La pandemia vino a cambiarlo todo. No hace falta que lo remarque. Uno
esperaba que la crisis no golpeara tanto, creíamos en algo momentáneo,
circunstancial; pero no, la fórmula
despiadada de presentarse el virus, modificó los hábitos, las costumbres, los
proyectos, las ilusiones, las vanidades, las pulsiones del éxito y la manera de
decir las cosas. En determinados ambientes, la resistencia a tomar conciencia
en donde estamos parados, aún hoy, después de pasar por litros de alcohol y
barbijos descartables, parece un cuento de ficción. Claro, la negación es
notable, actúa como un mecanismo defensivo que cubre y envuelve al temor, al
fracaso, a la frase hecha: “esto pasa y volvemos a lo de antes”. Ahora… qué es
lo de antes. El antes es un pasado que no regresa, es un ciclo cumplido. Sin
embargo, la construcción de un leguaje empático siempre trata de bajar el
dramatismo a las cosas. “Esto no es una guerra”. “Salimos con fe, esperanza y
valores”. Lo escucho en la calle, en la tienda, en el café, en el banco. En todas estas expresiones está presente la
palabra “moral”. Me detengo, no sea cosa que pise mierda y se arruinen mis
zapatillas blancas. Trato de no pensar, pero este caprichoso señor Hemingway me
saca de la línea de conducta. Para decirlo sin tapujos: “Hemingway era un
inmoral”. Ya está, parte hipócrita de la sociedad feliz y contenta con esta
reflexión.
Criado en el seno de una familia victoriana y sometido al castigo de un
tutor maltratador, este patotero, pedante, gruñón, misógino, golpeador,
bebedor, bisexual y tantas cosas más, fue, por sobre todo, un inmoral. Acaso
huyó de esa madre que manoseaba a sus alumnas cuando le impartía clases de piano,
o se escapaba de ese padre que lo arrastraba a ver enfermos al borde de la muerte
para que se “haga hombre”. Tal vez lo
censuraron cuando transportaba desde Cuba hacia Estados Unidos, grandes
cantidades de bebidas compradas en el almacén Ripoll, cerca del Hotel Ambos
Mundos de La Habana, durante la Ley Seca. Y aquello que mataba palomas en la plaza de
París, las escondía en el cochecito de su bebé y luego las cocinaba para el
almuerzo. No menos cierto son sus travesuras para conseguir gasolina y lanzarse
al mar buscando submarinos alemanes. Este hombre fue un inmoral con todas las
letras.
“Es moral lo que hace que uno se sienta bien, inmoral lo que hace que
uno se sienta mal.
Juzgadas según estos criterios morales que no trato de defender, las
corridas de toros son muy morales para mí”. Hablen los que tengan ganas, dicho
así parece difícil meterse en la cabeza del escritor. Voy un poco más adelante,
Friedrich Nietzsche, golpea: “No existen fenómenos morales, sino sólo una
interpretación moral de los fenómenos”. Isaac Asimov, tira de la piola: “Nunca
permitas que el sentido de la moral te impida hacer lo que está bien”. Podría
seguir y llenar páginas con frases hechas, pero la idea de esta síntesis viene
a cuento porque los grandes grupos editoriales estadounidenses han comenzado a
implementar “cláusulas morales” en los contratos de algunos autores y en algún
caso, tomar la decisión de quitar la obra de la venta de un escritor por su
conducta moral.
Hace unas semanas la editorial W.W.Norton & Company, sacó del
mercado la biografía de Philip Roth, debido a las acusaciones sobre su autor,
Blake Bailey, quien habría acosado y agredido a una veintena de mujeres.
La biografía del autor “Pastoral americana” será publicada nuevamente
por la editorial Skyhouse que llegará a la Argentina con el sello Debate. La
pregunta y la polémica está instalada ¿Es
lícito que las grandes editoriales como HarpenCollins, Penguin Random House o
Simon & Schuster, le impongan a los escritores una condición contractual
por la cual si llegara a surgir una conducta dudosa que no concuerde con la
reputación del autor en el momento en que se firma el contrato, se habilite a
extinguir el acuerdo e incluso a pedir la devolución del pago anticipado al
escritor?.
Esta modalidad contractual cambia drásticamente el pacto tácito entre un
editor y un autor, amparado tradicionalmente en el contenido de la obra
prometida y no en el comportamiento anterior o posterior a la publicación.
¿Se imaginan esto con la obra de
Hemingway?
Los tiempos cambian, la sociedad se renueva, las normas caducan. Las
cláusulas de moralidad son antiguas y otorgan un poder de censura a las
editoriales; claro, no violan el derecho constitucional, pero tienen un rasgo perverso.
Un autor crea una obra, no escribe un libro. Esa obra puede
transformarse en libro, en guión, en
libro físico o digital, puede terminar en un audiolibro, en ebook y hasta ser leído en streaming. El alcance es impensado e infinito.
¡Qué hubiera sido de Nabokov, D.H. Lawrence, Flaubert, Miller, el Marqué
de Sade!, para dar solo un par de autores.
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