Wednesday, August 27, 2008

LOS AMADOS PACIENTES
Las noticias no son gratas. Sergio Mescal está internado después de sufrir un (ACV) ataque cerebrovascular, en su casa de Santa Teresa. María Grazia consternada se comunicó conmigo a pedido de Flavio, el hijo de ambos. No quiero viajar. No quiero someterme a la desgracia. No quiero volver a esa casa donde se mezclan alegrías y tristezas. Estaba ilusionado con darle a este maldito la sorpresa de mi nuevo libro. Quería invitarlo para que se uniera a la pandilla de tramposos socialistas que ya están pensando donde presentarlo a Hemingway. “¡Gatti, La pipa de Hemingway es de todos!”, dice a cada rato Aurelio García. Y tiene razón, uno no se da cuenta que las cosas vienen atadas, que no son personales, que están programadas por estos representantes literarios que sin cobrar un centavo se adueñan del boca a boca, del comentario fabulador, del elogio grandilocuente y creen que su amigo es García Márquez sin Macondo. Ellos hacen y deshacen, organizan listas de invitados, visitan lugares, llaman a bodegas, se comunican con periodistas, se meten en los portales literarios y tratan de demostrar que el “negocio” funciona porque ellos cargan la gasolina en el tanque de las ilusiones. El juego me divierte. Los veo felices aunque no tengan idea que el “negocio” no es como lo pintan.
Las noticias no son gratas. El rockero Antonio tampoco está bien. A Rosendo Castillo le ha dicho el doctor Sierra que su tratamiento está en una meseta. La rehabilitación es, a no dudarlo, un tema económico. Daniela vive en Cuba atendida como una reina. El músico aquí dando lástima. En el país hay pocos centros dedicados a la recuperación de sobrevivientes de siniestros viales. “Tenés que tener el bolsillo lleno de dólares para que te miren los médicos”, sentencia ciertamente el mosquito Barrientos. Antonio dejó atrás su etapa de cuadripléjico y ahora puede mover los brazos y una pierna. Mientras tanto nosotros todavía no aceptamos el cambio. Lucy, la hija abandónica, tampoco quiero verlo hecho una bolsa en una silla de ruedas. Nos espera viajar día por medio hasta el Centro de Rehabilitación Nacional y escuchar las protestas de los familiares por la falta de insumos, los turnos cancelados, los médicos desentendidos y la palabra discapacitado resonando en los oídos. Después de la visita, alguno cortará la tragedia con la invitación a comer “una pavada” en esos restoranes de mala muerte que siempre resultan los mejores.
Pido ayuda: estoy entre los pacientes, con mi libro en la mano, esperando un momento mejor.
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