Monday, May 24, 2010

HEMINGWAY NO ERA UN PENSADOR
En 1968 el atrevido editor Carlos Pérez, en una edición de 60 páginas, reunió bajo el título de HEMINGWAY Y LA NOVELA DE GUERRA, dos trabajos que a lo largo del tiempo son de una enorme importancia para los hemingwayanos. El primero pertenece a Carlos Baker y el segundo a Francois Erval. De este último voy a reproducir todo su texto. Será en dos entregas. El ensayo de Erval se titula DEL OTRO LADO DEL RÍO: UN VIEJO.


Silencio y desafíos

Después de un silencio de diez años, Hemingway acaba de publicar, casi uno tras otro, dos nuevos títulos, como la mayoría de sus obras a mitad de camino entre la nouvelle y la novela. El segundo, El viejo y el mar, ha sido traducido al francés en un tiempo récord –apareció en los Estados Unidos hace apenas tres meses- pero todavía esperamos Del otro lado del río y entre las hojas, que necesitaría una rehabilitación después de haber sufrido en la prensa americana uno de los recibimientos más ruidosos de la historia literaria. Recibimiento ciertamente injusto que se explica, sin embargo, por algunas actitudes personales de Hemingway, cuyas declaraciones intempestivas lo indisponen con sus críticos más benévolos. Desde Por quién doblan las campanas (1940) Hemingway no había publicado nada pero estaba lejos de callarse. Durante años se había dicho que era un niño terrible, un eterno adolescente, un camorrero incorregible: un buen día, Hemingway se tomó en serio todos esos juicios y se esforzó lo mejor que pudo para parecerse a su retrato, esbozado con alguna ligereza. Entrevistas explosivas llevaban la consternación a sus amigos: Hemingway llegaba hasta a compararse con un boxeador, que debía defender su título mundial contra todos los “challengers” – léase: los autores jóvenes- y él mismo desafiaba al combate a los grandes escritores del pasado que antes habían sido sus modelos. Consideraba haber puesto knock-out o más o menos Maupassant, Turgeniev y muchos otros- únicamente quedaba Tolstoi-. Pero se preparaba a la lucha fina y anunciaba con gran estrépito su opus magnum que maduraba desde hacía una docena de años y que lo colocaría en su verdadero lugar.


Una decepción

Y eso fue Del otro lado del río y entre los árboles. Es necesario confesarlo, la crítica americana era excusable. Se le había anunciado una nueva La Guerra y la Paz de un millar de páginas, que trataba todos los grandes problemas de nuestra época y todo lo que se le dio a manera de alimento fue una novela de amor cuya extensión apenas era superior a la de una nouvelle. La historia era banal, de una banalidad calculada. Un coronel quincuagenario, atacado por una grave enfermedad al corazón, ama a una encantadora contessina italiana de diez y ocho primaveras. Va a morir, lo sabe, pero quiere terminar su vida con belleza: un último gran amor en Venecia. El diálogo de los enamorados llena el libro, diálogo banal, cierto, pero de esa banalidad suntuosa que es el secreto de Hemingway. Las pocas reflexiones militares y políticas no arreglan nada, pues el coronel maltrataba con una alegría salvaje a los más ilustres generales de la segunda guerra mundial. Hemingway estaba visiblemente encantado de haber encontrado este portavoz cómodo que le permitía expresar una opinión que había debido reprimir cuando su breve paso por las corresponsalías de guerra. Su propia competencia le parecía indiscutible: ¿acaso no había declarado, en 1949, a Malcolm Cowley, en una importante entrevista publicada en Life que la liberación de París era un poco su obra?

Se le reprochaba a Hemingway haber escrito una remake de Adiós a las armas. El coronel cardíaco había sido herido en el curso de la primera guerra mundial en las mismas condiciones que Henry en su novela de juventud, y la historia de amor con la condesita sólo era una repetición de la aventura desdichada con Catherine. Si el retomar los temas mayores de una obra basta para que se hable de repetición, entonces Del otro lado del río y entre los árboles es una repetición de todos los libros precedentes de Hemingway. El amor y la muerte son el centro de todas sus novelas y de todas sus nouvelles y están otra vez en Del otro lado del río. Si esta vez estamos en presencia de una simple repetición, Hemingway no ha hecho más que repetirse desde hace un cuarto de siglo. Sin embargo en Del otro lado del río hay un elemento nuevo que atraviesa las palabras del coronel a pesar de todas sus fanfarronerías. Hemingway duda. La violencia, ese valor supremo de su juventud, le parece comprometida. Por supuesto, no tiene nada para colocar en su lugar –Hemingway no era un pensador- pero solo esta duda me parece dirigir una interpretación atenta de su evolución. El amor, siempre presente en su obra, nunca es victorioso. En Adiós a las armas y Por quién doblan las campanas, su fracaso se justifica por circunstancias exteriores. Pero generalmente Hemingway lo considera con ojo crítico: en Las nieves del Kilimanjaro y en La breve vida feliz de Francis Macomber, sus nouvelles más perfectas, el amor degenera y una de sus más bellas narraciones de amor, la de Una historia muy corta, termina con una frase cínica y brutal. En la Quinta columna, su única pieza de teatro, Hemingway precisa su pensamiento cuando le hace decir al héroe hablando de su amante: “No creas una palabra de lo que digo durante la noche. Es infernal como miento de noche.”

En Madrid sitiada – y el mundo de Hemingway siempre parece una fortaleza sitiada- el amor sólo es pasatiempo, una “comodidad” dice, una distracción tal vez exaltante que nos permite sospechar ese universo perfecto con el cual sueña, pero que siempre está subordinado a la violencia, pan cotidiano de los hombres. Sus heroínas son marimachos desequilibrados o la mayoría de las veces criaturas pasivas –“amebas” ha dicho uno de sus críticos- que sufren a su amante, pero lo dejan intacto. Renata, aunque parezca Catherine y María, es la única que triunfa. El coronel la deja para morir, pero antes se ha “purgado” –el término es de Hemingway- cerca de ella, de su violencia, de su exuberancia, de toda una vida de fracasos justificada solamente por este último amor.

1 comment:

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