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Friday, July 05, 2024

UNA FIESTA NAVIDEÑA EN EL NORTE DE ITALIA

 

Una nota de color que Hemingway sintetiza con claridad periodística, marcando los detalles de una costumbre canadiense en Milán.

Lejos de brigadas, bombas y fusiles, Ernest transita su crónica con la mirada del viajero que se sorprende por la ingenuidad de los hechos.

Un relato distendido y alegre, en medio de la festividad navideña.

José María Gatti

 


 

UNA FIESTA NAVIDEÑA EN EL NORTE DE ITALIA

Del Toronto Star Weekly, 22 de diciembre de 1923

  

  La extensa, moderna, antigua y parduzca ciudad norteña de Milán, estaba como encogida por el frío de diciembre.

  En las puertas de las carnicerías había colgados faisanes, conejos, ciervos y zorras.

  Helados de frío, los grupos de soldados vagaban por las calles para disfrutar del permiso navideño. En el interior de los cafés la concurrencia tomaba ponches de ron calientes.

  Oficiales de todas las regiones y graduaciones -y diferente grado de embriaguez- acudían al café Cova, que está frente del teatro La Scala, añorando poder pasar la Navidad con sus familias.

  Un joven teniente de Arditi me contó cómo celebran la Navidad en los Abruzos; un lugar donde “se cazan osos, y los hombres son hombres y las mujeres,  mujeres”.

  Chink se asombra con la noticia  de que en Vía Manzoni hay una tienda donde distinguidas jóvenes milanesas venden muérdago, con el objeto de recaudar fondos para la beneficencia.




  Después de formar una patrulla de exploración, lo más rápidamente posible, excluyendo a los italianos, los borrachos y todos los oficiales con una graduación superior a la de mayor, salimos del café Cova y nos dirigimos a la tienda en cuestión. A través de la vidriera se puede ver nítidamente a las distinguidas jóvenes milanesas; en la parte superior de la puerta hay colgado un enorme ramo de muérdago. Entramos y empezamos a comprar desaforadamente. Salimos con un gran cargamento de muérdago que repartimos entre mendigos, guardias, politicastros, cocheros y criadas que pasan por la calle.

  Vamos nuevamente por el muérdago a la tienda. Es el gran día de la beneficencia. Salimos con otro cargamento y ofrecemos ramitos a los periodistas, camareros, barrenderos y conductores de tranvías con quienes nos cruzamos por la calle.




  Volvemos al negocio; esta vez nuestra presencia despierta la curiosidad de las distinguidas jóvenes milanesas, pedimos insistentemente que nos vendan los voluminosos ramos que están colgados en la puerta; pagamos bastante dinero por él y decidimos ofrecerlo a un caballero, de aspecto rudo, que se pasea con chistera y bastón por la Vía Manzoni.

  El caballero lo rehúsa: insistimos en que lo acepte. No quiere aceptarlo, porque supone demasiado honor para él; le explicamos que es una costumbre canadiense  ofrecer muérdago en una fiesta tan especial, y que nos honrará si lo acepta. Vacila.

  Llamamos un coche para el caballero; todo esto es observado a través de la vidriera de la tienda por las muchachas;  lo ayudamos a acomodarse en el asiento del vehículo, y ponemos el voluminoso ramo a su lado. El carruaje parte, y el viajero se despide con palabras de agradecimiento y confusión en el rostro.




  Mucha gente ha contemplado la escena. Esta vez, las distinguidas jóvenes milanesas, en el interior de la tienda, están intrigadas.

  Entramos en ella y en voz baja le explicamos que en Canadá es costumbre ofrecer ramos de muérdago. Tras esto, nos hacen pasar a la trastienda y nos presentan a las  chaperonas, dos estimables damas: la condesa de “Tal”, alta y campechana y la princesa de “Más Cual”, muy delgada, angulosa y aristocrática. Nos retiramos. Nos comunican en voz baja que las dos damas saldrán a tomar  té dentro de media hora.

  Salimos con otro cargamento de muérdago y se lo ofrecimos ceremoniosamente al jefe de los camareros del restorán Gran d’Italia; le emociona esta costumbre canadiense y responde agradecido por el ofrecimiento.

  Volvimos al establecimiento y reafirmamos esta sagrada costumbre canadiense. Las dos chaperonas regresan de tomar el té; nos lo advierten con un silbido desde la calle.

  De esta manera, el verdadero uso del muérdago fue introducido en el norte de Italia.

Ernest Miller Hemingway

Selección y traducción Mariano Barragán




 Edición en idioma polaco de El muertito de Hemingway. La publicación en español agotó tres ediciones.

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