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Tuesday, April 17, 2012

OTRO HEMINGWAY EN PAMPLONA




Uno siempre quiere volver a Pamplona. Uno siempre regresa. Para los hemingwayanos es una historia repetida pero inexorablemente llena de novedades. Mis amigos me seducen permanentemente porque saben que allí comí los mejores espárragos que pude conocer en mi larga vida de patético consumista y también, porque allí siempre me espera una sidra recién tirada que no tiene precio. Claro, hablo con el estómago y mi abdomen se hincha de alegría. Como diría Savater… “con la panza llena de libros”. Entonces viene a mi memoria aquel pasaje de Fiesta: La primera comida en España siempre produce conmoción, con sus entremeses, un plato de huevos, dos platos de carne, verduras, ensaladas, fruta y postre. Hay que beber una cantidad de vino para poder comer todo esto. O la reflexión tan apropiada: Me hubiera gustado nacer en España para poder escribir español como un nativo en vez de sentirme como un furtivo cazando en un coto o pescando durante la veda.




A mí me pasa lo mismo que al barbudo novelista, me arrepiento de no manejar el inglés con fluidez para entender todo desde una mirada más “americana”. Rara magia encierra Pamplona. Uno camina por sus calles y de pronto aparecen imágenes que resultan familiares, situaciones cotidianas vividas en un tiempo no lejano, momentos que la mente retiene para golpear al corazón en cualquier instante. Es que aún está el Café Iruña, en la Plaza del Castillo, esperando que este sudaca se decida a visitarlo.Tomamos café en el Iruña, sentados en cómodos sillones de mimbre, mientras desde la fresca sombra de las arcadas contemplábamos la gran plaza, decía el maestro en Fiesta.




Y sin dudarlo regreso de pronto a la fotografía de Julio Ubiña que me hace temblar como un chico perdido, mientras miro el ingreso al Gran Hotel La Perla, esperando un saludo de bienvenida, porque supongo que todos me conocen. Estupidez de un creído quien aventura historias inexistentes. En medio de estas fantasías y después de dejar atrás la valoración del I Concurso Tinta, sangre y vino, organizado por las Bodegas Paternina, me encuentro con un hecho auspicioso, el artista mallorquín Damià Ramis Caubet, quien coincide con Hemingway en su afición por la pesca y los barcos, dice que el autor de Por quien doblan las campanas , un enamorado de las fiestas de San Fermín y de los toros, "no era un personaje como los demás, me enganchó desde que de joven leí El viejo y el mar , era una persona que se comía la vida a bocados".El escultor de las Islas Baleares, un hemingwayano más, en un gesto de admiración, realizó un busto a tamaño natural que fue colocado en el vestíbulo del Gran Hotel La Perla. Expresa el artista: "le quise reflejar como un personaje ya vivido, un poco quemado, con la mirada un tanto cínica, simpática, de ahí esa media sonrisa cómplice como de un hombre que ha vivido la vida intensamente". Y agrega para los que miren su trabajo: "les provoco, quiero que les entren ganas de ir de copas con Hemingway".


Este desafío es una amenaza que tiene aire de revuelo. Retornar a Pamplona, husmear en la habitación 217 o en la 201-da lo mismo-, soñar que en un pasillo se aparece Orson Wells y en medio de tanta algarabía, doña Ignacia Erro interrumpe la escena solicitando silencio. O acaso advertir que Handley, un poco cansada de esos vinos espirituosos, nos señala el rumbo a las habitaciones porque, al día siguiente, el archivero municipal Leandro Olivier estará esperando con las entradas en la mano para asistir a las corridas de toros; puede ser una campante invitación a un mundillo reservado para algunos trasnochados. Locura o realidad, poco importa. Vuelvo al archivo de mi memoria. Es precisamente esa habitación 217, mágica, mítica, romántica, la que fue cancelada su reserva una semana antes del suicidio del norteamericano. Es en ese espacio glorificado donde este cronista se miró al espejo y creyó ver detrás de él la imagen velada de un Hemingway cuarentón. Pero todos son sueños, momentos disimulados y fantasías de un lector apasionado. Dice mi amigo Andrés Arenas Gómez… "tú ves a Hemingway donde no está". Lo concreto, hoy por hoy, es que una nueva imagen, un rostro renovado, una cara maquillada de tiempo, mezcla rara de ceniza de mar y arcilla arenoso, se suma sin disimulo al entorno del Gran Hotel La Perla. Tenía toda la voluntad de llegar hasta allí, a mi Pamplona, para decirle al señor Hemingway de piedra que nos tomáramos unos vinos, pero debí postergar la visita por razones familiares. Damià Ramis sabrá disculparme. Los amigos seguirán esperándome y Papa hará de las suyas sin pedirle permiso a nadie, sin ocultar que allí, en ese terruño, un día cambio su historia y la de muchos de todos nosotros.






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