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Sunday, September 19, 2021

AUSTER, CRANE Y HEMINGWAY

 


 

Hace pocas semanas, Paúl Auster, presentó en sociedad, su nuevo trabajo literario. No es una novela, tampoco un ensayo y menos aún, una calculada biografía de uno de los rebeldes de la literatura norteamericana: Stephen Crane (1871-1900). Redescubrir a Crane tiene su mérito porque fue  un desclasado del  círculo privilegiado de autores que a la sociedad norteamericana no le atraía. En general, eso de ser rebelde y poco aferrado al sistema, molestaba al círculo académico de intelectuales de la época. Auster sentencia que Crane fue el “Mozart de la literatura americana” y, para demostrarlo, le dedica 1.033 páginas en su libro La llama inmortal de Stephen Crane. La vida de Crane es una novela de ficción: aventurero, periodista, seductor, enamoradizo, corresponsal de guerra, sobreviviente de un naufragio, amigo de Joseph Conrad, H.G. Wells, Henry James, casado con la dueña de un burdel y muchas cosas por la que atravesó en tan solo 28 años de vida. Pero este espacio, no es para hablar de Auster, si, en cambio, de una declaración picante suya: Sin Crane, posiblemente no habrían existido Ernest Hemingway o Francis Scott Fitzgerald. Cuando digo que el libro de Auster no es una biografía, me remito a la reseña escrita en 1923 por Thomas Beer, donde el autor fantasea más de la cuenta. Cuando Auster tira esta bomba de las comparaciones, lo que hace es ejercitar la polémica




Pongamos las cosas en su debido lugar, sin apasionamiento, con cautela. La única obsesión de Hemingway  fue moldear un estilo, hacer su propio mercado, conquistar al público y mantenerlo atrapado. Esta tarea sobrepasaba lo literario, lo intelectual. Necesariamente hacía falta tener  una comprensión del ser norteamericano, y Hemingway advirtió que era viable componer el personaje triunfante: traje de safari, piel curtida por el sol, cartucheras, fusiles, gorras de visera, tabaco, alcohol y mujeres por doquier. Una cuota de pedantería, una pizca de morbosidad, un toque de atrevimiento popular y marginal, un poco de violencia, más mentiras que verdades, un gesto solidario y todo puesto en bandeja con seducción y caradurismo. Claro, esto no era novedad, Crane se había adelantado y es tal el paralelismo entre las vidas de ambos que pecaríamos de inocentes si no lo advirtiéramos. Los dos se iniciaron  en las letras como periodistas, ambos fueron corresponsales de guerra y viajeros. Cayo Hueso y Cuba contra Europa y la guerra greco-turca. Los dos amantes del peligro, educados por  madres autoritarias y padres golpeadores. Inculcados con la religión metodista. Comenzaron a escribir a los 5 años. El crudo relato fue parte de su literatura, Renegados de las universidades, los dos con marcadas depresiones. Poseedores ambos de una prosa limpia, clara y objetiva. Pero como ya había dicho antes, en Hemingway las cosas no fueron tan simples como aparentan. En él había un ser dividido, a la vez agua y aceite. Todo junto y separado en un solo ser. Está aquel de su juventud, el sensible, generoso, valiente; el que se mezcla con la generación del 17, que deja todo y marcha a Europa para “hacer la guerra que termine con la guerra”, como bien marca el entonces presidente norteamericano, Thomas Woodrow Wilson. Ese Hemingway que  en los años 30 y 40 inspiró a los jóvenes escritores de todo el mundo, quienes lo imitaron hasta el hartazgo, copiaron sus cuentos y  deglutieron sus novelas. Pero también está el otro, el sobrador, el bravucón, el descalificador, el violento, el paranoico. Y aquí es donde se abren las distancias. Mientras que Whitman y Twain, a medida que pasan los años, crecen en popularidad y con ellos el modelo de prototipo americano, en Hemingway se advierte lo contrario. Los jóvenes que lo admiran comienzan a odiarlo, deplorando su vanidad y prepotencia, su conducta machista que impulsa al escritor Isaac Rosenfeld a relacionarlo con “el mito del macho americano (…), por su apoteosis de componente vigoroso, tenso e impulsivo de la virilidad”.




Crane no es el modelo de Hemingway, Crane fue un profeta con una literatura de emergencia. Decía: “Todo pecado es el resultado de una colaboración”. En su corta vida, la enfermedad lo dejó fuera de juego y fuego. Hemingway terminó sus días golpeado por la impotencia. Entre Crane y Hemingway hay un hilo. Auster  refresca una frase de Crane que bien vale repetirla: “El éxito me ha decepcionado”. Hoy, ante tanta literatura de pantalla fácil, no podemos descartarla.







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