MEMORIAS DEL PATA PATA
De pronto, sin aviso y como para causar más sorpresa aún, Manolo desde Barcelona me bautiza con un llamado telefónico inesperado. “Tío, no podía dejar de decirte que ayer en el Palau de la Música, la despedí a la Miriam Makeba bailando el Pata Pata”. Como siempre éste flor de cornudo, vino a despellejarme con un recuerdo prehistórico. ¿Miriam Makeba todavía vive?, le respondí. “Pedazo de pelotudo, ojalá a los 75 años tu puedan moverte como esta negra”, me abofeteó. “Setenta y cinco años y todavía arriba de un escenario”. “Vete a cagar” me dijo y colgó. Espero que no se haya ofendido pero uno pierde la noción del tiempo y la distancia. Yo nunca fui bailarín, tampoco un fanático de la música, debo reconocer que a pasar de ello me supe mezclar entre esos jóvenes que saltaban al ritmo de alguna melodía y con esta africana quien no movió sus caderas. Ahora bien, ya pasaron unos cuántos años de aquellas épocas de furor y el Pata Pata parece tan lejano como la primera novia o el cigarrillo pitado a escondidas. Esto suena contradictorio en un tipo que vive escribiendo sobre un escritor borracho llamado Hemingway. Hasta parece extraño que tratando de dejar aclarado que en otras épocas las cosas eran distintas, ciertamente repletas de fantasías y felicidades, la mínima revisión de una mujer despidiéndose dignamente de su público no le emocionara a pleno. Es que las emociones cambian y las razones mandan, decía una tía y si bien el Pata Pata seguirá deslubrándolo a Manolo, a mí en cambio me volverá un poco más demente los cuentos de Nick Adams y las aventuras de pesca de ese norteamericano mujeriego.
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