LA BRÓTOLA, UMBERTO ECO, EL FRIGOBAR Y HEMINGWAY
Estoy tratando de guardar una brótola congelada de tres kilos en el frigobar de mi habitación. Antes de iniciar esta verdadera hazaña intenté convencer al jefe de cocina del hotel para que me hiciera el favor de conservarla en el freezer hasta mi partida. “Imposible señor, todos los días se supervisa la mercadería en depósito y no puedo decir que el pescado es de un pasajero”, me recita con serenidad. Mientras cumplo con la tarea, insulto a Brian Fuster por haber sido el causante de esta maniobra. El muy tonto aceptó el regalo de tres brótolas que su amiga Danna le obsequió con verdadero placer, porque habían sido pescadas por ella misma. Después de retirar de la heladera las botellas y latas de gaseosas, empecé a recordar aquella historia contada con envidiable humor por Umberto Eco, sobre cómo viajar con un salmón. El escritor aprovechando el buen precio de un salmón ahumado, compró en Estocolmo una pieza congelada envuelta en plástico y lo cargó hasta su hotel en Londres. Allí se encontraría frente a un grave dilema. Eco vació la heladera y colocó el pescado al fresco. Claro, las bebidas, galletitas, almendras, chocolates y maníes quedaron sobre la mesa. Al día siguiente cuando regresó de su conferencia se enfrentó con el salmón sobre la mesa y el frigobar lleno. Volvió a repetir la operación y a la vuelta de su charla nuevamente la heladera estaba repleta y el salmón lo miraba sereno desde la silla. A las pocas horas debía dejar el hotel y al solicitar la cuenta casi se desmaya, le habían facturado todo lo que salió de la heladera en las dos oportunidades. Obviamente se quejó pero la respuesta fue terminante: “El solo hecho de sacar del frigobar un producto, para nosotros es sinónimo de consumo”. Desesperado lo llamo a Fuster y el maldito se ríe. Me quiere sosegar con el argumento pueril de que esa historia es un cuento de Eco. Dejo todo y bajo a la recepción. Le explico mi situación al atildado joven. Me escucha pero no me quedo conforme. “Tengo una brótola y por motivo de espacio debí sacar de la heladera las botellas de vino, champagne y las latas de gaseosas. No voy a consumir ninguna. Le aviso para que no me carguen nada en mi cuenta”. El muchacho me pregunta:¿Se siente bien señor?. “Sí, claro, estoy perfecto”, le respondo. En el salón dentro de unos minutos comienza un ciclo dedicado a Gregory Peck con un documental titulado Gregory Peck: His Own Man y Las nieves del Kilimanjaro. “¿Y eso qué tiene que ver con la brótola y el frigobar?”. Nada señor. “¿Las nieves del Kilimanjaro…1952…Ava Gardner y Susan Hayward…?. No está mal...no esta mal.
Me siento en el auditorio y un video con imágenes de Cuba me golpea. Se trata del clip del grupo holandés Blof interpretando el tema Hemingway. Son 3.30 minutos, el tiempo suficiente para no pensar en la brótola congelada y el frigobar de Umberto Eco.
Estoy tratando de guardar una brótola congelada de tres kilos en el frigobar de mi habitación. Antes de iniciar esta verdadera hazaña intenté convencer al jefe de cocina del hotel para que me hiciera el favor de conservarla en el freezer hasta mi partida. “Imposible señor, todos los días se supervisa la mercadería en depósito y no puedo decir que el pescado es de un pasajero”, me recita con serenidad. Mientras cumplo con la tarea, insulto a Brian Fuster por haber sido el causante de esta maniobra. El muy tonto aceptó el regalo de tres brótolas que su amiga Danna le obsequió con verdadero placer, porque habían sido pescadas por ella misma. Después de retirar de la heladera las botellas y latas de gaseosas, empecé a recordar aquella historia contada con envidiable humor por Umberto Eco, sobre cómo viajar con un salmón. El escritor aprovechando el buen precio de un salmón ahumado, compró en Estocolmo una pieza congelada envuelta en plástico y lo cargó hasta su hotel en Londres. Allí se encontraría frente a un grave dilema. Eco vació la heladera y colocó el pescado al fresco. Claro, las bebidas, galletitas, almendras, chocolates y maníes quedaron sobre la mesa. Al día siguiente cuando regresó de su conferencia se enfrentó con el salmón sobre la mesa y el frigobar lleno. Volvió a repetir la operación y a la vuelta de su charla nuevamente la heladera estaba repleta y el salmón lo miraba sereno desde la silla. A las pocas horas debía dejar el hotel y al solicitar la cuenta casi se desmaya, le habían facturado todo lo que salió de la heladera en las dos oportunidades. Obviamente se quejó pero la respuesta fue terminante: “El solo hecho de sacar del frigobar un producto, para nosotros es sinónimo de consumo”. Desesperado lo llamo a Fuster y el maldito se ríe. Me quiere sosegar con el argumento pueril de que esa historia es un cuento de Eco. Dejo todo y bajo a la recepción. Le explico mi situación al atildado joven. Me escucha pero no me quedo conforme. “Tengo una brótola y por motivo de espacio debí sacar de la heladera las botellas de vino, champagne y las latas de gaseosas. No voy a consumir ninguna. Le aviso para que no me carguen nada en mi cuenta”. El muchacho me pregunta:¿Se siente bien señor?. “Sí, claro, estoy perfecto”, le respondo. En el salón dentro de unos minutos comienza un ciclo dedicado a Gregory Peck con un documental titulado Gregory Peck: His Own Man y Las nieves del Kilimanjaro. “¿Y eso qué tiene que ver con la brótola y el frigobar?”. Nada señor. “¿Las nieves del Kilimanjaro…1952…Ava Gardner y Susan Hayward…?. No está mal...no esta mal.
Me siento en el auditorio y un video con imágenes de Cuba me golpea. Se trata del clip del grupo holandés Blof interpretando el tema Hemingway. Son 3.30 minutos, el tiempo suficiente para no pensar en la brótola congelada y el frigobar de Umberto Eco.
LA PIPA DE HEMINGWAY - UN BLOG HECHO LIBRO -
No comments:
Post a Comment