ADRIENNE MONNIER SE ESTÁ APAGANDO
El 18 de junio de 1955 no fue su mejor día. Eran las 3 de la tarde cuando Mary Welsh le dijo a Ernest que Adrienne Monnier se había suicidado. Hemingway se sentó en la poltrona del living y se quedó paralizado, con la mirada perdida y ausente. Acababa una historia que había comenzado ocho meses atrás. Adrienne padecía el síndrome de Ménière, un mal que le taladraba con un pitido rústico el centro de su cabeza y que ninguna droga lograba mitigar ese dolor insoportable. “Pongo fin a mis días al no poder soportar más los ruidos que me martirizan desde hace ocho meses” escribía Adrienne Monnier antes de su suicidio.
Hemingway nunca se sobrepuso a esta decisión. Es más, dio la orden que no se hablara más del tema. Pero…¿quién era Adrienne Monnier para el ya escritor consagrado? Estamos hablando de una mujer única que acometió la aventura de fundar una librería, en un tiempo en el que la palabra librera estaba vinculada más a las viudas o a las herederas de los libreros.
La llamó La Maison des Amis des Livres, un nombre ya mítico para el gremio librero. El establecimiento lo abrió en la Rue de l´Odeón, justo en el Barrio Latino de París. La Maison des Amis des Livres se convirtió en lugar de encuentro de escritores cuyas obras pasaron a la universalidad de la literatura: Paul Valèry, Samuel Beckett o Ernest Hemingway, por ejemplo, frecuentaron el local. Esta locura literaria nació en 1915, en medio de la bohemia y vanidades, en un París que comenzaba a arder como una hoguera.
En 1917 Monnier organizó su primer encuentro poético sobre la obra de Paul Valèry. Era una tarde de invierno y en La Maison des Amis des Livres se darían cita Léon-Paul Fargue, André Gide y un André Bretón, precursor del surrealismo, aún en uniforme militar. La guerra no había terminado y la lectura de poemas comenzó bajo la tenue luz de unos candelabros.
Aquellos encuentros literarios no fueron la única marca de la casa de La Maison des Amis des Livres en los años posteriores de entreguerras. Monnier también se percató de que los tiempos habían cambiado. Después de la primera contienda mundial, los libros eran caros y la gente no los compraba como antaño. Asimismo, los libreros tenían que competir con los gabinetes literarios (centros con préstamo de libros), con la radio y con los semanarios de literatura.
“No teníamos mucho dinero, detalle que nos obligó a especializarnos en la literatura “de la época”. Apenas abrimos con 3.000 volúmenes, mientras que algunos gabinetes de lectura se anunciaban con hasta 100.000 libros”, escribió Monnier.
Además de esta cuidada selección de títulos y autores nuevos, la librera también apostó por una venta híbrida. Así, La Maison des Amis des Livres desplegaba en su entrada un tenderete de libros de segunda mano y de saldo.
Asimismo, Monnier fue contra la doctrina dominante de que el préstamo mataba la compra. Los gabinetes literarios prestaban libros a cambio de una cuota y ella quiso emular el sistema. Su librería decidió crear un abono de lectura para prestar novelas y poemarios. Sus clientes se llevaban un ejemplar, lo leían y, luego, si les gustaba, lo adquirían.
“Resulta casi inconcebible comprar una obra sin conocerla. (…) Toda persona de cierta cultura experimenta la necesidad de tener una biblioteca particular compuesta por libros que le gustan”, explicaba Monnier en sus escritos.
“Después de la guerra se editó demasiado. La especulación es la causa de todos los males. ¿Es el uso del préstamo lo que ha mermado las compras? La gente como nosotras no tiene razón para afrontar con pesimismo el futuro del libro: la élite no ha disminuido, más bien al contrario”, profetizaba Monnier en Rue de l´Odeón.
Asimismo, Monnier fue contra la doctrina dominante de que el préstamo mataba la compra. Los gabinetes literarios prestaban libros a cambio de una cuota y ella quiso emular el sistema. Su librería decidió crear un abono de lectura para prestar novelas y poemarios. Sus clientes se llevaban un ejemplar, lo leían y, luego, si les gustaba, lo adquirían.
“Resulta casi inconcebible comprar una obra sin conocerla. (…) Toda persona de cierta cultura experimenta la necesidad de tener una biblioteca particular compuesta por libros que le gustan”, explicaba Monnier en sus escritos.
“Después de la guerra se editó demasiado. La especulación es la causa de todos los males. ¿Es el uso del préstamo lo que ha mermado las compras? La gente como nosotras no tiene razón para afrontar con pesimismo el futuro del libro: la élite no ha disminuido, más bien al contrario”, profetizaba Monnier en Rue de l´Odeón.
Otra de las iniciativas de Monnier fue lo que ahora se llama estrategia vertical. Aquella librera primeriza maduró y creó varias editoriales para traducir libros extranjeros. Por ejemplo, ella fue quien introdujo la obra de Hemingway a los lectores franceses o quien logró que Samuel Beckett tradujera Finnegans Wake, de Jaime Joyce.
Sylvia Beach recuerda en sus memorias que: “Jamás había oído aquel nombre, ni el barrio de Odeón me era familiar, pero algo irresistible dentro de mí me atrajo hacia el lugar donde iban a sucederme cosas tan importantes. Crucé el Sena y pronto me hallé en la calle l´Odeón. Al final de la misma había un teatro que podía recordar a la casas Coloniales de Princeton y, hacia media calle en el lado izquierdo se veía una pequeña librería de color gris con las palabras “A. Monnier” encima de la puerta. Contemplé los atractivos libros del escaparate y, escudriñando hacia el interior de la tienda, ví todas las paredes cubiertas de estantes llenos de volúmenes recubiertos de ese brillante papel celofán con que están forrados los libros franceses mientras esperan, generalmente durante largo tiempo, que los lleven al encuadernador. Aquí y allá había también interesantes retratos de escritores”.
“Adrienne Monnier era una mujer robusta, rubia y blanca como una mujer escandinava, de mejillas sonrosadas y pelo lacio peinado hacia atrás desde la frente. Sus ojos eran muy llamativos, de un azul gris indefinido, ligeramente saltones, recordándome a los de William Blake, y su aspecto era el de una persona llena de vida”.
Adrienne y Sylvia mantuvieron una amistad erótica bajo el velo de discreción que caracterizaba la época. Se sabe que Adrienne había tenido relaciones anteriores y vivía con Suzanne Bonierre cuando conoció a Sylvia Beach y esta, también había amado secretamente a otra mujer.
Adrienne Monnier dirigió la revista Le naviere d’argent, en la que publicó a todos los escritores que admiraba. Fue una revista que, por ejemplo, editó el primer texto literario de Antoine Saint-Exupéry.
Hemingway con la muerte de Adrienne sintió que aquella vida de soñador se había terminado. Tanto a Monnier como a Beach le debe el enorme favor de haberse tuteado con la “creme” de París.
Aquel 18 de junio de 1955, la luz de sus ojos comenzaban a nublarse y una suerte de fantasía oculta abría el camino a la muerte. La realidad estaba muy cerca, más cerca que el final de su novela.
2 comments:
Esta muy bien el blog, no lo conocía hasta ahora, me pasaré más a menudo a leerlo. Aprovecho para felicitarte el 2012, un saludo!!
Hola!!
Cuanta cultura veo en tus blog, por aquí una simple campesina, un poco bruta, que le gusta viajar y sacar fotos, admiro a las personas que saben escribir, me esmero y me lo corrige el Ward, me han dicho que no confié mucho en él, porque se equivoca( no tanto como yo, jijiji)
Que tengas muchos proyectos para este año y un abrazo de oso.
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