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Friday, August 20, 2010

ENTRE ILEGALES Y LA FIESTA


El tema de los ilegales no se termina. En mi casilla de mails recibí mensajes de todo tipo. Uno, al leer esa literatura, se da cuenta de la discriminación y falta de tolerancia de muchos que se visten de democráticos y progresistas. Como siempre la política mete la cola y, como siempre, el ciudadano es el culpable de todos los males. Hay una generación de indocumentados que se vio obligada a esconderse. Son los hijos de esos ilegales que llegaron a Florida porque en su país la economía había estallado. En ese momento, cuando pisaron por primera vez las calles de Miami, nadie dijo nada. Eran los sudacas, la caca del sur, los residuos de la pobreza. Ahora, cuando ya los usaron, los arrojan al tacho de la basura porque molestan, porque les roban el trabajo a los blancos, porque son sencillamente un preservativo que cumplió su función higiénica. Yo estimo a muchos norteamericanos pero esa idea enfermiza del dinero les tapa las arterias como el colesterol. Por eso valoro la tarea del movimiento Dream Act, porque son los jóvenes que no se duermen en los laureles y rescato aún más su consigna: “Si uno se esfuerza, lo consigue”. Ustedes me dirán que tiene que ver esto con Hemingway. Mucho…mucho, por algo Papa se fue a otra parte y volvió para decir adiós.


En medio de tanto viento huracanado se me cruza un mensaje de un viejo amigo que ha pasado por la hermosa ciudad de Alassio, en la provincia de Sabona (región Liguria) en la Rivera del Ponente. Allí, en su puerto “Luca Ferrari”, mi amigo se tomó unos tragos mirando la bahía. Entonces pensó… “Aquí tendría que estar Gatti” (pero Gatti no está) y para darme más envidia me habla de la Muralla de Alassio y de la baldosas cerámicas. Allí, en 1951, ese viejo maldito llamado Hemingway estuvo de vacaciones y pegó la primera baldosa cerámica. Para rematarme de celos, mi amigo me cuenta que va a almorzar unos penne con el mejor pesto del mundo. Un abuso de confianza.



Ahora la fiesta. Una compañía de teatro experimental neoyorquina que responde al nada dramático nombre Elevator Repair Service (Servicio de reparación de ascensores) ha llevado a la escena el primer gran éxito novelístico de Hemingway: Fiesta. El decorado es único: un bar parisino, bien surtido de bebidas y con unas simples mesas donde se desarrolla la acción incluido los viajes por tren a Pamplona y a Madrid. La obra ha tenido su estreno mundial en el Festival de Edimburgo. A la eficacia del espectáculo contribuyen los sonidos amplificados, que van desde el descorche de una botella de champán, el lanzamiento del sedal de una caña de pescar o el que produce un afeitado con navaja, hasta el ruido de un tren en marcha, el del motor de un supuesto taxi o los resoplidos de un toro cuando embiste al torero en la plaza. Todo ello se produce sin que los actores abandonen el espacio escénico.
Quiero estar allí, pero la vida no siempre es una fiesta.

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