Todos los 21 de julio, como es su costumbre desde 1999, cuando se cumplieron 100 años del nacimiento de Ernest Hemingway, Fuston me llama o me envía un mail. Siempre tiene un comentario a mano sobre la vida del norteamericano.Hoy, para no quebrar el hechizo, me recordó la crónica del 25 de marzo de 1922, escrita en París para el Toronto Star Weekly, titulada Bohemios norteamericanos en París.Fuster vive en Greenwich Village, pero pasa la mayor parte de su tiempo en Francia. Es artista plástico, guionista de comics y actor de teatro independiente.Después de cuatro by-pass, se dedica a la vida al aire libre,la caza y la pesca. Nos conocimos en el New Morning, el primer club de jazz de París, hace ya de esto 20 años.Fuster es un colorado pecoso que habla permanentemente y siempre está de buen humor. A propósito de la crónica, me recordaba que Hemingway, en ese artículo escrito en el Café Rotonde, criticaba a los bohemios norteamericanos que pintaban cuadros horribles y los exponían en la galería del Salón. Me dibujaba a esa dama bajita y regordeta, teñida de rubio, sentada a una mesa y fumando en una boquilla, quién con aire de superioridad contemplaba su asquerosa tela. Y la otra señora de risa histérica que llevaba un sombrero de la época de La viuda alegre, esposa de un comerciante que, tres años atrás, habían llegado a París.
Fuston no paraba de hablar. Yo me limitaba a responder:¡ sí !...¡Nooo!. ¡Eso es!.
Antes de despedirse y reclamarme mi prometido viaje a su casa de Nueva York, el colorado apuntó:"Nunca he sido tan felíz como en París". Las mismas palabras que Hemingway le dijo a Gary Cooper, su gran amigo.
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