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Sunday, August 25, 2024

A LOS GOLPES ENTRE LIBROS

 


A los diez años, Ernest regresó a su casa con una herida en la mejilla. Su padre le preguntó qué le había pasado y el niño contestó: "una pelea, mañana lo mato". Dos días después, apareció con el ojo morado. Su padre volvió a preguntarle y Ernest respondió. "Le partí la cara a golpes, este no se olvida más de mi".

A los 16 años "el matador" Hemingway, transformó la sala de música de su madre en un gimnasio de boxeo. Ernest ya había perfeccionado sus habilidades como boxeador y todo parecía que podría ser un digno representante del deporte.

Aunque Hemingway es reconocido como uno de los grandes escritores del siglo XX, su pasión por el boxeo era legendaria.

Siendo un niño, Hemingway posó para una fotografía con John L. Sullivan. A Ernest le gustaba describirse como "luchador semiprofesional". En París, en 1929, se enfrentó al escritor canadiense Morley Callaghan y su amigo Francis Scott Fitzgerald fue el árbitro. En el segundo asalto, Fitzgerald extendió el tiempo de la vuelta a un minuto más y permitió que Callaghan lo golpeará en exceso. Esto trajo aparejado que Ernest no le hablara por largo tiempo a Fitzgerald.

Por entonces el pícaro pugilista tenía su cronometrista particular, el viejo amigo Bill Smith, quien además seleccionaba los sparring de mitad de su tamaño y aleccionaba para interrumpir o dejar correr los asaltos en función del desempeño de su pupilo.

Ernest se subía al ring y tiraba puños a lo loco. Su mejor defensor era James Joyce, que como era peleador y medio ciego, en las peleas en que se metía Ernest, solía gritarle: "Dale Hemingway, voltéalo ahora" y Ernest arremetía.




En 1935, durante su visita a Bimini,  el novelista ofreció 250 dólares a quien pudiera noquearlo en tres asaltos. Cuatro voluntarios aceptaron el desafío y fueron eliminados. 

En Key West, invitaba a menudo a los boxeadores a entrenar en el cuadrilátero de su patio trasero e incluso se convirtió en árbitro. 

Hemingway estaba obsesionado con el boxeo y una vez entrenó con el campeón peso pesado Gene Tunney.

 "Mi escritura no es nada, mi boxeo es todo", insistía Ernest. 

Hemingway contrató al entrenador George Brown quien lo alentó en su delirio. En la mansión de Florida, tenía dos sacos de boxeo, uno pesado y guantes de distinto peso: 8, 10 y 16 onzas.

El campeón de peso pesado Jack Dempsey fue invitado por Hemingway a entrenarse, pero el pesado declinó la invitación.

El escritor Stephen Gertz dijo: "La realidad era que cualquiera que tuviera la más mínima idea de lo que estaba haciendo en el ring podía vencer a Hemingway, que era famoso por intentar tontamente peleas con boxeadores profesionales".





Uno de los buenos cuentos de Hemingway es El luchador una muestra perfecta del golpeador. El otro es 50 de a mil, mágico y brillante.

En Cuba, Hemingway fue amigo de Ángel Herrera ( Kid Tornado) y de Eligio Sardiñas Montalvo (Kid Chocolate).

La vida a los golpes siempre a sido un desafío para Hemingway, sus relatos de contingencias boxísticas tienen protagonistas solitarios, a veces maldecidos y, en general, abandonados por la suerte y perdidos en la soledad. Una forma de vida que Ernest conocía desde pequeño.



Thursday, August 08, 2024

EL OPTIMISTA Y MORALISTA CONRAD

 

Hace pocos días se cumplieron 100 años de la muerte de Joseph Conrad. Admirado por Jorge Luis Borges, de quien dijo: "Es acaso el único novelista que hereda las virtudes de la epopeya, madre de la novela"; este autor polaco que adoptó el inglés como lengua literaria, aprendió el idioma navegando con marinos, consultando libros náuticos y leyendo en bibliotecas.

La crónica de Hemingway, escrita a pocos meses de la muerte del escritor, nos acerca a un autor que, entre otros, inspiró a Francis Coppola para su película "Apocalypse Now".

José María Gatti





EL OPTIMISTA Y MORALISTA CONRAD

(Del Transatlantic Review, octubre de 1924)

¿Qué se puede escribir sobre él si ya está muerto?

Los críticos se meterán en la madriguera de sus enciclopedias y saldrán de ella con artículos sobre la muerte de Conrad. Ya están haciéndolo como unos perros de la pradera.

A los que escriben artículos de fondo tampoco habrá de serles difícil. Tienen experiencia: la "muerte de John L. Sullivan", "de Roosevelt", "del comandante Whittlesey", "del hijo del presidente Coolidge" o "de un honorable ciudadano, pionero o gran novelista". Siempre lo mismo.






Los admiradores de Joseph Conrad, cuya repentina muerte ha conmovido a todos, lo tienen comúnmente por destacado artista, cuentista y estilista. Pero Conrad fue también un profundo pensador y ecuánime filósofo. En sus novelas y ensayos.

Esto se dirá, más o menos, en todo el país.

¿Y qué se puede decir del él si ya está muerto?

Ahora está de moda entre mis amigos hablar mal de Conrad. Cuando se vive en un mundo de política literaria en que toda opinión inoportuna resulta fatal, uno procura escribir con cuidado. Pues no olvido haber experimentado la facilidad con que uno puede ser tachado de la lista de invitados, ni el breve período de ostracismo que sufrí, cuando al hablar de George Antheil, dije sin tapujos que no me gustaba los Stravinsky adulterados. Desde entonces me ando cuidando todo el tiempo.

La mayoría de las personas que conozco sostienen en que Conrad es un mal escritor y reconocen el mérito literario de T.S. Eliot. Si yo supiera que triturando al señor Eliot hasta reducirlo a polvo fino y seco, y espolvoreando con él la sepultura de Conrad, éste se levantaría de pronto, molesto por el forzado regreso, y empezaría a escribir, mañana mismo saldría para Londres con una máquina de moler carne.

No cabe alegrarse de la muerte de un gran hombre, pero no se puede comparar a T.S. Eliot con Joseph Conrad en un dictamen serio, como tampoco se puede ver, pongo mi caso, a André Germain y a Manuel García (Maera) pasear juntos por la calle sin reírnos de ello.

Lord Jim fue el segundo libro de Conrad que leí, no pude terminar de leerlo. Por tanto, eso es todo lo que me queda de él, pues me es imposible releer sus libros. Eso puede ser la causa de que mis amigos digan que él es un mal escritor. Pero, de todo lo que he leído, a nada le he sacado tanto provecho como a los libros de Conrad.

Aún sabiendo que no puedo volver a ellos, elegí cuatro con el propósito de no leerlos hasta que tuviera necesidad de una lectura así, es decir, hasta que los sinsabores que causa el escribir, los escritores y todo lo escrito y por escribir lo requiriesen. En los dos meses que estuve en Toronto  leí esos cuatro libros. Se los pedí prestados a una joven que tenía toda su obra encuadernada en papel azul en su biblioteca y no la había leído. Bueno, a decir verdad, leyó The Arrow of Gold y Victory.

En Sudbury (Ontario) compré tres números atrasados de la Pictorial Review y en ellos leí The Rover, sentado en la cama de mi habitación del hotel Nickle Range. Al amanecer ya había apurado su lectura al igual que un borracho apura el contenido de la botella, a pesar de haber creído que tenía lectura para todo el viaje; después de ello me sentí como un joven que ha despilfarrado su caudal. 

Entonces creí que si continuaba escribiendo cuentos, pues tenía mucho tiempo para ello.

Pero cuando leí las críticas, resultaba que The Rover no era un buen cuento.



Ahora que él ha muerto, quisiera que Dios se hubiera llevado algún experimentado y gran maestro de las letras y hubiera dejado a Conrad aquí con nosotros para que siguiera escribiendo sus cuentos malos.

Ernest Miller Hemingway

Traducción Mariano Barragán.