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Monday, September 15, 2014

LOS NIETOS DE HEMINGWAY



Pasan los años, la vida sigue, nada detiene al tiempo y en ese devenir siempre una historia se apodera del relato.

Dicen los que saben que siempre los nietos terminan la obra de los abuelos, así me lo contaba una anciana cubana que conocí en La Habana. Ella me hablaba de la Revolución, y con un gesto de grandeza me decía que sus nietos vivirán mucho mejor que ella.

¿Los nietos de Hemingway, estarán incluidos en estos beneficios? Creo que sí. John y Patrick como representantes de la familia llegaron hasta Cojímar para rendir tributo a su abuelo, al cumplirse 60 años del reconocimiento al norteamericano por el premio Nobel de Literatura. Llegaron hasta allí en yate, como su abuelo, rodeados de  una decena de botes de pescadores que habían zarpado desde el Club Náutico Internacional Ernest Hemingway, al oeste de la Habana.





“Este es un día muy emocionante, estar aquí con el pueblo de Cojímar es algo personal, familiar, también yo creo histórico”, dijo en español John, de 60 años, a unas 200 personas que se congregaron en la pequeña ensenada para recibirlos.

"Esto se siente muy fuerte porque me une con mi abuelo, su amor por la pesca y su amor por Cuba", dijo John Hemingway.

"Creemos que es de vital importancia que ambos países trabajen juntos en esto. Tanto ellos como nosotros utilizamos esta agua", agregó.

“Es increíble estar aquí, en ese lugar que mi abuelo amaba tanto. Ahora lo entiendo porque la gente es maravillosa”, comentó John emocionado hasta las lágtrimas.





Los yates Sea Bon, Edward J, Tad Release y Sofía B, que trasladaron a la comitiva, lo hicieron simbólicamente bajo las banderas de Cuba y Estados Unidos, dos países sin relaciones desde 1960.

Iniciativas como ésta “puede llegar a cosas muy bonitas para Estados Unidos y Cuba”, dijo John al lado de su hermano Patrick, de 48 años. Ambos residen en Canadá y son hijos de Gregory Hemingway, fallecido en 2001.

En Cojímar, Ernest, fondeaba su yate “Pilar” a cargo de su patrón Gregorio Fuentes (1897-2002), quien residió en esta localidad hasta su muerte. La festividad actual también celebra los 80 años de la compra del yate.

La emblemática embarcación ahora reposa en un dique seco en Finca Vigía, la casa donde Hemingway pasó sus mejores años en Cuba.

Tras el suicidio del escritor en 1961, sus amigos pescadores de Cojímar, que lo llamaban “Papa”, recolectaron pedazos de ancla y otros objetos de bronce y le mandaron a fundir un busto, instalado el 21 de julio de 1962 a orillas de la ensenada.

Acompañados por pobladores, John y Patrick depositaron un ramo de flores frente al busto, bajo una pérgola de un pequeño parque.

Osvaldo Carrero Piña, de 78 años, “Ova”, recuerda cuando trabajó en la filmación de la película “El Viejo y el Mar”, en 1958.

“Yo conocí muy joven a Hemingway, bastante joven, yo tendría unos 13 o 14 años, y después fuimos estrechando la amistad”, señaló este hombre delgado, de piel curtida, que ahora se protege con una gorra del inclemente sol cubano.

Recordó la fiesta que le dio el escritor a sus amigos pescadores al final de la filmación, en la cual había varias personas ajenas.




“Y él dijo que si esa fiesta era de magnates o de pescadores y el único que se pudo quedar en la mesa fue Manolo Ortega (presentador de la televisión)”, contó.

Mario Alonso, de 85 años, narró como cuando atracaba “El Pilar”, los muchachos de Cojímar ayudaban al escritor y a Gregorio a preparar los pescados. “Nos daba una peseta (20 centavos) a cada uno y a veces pedazos de aguja”, dijo.

John contó a la prensa que es aficionado a la pesca y a la escritura, mientras que Patrick es fotógrafo profesional. Viven en Montreal y Vancouver, respectivamente y han visitado varias veces Cuba.

Tras el acto de recibimiento, la comitiva caminó hasta el restaurante “La Terraza”, a orillas del mar, donde Hemingway solía comer con Gregorio y la última de sus cuatro esposas, Mary Welsh.

“Su mesa preferida de la Terraza quedó reservada por siempre para él”, dijo la historiadora de la localidad, Gilda Rodríguez.

En el restaurante, hay fotos del escritor colgadas de las paredes, una de éstas con el líder cubano Fidel Castro, a quien conoció personalmente en 1960. Castro lo ha señalado como su escritor preferido.



Friday, August 15, 2014

UN COCHINILLO EN EL BOTÍN


Cuando Ernest Hemingway  quería impresionar a una dama la llevaba a Casa Botín. Él se comía un cochinillo entero y se bajaba  tres botellas de Rioja, ella lo que venga.

Jean Botin y su esposa fundaron el restorán en el año 1725 (fecha grabada en piedra a la entrada) como posada, con un horno de leña que sería su mérito. El local ubicado en una zona muy céntrica de Madrid sería su mejor presentación. El negocio a la muerte de Jean y esposa recayó sobre un sobrino que se llamaba Candido Remis. El nombre actual de este local es "Sobrino de Botín". Presenta una fachada de ladrillos con vista clásica del siglo XVI y ocupa cuatro plantas del mismo. Las especialidades que se sirven se fundamentan en la cocina castellana y madrileña. Allí siempre espera el afamado cochinillo asado y el cordero asado (Cordero lechal) que se cocina  en el antiguo horno de leña.  El asado de cordero lechal se prepara con aceite de oliva, pimentón, sal y ajo haciéndolo girar lentamente al fuego (asado media hora por cada lado). Son famosas las sopas al estilo castellano, una de las más mencionadas es la sopa al cuarto de hora (sopa de pescado). La repostería es otro acierto y se fundamenta en recetas clásicas: pestiños, bartolillos y flan de huevo.



Ernest Hemingway describió estos pantagruélicos almuerzos en la última escena de su novela “Fiesta” (1926). En ella, su 'alter ego', Jake, trata de conquistar a una dama, Brett, con una comilona estival en su local favorito: Almorzamos en el piso de arriba de Botín. Es uno de los mejores restaurantes del mundo. Comimos cochinillo y bebimos Rioja Alta. Brett casi no comió. Yo comí un almuerzo gigante y me bebí tres botellas de vino.

En “Muerte en la tarde” (1932), Hemingway vuelve a hablar sobre el lugar, le dice a su mítica “Old Lady”: Yo prefiero comer el cochinillo en Botín ante que sentarme y pensar en mis amigos.

Cuentas los memoriosos que Ernest, enamorado de la cocina y del servicio, quiso aprender a cocinar en Botín, pero con mucho respeto recibió una respuesta tajante: "Don Ernesto, dedíquese a los libros, que de los cochinillos me encargo yo”.




Durante la Guerra Civil Española, Botín permaneció cerrado al público aunque la familia siguió viviendo allí, durmiendo en la bodega. Solo algunos podían ingresar al restorán, uno de ellos era Hemingway,  al que siempre se lo esperaba con su plato preferido ¿Qué tenía ese plato en particular? El famoso cochinillo es un animalito de tres semanas que pesa cuatro kilos, después de quitarle los huesos y las vísceras, el peso se reduce a dos kilos y medio de carne, algo así como 6 generosas raciones que Ernest las devoraba sin piedad.

En abril de 1937 Hemingway está sentado a la mesa con Robert Capa y su novia Gerda Taro, seudónimo de Gerta Pohorylle, la pionera del periodismo gráfico de guerra; después de unas copas se levanta y escapa a la cocina para ayudar al cocinero a preparar una paella, lo frenan antes de entrar: “Usted en la mesa y nosotros en la cocina”.



Hemingway tenía su lugar favorito en Botín, desde donde podía observar todo el lugar. Su mesa era minúscula, en la que apenas cabían los platos y dos sillas tambaleantes que podían quebrarse en cualquier momento.






Hoy, el mando del horno está a las órdenes Manuel Santos. A su espalda hay una pared repleta de los 50 animales que sirven al día, asados dos horas, con agua, sal y especias. Este recuerda que la parte predilecta de Hemingway era la cabeza del cochinillo. Nadie piense cosas raras: la cabeza siempre guarda los mejores recuerdos.




AHORA NOS ENCONTRAMOS EN TWITTER: @lapipadehemingway

Friday, July 11, 2014

NO ME DEJES SIN PAMPLONA





Pamplona siempre despierta el misterio. Cada año se renueva la fiesta que recibe críticas y elogios.  Es difícil separar opiniones y encontrar una valorización ecuánime. Pero ese color rojo que todo lo domina parece no terminar nunca de desaparecer del escenario. 

En las fiestas del presente año la policía trata de hacer más seguro el funcionamiento mediante la limitación de las multitudes y la prohibición de los que están claramente borrachos. Difícil tarea porque cada vez más el alcohol asociado a la sangre parece tener destino trágico. Y hasta los más arriesgados, esos que piensan que los toros son idiotas, ponen sus selfies a mano para que todos digamos que todavía existen los valientes.





Este año, los grupos de derechos de los animales planearon de nuevo las manifestaciones que denunciaban los encierros y corridas. Los activistas que han tenido éxito en Barcelona, donde el parlamento regional catalán votó en el 2010 la prohibición de las corridas de toros en esa región, procuran aumentar su crítica pero no parece haber hecho mella en el evento de Pamplona. La fiesta es una fuente inigualable de ingresos para la ciudad, una intensa semana de turismo de millones de dólares y el encierro es sólo una pequeña parte del todo.

El Ayuntamiento de Pamplona dice que el año pasado casi 1,5 millones de personas asistieron a los cientos de conciertos, desfiles, actividades infantiles y eventos religiosos organizados en torno a la celebración y estiman que este 2014 será un éxito de concurrencia donde se superarán todos los pronósticos.




Todavía persiste la idea de que fue Hemingway el baluarte del lío entre toros y gente corriendo. Aunque parezca extraño, la gran mayoría que acude a Pamplona nunca leyó un libro del norteamericano y recién, entre paseos, alcohol desmesurado y amoríos, descubren a un tal Papa Hemingway o Tío Ernesto.

La tradición de eludir  toros y cornadas  en esta ciudad del norte español, data de 400 años y llegó a ser promocionada en todo el mundo después que  Ernest Hemingway la hiciera más popular aún con su  novela de 1920, "The Sun Also Rises", conocida mundialmente como "Fiesta".

Hoy en día el festival anual de San Fermín es tan popular que la población de Pamplona de 200.000 habitantes puede cuadriplicarse durante los ocho días consecutivos de su  funcionamiento que se celebra del 7 al 14 de julio.

Pero como todas las cosas, hay que vivirlas. Bien decía Hemingway que sólo se puede escribir de lo uno conoce y su nieto John Hemingway, tomando esas palabras, desde hace mucho tiempo es un visitante ilustre en las jornadas. Para darnos una buena “cornada” nada mejor que un extracto de su crónica Fiesta: Cómo sobrevivir a los toros de Pamplona editado por Alexander Fiske-Harrison y publicado por Mephisto Press.




No creo que nadie pueda prepararse para Pamplona. Desde el momento del chupinazo a las doce del mediodía del 6 de julio, a la ceremonia de clausura en la medianoche 14, no hay otra celebración como esta en el mundo. Ciertamente, muchos han tratado de describir lo que sucede durante la Fiesta, incluyendo por supuesto a mi abuelo Ernest Hemingway en su novela "The sun also rises", pero si realmente quieres una idea de lo que se trata, entonces tienes que ir allí y verlo por  ti mismo.

Lo cual, por supuesto, es exactamente lo que Ernest Hemingway hizo en 1923. Había oído hablar primero sobre las corridas a Gertrude Stein, una de sus mentoras literarias y una mujer que había despertado su curiosidad con los  cuentos de los orígenes cartagineses de las corridas de toros. Nada era como parecía, le dijo al joven escritor y la Corrida, o corrida de toros, representaba para algunos, el regalo de boda del novio a la novia, en la que el toro era simbólicamente el hombre y el torero la mujer.

Su lucha era como un ballet, le explicó, y sólo cuando el torero se acerca a los cuernos del animal y coloca su espada perfectamente en el morrillo (el músculo grande en la parte posterior del cuello del toro), empujándola hacia abajo en el corazón y matándolo al instante, uno se pregunta ¿ hubo una unión entre los dos y la consumación de su amor?.



Ella sabía que mi abuelo era un peligroso aventurero y probablemente pensó: ¿dónde mejor que en Europa podría un veterano de guerra ir y esperar encontrar el mismo peligro y la emoción que viene de vivir en el frente, la misma camaradería y contradicciones aparentes que Ernest había visto en Italia en 1918?

Sólo en España - y en concreto en Pamplona, dónde la gente del pueblo jugaba la oportunidad de arriesgar su vida cada mañana al correr delante de una manada de seis Toro Bravos -sería para mi abuelo encontrar lo que realmente necesitaba-.

Llegó a la fiesta un total de nueve veces, la mayoría de ellos en la década de 1920 y los dos últimos en 1953, un año antes de que ganara el Premio Nobel, y en 1959, dos años antes de su muerte. Ahora bien, aunque no le aconsejo a nadie leer las obras de mi abuelo para tener una idea más íntima de la clase de persona que era, si no por otra razón que por ser un escritor, entiendo lo importante que era para él escribir todos los días y para escribir tan bien como pudo, también sé que sus muchas visitas a Pamplona eran apenas sólo una parte de su  medida como hombre.

Esos encuentros eran tan importantes como su escritura, pero por otras razones. Aquí podía dejarse ir. Aquí él no tenía que preocuparse por la página en blanco, el flujo de sus palabras o mantener esa energía furiosa que cualquier escritor tiene que crear algo que sea poderoso y sublime. No, durante la Fiesta estaba rodeado de amigos y recordaba cada día que "usted no es dueño de ella." Que nada es permanente y que todo es efímero y pasajero, incluyendo a la gente que conoces y los momentos que se comparten. La mayoría de todo lo que hizo en aquel entonces y que, de hecho, la gente todavía lo hace hoy fue espontáneo y no planificado. "La fiesta es una porción de la calle" les gusta decir en Pamplona, ​​la fiesta está en las calles.



Esto es lo que se aprende cuando se llega aquí y lo que entendí de inmediato en 2008, cuando vine por primera vez. Así me acerqué a mi abuelo y lo puede apreciar más como hombre y como artista. Si él hoy pudiera  abrazar este caos y verlo como lo que era (la vida misma) y entender la necesidad de este moderno bacanal, sería maravilloso.


Esa es la belleza de Pamplona, ​​que te da la oportunidad de experimentar algo que tal vez nunca has experimentado antes, para finalmente ser creativo con su propia vida.




Thursday, June 19, 2014

JOSEPH "SEPY" DE BICSKE DOBRONYI: EL VIGÍA DE HEMINGWAY



Yo soy de un oficio viejo,
como el arroyo y el viento,
como el ave y el espejo,
como el amor y el invento.
Yo sólo soy el vigía
amigo del jardinero
con la pupila en el día
que llegara el aguacero.
Yo sólo soy un vigía
amigo del jardinero.
                                 Silvio Rodríguez





Definir un “vigía” puede resultar fácil: persona que controla desde un lugar estratégico la situación que se avecina; pero hay otro concepto más singular aún: roca que sobresale en la superficie del mar. Me quedo con esta última para asociarla con Hemingway, porque aquello del “control",  puede causarle a Ernest, cierto malestar. Digo esto  en base a una escultura pequeña que llevó a dos investigadoras cubanas a realizar una pesquisa  que revelara el enigma que pesaba sobre su origen. La historia da cuenta  que se trata de una obra realizada en madera que representa la figurilla de un pequeño hombre, en la postura de quien observa o espera y fue considerada durante muchos años por algunos investigadores, como un amuleto de buena suerte, mientras que otros tejieron leyendas acerca de que el artista se lo obsequió al novelista en uno de sus safaris por África.

En el prólogo de Hemingway en Cuba, del escritor Norberto Fuentes, Gabriel García Márquez cita palabras del propio novelista norteamericano para explicar porqué se mudó a Finca Vigía en 1940: "Uno vive en esta isla porque para ir a la ciudad no hace falta más que ponerse los zapatos, porque se puede tapar con papel el timbre del teléfono para evitar cualquier llamada, y porque en el fresco de la mañana se trabaja mejor y con más comodidad que en cualquier otro sitio. Pero esto es un secreto profesional". Recurro a estas palabras porque cada objeto que guardaba el norteamericano en su casa tenía un enorme significado y en este caso la escultura no pasa inadvertida.

La historia de la tan intrigante escultura, conocida como "El Vigía", fue develada recién en el contexto del coloquio internacional que cada dos años se organiza en Cuba para ahondar en el estudio de la vida y obra de Hemingway.





En unas de las sesiones que tuvo lugar en el habanero hotel Palacio O'Farril, la investigadora Gladys Rodríguez anunció que en realidad ese "El Vigía" no llegó de África, como se pensaba, sino que fue construido en un taller en Cuba. La pieza fue esculpida en el taller que el joyero y escultor húngaro Joseph Sepy de Bicske Dobronyi (1922-2010) tuvo en La Habana, muy cerca de la Plaza de la Catedral.

Rodríguez, quien además es presidenta de la Cátedra Ernest Hemingway, adjunta al Instituto Internacional de Periodismo "José Martí", explicó que el estudio fue realizado a dúo con Mayté Soto, una cubana especialista en la obra del narrador estadounidense y radicada en Miami.




Entre ambas pudieron concluir que se trata de una serie de al menos tres piezas similares, una en La Habana; otra en los fondos de los herederos de Sepy, y una tercera del cual no han tenido constancia tangible pero sí visual, pues aparece en una foto del escultor junto a cómico estadounidense Groucho Marx.

La pieza que atesora Finca Vigía, sin dudas uno de los espacios donde mejor se ha preservado el paso de Hemingway en Cuba, es de ébano carbonero, está firmada por su autor y muestra un excelente estado de conservación.

Al parecer, Joseph Sepy de Bicske Dobronyi conoció a Hemingway en La Habana, donde compartieron el gusto por las celebridades y la buena vida. Al húngaro se le identificaba con su título nobiliario de barón, herencia de ancestros cuyo rastro podría seguirse hasta los albores del siglo XVI en la vieja Europa.

Joseph Sepy de Bicske Dobronyi fue piloto de la Cruz Roja durante la II Guerra Mundial y sin que todavía esté muy claro cómo, se convirtió en uno de los excéntricos personajes que coloreó las crónicas sociales de sociedad cubana de los años 40 y 50 del pasado siglo.

Joseph Sepy de Bicske Dobronyi fue también un promotor de la música cubana y del arte de la isla, aseguró Rodríguez, quien dijo que hay constancia de que en 1955 creó un Centro de Arte Cubano que estaba ubicado en pleno centro de La Habana Colonial. Sus habilidades como escultor y joyero calzaron sus vínculos con la burguesía habanera, al punto de que exhibir una de sus piezas, llegó a ser signo de distinción.




En 1960 el húngaro acopió todas sus pertenencias en un Ferry y enrumbó hacia Miami, Estados Unidos, donde continuó su vida más cerca de las estrellas de Hollywood que tanto le apasionaron. Sus años en Cuba están llenos de incógnitas, pero su reencuentro con el Vigía de Hemingway, podría desbrozar un camino que permita conocer mejor al artista y su época.







Wednesday, May 21, 2014

LOS ASESINOS: ERNEST BORGES Y JORGE LUIS HEMINGWAY




Literariamente se mataron. Los disparos no dieron en el blanco pero las heridas quedaron y las cicatrices muestran que hubo refriega. Dicen los que saben que este puterío los enaltece, pero yo no estoy tan seguro de ello. Hemingway era un cabrón a quien lo hacía feliz denigrar a sus colegas, salvo que estos le endulzaran los oídos con palabras bonitas. Borges con su ironía, dejaba mal parado a quien se le antojara transformando su voz en polémica. Nacieron el mismo año, uno en el Imperio, el otro en el Fin del Mundo. Hemingway, un mujeriego indomable. Borges, un enamoradizo melancólico. El norteamericano, un enfermo por los placeres, el argentino, en eterno displacer. Nunca se cruzaron, salvo en las páginas de algún suplemento literario. Hemingway cargó con el Nobel, Borges nunca lo atrapó. El borracho de Norte se suicidó, el ciego de Sur jamás pensó en ese desenlace.



Ahora que están en el otro mundo, tal vez charlando amigablemente, este cronista que acaba de participar en el Festival Azabache Negro y Blanco de Mar del Plata, con su exposición sobre el cuento Los Asesinos, quiere reconstruir  un concepto que no es nada inoportuno: la relación entre ese texto del norteamericano, con La espera, el cuento maravilloso de Jorge Luis Borges. Nada raro ni novedoso porque ya otros tiraron la línea de pesca y el pez picó sin carnada.

Ustedes recordarán que Borges consideraba a Hemingway un autor menor, “un periodista con destreza pero poca cabeza”, según sus palabras, y como era un amante de la obra de Faulkner, todo aquello que oliera a león en la selva o a mojito cubano, era una porquería. Recuerden que el autor de Fervor de Buenos Aires refiriéndose a su colega dijo: “Hemingway terminó matándose porque se dio cuenta de que no era un gran escritor. Esto lo salva, en parte”. Palabras envenenadas que el tiempo las estrujó y que lograron  catapultar aún más la mística hemingwayana.




Vayamos a los cuentos. Hemingway  escribió su relato en 1926 con el nombre de The Matadors,  basándose en la vida de un boxeador de Chicago que había vendido su pelea a un par de mafiosos que manejaban las apuestas clandestinas. El resultado de los otros malhechores que participaban del juego, fue darle un escarmiento y lo mataron sin piedad. Cuando la revista Scribner´s lo publica, recién pasó a llamarse Los asesinos y al año siguiente el autor lo incluye en su libro Hombres sin mujeres.

El cuento es un concreto segmento de vida con la filosofía del relato corto. La violencia tratada por su autor adquiere todo un inequívoco signo de su tiempo, cuando la Ley Seca dominaba el escenario y muerte no tenia precio. Hemingway sabía de la crónica policial más que cualquiera de sus contemporáneos, su andamiaje literario venía demostrado con el ejercicio físico y mental desarrollado en el Kansas City Star, donde partía las teclas de su máquina de escribir después de haber pasado por el Hospital Central, la Estación del Ferrocarril y el Departamento de Policía, donde se nutría del morbo periodístico.  Queda claro entonces su gimnasia y la mirada crítica sobre ciertos ambientes del bajo mundo ciudadano.



Los asesinos es una historia que busca detenerse, uno como lector espera más, necesita saber si en verdad ese boxeador partido en su soledad quiere aguardar a la muerte o bien desafiarla y en ese fatalismo asoma el rigor del silencio y la riqueza de los diálogos.

Borges publica La Espera en el suplemento del diario La Nación en 1950 y dos años después incluye el cuento en su libro El Aleph. No se puede decir que este relato sea una respuesta a Los Asesinos. Sin embargo ese clima pesado, de angustia, de claudicación, de desasosiego, está muy cerca de la obra de Hemingway. En este caso Alejandro Villari sólo quiere perdurar, no concluir y eso demuestra su alejamiento, su distancia.


El protagonista es un ser oscuro, medroso, nada sociable. No le llega jamás una carta, ni siquiera una circular, pero leía con borrosa esperanza una de las secciones del diario. La trama acude al sueño, al mundo velado de la imaginación y la realidad, a ese terreno donde Borges circula en su laberinto. Villari espera y en su letargo imagina y proyecta su final. No sabemos qué culpa debe pagar, cuál  fue su acto inapropiado, a quién no le rindió cuenta de los hechos, pero queda precisado que  en esa magia estaba cuando lo borró la descarga. Así termina la historia, en medio de las dudas y el desaliento.


Ernest Borges y Jorge Luis Hemingway tienen la irremediable certeza de que el tiempo es el relato mágico donde aún hoy la distancia no tiene medida y la muerte no logra instalarse.

Saturday, April 19, 2014

YO,HEMINGWAY(O ALGO QUE SE LE PAREZCA)




La formula no es nueva. Los antecedentes sobran. Ponerse en la piel del otro no siempre resulta. Pensar como uno cree que piensa el otro es demasiado ambicioso. Sin embargo, jugando al juego de las ficciones, ciertas licencias son posibles cuando uno entiende que tiene sobrado conocimiento. En mi caso, con este espacio traté de hacer eso: jugar, el resultado me permitió a través de los años darme cuenta que todo era posible con buena intención, con sana leche. Por eso cuando llegó a mis manos, Yo, Hemingway Confesiones desde el otro lado de Antonio Civantos (Camelot/Laertes-febrero 2013) me quedé atrapado y no tengo más que compartirlo con ustedes queridos hemingwayanos. Con algo más de 200 páginas este hombre que ante todo es un periodista de ley, nos recrea a un Hemingway magnífico, maravilloso, casi diría humano, al que debemos prestar atención por sus confesiones, aunque como dice el autor. “Después de medio siglo de vivir al otro lado, uno ya tiene demasiada experiencia para saber que nada sucede como se ha previsto y el resultado no siempre responde a lo deseado”.
Civantos recorre la vida Ernest como si fuera la propia. Cada capítulo es una aventura que desborda de placer. Yo elegí  parte del capítulo 9 para mostrar  a ese Hemingway. Los dejo con el texto.






Le juro que estoy más harto de hablar sobre mi vida, Lo siento, joven, pero ahora me apetece que charlemos acerca de algún asunto menos privado. Por ejemplo, sobre boxeo, una de mis pasiones favoritas. ¿Ha oído usted hablar de Joe Louis? Le llamaban “el bombardero de Detroit”. En el treinta y ocho lo vi pelear en Nueva York contra  Max Schmeling, en el Yankee Stadium. Me sacó las entradas Max Perkins y estuvimos los dos en la cuarta fila. Creo que hay alguna fotografía danzando por ahí donde se me ve gesticular como un poseso. Schmeling le había concedido la revancha a Joe Louis por un combate que este perdió por K.O en mil novecientos treinta y seis. Pero en esta pelea del treinta y ocho, ese cabrón de Louis fulminó al alemán en el primer asalto, además de romperle dos costillas. En tan solo tres minutos, Joe Louis le dio una soberana paliza. Pero no se equivoque, el alemán sacudía como una mula. En la primera pelea, el pobre Louis recibió golpes de todos los colores, doblando las costillas más de una vez antes de quedar fuera de combate en el duodécimo asalto. Una pelea que tuvo gran trascendencia en la Alemania de Hitler. Para esos cabrones de nazis, Schmeling, al vencer a un boxeador negro, demostraba la superioridad de la raza aria sobre todas las demás, convirtiéndose en el prototipo ideal del alemán. También presencié la pelea entre Louis y James J. Braddock por el título mundial. Louis era aspirante y fue derribado en el primer asalto por Braddock, pero Louis se recuperó y terminó ganando el combate. No sé si sabrá que Braddock antes había ganado a Max Baer, un judío que después de vapulear a Schmeling, peleaba con una estrella de David pegada al calzón. Baer tenía una derecha terrorífica. Excuso decirle que mató a un contrincante, separándole el cerebro del cráneo.





¿No quiere que le siga hablando del boxeo?¿No le interesa?¿de qué quiere entonces, que le hable?¡No me joda! ¿Ahora quiere que volvamos a hablar de Scott ¿ de “el Crack-up”? Pensé que el asunto de Fitzgerald lo habíamos agotado definitivamente. Bueno, ya sé que no hemos hablado de “el Crack-up”, pero todo el mundo sabe que los últimos años de la vida de Scott fueron de lo más calamitoso. Incluso le dije. Si mal no recuerdo, que dejara de una vez las lamentaciones de vieja maricona y que no se le ocurriera ponerlas por escrito. Sin embargo, maldito el caso que me hizo y el muy cabrón trató de lucirse con un material que nunca debió utilizar. Todos estamos jodidos y llenos de conflictos y no por eso vamos por ahí enseñando nuestras llagas por si algún buen samaritano disfruta lamiéndolas. No obstante, la conciencia me recuerde por no haberle ayudado más, por no haberme comportado como un amigo, igual que él hizo conmigo cuando lo necesité en mi primera época de escritor. Pero ya hemos hablado de cómo solía actuar en esos trances: bastaba con que alguien me ayudara para que mi agradecimiento se convirtiera en rencor, sobre todo si la ayuda prestada era como escritor. Entonces el buen samaritano se podía dar por jodido. Y Scott fue una de mis principales víctimas. Me burlé de él, como ya hemos hablado, en París era una fiesta; también  en Las verdes colinas de África y en Las nieves del Kilimanjaro.¡Una vergüenza! Tengo que reconocer que llegué a odiar a Scott con todas mis fuerzas. Y no solo a Scott, sino también a Sherwood Anderson, Gertrude Stein, Harold Loeb, Boby McAlmon, Johnny Dos Passos y todo aquel que tratara de hacerme un halo  de sombra. Curiosamente, a Ezra Poud no le llegué a odiar porque estaba loco y a los locos no se los odia, y, sobre todo, porque su campo era la poesía y no suponía ninguna amenaza para mis intereses. A James Joyce tampoco lo odié porque jamás me ayudó a nada que yo recuerde. Incluso le tuve cierta simpatía porque fui yo, como le dije, quien le ayudó a colar de extranjis el Ulises en América. Y Hemingway, al tipo que ayudaba, fuera quien fuese, siempre terminaba profesándole cierta consideración y simpatía. Pero, como digo, mi agradecimiento, tarde o temprano, solía convertirse en odio. No lo podía remediar. El impulso era superior a mis fuerzas. Y Scott fue de por vida una de mis principales víctimas. Por el contrario, él me siguió escribiendo unas cartas muy cariñosas y yo le contestaba con otras llenas de sarcasmos y una retahíla de consejos tan malintencionados como condescendientes y sin venir a cuento. En realidad, yo estaba celoso porque él había conseguido publicar una novela maravillosa, Suave es la noche, alcoholizado y todo como estaba. O sea, llega el muy hijo de perra y se desata, como para joderme, con una novela genial, una novela que no pude juzgar como se merecía porque sentí casi como una afrenta personal, es decir, como una verdadera patada en los cojones. Solo al cabo de dos años, le confesé a Perkins que la novela me había gustado y él se lo dijo a Scott y, al parecer, le emocionó hasta las lágrimas que yo dijera una cosa así. Pero lo que no pude soportar fue que, mientras Scott Fitzgerald demostraba lo genial que era, yo seguía ahogándome en un  pozo negro sin imaginación y de una pobreza alarmante. Al mismo tiempo, mantenía un combate a quince asaltos con los críticos por Las verdes colinas de África. Hasta que Edmund Wilson, quien siempre me había defendido, salió con aquello de que volviera ala ficción y lo peor de todo es que, probablemente, esos cabrones tuvieran razón en todo lo que escribían sobre mí y sobre mi obra.




…Sin embargo, Papa Hemingway era el escritor más influyente de América y sabían que su voz se escuchaba en todo el país y lo necesitaban a toda costa para la propaganda política y todo lo que al margen llevara implicado. De manera que cuando estalló la guerra de España no les bastó con que les enseñara a pescar merlines ni peces voladores ni, mucho menos, tiburones, ya que al no obtener la respuesta que ellos necesitaban de mí, me enviaron al Séptimo de Caballería en forma de mujer.¡Y qué mujer! Sabían de sobra cuál era mi punto débil y que mi relación con Pauline no pasaba por un buen momento y estaban al tanto, además, de mis líos falderos con Jane Mason y otras mujeres, así que dieron por hecho que sucumbiría a los encantos de Martha Gellhorn, como así fue. Usted, ya sabe, joven, que la vanidad es muy difícil de advertir y, en consecuencia, de vencer. Y esa mujer supo tocar la tecla adecuada para que yo bailara a su ritmo desde el primer momento.

Unos años después, me enteré de que la muy zorra sobornó con cien dólares a un camarero del Sloopy Joe´s para que nos presentara. Algunos han dicho por ahí que yo me levanté y fui a saludarla personalmente. ¡Mentira! Cruzaré mis guantes con quien se atreva a decir lo contrario. De todas formas, reconozco que me quedé estupefacto cuando la vi por primera vez. Era una mujer esplendorosa, una de esas tías que n o pasan desapercibidas en cualquier época que vivan y son tan difíciles de enamorar y no digamos hacerles transgredir cierto código de conducta. Por lo menos en mi época. No es tan solo que ella fuera alta, rubia, guapa, tuviera los ojos azules y se moviera con la soltura de unos andares deliciosamente aristocráticos sino que además era inteligente, culta y nada menos que corresponsal de guerra. Imagínese de qué manera se infló mi ego cuando supe que quería conocerme por mí mismo y no para conseguir una entrevista periodística. Deseaba hablar conmigo de lo divino y de lo humano y, según me dijo, quería también que yo le aconsejara acerca de su carrera y otros aspectos de su vida. ¡Con lo que esa labor entusiasma a cualquier escritor! Nos entendimos tan bien desde el primer momento que estuvimos hablando todo lo que quedaba de tarde y parte de la noche. Hablamos tanto que a mí se me olvidó que en mi caso tenía una cena con invitados para celebrar la Navidad, y que Pauline se había esmerado en los preparativos y los adornos y todos esos detalles que hacen las delicias de las amas de casa. Quiero decir que desde el primer momento supe que me iba a enamorar de Martha. Y así fue…


FESTIVAL AZABACHE EN BLANCO Y NEGRO
LO POLICIAL EN HEMINGWAY charla sobre el cuento "Los Asesinos".
15 de mayo a las 17 horas en el Café Corso -Roca 1272- Mar del Plata /  Argentina.

Tuesday, March 18, 2014

TE IMAGINO BORRACHA Y DESNUDA . MARLENE DIETRICH "La mayoría de la abuela glamorosa del mundo"



El 19 de marzo será subastada una carta que nuestro mimoso Hemingway envió a Marlene Dietrich en 1955. Digo mimoso porque Ernest estaba embobado con esta mujer que tenía un estilo y un glamour único, pero que ante ella parecía un ratoncito, una ardillita en el parque.

Ernest Hemingway y Marlene Dietrich se conocieron en 1934, a bordo de un crucero que iba de París a Nueva York. El escritor y la actriz congeniaron y su amistad duró toda la vida, pero nunca fueron amantes( mucho no creo). Sin embargo, su abundante y extensa correspondencia está llena de afecto y nostalgia. Desde entonces, mantuvieron una compleja relación de coquetería por carta, cuyo contenido no se había hecho público por petición expresa de la hija de la actriz alemana, María Riva. En una carta fechada el 19 de junio de 1950, a las 4 de la mañana, Ernest escribe: "Te estás poniendo tan hermosa que tendrán que sacar fotografías de tu pasaporte de 9 pies de altura. ¿Qué es lo que realmente quieres hacer en tu vida? ¿Romper el corazón de todos por una moneda de diez centavos? Siempre podrías romper el mío por una de cinco centavos y yo pondría la moneda". Una relación epistolar que sugiere que su vínculo fue firme, apasionado y, probablemente, sólo platónico.



A Ernest Hemingway, le gustaba llamar "hijas" a sus amigas. Cuando conoció a Marlene Dietrich, decidió incluirla en ese selecto grupo. De esa relación han sobrevivido treinta cartas escritas por Hemingway a la actriz entre 1949 y 1953. En ellas, la llamaba "Mi pequeña Kraut", que significa "alemana", pero también "cabeza cuadrada", un término que suele usarse para referirse a los alemanes despectivamente, pero que el escritor utilizaba con cariño.

En una de las cartas, fechada el 23 de mayo de 1950, Hemingway se defiende de los celos de la alemana hacia la actriz sueca Ingrid Bergman: "Sigue enojada todo lo que quieras. Pero detente en algún momento, hija, porque sólo hay una como tú en el mundo, y nunca jamás habrá otra, y me siento muy solo en este mundo cuando tú te enojas conmigo", le escribe.



En otra carta, fechada en 1951, la Dietrich le dice: "Creo que ya es hora de que te diga que pienso en ti constantemente. Leo tus cartas una y otra vez y hablo de ti con algunos hombres selectos. He cambiado tu foto a mi cuarto y la mayoría de las veces que la observo me siento bastante impotente".

Hemingway tenía 50 años y Dietrich 47 cuando comenzaron a escribirse. Él le describió la relación a su amigo, el escritor A.E. Hotchner, diciendo que se enamoraron cuando se conocieron a bordo del Ile de France. "Nunca hemos estado en la cama. Sorprendente pero cierto. Las víctimas de una pasión fuera de sincronía", le confesó a su amigo.

Las cartas, que en ocasiones Hemingway concluía con un "te mando un beso muy fuerte", fueron donadas en 2003 por la hija de la actriz, María Riva, a condición que no fueran hechas públicas por un tiempo. Ahora son de acceso público pero para contemplarlas hace falta pedir permiso.




La carta que  ha levantado tanto revuelo estos días, es tan surrealista como explícita y Hemingway se la envió a Dietrich en 1955. El texto comienza con los consejos que el autor ofrece a su amiga ante sus quejas por la puesta en escena del espectáculo que está protagonizando en Las Vegas. Pero, poco después, la misiva da un giro brusco hacia el surrealismo.

«Si yo actuara, probablemente aportaría algo novedoso, como dispararte en el escenario, borracho, desde un auto propulsado», escribe Hemingway. «Mientras tú apareces en el escenario, borracha y desnuda, yo avanzaría desde la parte trasera, o en tu parte trasera, llevando ropa de noche, y me la quitaría rápidamente para cubrirte con ella, dejando al descubierto el cuerpo de Burt Lancaster».

Más adelante, el autor de «París era una fiesta» menciona cómo la producción «emplearía aspiradoras invertidas que aspirarían mi ropa de noche de tu cuerpo». «Esta es la escena que, realmente, es la columna vertebral de mi hormigueo y solo tengo la columna vertebral para ello», añade. «Yo juego con una pulsera de goma de la Ballena Gigante llamada Capitán Ahab... Tú echas espuma por la boca, por supuesto, para demostrar que realmente estamos actuando y envasamos la espuma y la vendemos a cualquiera de los clientes que sobreviven».


Según recoge «The Hollywood Reporter», Hemingway escribió la carta durante el rodaje de la adaptación cinematográfica de «El viejo y el mar» dirigida por John Sturges. El Nobel de Literatura se queja ante Dietrich de que él mismo ha tenido que pescar un pez lo suficientemente grande para las escenas de la película. «Yo solo escribí el libro, pero hay que hacer bien el trabajo y no tienen sustituto. Me levanto a las 4:50 de la mañana y me acuesto a las 7:30 de la tarde», escribe.

Hemingway termina con una frase irónica y fatalista sobre la naturaleza de la fama: «Creo que se podría decir que tú y yo hemos ganado todo lo que la gente no pudo tener. ¿Y qué? Y mierda. Te quiero como siempre. Papa».




La carta forma parte de una colección de 250 objetos personales de Marlene Dietrich, que estaban en posesión de sus tres nietos y que serán subastados online entre el 19 de marzo y el 6 de abril. Se habla que por la misiva podría pagarse más de 50 mil dólares. Yo no llego. Conmigo no cuenten.