Es muy difícil despegarse de la figura de Hemingway. Pasan las generaciones de escritores y siempre el duende dormido de Ernest reaparece. Alguien lo trae y distrae al resto. Ésa es la magia de haber terminado en leyenda, en ejemplo de una memoria frágil y saturada de emociones.
No pasa lo
mismo con otros escritores de su generación. El “sello Hemingway” sigue
latiendo y marcando la hora de muchos armadores de historias.
Dice Vargas Llosa: “En verdad, fue siempre un hombre torturado, con
manías curiosas, como guardar todas las entradas de las corridas a las que
asistió y todos los pasajes - de avión, tren y autobús- de los viajes que hizo
por el ancho mundo, con períodos de paralizante depresión que trataba de
conjurar con borracheras”. Nada nuevo para un ser que se dio todos los gustos y
cuando supo que su mano temblaba y el whisky se derramaba antes de llegar a
su boca, tomó la decisión de no esperar a la puta muerte y salió a su encuentro.
Desde ese momento, el mito se abrió como flor en primavera y hasta hoy nadie quiere reconocer que Ernest se fue sin pasaporte. Pero también como cada primavera, florecen historias, cuentos y relatos que confirman la vigencia del norteamericano.
Juanjo Braulio, Paco Gómez Escribano, Jordi Ledesma y Pablo Miravet,
toman como punto de partida el suicidio y resuelven recrear historias que atan
a lugares comunes que frecuentó el novelista en España.
Cada uno de los autores tiene una amplia trayectoria y esta idea de la
editorial valenciana Calambur y su director Sebastiá Benassar, suma a la
biblioteca Hemingway de un material que seguramente será reconocido por el público
y los fanáticos de Papa.
No dejen pasar el tiempo y aseguren su compra, bien vale encontrarse con
uno de mayores escritores del siglo XX.
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