Thursday, October 16, 2008


MICROCUENTO SIN HEMINGWAY
Daniela es ahora una mujer apocada. Sabe que su vida dejó de ser una aventura. Nada será igual a la insigne memoria. Aún la mancuerda le sigue apretando el torso dolorido. Quedan huellas. Marcas como el curso de un río. Aún su desamparo está presente. Circula el abandono por su alma. Ya pasó el tiempo de la negación. Si pudiera rompería los espejos. No se ama. No es la impaciente muchacha capaz del desplante. Nos reencontramos. No es una cita. Nos reencontramos con el mapa, con la hoja de ruta. Ninguno habló de sus pasiones. Estuvimos mirando la llanura después del incendio. El fuego arraso todo, nos quemó por dentro, calentó la hoguera de las vanidades y nos puso al ras del piso, sobre las cenizas, para arder los rostros. Le pregunté si pensaba en lo inmediato. Me respondió que hoy su vida era como sus maletas rojas. Traté de entender… ¿listas para un viaje?...”Ya no hay más París”, murmuró. Hubo un silencio. Eterno, maldito. Sus manos temblaban. Las emociones no le dan respiro. De nada hubiera servido traer recuerdos. Ya es tarde para volver al paraíso. Pidió que caminemos. Salimos del café de San Telmo y tomamos por Bolívar hacia el sur. La tarde estaba cortada por un viento frío. “Como está tu libro”, dijo. Por ahí anda…acoté. La tomé del brazo. Se detuvo. Me miró. Sus ojos celestes estaban cargados de lágrimas. Su pesar había quedado en la mesa de aquel bar de la melancolía.

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