En el glosario lunfardo argentino hacer es robar, apoderarse de algo,
escamotear, sustraer. Seguramente Hemingway desconocía este lenguaje
rioplatense, pero bien sabía aquello de: what's to be done about it? (¿qué
hemos de hacer?) y en este aspecto el cuento Los asesinos es no hacer nada. Esa suerte de pasividad, de lentitud
patológica, pareciera ir a contramano de la acción de hacer algo y dejar sin
base a la forma de tiempo que se expresa en una suerte de intervalo limitado
por una línea que trascurre ocasionalmente.
En el cuento lo que no sucede es más importe que lo que sucede. Lo que sí queda claro es que el diálogo se apodera del recurso que Hemingway emplea de manera descriptiva para manejar el eje arquitectónico de su relato. En Los asesinos el narrador aparece en forma escasa y el peso de la trama recae en los intercambios verbales de los protagonistas. Así, el carácter de los dos asesinos del cuento, Max y Al, queda plasmado por su forma de interpelar a los empleados del café al que van a esperar a su víctima:
(…)
-¿Qué está mirando? –dijo Max a
George.
-Nada
-¿Cómo nada? Me estaba mirando a
mí.
-Tal vez el muchacho quería hacer
una broma, Max –dijo Al.
George rió.
-Usted no tiene que reírse. ¡No
tiene que reírse!, ¿entendido?
-Está bien –dijo George.
-¿De modo que piensa que está
bien? –Max se volvió hacia Al-. Oye, piensa que está bien.
-¡Oh!, ¡es todo un pensador!
–dijo Al. Continuaron comiendo.
(…)
Se
advierte cómo se evitan las aclaraciones: en ningún momento se dice que Max
dijo tal cosa con contenida violencia, o que Al tal otra con sarcasmo. El
lector puede inferir esos rasgos por el fluir mismo de la conversación.
Los
Asesinos, al igual que otros cuentos de Hemingway, está cargado de dolor y
sufrimiento. La violencia es una constante que lo invade; está latente, casi
nunca resaltada. La posibilidad de la muerte es sugerida de modo inquietante.
Los diálogos que Al y Max sostienen con George y con Nick funcionan como
ejemplo. Nunca se nos dice que su tono sea amenazante, pero lo percibimos así a
través de la textura del lenguaje. Lo mismo sucede con la atmósfera en la que
la historia se desarrolla, la cual se va haciendo cada vez más densa, sin
necesidad de explicitar acciones, sino sólo a través de las sugerencias.
El cuento Los
Asesinos reúne algunos de los rasgos característicos de los relatos de
Hemingway. Su sentido no es evidente ni explícito, no está en las acciones
mismas de los personajes sino que es algo que el propio lector debe intentar
recuperar, atendiendo al posible tono de los diálogos, a las repeticiones, a lo
sugerido por la cadencia de la prosa. Todos estos elementos son los que van
otorgando la información, creando una atmósfera determinada, nunca del todo
visible, pero no por ello inexistente. Los
asesinos del título no asesinan, la muerte anunciada no se concreta, el
boxeador sueco Ole Andreson no escapa, mientras que Nick Adams, que de algún
modo es el único que hace algo para modificar la situación existente (le avisa
a Ole que lo están buscando para matarlo), no consigue su cometido ya que su
advertencia no produce el menor efecto en la futura víctima. Vemos entonces la
ausencia casi total de acciones concretas, perfectamente ejemplificada por
frases como “no se puede hacer nada” o “no hay nada que hacer”, las cuales
reflejan además el clima de desesperanza que atraviesa la narración. Del mismo
modo, tampoco las descripciones son numerosas, destacándose tan sólo algunos
pocos gestos de los personajes o ciertas indicaciones vagas referidas al
ambiente.
Si analizamos el relato para la mentalidad
Argentina de hoy, para esta sociedad acostumbrada al telediario policial,
debemos decir que se convierte en un cuento de niños. De acuerdo a nuestra
geografía urbana, un diálogo de estas características puede escucharse sin
reparo alguno en la butaca arruinada de un colectivo o en el asiento pegajoso del
tren. Bien cabe que transcurra en algún cafetín, en el tedioso viaje en el
ascensor, en la cola del Banco; y a nadie le asombrará que dos sujetos estén
buscando a otro para matarlo. La triste historia en nuestro país de los años
duros de la dictadura, nos ha enseñado a ser poco ingenuos y
lamentablemente la persecución, la
amenaza y la muerte no eran precisamente un cuento. Para un escritor joven,
quien tal vez no leyó a Hemingway y que de pronto descubre el cuento,
seguramente no mirará con buenos ojos esas imágenes empobrecidas, castigadas de
melancolía, y caerá en la cuenta que la historia poco le agrega a su deseo
literario. Sin embargo, Los asesinos
debe analizarle dentro de un espacio de tiempo en donde ciertas conductas
humanas parecían convulsivas. Hemingway
escribió su relato basado en un hecho real y lo publica por primera vez
en 1926 en la afamada revista Scribner´s.
Al año siguiente lo incluye en su libro Hombres
sin mujeres. El volumen consta de catorce historias, diez de las cuales
habían sido previamente publicados en las revistas.
Para entonces la vida personal de
Hemingway había comenzado a mostrar ciertos malestares. Se divorcia de su
primera esposa Hadley y forma pareja con Pauline Pfeiffer, un periodista de la
moda que escribe en las revistas Vanity
Fair y Vogue. En 1928 Hemingway y
Pauline dejan París y llegan a Key West en busca de un nuevo entorno para
rehacer una nueva vida juntos. Ellos vivirían allí durante casi doce años, y
Hemingway encontrará un lugar maravilloso para trabajar y descubrir el deporte de la pesca deportiva de
la que se convertirá en la pasión de toda la vida y fuente de gran parte de su
obra posterior. Ese mismo año Hemingway recibe la noticia de la muerte de su
padre por suicidio. Clarence Hemingway había comenzado a sufrir una serie de
dolencias físicas que exacerbar un estado mental ya frágil.
Los asesinos a falta de
contenido de impacto tiene el valor de concentrar la filosofía del relato
corto. Aquí queda demostrada que esa frase hemingwayana de “la prosa es
arquitectura y no decoración”, es clave en un momento social y político donde
la mafia golpeaba al país y el gobierno sacudía con la ley seca.
Otro recurso que también es utilizado por
el autor es el de la elipsis. Ya desde el título se propone que, si bien no lo
hemos leído (ni tampoco lo haremos, porque en ningún lado está mencionado) hay
al menos, dos personajes, que anteriormente a lo relatado, han matado.
Asimismo, la muerte final, que debido al contexto de la historia se supone que
termina ocurriendo, tampoco está narrada, ni lo están los motivos por los
cuales alguien (no se sabe quién) ha mandado a matar a Ole Andreson.
En Los
asesinos, la oposición bueno/malo se manifiesta en la irrupción de la
violencia en un mundo de inocentes (la gente del café). Esta inocencia se
refuerza en el uso reiterativo (23 veces) y el tono irónico de la palabra
“listo”, “chico listo”, por parte de uno de los matones.
Toda la conversación gira alrededor de
objetos y situaciones evaluadas, expresadas en términos como brillante,
adorables, agradable, encantadora, que relajan un poco la tirante situación. Es
entonces cuando el lector se enfrenta al verdadero conflicto, con la valoración
expuesta por el hombre: “En serio que es una operación terriblemente sencilla”.
Terriblemente sencilla es una frase valorativa que trata de minimizar el
problema. De esa forma se exterioriza el conflicto en torno al bebé no deseado.
En ningún momento se menciona la palabra aborto: el término operación escamotea
lo descarnado de la misma. Es éste un eufemismo que es puesto, justamente, en
boca del hombre, quien todo el tiempo trata de disminuir el valor trágico y
riesgoso que la mujer sabe que la acción implica, así como las nefastas
consecuencias que puede traer a las relaciones futuras de la pareja. El término
operación expresa la indeterminación, lo implícito; el elemento a partir del
cual el lector comienza a valorar la situación, así como las actitudes y
comportamientos de los personajes.
La economía del lenguaje hemingwayano,
asiento básico de su discurso narrativo, es una valiosa y poco estudiada fuente
de análisis del subtexto valorativo. A partir de su singular estilo, no es
posible dudar que con un mínimo de elementos expresivos y un tratamiento sobrio
de los personajes, pueda crearse con la mayor efectividad un mundo complejo,
lleno de contrastes, significados y, quizás por ello mismo, totalmente próximo
a ciertas inquietudes escasamente exploradas que padecemos los seres humanos de
siempre.
Hasta ser llevado a la pantalla grande, el relato debió esperar varias temporadas: el film del alemán Robert Siodmak (1900-1973) fue realizado en 1946 (con producción de la Universal Pictures). Cabe aclarar que la suya no es la única versión fílmica existente, ya que en 1959 el ruso Andrei Tarkovski llevó a cabo, en tan sólo dieciséis minutos de metraje, su propia interpretación al respecto, mientras que el estadounidense Don Siegel, a su vez, hizo lo propio algún tiempo más tarde, en 1964.
Hemingway ha sido un privilegiado con su
obra dado que fue gratificado con cintas que dejaron mucho que desear, pero al
hablar de literatura y cine resulta fundamental comprender que ambas artes son
diferentes. La literatura pertenece al código lingüístico, verbal; su material
son las palabras. El cine, por su parte, (siguiendo los términos del teórico
francés Jacques Aumont) se establece sobre una “banda-imagen” y una
“banda-sonora” (Aumont, 1983).
Por este motivo, a la hora de comparar
el cuento de Hemingway con la película de Siodmak, es fundamental no perder de
vista esta diferencia, para no caer en endebles interpretaciones que terminen
invalidándose a sí mismas desde el desconocimiento de principios teóricos
básicos. Para hablar acerca de los cruces
entre literatura y cine, debemos diferenciar en primer lugar, el concepto de
“adaptación”, el cual presupone (falazmente) la equivalencia entre imágenes y
palabras, además de colocar a los films en un escalón por debajo de la
literatura, relegándolos al rol secundario de servidores, y desconociendo la
autonomía de la que los mismos son dueños.
En segundo lugar, dejar de lado la remanida idea de “fidelidad”, por ser una noción difusa e inmanejable teóricamente, que habilita implícitamente una jerarquía entre el sistema discursivo fílmico y el literario, en donde ambos salen notablemente empobrecidos. La imprecisión del término nace de la imposibilidad de definir el momento exacto en que un film traspasa la frontera del “respeto” por el texto (si es que eso pudiera existir) para pasar al territorio de la “traición”.
Mencionadas estas características, es
posible comprender por qué este relato supone un importante desafío para un
director que quiera “llevarlo a la pantalla”. El cine puede sugerir a través de
las imágenes, proponer ambigüedades; sin embargo, no deja de ser por ello un
arte representativo, figurativo. Debe mostrar un objeto para que ese objeto
exista. Es un arte de “mostración”. La literatura, en cambio (y el cuento en
cuestión bien lo demuestra), tiene la posibilidad de insinuar un ambiente, un
lugar, unos determinados personajes y una relación entre ellos, sin necesidad
de nombrar todo lo que acontece.
Puede pensarse que la situación de Robert Siodmak ante un cuento como éste era similar a la de un trapecista sin red; al manejarse en un medio como el cine, el elegir para la transposición un relato que se enriquece a partir de la sustracción, supone una dificultad desde el inicio mismo.
El relato de Hemingway, al ser un texto
breve, es utilizado como proveedor de un argumento, de unos personajes y una
atmósfera que servirán de sustento para construir, a partir de ellos,
acontecimientos posteriores. El texto fílmico, entonces, decide hacer una
transposición para luego crear su propia historia.
En rigor, de la duración total del film,
sólo los once primeros minutos representan el “traslado a la pantalla” del
relato literario. Hasta aquel momento, ambas producciones discursivas mantienen
fuertes semejanzas, argumentalmente hablando. En el cuento, luego de que Nick
se da cuenta de que no hay modo de ayudar a Ole, se va de su habitación y tras
una breve charla con una mujer en la entrada del hotel, regresa al bar y le
comenta a George lo sucedido. Es ahí cuando el relato finaliza. En tanto
lectores, hemos estado siguiendo a Nick, mientras que el sueco ha quedado en el
cuarto del hotel. Nada más sabremos de él.
En
la película, por el contrario, cuando Nick se va de la habitación, cerrando la
puerta, la cámara permanece en el interior de aquel espacio (evidenciando así
un cambio en el punto de vista respecto a la historia de base) mostrándonos al
boxeador; instantes después presenciamos su asesinato por parte de los matones
(Al y Mark). A partir de esa muerte, la película (re)construye mediante
flashbacks el pasado de Ole, y nos da una explicación referida a los motivos
que hicieron que su vida terminara de aquel modo.
Las acciones que Hemingway insinuaba
y dejaba en manos del lector son completadas (y por tanto interpretadas) por
Siodmak. Por ejemplo, cuando los matones le indican a Nick, gritándole, que se
pase del otro lado del mostrador, ante la resistencia del joven, uno de ellos
le retruca: “Pásate, te conviene” . El film, en ese momento, elige acompañar la
frase con un movimiento de uno de los individuos, quien se incorpora y se
dirige hacia Nick de modo amenazante.
Uno de los silencios fundamentales del
cuento gira en torno a la frase que Andreson le dice a Nick Adams para hacerle
entender el motivo por el cual lo persiguen: “Hice algo malo”, dice enigmáticamente.
Un poco más tarde, George, el encargado del bar, le sugiere una hipótesis al
joven Adams: “Debe haber traicionado a alguien. Esa es la razón por la que los
matan”. Para esclarecer esta intriga que el cuento no despliega sino que apenas
esboza, el film crea al personaje de Jim Reardon, quien se encargará de llevar
a cabo una investigación, de la cual saldrá victorioso, al igual que el
espectador.
Tanto uno como el otro terminarán
satisfechos: ambos, en definitiva, han ingresado a una historia trágica, pero
han salido indemnes. Jim ha cumplido con su trabajo, echando luz sobre los
puntos oscuros; el espectador ha visto saciada su curiosidad.
Si comparamos el desenlace de la película con
el propuesto por el cuento, notaremos que a la complacencia evidenciada por la
primera se oponen la amargura y la desesperanza propias del segundo. La última
frase de Nick así lo indica. Al referirse a la situación del sueco, le dice a
George: “No puedo pensar en que está esperando en ese cuarto, sabiendo que va a
morir. Es demasiado horrible”. Por el contrario, el homicidio de Ole Andreson,
al llegar al fin de la película, ya no importa demasiado. Las explicaciones
actúan a modo de bálsamo por aquél crimen. Una vez comprendido puede ser
olvidado, y para el investigador no representa sino un caso más en su carrera.
En Hemingway, la intriga respecto al pasado del boxeador, pero más aún, la actitud
pasiva de aquél ante la inminencia de su asesinato generan conmoción; el final
abierto, por su parte, deja una sensación de desaliento e inquietud que se
perciben irreversibles. El cuento no entrega soluciones; Nick dice que se irá
de aquella ciudad para no pensar más en lo ocurrido, y el lector se topa con la
última frase de George, quien dice, o quizás, le dice: “Bueno… Mejor no pienses
en ello”.
Siodmak capta el clima del relato y,
conciente de estar trabajando con un arte que necesita mostrar, decide colocar
los elementos insinuados por Hemingway en un primer plano, haciéndolos
protagonistas de su narración, convirtiéndola en un policial negro.
El título Los Asesinos es común tanto al texto literario como al fílmico. En
el cuento, promete acciones que después no se desarrollan, ya que no hay
asesinato alguno, mientras que en el segundo funciona como un claro indicador
genérico, ubicando a la historia dentro del terreno del policial. A partir de
allí, el resto de la película continuará, de acuerdo con la lectura de Siodmak,
siguiendo muchas de las convenciones y modelos característicos de aquella
estructura narrativa.
A lo largo de los once minutos iniciales
en los que la obra del director alemán transpone la historia literaria, su abordaje
y posicionamiento en relación a la misma se evidencian. La escena del comienzo
sirve a modo de ejemplo. En ella, los dos matones son presentados de acuerdo
con sus intenciones. Se los ve vestidos con sobretodos, envueltos en sombras,
serios y por lo menos uno de ellos, aunque podemos suponer que los dos, tiene
un revolver escondido. La música, acorde con la situación, es generadora de
suspenso y de tensión. La entrada de los asesinos al bar resalta la anormalidad
de la situación: cada uno ingresa por una puerta distinta, pese a que se
conocen. En el cuento, toda caracterización está ausente, ya que como hemos
dicho, carece casi completamente de descripciones. Sólo se limita a decir, en
su frase inicial: “La puerta del restaurante de Henry se abrió y entraron dos
hombres. Se sentaron ante al mostrador”.
Es así que al ser Los Asesinos una película de clase A (de alto presupuesto),
requería una duración estándar de por lo menos noventa minutos (cosa que a su
vez ocurre con la versión, también estadounidense, a cargo de Don Siegel, y no
con la de Tarkovski, inscripto dentro de una industria radicalmente distinta
como la soviética). Es por ello que, con certeza, dada la brevedad del relato
literario, se produjo la obligada ampliación posterior de la historia en su
transposición al campo cinematográfico.
En resumen, la película no tiene la
pretensión de recrear el universo de Hemingway en el cine, no se propone
trasladar su estilo a la pantalla, sino simplemente tomar una base argumental
para, a través de la expansión, fundamentalmente, construir una historia
distinta; tan distinta, en definitiva, como la literatura y el cine.
9 comments:
Hola José Buen día:
estuve leyendo este último post de la pipa.
Lo felicito profe porque ya hacen 5 años que no me pierdo un post y cada vez me instruyen mejor y me llenan de satisfacción.
Estoy trabajando en la escritura de un libro en colaboración con otros ciudadanos del mundo, conectados por internet, donde intercambiamos material.
Mi primer cuento que inaugura el proyecto, está basado en Los Asesinos de Hemingway, y aunque no goza de la maestría del relato original, hice lo que pude y el material gustó, siempre con el viejo barbudo como ejemplo y modelo a seguir.
Lo que puedo decirle como estudiante y autodidacta de la literatura, es que haber hallado a Hemingway fue el momento mas gratificante, épico y memorable de mi acercamiento a los libros, y se ha convertido en un culto de admiración infinita.
Por eso no puedo mas que agradecerle su inmensa labor de investigación, y felicitarlo por el estilo con el que presenta el material. Es una obra de arte cada linea de este blog, y es un privilegio poder leer este blog.
Le mando un abrazo, y siga así por favor; sus lectores estamos mas que agradecidos.
Martín Sáenz
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