Thursday, November 19, 2009

HEMINGWAY DESPUÉS DE HEMINGWAY




La vida de Ernest Miller Hemingway fue apasionante. De toda su generación es el único escritor que se conservó en la memoria colectiva. Paradójicamente no fue un intelectual ligado a su tierra. Aventurero audaz como pocos, vivió fuera de los Estados Unidos la mayoría de sus años. Esta forma de despegarse fue una elección que le permitió crecer de golpe y tutearse con los exiliados voluntarios de París. Criticado hasta el cansancio, aprovechó su condición de víctima para levantar su propio monumento y reírse así de todos. Ernest sabía de sobra que su tarea era “cambiar” un estilo de narrativa cerrada sin modificar la idiosincrasia histórica del norteamericano. Debía para ello recurrir a un lenguaje directo, al impacto y a la atmósfera de un tiempo nuevo. Si Hemingway tiene un mérito, es el de haberse dado cuenta de esta posibilidad antes que ninguno de sus contemporáneos. Su gran obsesión fue modificar un estilo, armar su propio mercado, conquistar al público, mantenerlo atrapado y, por sobre todo, perdurar en el tiempo. Necesariamente para ello hacía falta tener una comprensión cabal del pueblo estadounidense, y Hemingway advirtió que era posible componer el personaje triunfante: traje de safari, piel curtida al sol, cartucheras, fusiles, gorros de visera, barcos, tabaco, alcohol, mujeres, escándalos, accidentes, amigos famosos, peleas con sus pares. Una cuota de pedantería, una pizca de morbosidad, un toque de atrevimiento popular, todo puesto en bandeja de oro con seducción y violencia. Así plasmó al personaje sobrador, bravucón, descalificador, sensiblero, melancólico, paranoico. Por ser un enfermo bipolar todo esto quedó como liberado y enmascarado en una “sensación artística”. Nadie iba a suponer que los desequilibrios emocionales eran propios de un paciente de cuidado; por el contrario, se lo festejaba como una locura creativa nacida de un genio. Es que no podemos negar que Hemingway haya dado en la tecla en el sentido de una sociedad exitista, y que a pesar de la marcha y contramarcha ése fuera el prototipo al que el ensayista Irving Home se refería cuando hablaba de “un prototipo cuya reputación era honrada pero inestable”.




Hemingway no quiso separar la vida privada de la pública y en su frágil juego hizo posible que siempre un titular del diario se ocupara de él. Cuando cayó en desgracia por su enfermedad, todos siguieron esperando una bravuconada más y así como el suicidio quedó como accidente, su depresión pasó como desánimo pasajero. Finalmente la historia se cerró pero inmediatamente comenzó la mística del mito. Su obra continuó leyéndose y antes que el hombre pasara al recuerdo, sus familiares se encargaron de mantenerlo vivo en la memoria. No siempre lograron el objetivo. Mary Welsh, su cuarta esposa, se encargaría de compilar un libro que se transformaría en la “marca Hemingway”: París era una fiesta. Millones de personas conocerían al norteamericano gracias a estos recuerdos de un escritor romántico en la París que nunca olvidó. Claro que también Hemingway es “El viejo y el mar”, “Adiós a las armas”, entre otras. Sin embargo, con “París era una fiesta”, la imagen seductora del americano ya muerto quedaría lacrada para siempre.




En estos días a contrapelo de la leyenda, un nieto del autor -Sean, cuyo abuela era Pauline Pfeiffer - enojado con el texto seleccionado por Mary, desafió al público hemingwayano con una nueva versión de las memorias. Mary había echado mano al texto a pesar de una carta que su esposo le había mandado al editor Charles Scribner donde le decía que “esas memorias de los años 20 no podían salir tal como estaban escritas porque no tienen final”. Para la Welsh todo estaba dicho y sin mucho pudor cortó a su gusto la historia.




Las miserias familiares no le ayudaron a Ernest. El empeñado suicidio que persiguió a su progenie, la indiferencia del propio autor, la homosexualidad de su hijo Greg, el desorganizado destino de su herencia - Mary recibió un millón de dólares y donó la cuarta parte del total para la creación del premio PEN/Hemingway Award -, los silencios de Valerie Danby-Smith - secretaria de Ernest y después de su muerte esposa de uno de sus hijos -, despertaron nuevas fantasías y traiciones. Sean Hemingway reescribe “París era una fiesta” para salvar el honor de Pauline -segunda esposa de “Hem”-, lo hace en el marco de una interna familiar porque en rigor el retoque no agrega mucho a lo publicado. En esa misma prole que no es mejor ni peor que cualquier otra están los otros nietos: Margaux, la modelo que terminaría sus días quitándose la vida como su abuelo; Mariel, dedicada a la vida sana y empeñada en filmar “París era una fiesta”; John, paseando por Pamplona y recordando las travesuras de Ernest; Lorian, comprometida con la promoción de escritores emergentes y la coordinación de Lorian Hemingway Short Story Competition; finalmente Dree, la bisnieta modelo que no se cansa de decir que leyó todo la obra de su antepasado pero que no le gusta ninguno de sus libros. Y más allá de todo esto, el peregrinar por los lugares donde Hemingway marcó su terreno: Key West, Venecia, Florencia, Chicago, Idaho, Cabo Blanco, Madrid, Biminí, Pamplona, Cuba, China, Suiza. Solamente algunos de los muchos que conoció.





Hemingway no dejó de ser Hemingway. Como los grandes escritores se multiplicó ya que ante tanta literatura chatarra sus novelas y cuentos perduran.




Ernest siempre estuvo parado al filo del abismo. En su existencia jugó repetidas veces con la muerte y no quiso que su vida terminara en calvario. Se fue para acabar su novela más querida. Dejó sus manuscritos para que muchos sigan pensando que Ernest Hemingway no ha muerto.

1 comment:

Martin Saenz said...

Excelente fragmento de Hola, Hemingway.
Ahora José Maria, me asalta la siguiente duda...
Era Hemingway un hijo no querido, como afirma usted en su libro, o acaso era el preferido, el pródigo, el orgullo de la familia?