EN LIMA SIN MISS TEXAS
Mi visita a Lima tenía por objeto subirme a la Miss Texas. Todo indicaba que sería posible hacerlo sin ninguna dificultad. Error. Cuando llegué al ingreso del Yacht Club, un uniformado me derivó a la oficina de informaciones y la atenta secretaria que me recibió, poco entendía sobre mi deseo de encontrarme con aquella mítica embarcación.
Le expliqué que venía desde la Argentina con mi libro bajo el brazo para donarlo a la biblioteca de la Miss Texas. Con su mirada trataba de decirme que no dependía de ella el acceso al Club. Fui sumamente atento y cordial, le mostré la portada de La pipa de Hemingway y para confirmarle que ese sujeto quien le hablaba era yo, puse la contratapa del libro en primer plano. Abrió aún más los ojos pero no me dio respuesta. Detrás de una mampara de vidrio, una voz anónima crujió: “Tiene que traer permiso”. A ese individuo que bien podría haberse presentado, tratándose de un visitante extranjero que llegaba con datos precisos, le respondí: “¿Qué debo hacer?”. Respuesta: “Deje sus datos”.
En un papel anoté donde estaba alojado, mi condición de investigador hemingwayano, el nombre de mi libro y el día que regresaba a la Argentina. Hice especial hincapié en mi necesidad de hablar con alguien que me relatara cómo llegó hasta allí la embarcación. Nunca tuve respuesta. Esa misma tarde me encontraría con Irma del Águila, la autora de Moby Dick en Cabo Blanco, para juntos volver y hacer una nota. Tal vez mi error haya sido creer que sólo los trámites burocráticos son patrimonio de un país tan poco serio como Argentina. Es más, podría haber intentado meterme en internet, pinchar HBJCatamaranes.com y decirles a los buenos amigos que un viejo fanaticón estaba en Lima tratando de subirse a la Miss Texas, que había recorrido media ciudad para llegar hasta el club peruano de La Punta, que me interesaba leer esa carta de Luis Bedoya Reyes porque por la pantalla del ordenador es imposible saber cual es el texto, que necesitaba sacarme una fotografía en la pequeña salita de la embarcación donde está la biblioteca, que me hubiera agradado tener en mis manos El viejo y el mar y Hemingway en el Perú de Mario Saavedra Pinón Castillo. Fracaso. Mi amigo Ricardo Koon, enterado de este paso por Lima, me manda un mail diciéndome que salude a Hernán Balderrama y que de paso saque fotografías. Ahora que recuerdo esa voz anónima que saltó a espaldas de la secretaria pusilánime, también hizo mención a un tal Hernán: “Llámalo a Hernán”, ordenó. Pero Hernán nunca llamó y yo no volví hasta el Club. Con los años uno va aprendiendo a no molestar. Decía Ernest: “dos años para aprender a hablar y 60 para aprender a callar”. Eso lo estoy poniendo en práctica. Lima no tan solo es Miss Texas. Hay siempre algo más que el simple deseo. Ya de regreso, vuelvo con las imágenes del viaje. En mi máquina quedan registradas las fotos de los alrededores del Yacht Club. Me inquieta saber algo sobre Hernán Balderrama y descubro tardíamente que el amigo de Ricardo Koon es Hernán Balderrama Jabaloya, un maduro lobo de mar quien es también juntapalabras. Su libro Rumbo al asombro está a disposición en la librería La casa verde donde estuve revolviendo algunos ejemplares en el coqueto barrio de San Isidro. Me reprocho no haber insistido. A Balderrama le voy a mandar un mail para decirle lo cerca que estuve de su barco y tal vez reconstruir esta historia de frustración. Seguramente le remitiré La pipa y él haga lo propio con su Rumbo al asombro. Mientras tanto la Miss Texas me sigue esperando.
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