Tuesday, May 13, 2008

TRUFAS Y MALETAS ROJAS
Simoneta, la madre de Daniela, es una “trufanarice”, algo así como una olfateadora de trufas, una profesión delicada y rentable limitada a muy pocos especialistas. Las trufas se cosechan desde mediados de noviembre hasta fines de marzo, pero recién llegan a la madurez total a principios de enero. A pesar de que las mejores vienen de Francia, también hay trufas negras en Italia (Umbría, Spoleto y Norcia), España, la antigua Yugoslavia y Bulgaria. Simoneta me cuenta con regocijo como trabaja: “Me arrodillo junto al tronco del roble. Apoyo con placer mis manos sobre la tierra removida. Ya estoy en cuatro patas. El jadeo de la respiración de mi perro me indica que está cerca el tesoro. Acerco mi nariz al suelo húmedo y olfateo. Aparto la tierra con cuidado y ahí aparece un nudo del tamaño de una nuez. Hago un hueco en mi mano y la coloco, el aroma a almizcle y a laurel es inconfundible. Mi perra Setter también olfatea esa esponja con fragancia de amoníaco. Tengo la trufa, el manjar preferido de Balzac”. No la interrumpo. Simoneta se emociona cuando relata su experiencia. Daniela la mira deleitosa porque con seguridad recuerda alguna experiencia que compartió con ella sumado al placer del tesoro desenterrado. René aprovecha para decir que en Périgord todos son de pico fino, “hasta los campesinos son privilegiados. Fritan los bulbos enteros con papines y nadie les puede hacer entender que ese puñado de trufas vale 600 dólares. ¿Usted no probó el paté de trufas?- me dispara- Hemingway se hacía preparar el pato que comía en el invierno con las láminas de trufas que se colocaban bajo la piel del ave venticuatro horas antes de hornearlo. Previamente comía un feteado del bulbo que había sido calentado en caldo de gallina y jerez seco. Una vez retiradas las delgadas porciones se las colocaba sobre pan caliente y se les agregaba virutas de manteca negra…le queda claro”.
Tessie llega con tazas de té verde saborizado con bergamota y pone a disposición el tiramisu de frutas. Todo este festival de gastronomía verbal y patisserie doméstica es para aliviar la convalecencia de Daniela que no puede moverse de la cama y a la que le espera un tratamiento de recuperación posiblemente en Cuba, donde la reeducarán para volver a caminar. Su hermano Tomás dejó bien en claro que se hará cargo de todo el peregrinaje. Pero aún está lejano ese momento. Por ahora nadie se atreve a decirle que su vida será distinta. Ella no se anima a preguntar nada. No quiere saber sobre su futuro. Dice no recordar como fue el accidente. Nunca volvió a hablar de Antonio. Solamente quiere que las puertas del placard del dormitorio queden abiertas para ver sus maletas rojas. Aquellas valijas que no volverán a correr aventuras. Esas mismas valijas que alguna vez abandonaron mi departamento para rodar por París y luego volvieron como arrepentidas al antiguo nido.

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