ocupa cuatro plantas del mismo. Las especialidades que se sirven se fundamentan en la cocina castellana y madrileña. Allí siempre espera el afamado cochinillo asado y el cordero asado (Cordero lechal) que se cocina  en el antiguo horno de leña.  El asado de cordero lechal se prepara con aceite de oliva, pimentón, sal y ajo haciéndolo girar lentamente al fuego (asado media hora por cada lado). Son famosas las sopas al estilo castellano, una de las más mencionadas es la sopa al cuarto de hora (sopa de pescado). La repostería es otro acierto y se fundamenta en recetas clásicas: pestiños, bartolillos y flan de huevo.



Ernest Hemingway describió estos pantagruélicos almuerzos en la última escena de su novela “Fiesta” (1926). En ella, su 'alter ego', Jake, trata de conquistar a una dama, Brett, con una comilona estival en su local favorito: Almorzamos en el piso de arriba de Botín. Es uno de los mejores restaurantes del mundo. Comimos cochinillo y bebimos Rioja Alta. Brett casi no comió. Yo comí un almuerzo gigante y me bebí tres botellas de vino.

En “Muerte en la tarde” (1932), Hemingway vuelve a hablar sobre el lugar, le dice a su mítica “Old Lady”: Yo prefiero comer el cochinillo en Botín ante que sentarme y pensar en mis amigos.

Cuentas los memoriosos que Ernest, enamorado de la cocina y del servicio, quiso aprender a cocinar en Botín, pero con mucho respeto recibió una respuesta tajante: "Don Ernesto, dedíquese a los libros, que de los cochinillos me encargo yo”.




Durante la Guerra Civil Española, Botín permaneció cerrado al público aunque la familia siguió viviendo allí, durmiendo en la bodega. Solo algunos podían ingresar al restorán, uno de ellos era Hemingway,  al que siempre se lo esperaba con su plato preferido ¿Qué tenía ese plato en particular? El famoso cochinillo es un animalito de tres semanas que pesa cuatro kilos, después de quitarle los huesos y las vísceras, el peso se reduce a dos kilos y medio de carne, algo así como 6 generosas raciones que Ernest las devoraba sin piedad.

En abril de 1937 Hemingway está sentado a la mesa con Robert Capa y su novia Gerda Taro, seudónimo de Gerta Pohorylle, la pionera del periodismo gráfico de guerra; después de unas copas se levanta y escapa a la cocina para ayudar al cocinero a preparar una paella, lo frenan antes de entrar: “Usted en la mesa y nosotros en la cocina”.



Hemingway tenía su lugar favorito en Botín, desde donde podía observar todo el lugar. Su mesa era minúscula, en la que apenas cabían los platos y dos sillas tambaleantes que podían quebrarse en cualquier momento.






Hoy, el mando del horno está a las órdenes Manuel Santos. A su espalda hay una pared repleta de los 50 animales que sirven al día, asados dos horas, con agua, sal y especias. Este recuerda que la parte predilecta de Hemingway era la cabeza del cochinillo. Nadie piense cosas raras: la cabeza siempre guarda los mejores recuerdos.




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Friday, July 11, 2014

NO ME DEJES SIN PAMPLONA





Pamplona siempre despierta el misterio. Cada año se renueva la fiesta que recibe críticas y elogios.  Es difícil separar opiniones y encontrar una valorización ecuánime. Pero ese color rojo que todo lo domina parece no terminar nunca de desaparecer del escenario. 

En las fiestas del presente año la policía trata de hacer más seguro el funcionamiento mediante la limitación de las multitudes y la prohibición de los que están claramente borrachos. Difícil tarea porque cada vez más el alcohol asociado a la sangre parece tener destino trágico. Y hasta los más arriesgados, esos que piensan que los toros son idiotas, ponen sus selfies a mano para que todos digamos que todavía existen los valientes.





Este año, los grupos de derechos de los animales planearon de nuevo las manifestaciones que denunciaban los encierros y corridas. Los activistas que han tenido éxito en Barcelona, donde el parlamento regional catalán votó en el 2010 la prohibición de las corridas de toros en esa región, procuran aumentar su crítica pero no parece haber hecho mella en el evento de Pamplona. La fiesta es una fuente inigualable de ingresos para la ciudad, una intensa semana de turismo de millones de dólares y el encierro es sólo una pequeña parte del todo.

El Ayuntamiento de Pamplona dice que el año pasado casi 1,5 millones de personas asistieron a los cientos de conciertos, desfiles, actividades infantiles y eventos religiosos organizados en torno a la celebración y estiman que este 2014 será un éxito de concurrencia donde se superarán todos los pronósticos.




Todavía persiste la idea de que fue Hemingway el baluarte del lío entre toros y gente corriendo. Aunque parezca extraño, la gran mayoría que acude a Pamplona nunca leyó un libro del norteamericano y recién, entre paseos, alcohol desmesurado y amoríos, descubren a un tal Papa Hemingway o Tío Ernesto.

La tradición de eludir  toros y cornadas  en esta ciudad del norte español, data de 400 años y llegó a ser promocionada en todo el mundo después que  Ernest Hemingway la hiciera más popular aún con su  novela de 1920, "The Sun Also Rises", conocida mundialmente como "Fiesta".

Hoy en día el festival anual de San Fermín es tan popular que la población de Pamplona de 200.000 habitantes puede cuadriplicarse durante los ocho días consecutivos de su  funcionamiento que se celebra del 7 al 14 de julio.

Pero como todas las cosas, hay que vivirlas. Bien decía Hemingway que sólo se puede escribir de lo uno conoce y su nieto John Hemingway, tomando esas palabras, desde hace mucho tiempo es un visitante ilustre en las jornadas. Para darnos una buena “cornada” nada mejor que un extracto de su crónica Fiesta: Cómo sobrevivir a los toros de Pamplona editado por Alexander Fiske-Harrison y publicado por Mephisto Press.




No creo que nadie pueda prepararse para Pamplona. Desde el momento del chupinazo a las doce del mediodía del 6 de julio, a la ceremonia de clausura en la medianoche 14, no hay otra celebración como esta en el mundo. Ciertamente, muchos han tratado de describir lo que sucede durante la Fiesta, incluyendo por supuesto a mi abuelo Ernest Hemingway en su novela "The sun also rises", pero si realmente quieres una idea de lo que se trata, entonces tienes que ir allí y verlo por  ti mismo.

Lo cual, por supuesto, es exactamente lo que Ernest Hemingway hizo en 1923. Había oído hablar primero sobre las corridas a Gertrude Stein, una de sus mentoras literarias y una mujer que había despertado su curiosidad con los  cuentos de los orígenes cartagineses de las corridas de toros. Nada era como parecía, le dijo al joven escritor y la Corrida, o corrida de toros, representaba para algunos, el regalo de boda del novio a la novia, en la que el toro era simbólicamente el hombre y el torero la mujer.

Su lucha era como un ballet, le explicó, y sólo cuando el torero se acerca a los cuernos del animal y coloca su espada perfectamente en el morrillo (el músculo grande en la parte posterior del cuello del toro), empujándola hacia abajo en el corazón y matándolo al instante, uno se pregunta ¿ hubo una unión entre los dos y la consumación de su amor?.



Ella sabía que mi abuelo era un peligroso aventurero y probablemente pensó: ¿dónde mejor que en Europa podría un veterano de guerra ir y esperar encontrar el mismo peligro y la emoción que viene de vivir en el frente, la misma camaradería y contradicciones aparentes que Ernest había visto en Italia en 1918?

Sólo en España - y en concreto en Pamplona, dónde la gente del pueblo jugaba la oportunidad de arriesgar su vida cada mañana al correr delante de una manada de seis Toro Bravos -sería para mi abuelo encontrar lo que realmente necesitaba-.

Llegó a la fiesta un total de nueve veces, la mayoría de ellos en la década de 1920 y los dos últimos en 1953, un año antes de que ganara el Premio Nobel, y en 1959, dos años antes de su muerte. Ahora bien, aunque no le aconsejo a nadie leer las obras de mi abuelo para tener una idea más íntima de la clase de persona que era, si no por otra razón que por ser un escritor, entiendo lo importante que era para él escribir todos los días y para escribir tan bien como pudo, también sé que sus muchas visitas a Pamplona eran apenas sólo una parte de su  medida como hombre.

Esos encuentros eran tan importantes como su escritura, pero por otras razones. Aquí podía dejarse ir. Aquí él no tenía que preocuparse por la página en blanco, el flujo de sus palabras o mantener esa energía furiosa que cualquier escritor tiene que crear algo que sea poderoso y sublime. No, durante la Fiesta estaba rodeado de amigos y recordaba cada día que "usted no es dueño de ella." Que nada es permanente y que todo es efímero y pasajero, incluyendo a la gente que conoces y los momentos que se comparten. La mayoría de todo lo que hizo en aquel entonces y que, de hecho, la gente todavía lo hace hoy fue espontáneo y no planificado. "La fiesta es una porción de la calle" les gusta decir en Pamplona, ​​la fiesta está en las calles.



Esto es lo que se aprende cuando se llega aquí y lo que entendí de inmediato en 2008, cuando vine por primera vez. Así me acerqué a mi abuelo y lo puede apreciar más como hombre y como artista. Si él hoy pudiera  abrazar este caos y verlo como lo que era (la vida misma) y entender la necesidad de este moderno bacanal, sería maravilloso.


Esa es la belleza de Pamplona, ​​que te da la oportunidad de experimentar algo que tal vez nunca has experimentado antes, para finalmente ser creativo con su propia vida.