16 CAÑONES EN TIO PASCUALITO
Después de una ausencia prolongada vuelvo a La Rosa Peregrina de Almagro. Ingreso pensando en aquello de “al que se va sin que lo echen vuelve sin que lo llamen”. Me preparo para recibir las críticas y los insultos de mis conocidos. El primero en advertir mi presencia es un gato color canela que se acerca para decirme: tiempo pasado, tiempo perdido. En la mesa de reuniones no hay gente. En la cercana a la biblioteca, una pareja se mimosea sin importarle nada sobre el resto. El público ha cambiado. Ahora una música ambiental se mete por todos los rincones. Suena un piano con una melodía tropical. No hay olor a milanesas ni a café quemado. Las paredes lucen impecables. El aire acondicionado me resulta una novedad. Me siento y espero. Un muchacho de uniforme negro se acerca. Me entrega una carta y se marcha. A su regreso le pregunto: “Disculpe, hace tiempo que no vengo y no sé si mis amigos siguen concurriendo, son un grupo que suele ocupar aquella mesa”. “¿Los socialistas?”, me responde. “Sí…puede ser”, afirmo. “No, hace rato que se reúnen en el café de Carlos Calvo”. Le pido un cortado liviano y, mientras tanto, trato de acordarme si ese café no es otro que “Tío Pascualito”. Cuando regresa el muchacho, insisto: “¿Puede ser que los amigos se junten en Tío Pascualito?”. “No sabría decirle”, me responde. Termino la infusión y me marcho. Este lugar ya no es más La Rosa Peregrina que conocí. Estoy por darle la razón a todo el grupo que me insistía en no hacer ningún cambio. Al final, Tomi Del Ball pasó sin dejar huellas y yo me perdí de seguir charlando con esos viejos de mierda que son mis queridos admiradores. No voy a ser tan idiota y quedarme con la duda si los socialistas están sentados a la mesa en Tío Pascualito, un fondín de mala muerte que nunca pudo competirle a La Rosa Peregrina. No hay conocidos. En este lugar nadie sabe que escribo. Ordeno una coca-cola y saco de mi carpeta unas anotaciones, son apuntes sobre la familia Steinhart. Casi con seguridad volveré a verlo a Teodor y le preguntaré por qué sus parientes huyeron de la residencia vecina a la casa de Hemingway a los pocos días de la muerte de Ernest, sin llevarse absolutamente nada. En realidad la partida apresurada fue porque un soplón se adelantó al allanamiento y a la detención del Old Steinhart. A los pocos días, un grupo instaló una unidad de batería antiaérea para defender la ciudad en caso de ataques norteamericanos. 16 cañones soviéticos de 100 milímetros con seguimiento electrónico fueron entronizados en los jardines de la Villa Steinhart dispuestos a rechazar cualquier aventura invasora. Teodor seguramente me dará una respuesta elemental que no me aclarará nada, levantará su copa de cerveza y nuevamente brindará por su futuro negocio, yo por diferencia, festejaré que a los viejos amigos todavía los tengo que encontrar.
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