Otra vez la venenosa palabra guerra
serpentea sobre la humanidad dejando la muerte tendida en las calles, a los
ancianos sin aliento, a las mujeres desgarradas al ver a sus hijos temblando de
miedo, a los jóvenes poniéndole el pecho a las metrallas. Todo terror,
desolación, pánico.
Ernest Hemingway, como ningún otro escritor norteamericano, estuvo más
asociado a la guerra. Fue protagonista a los 18 años cuando se ofreció
voluntariamente para servir en Italia como conductor de la ambulancia de la
Cruz Roja americana. Era el mes de junio de 1918, mientras conducía un vehículo
transformado en cantina móvil distribuyendo chocolates y cigarrillos para los
soldados, fue herido por el fuego de un mortero en las trincheras de la orilla
del río Piave. Ernest imposibilitado, hubiera muerto sino fuera socorrido por
un soldado italiano que se interpuso entre él y los proyectiles. Ese hombre se
llamaba Fedele Temperini, tenía 26 años y era de Montalcino, un pequeño pueblo
de la región de Toscana. El giovane
americano salvó su vida gracias a Temperini que se había acercado a la
cantina por un paquete de cigarrillos.
Hemingway, mal herido, nunca reparó en quién lo había ayudado. Aquel
debut en el combate lo obligó a estar en el hospital de Milán donde conoció y
se enamoró de Agnes von Kurowsky, la enfermera que lo atendió. Al final, después de seis meses,
Agnes se despidió del joven con una carta. Fue tal la desazón de Ernest que la
utilizó como inspiración para el personaje de Catherine Barkley en Adiós a las armas (1929).
“Cuando la vi, me enamoré de ella. Todo se dio vuelta dentro de mí. Ella
miró hacia la puerta, vio que no había nadie, entonces se sentó a un lado de la
cama, se inclinó y me besó”. A Catherine la enfermera de Adiós a las armas. Hemingway la modeló con la imagen de Agnes y,
sin duda, con la figura de Hadley, su primera esposa.
Escribe el novelista en una carta que le manda a sus padres: “Entonces
hubo un destello, como cuando se abre la puerta de un alto horno, y un rugido
que comenzó blanco y se hizo rojo”.
Sigue con la angustia y reflexiona: “Cuando vas a la guerra como un
joven, tienes una gran ilusión de inmortalidad, otras personas mueren, tu
no…Entonces, cuando estás gravemente herido por primera vez, pierdes esa
ilusión y entiendes que puede sucederte a ti también. Después de haber sido
gravemente herido dos semanas antes de mi decimonoveno cumpleaños, tuve un mal
momento hasta que me di cuenta de que
nada podía pasarme que no les había sucedido a todos los hombres antes
de mí. Tenía que hacer lo que los hombres siempre habían hecho, y si ellos lo
habían hecho, yo también podría hacerlo y lo mejor sería no preocuparme por
ello”.
Tobías Wolff, el escritor norteamericano de ficción y memorias,
especialista en relatos breves y cercano a la corriente del realismo sucio,
expresa que “El gran trabajo de guerra de Hemingway se refiere a las secuelas
que le quedaron. Ernest trata sobre lo que le sucede al alma en la guerra y
cómo las personas lidian con esas consecuencias. El problema que Hemingway se
propuso a enfrentar en historias como Soldier’s
Home, era la dificultad de decir la verdad sobre lo que había pasado. El
conocía su propia dificultad en hacer eso”
El escritor nunca superó el trauma del combate ni el desamor de la
enfermera. Pasaron los años, ese juego macabro entre la vida y muerte lo volvió
a encontrar en el campo de batalla.
Como corresponsal de guerra Hemingway cubrió el conflicto de guerra de
Macedonia y la propagación del fascismo por toda Europa.
Hemingway se metió, en 1922, en la guerra entre Grecia y Turquía, en los
bombardeos de Madrid. Ernest puso en letras las miserias de la contienda, el sufrimiento del pueblo y
la diáspora de esas naciones.
El gran desafío periodístico de Ernest fue salvar la credibilidad. Ese
concepto entre lo verdadero y falso significaba un concreto problema para en
autor, Hemingway partía de una premisa: La
información más útil no siempre es la que más vende. Con cierto rigor,
muchos académicos denostaron al norteamericano y hasta lo tildaron de
amarillista. Sin embargo, el Departamento de Periodismo de la Universidad de
Nueva York, eligió sus informes sobre la Guerra Civil Española (1937-38), entre
las 100 mejores coberturas periodísticas del siglo XX y la agencia AFP,
sumándose al elogio, expresó que nadie
antes, había de imponer un leguaje periodístico que descarta la grandilocuencia
y cualquier exceso, valorando como ninguno la palabra.
No hay que llamarse a engaño, el periodismo carga con la consecuencia de
un mundo deteriorado por la fantasía de la globalización. La comunicación
ecuménica, a simple vista, ya no es confiable ni reservada. Todos sabemos más
del otro aunque este no lo imagine ni decida. El camino tiene muchos atajos.
Resulta entonces que las razones del cambio pulverizan a las normas del pasado.
Según sus enemigos, Hemingway era un mentiroso, un farsante que se burlaba de todos. ¿Qué hubieran dicho
hoy esos mismo pontífices cuando el Pentágono ha decidido que es válido mentir?
El 25 de agosto de 1944 Hemingway, acompañado por seis empleados del
Hotel Ritz y un grupo de soldados americanos, ingresan por la terraza y dominan
el bar histórico. Durante 4 años había sido territorio de los nazis. El 7 de
octubre desde ese mismo lugar, ve reconquistar París a la columna del general Jacques
Leclerc. En la crónica para Collier’s, titulada Así entramos a París, Hemingway describe con lujo de detalles su
experiencia y emoción por la liberación de la ciudad Luz.
“Once de los nuestros fueron torturados y fusilados por esos
alemanes, a mí me apalearon y me
trataron a puntapiés, y me hubieran fusilado si llegaban a saber quién era yo”.
-¿Quién carajo es usted y que hace en nuestra columna?
-Soy corresponsal de guerra.
-Ningún corresponsal de guerra puede adelantarse a la columna y usted
menos que ninguno.
-Que nadie se mueva mientras no haya pasado la columna.
Los corresponsales de guerra no están autorizados para mandar tropas,
por lo tanto, acompañé la guerrilla al puesto de mando del regimiento con el
único fin de poder brindar más información a la superioridad.
Hoy la guerra entre Rusia y Ucrania sacude al planeta. Los líderes
mundiales hacen su negocio mientras en las calles miles de muertos son una
postal patética de la locura mesiánica. Otra vez las escenas que nunca
deseábamos volver a ver están presentes. En medio de ese pantano la información
basura llena las redes sociales y las pantallas de lo celulares se calientan en
el infierno de un mundo quebrado por el egoísmo.
Tres millones de desclasados miran las ruinas de sus hogares.
Hemingway supo de esto y de la muerte. Alguna vez - que sea pronto- volveremos a decir adiós a las armas.
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